Nolan todavía se encontraba en la cama. Era lo bueno de pertenecer a la nobleza, no se tenían preocupaciones y uno podía levantarse a la hora que fuera. Perezosamente, separó las mantas de la cama, se levantó, se acercó a las amplias ventanas y descorrió la cortina; al instante, la habitación quedó inundada por la luz del sol. Luego, se puso la bata y se disponía a desayunar cuando llamaron a la puerta de la habitación. Nolan hizo un gesto de contrariedad, ya que no soportaba las interrupciones, se anudó la bata y fue a abrir.
—Buenos días, excelencia, siento importunaros, pero han dejado este sobre para vos en recepción —dijo el botones.
—Gracias —respondió Nolan, al tiempo que cogía el sobre.
—¿Estáis cómodo, necesitáis algo? —Quiso saber el empleado.
—Todo está en orden —respondió Nolan.
—Me alegro, ya sabéis que solo tenéis que avisar cuando necesitéis algo. —El botones hizo una reverencia y desapareció por el pasillo para continuar con su trabajo.
Nolan cerró la puerta, vio que en el sobre estaba escrito el nombre del conde Carling, y sin pérdida de tiempo abrió el sobre. Estupendo, se dijo, lo estaban invitando a un baile de máscaras que se celebraría dentro de dos noches. Ya que no le vendría nada mal divertirse unas horas, y diciéndose que tenía que confirmar su asistencia lo antes posible. Se acercó a la mesa del desayuno, dejó el sobre, y se sentó a tomarse el desayuno. Y con el presentimiento de que le esperaban grandes sorpresas.
Después de desayunar, se dio un baño, se vistió con la elegancia de siempre, y tras consultar su aspecto en el espejo, salió de la habitación. Para ese día, el hotel había organizado varias actividades para entretener a los huéspedes. Para los caballeros, habían organizado un concurso de dardos, una partida de cartas, y las actuaciones de dos bellas cantantes. Las damas, se entretendrían bordando, tomando el té, y todo amenizado con la armoniosa música de un arpa.
A la hora de la cena, los huéspedes se reunieron en el comedor, y mientras se sentaban, comentaban lo bien que se lo habían pasado ese día, y los camareros comenzaban a servir la cena.
Nolan se sentó solo. El día le había resultado agradable, pero nada fuera de lo normal. Mientras cenaba, el baile de los condes ocupó de nuevo su mente, deseando que los dos próximos días pasaran pronto para poder asistir al baile. Porque su intuición le decía que en esa casa le aguardaba una gran sorpresa, y deseaba averiguar de qué se trataba.
Después de cenar, pidió un café acompañado de una copa de coñac. De pronto, la imagen de Gina St. James cobró vida en su mente, y se maldijo, porque desde que había llegado a Éxeter no había sido capaz de dar con su paradero, parecía como si Gina se hubiera esfumado del planeta. De nuevo, pensó en la posibilidad de que hubiera abandonado el país en barco, pero Danny le había asegurado que el nombre de esa mujer no se encontraba en las listas de pasajeros de ningún barco que hubiera zarpado de Londres, o fuera a zarpar en los próximos días. Y Nolan tenía el presentimiento de que estaba malgastando sus energías buscando en el lugar equivocado, y ya no sabía qué más podría hacer, quería creer en el detective al asegurarle que estaban tras la pista correcta. A Nolan no le gustaría malgastar su fortuna en algo que no estaba dando los frutos que esperaba.
Nolan sacó esos pensamientos de la mente, se levantó de la mesa, se acercó a la barra del restaurante y allí pidió otra copa de coñac. Todavía no tenía sueño, y estaba seguro de que, si subía a su habitación a acostarse, no iba a ser capaz de dormir. Minutos después, el barman le informó de que varios caballeros solicitaban su presencia para una partida de póquer, y Nolan se alegró por ello, porque así estaría distraído parte de la noche, ya que a todo buen caballero que se preciara, le gustaba disfrutar de una buena partida de cartas.
Y como siempre, Nolan volvió a llevarse las mejores manos y ganó todas las partidas de la velada, ya que tenía mucha suerte para el juego. No había nacido en cuna de oro, pero estaba demostrando mucha más inteligencia que los petimetres que se habían criado en Eton, y que se creían el ombligo del mundo por nacer entre la nobleza.
Los dos días siguientes pasaron como un torbellino, pues toda la servidumbre debía limpiar la casa a fondo, poniendo especial atención en el salón de baile, en el que había que abrillantar el suelo, asegurarse de que todas las velas de las magníficas lámparas alumbraran, colgar cintas decorativas, y un sinfín de tareas que parecían no tener final. Cuando Gina entraba en su dormitorio, se encontraba totalmente exhausta de tanto trabajo. Vera también había ordenado a Holly que ayudara a las doncellas, y su tía hacía que las largas jornadas fueran más amenas.
Ya era por la tarde, y Gina y Holly se encontraban en el salón de baile poniendo flores frescas, mientras las otras doncellas se ocupaban de preparar la mesa, y la orquesta que amenizaría la velada montaba el palco y afinaba los instrumentos.
Con el paso de las horas, Gina se veía cada vez más nerviosa, por mucho que había pensado en la forma de que Graystone no la viera, no se le había ocurrido nada. Y, por descartado, podría decirle a Vera que precisamente esa noche se encontraba mal. No le quedaba más remedio que mentalizarse de que estaba expuesta al peligro, porque con la gente disfrazada no podría reconocer al duque, y eso le daba mucho miedo, porque quedaba a merced de él.
Su tía Holly interrumpió sus pensamientos.
—Querida, ¿me estás escuchando?
Gina, sacudió suavemente la cabeza para volver a la realidad.
—Perdona, tía Holly, ¿qué me decías?
—Veo que estabas muy distraída.
—Sí, estaba pensando en que esta noche Graystone descubrirá mi paradero.
—Gina, no puedes pasarte la vida atemorizada por culpa de un hombre, eres una mujer hecha y derecha, ya se cansará cuando vea que de ti no va a conseguir lo que quiere.
—Tienes toda la razón, tía. Pero te olvidas de que existe la posibilidad de que haya echado a la familia de casa, y se haya apropiado de nuestras pertenencias.
—Eso solo es un vil chantaje para que tú te acuestes con él y convertirte en su amante. Te aseguro de que no nos puede quitar nuestro único hogar.
—Por cierto, quiero contarte que anteayer les he escrito una carta para saber cómo sigue todo por Londres.
—Cariño, has hecho muy bien, yo misma lo habría hecho, pero no puedo separarme ni un instante de lady Dolly. Y estoy preocupada por mis hijos.
—Lo sé, y tenemos mucho que agradecerles a los condes que hayan permitido que nos quedáramos las dos en esta casa. Y me siento muy culpable porque una mujer como tú tenga que trabajar.
Holly se acercó a Gina, y la abrazó al tiempo que decía:
—Mientras las dos podamos estar juntas, lo demás no importa. —Se separó de su sobrina, y la miró a los ojos—. Ahora, ayúdame con este jarrón de flores.
Gina y Holly continuaron decorando el salón, mientras las otras doncellas se aseguraban de que el resto de la casa estuviera en perfecto orden. Luego, Holly abrió las ventanas de la estancia para airear, mientras Gina limpiaba de nuevo el suelo para que estuviera reluciente.
Horas más tarde, todas las doncellas se habían retirado a sus aposentos para cambiarse de ropa y ponerse el uniforme que debían usar cuando se celebraba algún evento importante. Gina, en su dormitorio, se miró en el espejo mientras se arreglaba y se aseguraba de tener el mejor aspecto posible.
De pronto, Gina notó un frío escalofrío por todo el cuerpo, y detrás de ella vio aparecer a Jeremy a través del espejo, ella intentó gritar, pero él fue más rápido y le tapó la boca con la mano, mientras la apretaba fuerte contra su cuerpo.
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