Lorna entró aún tambaleante a la cocina mientras Helena ponía una serie de ingredientes en el extractor de jugos. Se detuvo un momento tratando de hacer memoria: ¿llevaba chía o jengibre? Siempre lo olvidaba. Buscó su teléfono: ahí tenía la receta. De pronto, recordó algo que la abofeteó. Desesperada, salió hasta la sala para buscar el teléfono. Que sea una pesadilla, Dios, se repetía en voz baja. Al encontrarlo, suspiró aliviada: el teléfono seguía apagado y sin batería.
—¿Qué haces? Estoy demasiado cruda para verte como una ardilla con speed. Haz ya el puto batido ese y siéntate un momento, que me mareas. Pero antes prepárame un café, por lo que más quieras.
—Ya te lo hago. ¡Qué alivio! Es que por un momento creí que habíamos hecho una locura. Pero seguro lo soñé.
—¿Qué locura? Me encantan esos sueños…
—Soñé que me habías tomado fotos haciendo un strip-tease y se las habíamos mandado a Adolfo. Pero nada, mi teléfono sigue muerto.
—Sí, por eso las hicimos con el mío —dijo Lorna, sacándolo de su bolsillo.
—¿Cómo?
Helena le arrebató el teléfono de la mano y, aterrorizada, no sólo descubrió toda la sesión de fotos de su strip-tease, sino también que, en efecto, se las habían mandado a Adolfo.
—¡Lorna, maldita sea! ¿Cómo hiciste tamaña estupidez? —dijo extendiéndole el teléfono.
—No, no las mandamos. Era puro blofeo…
Lorna tomó su teléfono y checó su WhatsApp. Trató de no ser demasiado expresiva cuando descubrió que no sólo había mandado las fotos, sino hasta un videíto de saludo personalizado para el destinatario. Ahora sí me va a arrancar las tetas a mordiscos, pensó. Se propuso seriamente dejar de beber de aquella manera o, por lo menos, hacerlo lejos del teléfono. Le daba por llamar desde a su madre hasta sus ex, y lo único que conseguía es que no le dirigieran la palabra cuando se la topaban en la calle.
—Sip. Sí las mandamos —dijo Lorna resignada.
—Joder, joder… Que la primera noticia mía que tenga después de irme de la editorial sea ésta… ¡Joder!
—Pues debe estar feliz: te despide y encima le mandas fotos cachondas —dijo con una risotada que tuvo como castigo una punzada en la cabeza.
—Mierda.
—Mira, creo que es mejor que piense que te la estás pasando bomba a que estás tirada en la cama llorando, ¿no?
A Helena esa idea no le disgustó del todo. Echó a andar el extractor y terminar el famoso smoothie: decidió finalmente ponerle jengibre. Lo sirvió en sendas copas y le extendió el suyo a Lorna, quien se lo llevó directo a la boca para darle un gran sorbo. Siempre le caía de maravilla.
—Menos mal que no soy tan ducha con las redes sociales. Imagínate que hubiera subido esas fotos a tu Instagram: ahora serías la milf más fashion del mundo.
—De entrada no puedo ser milf porque no soy madre, déjate de cosas.
—Es un decir, nena. No te vayas a hacer la adolescente a estas alturas. Pero ya te digo que con esas fotos te hubieran aumentado un montón los seguidores en Instagram.
—Imagínate que me hubieran visto miles de personas. Qué vergüenza. Por más que lo estudio, que lo hago consciente, no logro entender este gusto por la sobreexposición.
—Sí, estoy contigo. Es como el erotismo y el porno —dijo Lorna—. Cuando eliminas el misterio todo se vuelve obvio, soez. Enseñar tus zapatos a todo el mundo es vulgar. Me parece más excitante llegar a una fiesta y que el hombre más guapo recorra tus piernas para admirarlos. Que te los elogie un grupo pequeño de personas a las que tengas enfrente, a las que sientas. Esto no lo tienen las redes por ninguna parte.
Helena se quedó pensando. En efecto, las redes carecen de ese toque humano, que cada vez nos hace más falta como sociedad. La gente ya no vive un momento: lo documenta. Estaba de acuerdo con Lorna en que era mucho más excitante que un grupo pequeño te admirara, porque causas una impresión más indeleble. Siempre había creído que lo masivo se diluye y que gustarle a mucha gente es como no gustarle a nadie. Y reflexionó: pero gustarle a unas cuantas personas, a las adecuadas, es como gustarle a todo el mundo. He ahí la paradoja y ahí está la clave. Ahí está la clave, se dijo.
Helena dio un golpe en la mesa y, desorbitando los ojos, salió de la cocina dejando a Lorna con cara de póker. Volvió en un momento llevando en los brazos un montón de revistas, que puso sobre la mesa de la cocina. Las abrió y, con cuidado, comenzó a arrancar algunas páginas. Fue después al comedor de donde trajo una caja de madera que usaba como frutero y vertió en el fregadero las perfectas manzanas verdes que contenía. Dejó la caja en la mesa y puso las páginas cortadas allí. Hizo varios viajes y volvía trayendo los objetos más diversos: perfumes, alguna joya, un minibolso de noche, un lipstick…
—¿Qué te traes?
Helena, triunfante, le mostró la caja llena de objetos a Lorna.
—Cariño, ¿qué es lo que todo el mundo desea?
—¿Es una pregunta filosófica? —preguntó Lorna, temerosa.
—No, es práctica y frívola. Trabajamos en revistas de moda, no en la ONU.
—Pues… lo nuevo. Por aburrimiento de lo viejo, supongo.
—Sí, lo nuevo. ¿Y qué pasa cuando no puedes conseguirlo?
—Te obsesionas. Recuerda cómo te pones cuando te dicen que hay lista de espera para comprar algo —dijo Lorna con una risilla.
—Exacto. Lo nuevo que se consigue pronto pierde la gracia muy rápido. Deja de interesar. Pero cuando algo es nuevo y no puedes tenerlo, te obsesionas, lo buscas. Lo quieres más y más. El deseo dura mucho más y se vuelve igual de estimulante que conseguir lo que buscas. Ésa es la revista qué tenemos que hacer. Juntas.
Lorna la miró con sorpresa. Helena siguió. Estaba a mil.
—Mira, toma esta caja. ¿Qué ves ahí?
—Pues no sé… es como cuando te despiden y te llevas tus cosas en una cajita.
—Puede ser. ¿Y cómo llamarías a eso, lo que está dentro de la caja?
—¿Un reflejo de quien eres, de tu vida?
—Exacto. Un reflejo de una vida que puede ser soñada, deseada y que podemos crear nosotras. Mira: ambas perdimos el trabajo por culpa de este frenesí que tienen las editoriales por vender cantidad. La calidad ya es lo de menos. Nosotras deberíamos buscar justo lo contrario. Imagínate, en una caja ponemos textos escritos a máquina, viñetas originales… ¡Fotos! De una calidad brutal que hasta las podrías enmarcar. Y aquí viene la parte más interesante: en lugar de publicar un anuncio, ponemos el producto real. ¿Te imaginas? No ver una página publicitaria del nuevo perfume de Chanel, sino olerlo y tenerlo. Y no me refiero a una mierdita de muestra, ¿eh? No: un producto real.
—Wow. Ya quisiera que a mí las crudas me hicieran este efecto. Qué bárbara.
—¿Qué te parece? —dijo Helena con los ojos muy abiertos.
—¡Me encanta! ¡Es una idea de puta madre! Claro que hay que trabajarla mucho, ver costos, producción… pero me parece una bala. Una cosa: con los anuncios hay que tener cuidado, no podemos meter en la caja un rollo de papel de baño.
—Nada de papel de baño, ni quesos ni nada que anuncie Yuri. Eso déjaselo a Cosmopolitan. Sólo anunciantes de moda y belleza de gran nivel. Iremos por lo alto, será selecto para que no parezca la canasta del súper; déjale las latas de chiles y el champú de jojoba a los influencers. Será enfocado, preciso. Fino. Esto es lo que hará que la gente lo desee… y no todo mundo podrá tenerlo.
—¡Ay, sí, me encanta! Que sea como cuando abres el estuchito rojo de Cartier y sientes que se te sale el corazón del pecho.
—¡Eso es! Estuche… ¡Étui!
4
Ni crema ni nata
Con un poco de miedo, Lu Moreno, directora de marketing de Statement, la firma de maquillaje más influyente del momento, miraba a ese variopinto grupo de personajes que tenía al frente. Los escrutaba, uno a uno, como para “darles el golpe”. Alrededor suyo, los individuos reían y bromeaban entre ellos, pero, sin quitar ni por un momento la vista de sus celulares. Escasamente se miraban entre sí y, cuando lo hacían, era a través de la cámara de video del teléfono; les encantaba filmarse los unos a los otros, para preguntarse, en voz en off o en modo selfie, qué era lo que estaban haciendo ahí. Se trataba de los bloggers e influencers de moda y belleza más importantes del país, convocados para el lanzamiento de Cruise, la nueva colección de maquillaje de la firma.
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