Sin saludar a nadie, Claudine entró a su oficina y desde ahí, pegó otro grito:
—¡Eduardo!
Como si estuviera caminando al cadalso, Eduardo acudió a su llamado. Le dio los buenos días, aunque ya sabía de antemano que ella nunca le devolvía los saludos.
—Anoche estuve revisando la historia de moda que hiciste en Nueva York. Y no me gusta —dijo sin siquiera verlo.
—¿Qué es lo que no te gustó, Claudine? —preguntó Eduardo haciendo acopio de templanza.
—No sé. Nada. En general no me gustó.
—Me ayudaría mucho que fueras más específica…
—La modelo se ve rara.
—Pero fuiste tú quien insistió en contratarla. ¿No era la hija de una amiga tuya de Nueva York?
—Ah, sí. Dominica. Pues no sirve.
—No, no sirve, te lo dije desde que te empeñaste en usarla. Fue una pesadilla trabajar con ella, pero hicimos nuestro mejor esfuerzo y creo que la sesión se salva…
—A ver, alto ahí: no quiero sesiones salvadas ni planes B. Quiero maravillas que demuestren que ésta es una nueva era de la revista. Se acabó lo “medianito”.
Eduardo la vio con un odio que podía fulminarla. Pensaba que sólo era una puta mediocre y vulgar que se largaría de ese puesto en cuanto el jefe se diera cuenta de que hasta en la cama era una pendeja. Pero ni hablar: mientras eso sucedía, tenía que lidiar con esa pendeja le gustara o no.
—Te entiendo, Claudine, pero si quieres excelencia, debes escuchar a quien sabe un poco más de este negocio. El micromanagement puede ser peligroso, y aquí está la prueba. Te has metido en el trabajo de todos y, cuando las cosas no salen bien, nos culpas a nosotros. Dirige, da tu punto de vista. Di lo que quieres, pero no obstaculices nuestro trabajo. No si quieres hacer una revista bien hecha.
Con la cara roja como suela de Louboutin, le preguntó:
—¿Estás diciendo que no sé lo que hago?
—Sí, exacto, eso digo. ¿O me equivoco? Pero no tienes por qué saberlo. Eres nueva en el puesto y no tienes experiencia, pero eso no es malo: aprenderás porque eres muy lista, ya lo verás. Pero por ahora, deberías dejarnos tomar la última palabra, por tu propio bien. Y, sobre esta historia de Nueva York, ¿reshooteamos o… hacemos plan B? Piénsalo y me dices. Voy a mi lugar —dijo Eduardo, enseñando su dentadura, triunfante, y dejando tras de sí a una Claudine furiosa que no tuvo más remedio que descargar su rabia pidiendo a gritos su café, que Carmen trajo de inmediato.
¡Putísima, está ardiendo! ¡Pinche café! Lo hacen a propósito estos infelices. ¡Los voy a correr a todos! Pero, si los corro, ¿quién va a hacer la revista? No soy buena contratando gente. ¿Cómo se hará para reconocer el talento? Aquella chica que se vestía precioso que contraté para las redes sociales nos salió ladrona. A ella sí que la echaron con policías y todo porque se llevó los zapatos de Vuitton que iban a usar para unas fotos. Claro, dijo que fue un error, pero cero le creo. Ni modo: tengo que quedarme con esta caja de serpientes hasta que esté más fuerte en el puesto. Eso sí: por cabrones, voy a adjudicarme todo su trabajo. Ya me cansé de ser la buena del cuento.
—Claudine, te necesitan arriba para una reunión de emergencia con Adolfo y el equipo de ventas —dijo Carmen entrando a su oficina y bajándola de golpe a la tierra.
—¿Es muy importante que vaya? —dijo conteniendo un bostezo.
—Mucho. Adolfo pidió que subieras de inmediato.
De mala gana, Claudine obedeció. Cuando llegó a la sala de juntas, Anita, la directora del equipo de ventas y uno de sus ejecutivos, rumiaban algo que, dadas sus expresiones, no debía ser nada bueno. El ambiente estaba tenso, pero Claudine no se daba por enterada. Mandó un saludo al aire que fue contestado con monosílabos sin entusiasmo. Tomó asiento en la cabecera porque ¿dónde más podía sentarse ella?, y siguió dándole a la pantalla de su teléfono. Arrugó la nariz al percibir un aroma raro y miró a su alrededor tratando de averiguar de dónde podía venir.
—Como que se les fue la mano con el Pinol cuando limpiaron aquí, ¿no?
—No, Claudine, es mi perfume —dijo Anita, entre molesta y avergonzada.
Salvando la situación, Adolfo entró a la sala como un torbellino rechinando los dientes. Claudine, a pesar de conocerlo poco, sabía que hacía eso cada vez que estaba que se lo llevaban los demonios. Pensó que seguramente los de ventas habían hecho una idiotez que ella tendría que resolver. Suspiró.
—Hola a todos. Perdón por la premura, pero tengo que tratar con ustedes un tema delicado. Anita, aquí presente, recibió una llamada que nos ha inquietado muchísimo.
—Sí —dijo Anita—, acabo de hablar con el director general de Statement Cosmetics que, como saben, es uno de nuestros anunciantes más potentes —respiró profundo para luego continuar—. Me dijo que va retirar por completo la pauta publicitaria de Couture y de todas las revistas de la editorial porque la directora de una publicación de esta casa le faltó al respeto a su compañía esta mañana.
¿Cuántos likes tiene la foto de la ridícula esta de Lilian, setecientos ochenta? ¡Ah, claro, ya vi! Los views van creciendo por segundos. Son likes comprados. Ya decía yo. Ya va de salida. Por bruta y por chismosa. Además esos zapatos de Fendi son de la temporada pasada. ¿Pues, no que tan millonaria? Nena, cómprate zapatos de temporada, no seas naca…
Al sentir la mirada quemadora de Adolfo, escondió el teléfono bajo la mesa de inmediato.
—Ay, qué cosa —dijo Claudine.
—¿Qué cosa con qué Claudine? ¿Estabas escuchando? —dijo Adolfo.
—Perdón, era una cosa urgente de trabajo.
—Decíamos que una directora de esta editorial es responsable de que nos quiten la pauta de Statement —resumió Anita.
—¿En serio? ¿Quién? —preguntó Claudine, intrigada.
—Tú —dijo Adolfo, rechinando tanto los dientes que incluso sintió cómo uno se despostillaba.
—¿Yo?
—Sí, tú. En el desayuno de hoy dijiste que sus productos te sacan granos —dijo Anita inquisitivamente.
Mierda. Mierda. Mierda. Seguro la cabrona invertida de La Carola fue con el chisme. Si una mujer de verdad no es de fiar, mucho menos una ficticia.
—Una de las cosas por las que ocupas este puesto —dijo Adolfo— es por tu buena imagen y porque eres buena con las relaciones públicas. O eras.
—Pero nadie me escuchó, se lo dije a una blogger a la que regalé mis productos, porque es cierto: sus productos me sacan granos.
—Como si te dieran lepra, Claudine. ¡Carajo! Haberte callado el comentario. Sales de ahí con una sonrisa y luego tiras los productos al escusado si quieres. ¿Qué estabas pensando? Escúchame: no sé qué vas a hacer, arrodillarte o ponerte de cabeza, me da igual, pero tienes que traer de vuelta a este cliente. Con lo que estamos viviendo ahora mismo no podemos darnos el lujo de perder una cuenta como ésa. Y menos por una pendejada.
No llores. No llores…
—Lo voy a arreglar, Adolfo, te lo prometo.
—Eso espero. Lo quiero resuelto para el viernes.
—Tenemos otro tema que quisiéramos tratar, Adolfo —dijo Anita mirando de reojo a la acusada—. Ésta es la maqueta del Couture del próximo mes y no hay apoyo para los anunciantes. Y no está programado tampoco el editorial que hicimos con Dior en Nueva York.
Adolfo tomó su celular y marcó un número. “Que suba Eduardo”, dijo imperativo. Anita miró de reojo a los otros y se tronó los dedos de las manos empapadas de sudor. Nadie dijo ni pío. El aire —y otras cosas— podía cortarse con cuchillo en ese momento. Eduardo entró a la sala de juntas y, al notar el ambiente, sólo masculló un saludo que, de antemano, sabía que no sería respondido. Se dispuso a recibir el golpe.
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