Gonzalo Alcaide Narvreón - Aquiles y su tigre encadenado

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Aquiles y su tigre encadenado: краткое содержание, описание и аннотация

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La semilla estaba sembrada… La inesperada y furtiva experiencia vivida con Alejandro, había puesto a Aquiles frente a la puerta que lo conduciría a un mundo que, hasta ese momento, le era absolutamente ajeno y desconocido.
Su deseo y la búsqueda de formar una familia junto a Marina, lo llevaran a transitar un estado de voracidad sexual propia del macho semental que busca procrearse y ese sentimiento se confrontará con la curiosidad y con la inesperada atracción que Aquiles comenzará a sentir por abrir esa puerta.
La distensión de las vacaciones en lugares exóticos y la interacción con parejas que transitan sus vidas de una manera abierta y liberal, lo acercaran cada vez más hacia esa puerta que, quizá, en algún momento se anime a abrir.
Solo el temor a un viaje sin retorno y su estructura de macho hetero, mantendrán encadenado a su tigre interior que ya ha despertado hambriento y deseoso por satisfacer su voracidad.

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Aquiles sintió que su miembro nuevamente comenzaba a reaccionar. Si bien hacía un rato habían tenido sexo fugaz en la cabaña, seguramente los comentarios picantes, el entorno y el clima, ayudaban para generar un efecto afrodisiaco.

Aquiles observó que en la tela blanca del corpiño de Marina se marcaban sus pezones duros y erectos. Se sintió tentado y bajo con su boca hacia allí para morderlos.

Marina reaccionó con un gemido y con una mano, más la ayuda de sus pies, deslizó la cintura de la bermuda de Aquiles hasta dejarlo en pelotas.

–¡Pará loca! –exclamó Aquiles.

–Parala vos –respondió Marina, en un juego de palabras, haciendo clara referencia a la erección del pene de Aquiles.

Colgándose con un brazo del cuello de Aquiles, se quitó el bikini con la otra mano, dejándolo colgando en una de sus piernas, enroscó nuevamente sus piernas en torno a la cintura de Aquiles, agarró su miembro erecto y lo colocó en la entrada de su vagina.

–Me parece que agarré un tiburón –dijo Marina.

–Vos estás loca –dijo Aquiles.

Marina descendió unos centímetros, haciendo que el miembro de Aquiles comenzara a desaparecer dentro de su vagina. Le mordió el cuello y comenzó con un leve movimiento de sube y baja.

–Sos una puta hermosa –dijo Aquiles, afirmando sus pies sobre el lecho como para soportar el movimiento y el peso de ambos.

–Como me calentás –dijo Marina– te veía salir del mar y te hubiese ido a violar ahí mismo.

–Bueno, me estás violando ahora –respondió Aquiles.

Marina se sentía desbordada por la situación erótica y jugada que ella misma había provocado... Sintió que un orgasmo la comenzaba a invadir y emitiendo un grito ahogado, obtuvo el premio buscado.

–Ya casi –dijo Aquiles.

Marina continuó con su ritmo de sube y baja, hasta que sintió que el cuerpo de Aquiles comenzaba a temblar.

El gemido ahogado emitido por su marido, dio cuenta de que estaba siendo nuevamente llenada por su esperma.

Permanecieron un momento en esa posición y besándose.

Marina se paró y se acomodó el bikini, mientras que Aquiles levantaba su bermuda y ajustaba los piolines de la cintura.

–Vas a hacer que nos metan presos –dijo Aquiles.

–¡Por favor...! En esta playa somos todas parejas sin chicos; encima, hay muchos europeos y ellos tienen la cabeza más abierta que nosotros, así que olvídate...–dijo Marina.

Hacía apenas un rato que Aquiles le estaba dando a Marina un discurso sobre la libertad del lugar, diciéndole que nadie se horrorizaría por gritos y gemidos y ahora era ella la que lo dejaba descolocado con su actitud de total desparpajo y de liberalismo extremo, practicando sexo en un lugar público. Fueron saliendo del mar y permanecieron un rato en la orilla, disfrutando del sol y del agua que acariciaba sus pies.

Se dirigieron hacia la palapa y se recostaron en las reposeras. Sobre la de Aquiles, el canadiense había dejado el equipo de snorkel .

–Che, este está con binoculares –dijo Aquiles, haciendo referencia al canadiense.

Marina se incorporó y miró hacia la palapa vecina.

–Bueno... si nos estaba observando, acabamos de brindarle un buen espectáculo y gratis –dijo Marina.

La mujer se dio cuenta de que Marina los miraba y le regaló una sonrisa, a la que Marina respondió amablemente.

–Acordate lo que te digo... estos dos, en cualquier momento nos invitan a su cabaña –dijo Marina.

–No seas tonta –dijo Aquiles, recordando inmediatamente las experiencias vividas por Marcos y Paula, cuando había hecho un trío con una mujer y luego con un hombre.

Si bien la situación no había sido exactamente la de intercambio de parejas, era lo más cercano que conocía y que había hecho un amigo suyo junto a su mujer.

–De que hablaban hace un rato cuando se cruzaron dentro del agua –preguntó Marina.

–Nada... las cosas típicas de las que uno habla cuando está en un lugar así... de lo increíble del lugar, del agua cristalina, de los peces... Me preguntó si el equipo de snorkel era mío y le dije que en el puestito de la playa te los prestaban –respondió Aquiles.

– ¿Y para qué le diste el tuyo? –preguntó Marina.

–Porque yo ya salía y para que no tuvieses que irse hasta allí y luego tener que regresar al mar –respondió Aquiles.

–Este canadiense es medio extraño –dijo Marina.

–Se llama Ethan –dijo Aquiles.

–Ah... ella se llama Cristie... me lo dijo hace un rato cuando pasó a mi lado para ir hasta el barcito –dijo Marina.

–La verdad es que no da ganas de moverse de aquí, pero yo diría de ir a almorzar –dijo Aquiles, como no dando trascendencia al comentario hecho por Marina sobre lo raro que le resultaba el canadiense.

–Yo diría que antes de almorzar, deberíamos sacar la ropa de las valijas y ordenarla en los placares –dijo Marina.

–Como quieras –dijo Aquiles, pensando en lo maniáticas que podían ser las mujeres con la ropa y con el orden. De ser por él, dejaba todo dentro de las valijas y sacaba ropa a medida que la necesitase; poco le importaba guardar todo ordenado dentro de un placar.

Se incorporaron, agarraron los toallónes, el equipo de snorkel y caminaron hacia el sendero que los conducía hacia su cabaña, devolviendo de paso los toallónes húmedos y el equipo.

Recorrieron el sendero entre iguanas que reposaban bajo el sol y mapaches que saltaban inquietos de un lado hacia el otro.

Ingresaron a la cabaña y ambos se quitaron la ropa húmeda. Marina se puso un solero blanco y Aquiles otra bermuda de baño.

Comenzaron a desempacar y a guardar la ropa en estantes, en cajones y en perchas.

–Guardá el dinero, los pasaportes y los celulares en la caja fuerte –dijo Marina.

–A sus órdenes capitán –respondió Aquiles, respetando el compromiso que habían tomado de que no utilizarían los teléfonos durante su estadía en ese lugar y que, por una cuestión de seguridad y para hacer uso del GPS , solo los utilizarían cuando fuesen a visitar los lugares que tenían planificados.

–Tenemos que organizar bien cuando vamos a hacer los recorridos planeados –dijo Aquiles.

Habían viajado con la idea de visitar algunos puntos claves que resultaban imperdibles y más, para ellos que disfrutaban de la aventura.

Chichén–Itzá, con su mítica Pirámide de Kukulkán, destino por excelencia en La Riviera Maya, era lo que les quedaba más alejado. Cerca de la ciudad Maya, se encontraba la ciudad colonial de Valladolid. En el mismo trayecto, el cenote Ik’kil, al que Aquiles no iba a dejar de ir. Un poco más cerca, la zona arqueológica de Cobá, con su pirámide Nohoch Mul.

Apenas un poco más al norte de donde se alojaban, estaba la zona arqueológica de Tulum, única ciudadela Maya construida sobre el mar, con su mítico castillo en la cima del acantilado.

Otra de las excursiones que tenían en mente y que se las había recomendado especialmente Adrián e Inés, era el parque natural de Xel–Ha, que poseía varias actividades para realizar, entre las que se encontraba la posibilidad de nadar con delfines, cosa que Aquiles no pensaba perderse.

Sabían que la excursión a Chichén–Itzá y a todo lo que quedaba cerca o dentro de esa ruta, les tomaría un día entero, lo mismo que la visita a Xel–Ha y que la visita a Tulum, solo les tomaría medio día.

Dependiendo del clima y de las ganas, decidirían si harían alguna visita a los destinos próximos a Cancún, o si los dejarían para otro viaje. Con la idea de no tener que atarse a horarios ni a días preestablecidos, es que habían decidido alquilar un vehículo como para manejarse de manera independiente y, en todo caso, ir decidiendo sobre la marcha que hacer. Lo concreto, era que, el último día, irían a Playa del Carmen, donde devolverían el Jeep y embarcarían en un Ferry para trasladarse a Cozumel, donde permanecerían la segunda semana de sus vacaciones.

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