Nathan Burkhard - La herencia maldita

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Después de su última batalla, el clan más joven de ángeles regresará a su monótona vida de adolescentes. Pero Natle, tras su pérdida, se sentirá terriblemente perdida, sin control sobre sus poderes.
Pero todo cambiará cuando Max llegue a su vida. Sintiéndose atraída de inmediato por él, no encontrará explicación a ese sentimiento profundo, ya que el inusual color de sus ojos le muestra un camino diferente al que su guardián le mostró desde su infancia.
En esta aventura Natle y Joe serán puestos a prueba y sabrán que son capaces de hacer. ¿Podrán renunciar a su libertad? ¿Resistirán, o se dejarán seducir por la oscuridad?
No te pierdas la segunda entrega de los Ángeles caídos de Nathan Burkhard.

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El abuelo prefiere limpiar su biblioteca antes que estar presente en una reunión a la cual no le dará importancia.

Sí, lo sé. Pero preferiría que vengas a cenar jovencita la observó tras el periódico ocultando su sonrisa.

Antes de que Natle pudiera responder, escuchó el rugir de una motocicleta, era casi las diez de la mañana, muy exacto para ser preciso ¡Mamá! ¡Papá! Nos vemos después, denle un beso a los abuelos y que los quiero mucho.

—Natle llega temprano, ve de frente a casa de los abuelos le recordó Jonathan, viéndola salir como un pequeño petardo por la cocina.

Una vez solos, su esposa lanzó la toalla de cocina sobre la mesa con fuerza Se supone que debes infringir reglas Jonathan, ese muchacho pasa aquí con ella casi las 24/7 y que se vaya con él así de repente. No estoy de acuerdo que Natle mantenga tan estrecha relación con ese muchacho, no después de lo que escuchamos.

Michel, por favor. No delante de Gabrielle bajó el periódico dejándolo en la mesa, tomó su taza de café y le dio un largo sorbo No entiendo que te molesta, el amor es así. Deberías recordarlo.

Michel por un instante quiso gritar, pero ella tan solo giró sobre sus talones y salió de la cocina, estaba dispuesta a seguir con sus planes.

¿Qué conversación? preguntó de repente Gabrielle a su padre.

Tú solo termina tu cereal, son conversaciones de adultos, no de niñas.

Tengo quince.

Para mi eres una niña. Termina tu cereal ordenó volviendo a sostener el periódico.

Gabrielle rodó los ojos y se llevó una cuchara de cereal a la boca, algunas veces creía que su padre era demasiado condescendiente con Natle, mientras que con ella era duro e inflexible, todo lo contrario con su madre, aunque en esa familia todo se trataba de bandos y ella había elegido el mejor.

Con una sonrisa en su rostro Natle salió a su encuentro, no dudo en correr y lanzarse sobre sus brazos, dándole un beso apasionado.

Al fin salió ¡Aleluya! —le sostuvo de la cintura, pegándola hacia su cuerpo, abrazándole tiernamente.

—Date prisa, debo llegar a casa de mis abuelos a cenar logró zafarse, subiendo a la motocicleta.

—¿Nada de besos? Estas matándome expresó con ironía.

—No hablemos de muertes inminentes, solo cállate y conduce hizo una mueca, siguiendo el camino para una cita romántica en una bella mañana. Tomándole de la cintura, Joe hizo rugir el motor y aceleró, sacándola de la tranquila zona de Philadelphia.

Minutos después, Jonathan abrió la puerta del pasajero para su hija menor y su suegra mientras que su esposa tomaba posición del asiento del copiloto, el padre de familia tomó su lugar tras le volante y encendió el motor dejando atrás la casa. Pero por un breve instante deseó regresar y convencer al abuelo de que los acompañara, pero al verlo por la ventana supo de inmediato que Michael no deseaba ir.

El abuelo observó por la ventana como su familia se iba en el auto, para él era una tradición observar hasta que los perdiera de vista, pero en ese momento no logró perderlos del todo, ya que una extraña sensación de apoderó de él.

No paso ni diez minutos cuando vi al auto partir, volvió la cabeza hacia atrás, y no pudo entender cómo es que esos tres intrusos habían logrado entrar a su segura casa —¿Quiénes son ustedes? —preguntó con el ceño fruncido, mientras que yo comencé a buscar entre los cajones de su escritorio, me habían dado instrucciones claras, deseaban una daga y la necesitan con urgencia, Sarah lanzaba por la habitación los libros y por supuesto la amante de Piora tan solo sonrió en respuesta, esa mujer no movió por el momento ni un dedo en búsqueda del objeto.

—Tienes algo que nos pertenece —inquirió ella con desdén.

Me dieron una orden, encuentra la daga y tráela.

Sentir el viento sobre su rostro congelando sus mejillas y haciendo volar sus cabellos era la mejor sensación que podía tener, el otoño era su estación favorita, Joe tenía las mejores ideas y rutas para un paseo, sobre todo para una escapada de sus padres y por supuesto de las miradas inquisitivas de Michel. Aceleró hasta que en minutos las casas y zonas residenciales quedaron atrás dando paso a un recorrido de cerca de una hora con cuarenta minutos, Natle tan solo disfruto de su recorrido, pero sospechaba a donde se dirigían, al primer lugar que visitaron juntos, el lugar donde supo que amaba a Joe.

Estacionó la motocicleta y se quitó el casco, ambos volvieron el rostro y vieron la estatua de la Libertad, las nubes estaban oscuras dándole un aspecto lúgubre —Recuerdas que aquí vinimos la primera vez que escapamos.

—No creo que podría olvidar fácilmente ese detalle —Natle se bajó de la motocicleta, se quitó el casco entregándoselo a Joe, dio unos cuantos pasos hacia adelante, admirar esa belleza monumental era simplemente magnifico —Nuestra primera cita.

—Si es que se pudo llamar cita —se encogió de hombros, bajando de la motocicleta y acercándose abrazándola por detrás de ella, tomándola de la cintura y apegándola a su pecho.

—Fue un momento perfecto.

—Por qué te empeñas a hablar en pasado —besó su cuello depositando en ella un estremecimiento momentáneo.

—Porque así fue, lo hicimos el año pasado —tomó las manos de Joe sobre las suyas, haciendo del momento más íntimo —Fue un año caótico, lleno de dolor, enfrentamientos de los cuales solo un mal sinsabor de boca se queda impregnado sin darte opción a poder saborear otras cosas.

—No, me temo que eso es mentira, me enseñaron a poder valorar cada minuto que tengo contigo, con nuestras familias —hizo una pausa significativa —Algunas veces, cuando recuerdo lo que vivimos, el día en que nos conocimos, algo me impulso a sacarte de Ben Corp, algo me impulsaba a tomarte entre mis brazos y sacarte de inmediato de allí, desde el día en que te conocí supe que te tendría para siempre —susurró pegando su barbilla sobre la coronilla de la pequeña cabeza de Natle.

—Supongo que en algún momento lo haremos —se encogió de hombros, pero cuando su mirada se fijó en la estatua, sus ojos dieron un brillo inexplicable, cerrándolos de inmediato no pudo controlar una extraña sensación sobre la boca de su estómago —Deberíamos irnos, ya.

—¿Por qué? El día ni ha comenzado —inquirió él extrañado por el cambio de humor de su novia.

—Solo creo que deberíamos irnos, quiero volver a casa, podremos hacer algo allí —quitó las manos de Joe, giró sobre sus talones y fue directo a la motocicleta, tomó el casco y se lo puso.

Dijo algo que te molesto acaso fue más una pregunta que una afirmación, frunció el ceño y la vio nerviosa, pero no entendía absolutamente nada ya que en cuestión de segundos algo cambio y no sabía por qué.

No, no es eso. Solo abrió la boca para poder explicarle, pero no pudo, bajó los hombros y cerró la boca Vayamos a casa, por favor.

Quizás se había apresurado en algunas cosas, pero su actitud extraña, sus preguntas y respuestas esquivas solo lograban confundirlo más y preocuparlo incluso, pero no podía negarse a regresar de manera inmediata, además las nubes anunciaban una gran tormenta, algo que no estaba programado en el pronóstico del tiempo de esa mañana, Joe giró y caminó hasta la moto, subió a ella, se puso el casco y encendió el motor, esperando a que ella subiera para poder acelerar y salir de allí, el regreso sería incluso más rápido de lo que él tenía planeado.

CAPÍTULO 9:

FLOR DE LOTO

Hacer un desastre era todo lo que pensé que se haría en esa casa, el anciano estaba asustado, podía notarlo en el tono de su piel y el leve sudor que perlaba su frente, repitiendo una vez la pegunta pero está vez su tono fue más duro —¿Qué hacen en mi casa? —corrió hacia el teléfono en un intento de llamar al 911, pero la Amante como solían conocerla, lo sujeto con fuerza del cuello elevándolo unos centímetros del suelo y cortándole la respiración al viejo.

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