Gonzalo Alcaide Narvreón - Relatos de un hombre casado

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Hombres de Barrio es el segundo de los relatos de la serie RELATOS DE UN HOMBRE CASADO, en el que G. Narvreón nos regala una serie de historias breves y salvajemente calientes.
En este libro, Gonzalo continúa relatándonos sus experiencias vividas en la exploración de su bisexualidad, en las que se forjan relaciones entre hombres comunes, Hombres de Barrio, que viven como padres de familia, sin exagerada producción, alejados de cualquier estereotipo homosexual y que viven su bisexualidad de manera oculta.
Con la ayuda de Gonzalo, muchos de ellos finalmente se atreven a explorar su propia bisexualidad y cruzan la línea tan deseada aunque temida, dejando a un lado sus propios tapujos y prejuicios.
Tal como lo hizo en Volando al sur, G. Narvreón relata de manera explícita las experiencias vividas por Gonzalo y con la intención de no debilitar el carácter salvaje del relato, el autor hace uso del lenguaje habitual y vulgar que utilizan los hombres de Buenos Aires al hablar o al estar inmersos en situaciones sexuales, más allá de condiciones culturales, sociales o económicas.

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–No, no, estaría bueno, pero me da paja tener que cambiarme nuevamente –contestó Martín.

Mi comentario no había sido premeditado, surgió espontáneamente, pero imaginármelo en pelotas, dentro de la piscina, realmente, resultaba una imagen digna de un spot publicitario.

–Che, ¿tenés planes para esta noche? –pregunté.

–No, nada de nada, ¿por? –dijo Martín.

–Si tenés ganas, pedimos unas pizzas o unas empanadas y cenamos acá, al aire libre –dije.

–Dale, estaría bueno, acepto –contestó.

Nos decidimos por un par de pizzas y para hacerla completa, pedimos 1 kg de helado.

Nos quedamos conversando al borde del agua, esperando que llegase el delivery .

Sonó el timbre y me levanté para ir a la puerta.

–Bancá que te doy dinero –dijo Martín.

–Dejate de joder, yo invito –respondí.

Fui hacia la puerta y por un instante, se me cruzó la imagen de esas escenas cliché que uno ve en las películas, del delivery boy que termina garchando con el dueño de casa, y me imaginé un trío con Martín y con ese pibe…

Rápidamente regresé a la realidad, agarré las dos cajas de las pizzas y pagué. El delivery se estaba yendo y simultáneamente llegaba el del helado… En mi cabeza, había comenzado a escribir el guion de una película porno…

Entré a la casa cargando los pedidos. El helado y una botella de espumante al freezer , pizzas sobre la mesada, y Martín, que se acercaba para ayudar.

–¿Vino?, ¿cerveza? –pregunté.

–Si a vos te da igual, para acompañar pizzas prefiero cerveza –respondió Martín.

–Dale, agarrá de la heladera que hay varias botellas –dije.

–¿Cubiertos o con la mano? –pregunté.

–Dejate de joder, con la mano –respondió Martín.

Agarré un par de platos, servilletas y vasos que puse sobre las cajas de las pizzas y fuimos hacia el jardín.

–Me voy a quedar en patas che –dijo Martín.

–Hace lo que quieras, pa, sentite como en tu casa –dije.

Pasamos un momento realmente agradable y distendido, en el que nos contamos un poco sobre nuestras vidas. Martín se explayó sobre la historia de su matrimonio, me contó sobre los problemas que venían teniendo y sobre la reciente separación.

La situación sí que había virado hacia un rumbo sumamente extraño. El tipo que tanto me calentaba en el gym , estaba sentado frente de mí, en mi jardín, clavándose una pizza, tomando cerveza, charlando como si fuésemos amigos, cuando, al mediodía, se había ido enojado por mi intento frustrado. Finalmente, se la había mamado y me había empomando… Todo muy raro y surrealista.

Sin darnos cuenta, de a poco y distendidos, entre porción y porción, nos habíamos bajado dos botellitas de cerveza cada uno. Yo no estaba acostumbrado a tomar tanto y me sentía afectado por el alcohol. Por el brillo en los ojos de Martín, imaginé que él tampoco debería estar acostumbrado.

–No doy más boludo, estoy que exploto –dijo Martín, recostándose en el respaldo de la reposera y estirando sus piernas.

–Yo tampoco, pa, comí, tomé y cojí mucho, pero acordate que queda el helado –contesté.

–No hablemos más de sexo, que se me pone nuevamente la pija dura, y con lo entregado que estoy, no sé cómo puede terminar la noche –dijo Martín.

Sin decir nada, aunque decodificando su comentario, copié lo que había dicho Martín; me recosté en la reposera, y permanecí boca arriba, relajado, mirando el oscuro cielo estrellado y disfrutando de su amena compañía.

Abrí los ojos y me di cuenta de que me había quedado dormido por un rato. Martín tenía la cabeza girada hacia mi lado y estaba plácidamente dormido; respiraba profundamente y tenía dibujado en su rostro una cara de placer indescriptible.

Claro, pensé; le había sacado dos tremendos polvos, sumado a la tensión previa, a la comida y al alcohol… Combo perfecto como para que cayera en un profundo sueño.

Fui hacia la cocina para preparar café, pensando en que, si Martín no se despertaba, para no interrumpirle el sueño, lo dejaría durmiendo allí.

Los perros de la casa vecina comenzaron a ladrar. Miré hacia el jardín y vi que Martín se estaba desperezando y que, lentamente, se incorporaba. Caminó hacia la cocina, aún con los ojos semi abiertos.

–Buenas noches –dije sonriendo.

–Uy, boludo… me quedé profundamente dormido –dijo.

–¿En serio?, no me había dado cuenta –dije riéndome.

–Me pegó mal la cerveza –dijo.

–Si, pa, yo también me quedé dormido, recién me desperté –dije.

–Creo que, de no ser por esos perros de mierda, hubiese seguido durmiendo hasta mañana –dijo Martín.

–Sí, me imagino que sí. No es frecuente que ladren. ¿Café? –pregunté.

–Dale, así me despierto para manejar hasta casa –respondió Martín.

–Che, falta el helado y el espumante que esperan en el freezer –dije.

–Naaa, man … ¿vos me querés matar? –respondió Martín.

–No, en verdad te quiero emborrachar –dije bromeando.

–Boludo, tengo que volver a casa –dijo Martín.

–Pero ¿tenés que fichar o te espera alguien? –pegunté.

–No bolas –contestó.

–Entonces, ¿cuál es el problema? El auto lo tenés adentro, te quedas a dormir y mañana disfrutamos de un día de pileta –dije.

Martín me miró sorprendido por la propuesta, pero no dijo nada. Creo que no se lo esperaba y, a decir verdad, yo tampoco lo esperaba, ni tenía planeado hacerle semejante invitación.

Serví café y nos quedamos sentados en la barra de la cocina.

–¿Helado? –pregunté.

–Bueno… dale, ya que estamos, hagámosla completa; mañana a correr 10 km para al menos compensar algo –dijo Martín.

–Dale, mañana vamos juntos al río… de todas maneras, no te olvides que el sexo ayuda a quemar calorías –dije.

–Tenés la idea fija, man –dijo Martín.

–No, ¿por qué?, ¿no es verdad lo que digo? –respondí.

En verdad, Martín estaba en lo cierto… Yo tenía la idea fija y pretendía continuar garchando con él; de ser posible, toda la noche y lo que quedaba del fin de semana.

Saqué el helado y la botella de espumante del freezer, agarré dos cucharitas, dos bowls , dos copas y regresamos al jardín.

–Pará boludo, en serio, el alcohol me pega fuerte, no estoy acostumbrado –dijo Martín.

–Dejate de joder… Nada más placentero, además del sexo, que un buen helado y un rico espumante bien frío –dije.

El café y el aire fresco comenzaban a despejar nuestras mentes, aunque rápidamente, las burbujas del espumante nos fueron sumergiendo en un estado de somnolencia, de relajación y de entrega.

Me incorporé y me acerqué a Martín; me senté en el borde de su reposera y acerqué mi cara a la suya… Noté que estaba perdido en sus pensamientos, quien sabe por dónde. Me animé y le clavé un profundo beso de lengua. Pude percibir la fusión de sabores del café, del helado y del espumante. Era la primera vez en la que nuestras lenguas por fin se cruzaban.

Casi susurrando dijo:

–Me querías tener entregado así turro… sabés que despierto y en mis cabales, no te dejo hacer esto –dijo.

En verdad, me había resultado llamativo que Martín no hubiese intentado alejar su cara para impedir el beso; estaba claro que, el alcohol y el cansancio, le habían bajado las defensas.

Sin responder y ex profeso, incliné mi copa de champagne para dejar caer el contenido sobre su pecho.

–Ups… y ahora ¿qué hacemos? –dije.

Martín no respondió; realmente, estaba entregado; parecía como anestesiado.

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