Beatriz Berrocal - In crescendo

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In crescendo: краткое содержание, описание и аннотация

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Román Salgado llega para ocupar el nuevo cargo de director bancario. Quiere instaurar una nueva forma de trabajo, más actualizada y cooperativa, algo por lo que no será bien recibido. A esto se le suma el ser homosexual, un hecho que parece no encajar con la moral estricta y encorsetada de las viejas glorias del banco.
Ignacio Coronado, el eterno aspirante a ocupar el puesto de director, asume una vez más que el cargo no será para él. Por si fuera poco, tendrá que relacionarse con Salgado. Y colaborar con el nuevo jefe no le será fácil.
Una traición, intereses ocultos y una historia de amor inesperada y difícil de asumir cuya pasión va… 'In crescendo' se darán cita en esta adictiva historia que no dejará a nadie indiferente.

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IN CRESCENDO

BEATRIZ BERROCAL PÉREZ

Primera edición en digital: abril 2017

Título Original: In Crescendo

©Beatriz Berrocal

©Editorial Romantic Ediciones, 2017

www.romantic-ediciones.com

Imagen de portada ©Opolja

Diseño de portada: SW Dising

ISBN: 978-84-16927-41-8

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright , en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

Índice Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 - фото 1

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

1

El ruido que ha hecho el tapón de la botella de cava al ser descorchada por Luis, me ha sacado repentinamente de mis pensamientos, no es el momento para estar cavilando, y menos aún para darle vueltas a algo que ya no se puede cambiar.

—Propongo que brindemos por el mejor de los yernos.

Y, mientras mi suegro derrama el espumoso líquido en las copas que todos le acercan, yo permanezco catatónico con los codos apoyados en la mesa.

—¡Nacho, por Dios! Que estamos brindando por ti...

Al mismo tiempo que mi mujer trata de llamarme la atención, me pongo en pie e intento parecer lo más natural posible.

—Por el nuevo director del Banco Pelayo.

Y el tintineo de las copas chocando entre sí, me parece como el tronar de una bomba dentro de mi cabeza.

Paloma me abraza e intenta darme un beso en la boca mientras el resto de la familia aplaude.

—¡Qué pena que Marta no haya podido estar! Dichosos exámenes...

Mi suegra se seca los ojos emocionada, porque mi hija Marta siempre ha sido su nieta predilecta, y aunque esté rodeada de sus hijos y sus otros nietos, echa de menos a la primogénita.

El recuerdo de Marta hace temblar mis piernas, yo también acuso su ausencia, sobre todo porque sé cuál es el verdadero motivo de que hoy no esté aquí. Trato como puedo de que mis ojos no me delaten, y sacando de dentro la poca fuerza que me queda, hago lo posible para recibir las felicitaciones de todos aparentando la alegría que en estos momentos se espera de mí.

—Enhorabuena, papá. Oye, ahora que vas a cobrar un pastón, podrás subirme la paga, ¿no?

—¡Pero Chimo, por favor! Es increíble, tú vas a lo tuyo... —le reprende mi mujer.

Mi cuñada hace entrada en el salón con una enorme tarta que con letras de chocolate me da una vez más la enhorabuena. Uno de los niños ha puesto en peligro la estabilidad del dulce y un estallido de voces se lanza contra el chiquillo que, abrumado, se pone a llorar tan fuerte como puede.

¿Cuándo acabará todo esto? Solo tengo ganas de encerrarme en mi cuarto, de estar en silencio, completamente solo, rodeado únicamente de mis recuerdos, de tantas vivencias como he reunido en tan poco tiempo.

Está todo concentrado en mi mente, escondido en los recovecos de mi cerebro, allá donde se destierran los momentos más intensos para que nadie tenga opción a penetrar en ellos, para que, siendo solo míos, pueda deleitarme al evocarlos, recrearme aunque me duelan.

Han sido tan solo unos meses de mi vida, solo una parte de estos cuarenta y cinco años que estoy a punto de cumplir, y sin embargo, me han transformado por completo.

Necesito tiempo, tiempo para pensar, para reposar todo, para ordenar mi pobre cabeza porque de no ser así, estoy seguro de que tarde o temprano explotará, como el tapón de esta otra botella de cava que se está descorchando.

—¡Que no se diga! Uno no tiene un yerno como director de banco todos los días. Venga, otro brindis, ahora por la mujer del director. ¡Por mi hija!

Mientras mi mujer se siente el centro del mundo en estos momentos, en un arranque de humanidad, susurra en mi oído:

—Sigo pensando que deberías de haber tratado de localizar a Román para invitarlo a venir, al fin y al cabo, tú no ocuparías su cargo si él no se hubiera marchado, ¿no?

Sus últimas palabras retumban en mi mente como un eco ensordecedor que me rebota en los huesos del cráneo como si estuviera completamente hueco.

“Si él no se hubiera marchado, si él no se hubiera marchado...”.

Malditos recuerdos, benditos sean.

2

—Román Salgado, mucho gusto.

El recién llegado director del Banco Pelayo estrechó mi mano a la vez que con un gesto afable trataba de romper el hielo ante la expectación creada con su llegada.

—Coronado será un gran apoyo para usted, se lo aseguro —le dijo el consejero delegado, refiriéndose a mí con la confianza que avalaban los veinte años que llevábamos trabajando juntos.

Román Salgado me miró sonriente. Parecía un tipo cordial, pero la experiencia me ha enseñado a no hacer juicios antes de tiempo, era el tercer director de banco que conocía, y desde mi eterno puesto de segundo de a bordo los había visto ganarse al personal con palabras amables al principio, para después mirar únicamente por sus intereses. El tal Salgado, no tenía por qué ser diferente por más campechano que pareciera aquel primer día.

—Pues me va a hacer falta tener ayuda aquí, se lo aseguro —me dijo—, los comienzos siempre son difíciles para el que llega.

Acto seguido, el consejero continuó con la ronda de presentaciones de los que ocupábamos la primera fila en el salón de actos, para después subir a la tarima en la que estaba dispuesta una mesa rodeada de varios centros de flores y sobre la cual reposaban cuatro portafolios y otras tantas botellas de agua.

El discurso de bienvenida estaba cargado de elogios hacia Román Salgado, apestaba a peloteo rancio y desnaturalizado por completo. Frases empalagosamente pensadas, almibaradas hasta la saciedad con aquellas palabras que dejaban entrever horas de preparación escudriñando en los más completos diccionarios de la adulación.

—... Respaldado de un prestigio que ha demostrado a lo largo de su trabajo en diferentes entidades bancarias de rango internacional, les aseguro que su brillante formación y su innegable experiencia, enriquecerán el nivel de nuestra empresa y especialmente de esta sede en la que haremos cuanto esté en nuestra mano...

Desde las filas que ocupaban los empleados rasos, me llegó un leve murmullo cuando el orador dijo aquello de “nuestra empresa”, evidentemente, no se sentían identificados con la expresión, tal vez porque ni el preparador del discurso ni la persona que lo estaba leyendo habían pensado en ningún momento en que la empresa fuese de los anónimos ocupantes de las filas traseras, que en aquellos momentos servían de relleno mientras peleaban a muerte para que el sueño no se hiciese notar demasiado ante la aburridísima perorata con la que nos estaban torturando a todos.

Como ocurre con los regidores en los programas de televisión, ante la señal de uno de los organizadores del evento, todos los asistentes comenzamos a aplaudir mientras se producía el relevo del orador ante el micrófono, dando paso ahora al recién estrenado director, que a diferencia de su anfitrión, no llevaba discurso escrito, y se colocó con la mayor naturalidad delante del atril en el que apoyó sus manos vacías, y comenzó a hablar haciendo gala de una indudable experiencia frente al público.

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