El descontrol espontáneo de Marina, hizo que Aquiles llegase rápidamente a su orgasmo y también, acompañado por un grito furioso, descargó su esencia dentro de Marina, que sudorosa, se dejó caer sobre el torso de Aquiles.
Permanecieron por unos minutos inmóviles y relajados, percibiendo el sonido de la brisa y el de las olas del mar que rompían tímidamente sobre las rocas.
–Que buen comienzo –dijo Marina, con cara de satisfacción.
–Muy bueno –contestó Aquiles, que se incorporó, levantó del piso su bermuda y fue hacia el baño para higienizarse.
Regresó y vio que Marina estaba parada al lado del ventanal, vistiendo una malla blanca de dos piezas y que cubría su torso con una camisola transparente. Llevaba lentes de sol y su clásico sombrero estilo Panamá.
A pesar de la reciente eyaculación, sintió que su miembro comenzaba a erectarse nuevamente, pero se inhibió de generar cualquier tipo de situación que los hubiese llevado nuevamente a la cama.
Salieron de la cabaña y se dirigieron por un sendero, siguiendo los carteles que indicaban el recorrido hacia la playa.
Al pasar por frente a la cabaña contigua, se cruzaron nuevamente con los canadienses, que salían para incorporarse al sendero y que, al verlos, dibujaron una sonrisa de complicidad entre ellos.
–Estos dos ¿nos habrán escuchado? –dijo Marina.
–Por como gritaste, probablemente te hayan escuchado desde la recepción –contestó Aquiles.
–No seas tonto... qué vergüenza... –dijo Marina, y agregó– si me escucharon a mí, también deben haberte escuchado a vos, porque flor de grito pegaste al eyacular.
–Olvidate, –dijo Aquiles, sonriendo por el comentario de Marina– sospecho que acá nadie se va a horrorizar por nada... Este Resort es solo para parejas, e imagino que todos vinimos más o menos con las mismas intenciones; “Disfrutar de aguas turquesas y templadas, caminar descalzos sobre arena blanca bajo el sol y tener sexo, mucho sexo...” además, si nos hubiesen escuchado, los veremos durante esta semana y después nunca más –agregó.
–Estos tienen pinta de ser swingers –dijo Marina.
Aquiles quedó sorprendido por el comentario tan contundente y despojado que acababa de hacer su mujer.
–Ah bue... y vos ¿desde cuándo prestando atención a ese tipo de cosas? –dijo Aquiles.
–No es que esté pendiente ni que preste tanta atención, pero a esta altura de la vida y con toda la información que circula y a la que uno tiene acceso, no hay que ser muy suspicaz como para darse cuenta sobre ciertas actitudes y comportamientos –contestó Marina.
–Bue... Quizá sonrieron por algo de lo que ya estaban conversando cuando los cruzamos, o quizá se reían de tus gemidos y de tus gritos, o quizá estés en lo cierto y quieran compartir nuestra cama –dijo Aquiles, en tono burlón.
–No sé... medio raro... mientras estábamos en la barra sirviéndonos comida, percibí en ella algo extraño, como una energía diferente –dijo Marina.
–Ah, mirá vos... –fue lo único que atinó a decir Aquiles, recordando inmediatamente la sensación percibida en el ascensor del edificio de Alejandro, aquel mediodía luego de la carrera, cuando se habían rozado los pelos de sus brazos; una sensación que, hasta ese momento, jamás había experimentado y hacía apenas unas horas, durante el desayuno, la sensación que había tenido de estar siendo observado y la extraña cruzada de miradas.
Las cabañas estaban asentadas sobre un frente de rocas y hacia el sur del complejo, se encontraba el acceso a la playa de arenas increíblemente blancas.
Continuaron caminando en silencio hasta descender a la playa.
Marina se recostó sobre una reposera, debajo de una palapa que la protegía del sol, mientras que Aquiles, sin perder tiempo, pidió un equipo de snorkel e ingresó a paso firme dentro de las increíbles aguas del Caribe Mexicano.
Perdido y subyugado por la belleza que tenía frente a sus ojos, persiguiendo cardúmenes de múltiples especies de peces de diferentes tamaños y colores, Aquiles había perdido la noción del tiempo y de la distancia.
Marina permanecía atenta observándolo desde la reposera y sin perderle mirada. Sabía que Aquiles era un apasionado del agua y de los deportes en general, y que, a veces, podía tomar riesgos innecesarios.
Aproximadamente a diez metros de la reposera de Marina, se habían instalado los canadienses, que llegaron a la playa justo detrás de ellos y siguiéndoles los pasos.
Como lo había hecho Marina, la mujer se instaló sobre una reposera debajo de una palapa, mientras que él, dejó su toallón, se quitó las ojotas y comenzó a caminar hacia el mar.
Marina, ocultándose detrás de sus lentes espejados, comenzó a observarlo.
El tipo tenía una contextura física similar a la de Aquiles, era alto, con el físico trabajado, solo que su piel era más blanca y su pelo era castaño claro, con vellos que cubrían sus brazos, sus piernas y su torso.
Mientras el flaco comenzaba a ingresar en el mar, Aquiles dejaba de practicar snorkel , se incorporaba y comenzaba a caminar hacia la costa. Con al agua a la altura de sus cinturas, se cruzaron y comenzaron a conversar.
Marina observaba la escena y vio que Aquiles le daba su equipo de snorkel . El canadiense dibujó una sonrisa y continuó su camino para internarse en el agua, mientras que Aquiles, continuó caminando para salir del mar.
La bermuda mojada estaba pegada sobre sus muslos y sobre su paquete que se le marcaba notoriamente. Los tupidos pelos de su cuerpo caían por el peso del agua y cubrían sus pectorales, sus piernas y sus brazos marcados.
Marina observaba a su marido como si se tratase de la primera vez que lo veía. Realmente, sentía una gran atracción física hacia él. En ese momento pensó en que, a su hombre, solo le hubiese faltado llevar un tridente en la mano como para emular a Poseidón saliendo de sus dominios.
Aquiles se acercó a la palapa y se tiró boca arriba sobre su reposera.
–Espectacular... no sé qué hacés acá teniendo el paraíso ahí enfrente –dijo Aquiles.
–El paraíso lo tenía cuando te veía caminar hacia aquí –respondió Marina.
Aquiles se acercó a ella y le dio un húmedo beso, al que Marina respondió, agarrándole el paquete.
–Pará que nos van a ver –exclamó Aquiles.
–Que me importa... que nos vean... ¿No dijiste que aquí todos vinimos a buscar más o menos lo mismo? –respondió
Marina, con total desparpajo.
–Vamos al agua –dijo Aquiles.
Marina se quitó los lentes y se incorporó; agarró la mano de Aquiles y juntos caminaron hacia el mar.
Ingresaron al agua y comenzaron a nadar, por momentos juntos y por momentos separados, haciendo comentarios sobre las maravillas que iban encontrando bajo el agua.
El canadiense, que estaba a pocos metros de ellos, le devolvió a Aquiles el equipo de snorkel diciéndole que iba a salir; Aquiles le pidió que se los dejara sobre la reposera. El canadiense levantó el pulgar como gesto de asentir y se dirigió hacia la playa.
–Está lindo el flaco –dijo Marina, con la clara intención de provocar a Aquiles.
– ¿Si?, mirá vos... claro, si les miraste los bultos a mis amigos, no veo porque no vas a mirárselos al resto de los mortales –respondió Aquiles intentando hacerse el superado, cuando en verdad, no le causaban mucha gracia el comentario de Marina.
–Ay amor... no te pongas celoso, que el único que entra en este cuerpito sos vos –dijo Marina, acercándose a él, colgándose de su cuello y rodeándole la cintura con las piernas.
–A veces me despistas con tus comentarios –dijo Aquiles, que si bien era un hombre seguro de sí mismo, tenía claro que Marina no era una mujer que pasase desapercibida; por el contrario, su belleza y su personalidad, la convertía en blanco de cualquier pirata que, sin duda, se vería atraído por ella. Marina no respondió y comenzó a besarlo.
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