1 ...6 7 8 10 11 12 ...21 Cuando Holly salió del despacho, se encontró con el mayordomo que la acompañó hasta la puerta. Ya en la calle, por fin se permitió respirar aliviada, esperaba que el duque se hubiera tragado sus mentiras. Después, se puso a caminar hacia el carruaje, el cochero la estaba esperando con la portezuela abierta para que entrara en el interior del vehículo.
Dentro del carruaje, Gina se encontraba al borde de un ataque de nervios, porque no tenía ni idea de cómo le estaba yendo a su tía Holly con el malvado noble. Y esperaba de todo corazón que el plan que habían fraguado entre su tía y ella, saliera como deseaban.
Tan pronto Holly entró en el carruaje, Gina preguntó:
—¿Cómo ha ido todo, tía Holly?
—Enseguida te lo contaré, querida. Ahora lo importante es que nos pongamos en marcha cuanto antes. —Le indicó al cochero que ya era hora de emprender el viaje, ya que habían llevado el equipaje con ellas para no perder tiempo.
El carruaje se puso en marcha con un brusco bamboleo y poniendo rumbo al destino que había elegido para ocultarse.
—Ahora, cuéntame, ¿qué ha sucedido en la mansión?
—Todo ha salido como estaba planeado. —Holly soltó una carcajada—. Tenías que haber visto la cara de sorpresa que ha puesto cuando le he dicho que estabas comprometida para casarte y te encontrabas viajando para reunirte con tu prometido.
Gina también se rio, y respondió:
—Cómo me hubiera gustado verle qué cara se le ha quedado al altanero duque.
—Lo que importa es que te has librado de convertirte en su juguete por los pelos.
—Sí, tienes razón. Ahora espero que papá, Xavier y Jerome puedan evitar que nos quite nuestro hogar.
Holly puso la mano sobre la de su sobrina para darle ánimos, y respondió:
—Ya verás cómo sí. Ellos son hombres fuertes y no permitirán que ese malvado siga con sus planes de querer vernos arruinados.
—Gracias por todo, tía Holly, yo no hubiera sido capaz de enfrentarme sola a ese noble.
—Eres mi sobrina, y te defenderé de quien haga falta. Lo que sí me sorprendió...
—¿Qué?
—Ese hombre llevaba puesto un antifaz.
—Sí, a mí también me sorprendió que lo llevara puesto cuando le fui a ver, puede que tenga el rostro desfigurado y sea para cubrir alguna cicatriz.
—Bueno, dejemos de pensar en él, Gina. En Éxeter estaremos a salvo una buena temporada.
Gina asintió, y se pusieron a charlar de temas más agradables mientras proseguían el viaje. Las horas fueron pasando y la noche empezó a caer. Encontraron una posada en un pequeño pueblo; a simple vista, el establecimiento se veía en buenas condiciones, y Holly asomó la cabeza por la ventanilla para ordenar al cochero que detuviera el carruaje en el patio de la posada. El cochero detuvo el vehículo, bajó del pescante y ayudó a las damas a apearse. Después de bajar el equipaje y acercarlo a la puerta de la posada, Holly pagó al hombre el recorrido, segura de que a la mañana siguiente encontrarían algún medio de transporte para continuar el viaje. Tras darle las gracias, el cochero subió de nuevo al pescante, puso en marcha el carruaje y se perdió en la espesura de la noche.
Gina y Holly entraron en el establecimiento y pudieron comprobar que era acogedor y que estaba limpio. Con las maletas en la mano, se acercaron al mostrador y Holly preguntó al posadero si tenía habitaciones libres. El hombre le respondió que le quedaba una habitación con camas dobles. Holly asintió y el posadero les entregó la llave, anunciándoles que la cena se servía dentro de media hora, y les indicó las escaleras para que subieran a la habitación el equipaje. Holly y Gina subieron a la planta de arriba, y entraron en la habitación que les habían asignado. No era una habitación grande, pero resultaba confortable y estaba limpia. Aprovecharon que había agua en el aguamanil para asearse y cambiarse de ropa antes de bajar a cenar.
Veinticinco minutos después, bajaron y una de las mozas que atendían en el local las acompañó al comedor. La joven les preguntó qué iban a tomar y les dijo que esa noche había para cenar empanada o codillo de cerdo al horno con patatas. Ambas pidieron limonada para beber y se decantaron por el codillo. La chica no tardó nada en servirles la cena, y comprobaron que estaba sabrosa; luego, tomaron un té para que las ayudara a descansar mejor.
Tras beberse la infusión, Gina y Holly subieron a su habitación, mientras el comedor se iba llenando de huéspedes. Todavía era muy temprano, pero Holly le dijo a su sobrina que era mejor que se acostaran temprano, pues no sabía cuánto tiempo les iba a costar encontrar otro carruaje de alquiler a la mañana siguiente.
Ya acostadas, Holly no había tardado nada en quedarse dormida, pero Gina todavía permanecía despierta sin poder dormir. La imagen del duque aparecía en su mente para torturarla. Y no conseguía entender por qué no podía dejar de pensar en él y le afectaba tanto. Mentalmente, maldijo a ese hombre que se estaba adueñando por completo de su mente y de sus pensamientos. Y tenía que verlo como el canalla que era y que únicamente la quería para satisfacer su deseo. Pero algo se removía dentro de su pecho cuando pensaba en él. Y Gina no entendía qué le estaba pasando, cuando debería odiar con todas sus fuerzas al hombre que había llevado a su familia a la ruina y ahora quería quitarles su casa. Se removió incómoda en la cama diciéndose que tenía que sacar de su cabeza esos pensamientos que no la llevaban a ninguna parte, y que si estaba huyendo era precisamente para que él no lograra lo que pretendía de ella. Su tía y ella le habían demostrado que eran mucho más inteligentes que él, e iba a hacer todo lo posible para que no pudiera encontrarla y cumplir con lo que ese horrible noble pretendía de ella. Era una mujer decente y no iba a arruinar su reputación siendo su amante.
Como Nolan había dispuesto, a la mañana siguiente a las diez en punto, sus dos abogados se presentaron en la mansión para dirigirse a St. James House para desalojar a sus inquilinos. Nolan se subió al carruaje ducal y emprendió la marcha, mientras en otro carruaje lo seguían los abogados. Y no dejaba de pensar en cómo iba a disfrutar ese momento, y de paso, sabría si Gina se había ido como le aseguró su tía.
Cuando el carruaje se detuvo en la propiedad, por la ventanilla pudo apreciar el mal estado en que se encontraba la propiedad, y se alegraba de ver hasta qué punto había arruinado la vida de Gina y la de su familia, y tenía plena seguridad en que nunca se iba a arrepentir por ello; ella lo había despreciado y pisoteado sus sentimientos como si de un trapo sucio se tratara.
El lacayo que había acompañado al cochero en el pescante, bajó para abrirle a Nolan la puerta, él cogió el antifaz que había dejado en el asiento y con un eficaz movimiento se cubrió la cara, bajó del vehículo y se encaminó hacia la entrada de la casa seguido por sus abogados. Vernon ya había abierto la puerta nada más distinguir el carruaje ducal.
—Buenos días, excelencia, ¿qué os trae por nuestra humilde morada? —preguntó, mientras hacía una reverencia.
—Como estarás al tanto, sabrás perfectamente que hoy vence el plazo para que desalojéis la propiedad.
—¿Qué está pasando, Vernon? —los interrumpió Jerome.
—Sabes perfectamente a lo que vengo —respondió Nolan, sardónicamente.
—¡No tenéis derecho a hacernos esto, excelencia! —Jerome estaba empezando a enfadarse.
Nolan los miró desafiante, al tiempo que decía:
—Sí que puedo hacerlo, aquí están mis abogados para demostrar que estáis ocupando de forma ilegal una propiedad ajena.
—¡Eso es una vil mentira, no sé de qué sucia artimaña os habéis valido para lograrlo! ¡Pero de nuestra casa no nos vamos!
Читать дальше