Omraam Mikhaël Aïvanhov - Los frutos del árbol de la vida

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" El Árbol sefirótico, el Árbol cabalístico de la Vida, es una imagen del universo que Dios habita e impregna con su esencia, una representación de la vida divina que circula a través de toda la creación. Ahí tenéis un sistema que os impedirá dispersaros en vuestra actividad espiritual. Si trabajáis durante años con este Árbol, si lo estudiáis, si saboreáis sus frutos, introduciréis en vosotros el equilibrio y la armonía de la vida cósmica" .

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Todas las ciencias, la astronomía, la física, la química, la mecánica, no estudian otra cosa que formaciones que se produjeron alrededor de un número, o a partir de un número. Todas las ciencias saben muy bien que no pueden hacer ningún progreso, ni obtener ningún éxito, tanto en sus hipótesis como en sus aplicaciones, si no parten de bases matemáticas. Por eso trabajan con un lenguaje matemático: han comprendido que los números dirigen todo, y que hay que conocer todas sus relaciones y combinaciones para poder dominar la materia.

Decía que el número está en la base de todo; en realidad, sería más justo decir que está en la cima, en el origen, y que es por un fenómeno de cristalización, de acumulación de materia alrededor de él, que aparecen todos los elementos de la creación: los árboles, las rocas, las montañas, las flores, los animales, los insectos, los hombres... Toda la creación está hecha exclusivamente de números que se han encarnado. Es evidente que os explico esto de forma rápida, porque es difícil encontrar los términos para expresar esta realidad compleja. Así es como cada ser humano, al venir a la tierra, está determinado por un número fundamental que la Inteligencia cósmica le dio, o más bien que él mismo logró obtener por la manera en la que vivió durante sus encarnaciones anteriores.

Pero volvamos a esos diez millones de levas de los que habla el Maestro Peter Deunov, para estudiar más precisamente el número diez. Quienes idearon darle esta forma, 10, ¿cómo procedieron? ¿creéis que lo hicieron así por azar? No, poseían la ciencia de los símbolos, y es lo que voy a intentar demostraros.

Releed el principio del Génesis: Moisés relata allí, que Dios situó al primer hombre y a la primera mujer en el jardín del Edén. En ese jardín crecían dos árboles: el Árbol de la Vida, y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Adán y Eva recibieron la orden de comer únicamente de los frutos del Árbol de la Vida, pero ya conocéis la continuación de la historia, en cuanto a la forma en que, empujados por la serpiente, probaron los frutos del otro árbol.3 Pero dejemos por el momento este tema de la serpiente, y ocupémonos del Árbol de la Vida. Este Árbol de la Vida, estaba impregnado por fuerzas tan armoniosas y benéficas, que sus hojas curaban todas las enfermedades y sus frutos aportaban la vida eterna. No había pues en el Paraíso ni enfermedades, ni sufrimiento, ni muerte. ¿Acaso los cristianos, cuando leen las primeras líneas del Génesis, tienen una idea muy clara de lo que es el Árbol de la Vida? Conocen el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, ya que todo el tiempo están alternando entre la alegría y la tristeza, la salud y la enfermedad, la opulencia y la miseria, pero ¿y el Árbol de la Vida?...

El Árbol de la Vida es el universo que Dios habita e impregna con su existencia, es una representación de la vida divina que circula a través de toda la creación. Y el ser humano también representa, en miniatura, el mismo Árbol de la Vida. ¿Por qué entonces no es inmortal? Era inmortal mientras estaba unido al gran Árbol, pero al transgredir las prescripciones de Dios, se desprendió de él y perdió la inmortalidad. Hubo pues una época en la que el hombre no se había separado del Árbol de la Vida, estaba en relación permanente con él, comía sus frutos, y éste es el sentido simbólico del verbo comer: estar en comunión. Pero cuando el hombre se separó del Árbol, fue a vivir “sobre la tierra”, en la región más densa de la materia, Malkut, la décima séfira que describen los cabalistas.

Los cabalistas dividen al universo en diez regiones o sefirot, que corresponden a los diez primeros números. Esos números son originalmente realidades puramente abstractas, pero al descender a regiones más densas, se cubrieron de materia. Es por eso que cada uno de los diez sefirot posee, no sólo un espíritu (el número), sino también un alma, un intelecto, un corazón, y finalmente un cuerpo físico que los resguarda. Esta estructura se repite en los diez sefirot, por lo que en cada uno hay cinco aspectos a estudiar.

El primer aspecto, que corresponde al espíritu, está representado por el nombre de Dios. De Kether a Malkut, esos diez nombres son: Ehieh, Iah, Jehovah, El, Elohim Gibor, Eloha vaDaath, Jehovah Tsebaot, Elohim Tsebaot, Chadai-El-Hai, Adonai-Meled.

Esos nombres de Dios son nombres sagrados que hay que pronunciar siempre con el mayor recogimiento, en el silencio del alma. Si me atrevo a hacerlo hoy, es porque siento la presencia de entidades magníficas que nos rodean, y que se cumplen ciertas condiciones de pureza y de luz. Pronunciando esos nombres sagrados, cuyo verdadero significado y poder conocen únicamente los cabalistas, pueden proyectarse rayos sobre todas las conciencias del mundo, a fin de que los seres que están mejor preparados para recibir esas bendiciones, despierten a una vida nueva.

Cada séfira es una región habitada por toda una jerarquía de espíritus luminosos, y gobernada por un Arcángel sometido, él mismo, directamente a Dios. Es pues Dios mismo quien dirige esas diez regiones, pero bajo un nombre diferente en cada región. Por ello la Cábala otorga diez nombres, diez atributos a Dios. Él es Uno, pero cambia de expresión. Se manifiesta en forma diferente según la región. Es siempre el mismo Dios, pero bajo diez expresiones, diez rostros diferentes.

El segundo aspecto de una séfira, el que corresponde al alma, está representado por el nombre de la séfira misma. Los diez sefirot son: Kether (la corona), Hochmah (la sabiduría), Binah (la inteligencia), Hesed (la clemencia), Geburah (el rigor), Tipheret (la belleza), Netzach (la victoria), Hod (la gloria), Iesod (el fundamento), y por último Malkut (el reino).

El tercer aspecto, que corresponde al intelecto, está representado por el jefe de cada uno de las diez órdenes angelicales. Éstas son Metatron: que participa en el trono; Raziel: secreto de Dios; Tsaphkiel: contemplación de Dios; Tsadkiel: justicia de Dios; Kamael: deseo de Dios; Mikhaël: quién es como Dios; Haniel: gracia de Dios; Raphaël: curación de Dios; Gabriel: fuerza de Dios; Uriel: Dios es mi luz, o Sandalfon.

El cuarto aspecto, que corresponde al corazón, está representado por el orden angélico que mora en cada séfira. Ellos son: los Hayot Ha-Kodesch (es decir los animales de santidad) o, en la religión cristiana, los Serafines; los Ophanim (ruedas) o Querubines; los Aralim (leones) o Tronos; los Hachmalim (resplandecientes) o Dominaciones; los Seraphim (ardientes) o Potestades: los Maadim (reyes) o Virtudes; los Elohim (dioses) o Principados; los Bnei-Elohim (hijos de los dioses) o Arcángeles; los Kerubim (fuertes) o Ángeles, y por fin los Ischim (los hombres) o almas glorificadas. Cada jerarquía angelical tiene sus formas, sus colores, sus manifestaciones, y cada una está predestinada a realizar un trabajo particular. En la estructura del Árbol de la Vida cósmica, cada una encuentra su lugar y se integra en un conjunto sublime de una belleza y de una armonía indescriptible.

Por último, el quinto aspecto de una séfira, que corresponde al cuerpo físico, está representado por un planeta. Es el soporte material de los cuatro primeros aspectos, algo así como un cuerpo de carne y hueso. Son Neptuno, Urano, Saturno (en hebreo Chabtai), Júpiter (Tsedek), Marte (Maadim), el Sol (Chemesch), Venus (Noga), Mercurio (Kohav), la Luna (Levana), La Tierra (Aretz).

Cada séfira tiene por consiguiente cinco aspectos, y cinco aspectos para cada uno de los diez sefirot, lo que da cincuenta. Esto es lo que se llama las Cincuenta Puertas, esas cincuenta puertas que se representan en Binah.

Hay que agregar que los Antiguos, que trabajaban únicamente con siete planetas, además de la Tierra, no situaban sobre el Árbol sefirótico ni a Urano ni a Neptuno. Para ellos, Hochmah representaba el zodíaco (Mazaloth), y Kether las nebulosas, los primeros torbellinos (Reschit Ha-Galgalim). Es el orden que los astrólogos respetaron cuando establecieron las horas planetarias que tienen en cuenta para sus trabajos.4 Pues, según la Cábala, las veinticuatro horas de la jornada y de la noche, están situadas bajo la influencia de los siete planetas conocidos desde la Antigüedad, y en un orden determinado que se repite eternamente, es decir: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna.

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