Gonzalo Alcaide Narvreón - Relatos de un hombre casado

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Hombres de Barrio es el segundo de los relatos de la serie RELATOS DE UN HOMBRE CASADO, en el que G. Narvreón nos regala una serie de historias breves y salvajemente calientes.
En este libro, Gonzalo continúa relatándonos sus experiencias vividas en la exploración de su bisexualidad, en las que se forjan relaciones entre hombres comunes, Hombres de Barrio, que viven como padres de familia, sin exagerada producción, alejados de cualquier estereotipo homosexual y que viven su bisexualidad de manera oculta.
Con la ayuda de Gonzalo, muchos de ellos finalmente se atreven a explorar su propia bisexualidad y cruzan la línea tan deseada aunque temida, dejando a un lado sus propios tapujos y prejuicios.
Tal como lo hizo en Volando al sur, G. Narvreón relata de manera explícita las experiencias vividas por Gonzalo y con la intención de no debilitar el carácter salvaje del relato, el autor hace uso del lenguaje habitual y vulgar que utilizan los hombres de Buenos Aires al hablar o al estar inmersos en situaciones sexuales, más allá de condiciones culturales, sociales o económicas.

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Noté que comenzó a aumentar la potencia de las embestidas; había logrado llevarme a un estado de éxtasis difícil de explicar. En ese momento, hubiese cedido a cualquier reclamo.

–No aguanto más –dijo Martín.

–Dame leche papá, llename –contesté.

Inmediatamente, comenzó a gritar y a tener espasmos, mientras que largaba semen dentro de mí. Sentía sus espasmos que no hacían más que incentivar mi deseo por pedir más y más; me lo quería comer entero.... ¡Qué lindo macho!

Finalmente, sacó su caño de mi orto, se quitó el preservativo y quedó desplomado boca arriba sobre la cama.

Vi su cara colorada y empapada, con las venas de las sienes marcadas y latiendo... Comenzó a sonreír, emitiendo sonidos entrecortados por la agitación.

No lo puedo creer –dijo.

Yo me sentía en el límite de la excitación, pensando en lo que acababa de suceder; viendo a Martín exhausto, tirado sobre mi cama.

Me acerqué a su cara completamente sudada y dije:

–¿Estás más relajado ahora?

–Sos un hijo de puta –respondió.

Comencé a bajar por su pecho peludo, mordí sus tetillas, pasándole la lengua por todos lados, hasta llegar a su pija semi erecta. Por la punta de su glande, asomaba una gota de semen, que limpié con la punta de mi lengua.

Volví a engullirme su pene, notando como comenzaba a ponerse firme nuevamente.

A pesar de los meses que llevaba sin tener sexo y de su estado físico, me llamó la atención que luego de dos polvos, tan rápidamente se le estuviese parando.

Man , pará, ¿no tenés límites? Me la vas a gastar. ¿No te cansaste de chupármela? –dijo Martín.

Lo miré a los ojos, saqué su pija de mi boca y respondí:

–Con un papi como vos, no me puedo cansar nunca; puedo continuar toda la noche. ¿Para qué crees que entreno en el gimnasio? –dije sarcásticamente.

Continué mamándosela dulcemente, metiéndomela hasta donde podía y sacándola, hasta que quedé besando solo la punta. Comencé a chuparle las bolas y me animé a descender más cerca de su ano. Note que Martín comenzó a hacer unas muecas de placer, como no entendiendo que le estaba haciendo, o no conociendo que podía sentir placer en esa zona, que, evidentemente, nunca había sido explorada.

–¿Nunca te chuparon el orto? –pregunté.

–No, nunca y no creo que alguna vez me lo hagan –dijo.

Pensé “Eso vamos a descubrirlo ahora mismo.”

Puse foco en su perineo; comencé a recorrer con mi lengua desde la punta de su glande, hasta la puerta de su ano y permanecí en esa área, lamiéndolo de un lado al otro, apretando y pasando la lengua desde las bolas hasta cerca de su orificio. Me engullí nuevamente su pija, que estaba nuevamente como un tronco y comencé a bajar hacia sus bolas. Pasé mis brazos por debajo de sus piernas y las coloqué sobre mis hombros para disponer de su culo a mi voluntad.

Martín permanecía con los ojos cerrados y con los brazos cruzados por detrás de su cabeza.

Bajé y fui con mi boca directo a su orificio; se lo escupí bien, llenándoselo de saliva y comencé a lamérselo, introduciéndole lentamente la punta de la lengua. Martín comenzó a retorcerse de placer.

–Que flor de hijo de puta que sos nene –exclamó– jamás imaginé que se pudiese sentir tanto placer en esa zona.

Tomé el frasco de lubricante y comencé a embadurnar bien su culo, mientras que ponía un preservativo en mi pija, que ciertamente, no tiene el tamaño ideal como para desvirgar a nadie.

En verdad, estaba seguro de que, cuando Martín notara lo que estaba por hacer, me lo impediría y hasta se enojaría, pero estaba dispuesto a correr el riesgo e intentarlo.

Acomodé bien sus piernas por sobre mis hombros y apoyé mi glande en su ano. Recién ahí, se dio cuenta de lo que estaba pasando, abrió los ojos e intentó incorporarse, pero no pudo; cruzándole los brazos por detrás de sus piernas, lo tenía dominado. Presioné levemente mi glande sobre su ano.

–Para, hasta acá llegué, ni en pedo me cojés –dijo enojado.

Pude ver su cara de temor.

Ayudado con los brazos, deslizó su cuerpo hacia atrás para alejarse de mí, e intentó bajar las piernas para incorporarse. Yo siempre pensé que las cosas debían hacerse con el consentimiento de las partes y a pesar de que estaba descontrolado, me di cuenta de que necesitaba laburarlo más como para lograr que cediese. Realmente, tenía el deseo de violarlo, pero, claramente, no era la manera.

Dejé que bajase sus piernas y me tiré a su lado.

–¿Te gustó la chupada de orto que te di? –pregunté.

–Increíble, man , pero cojerme no; eso sí que no –dijo.

–Relajate, no va a pasar nada que no quieras que pase –dije.

Martín dejó sus brazos peludos tendidos al lado de su cuerpo. Su pene continuaba erecto como tronco, por lo que me dirigí hacia allí para pegarle otra mamada.

Descendí hacia su ano para comenzar con el mismo trabajo que le había hecho previamente, elevando nuevamente sus piernas y apoyándole mi glande.

–¿Qué parte no entendiste? Tenés la idea fija querido… –dijo Martín.

Claramente, no cedería a ser penetrado y si mi meta era esa, debería buscar otra estrategia.

–Estoy con la chota a punto de explotar boludo –dije.

–Y bueno, pajeate, pero en mi orto no entra –respondió.

–Al menos ayudame, pajeame vos –dije.

–Ni en pedo, man .

Estaba todo dicho; Martín no se dejaría cojer, no me la tocaría y menos aún me la mamaría, por lo que me tiré a su lado sin tocarme y permanecí a la espera de que se me fuese la erección. No quería descargar, por si llegase a producirse algún milagro que me permitiese avanzar hacia mi objetivo.

Le pregunté si quería darse una ducha y aceptó. Me quedé tirado en la cama, pensando en que movida podría hacer como para mantener a Martín en casa... Algo se me ocurriría, pero debería ser rápido. Ya estaba cerrando las llaves del agua y en breve saldría del baño, se vestiría y se marcharía…

Capítulo III

Noche gloriosa

Me incorporé y fui hacia el baño para cepillar mis dientes y para tomar una ducha. Martín aún permanecía dentro de la bañera y estaba terminando de secarse.

–Uf, ahora es otra cosa –dijo.

–¿Te referís a la descarga o a la ducha? –pregunté sarcásticamente.

–A ambas cosas –respondió.

Su comentario me estaba dejando en claro que, “El Señor” muy macho, muy firme y violenta su reacción del mediodía, tan reacio a que se la mamara, pero, finalmente, estaba aceptando que el sexo era sexo y que una boca era una boca.

–Me doy una ducha rápido y salgo –dije.

–Dale, me visto y te espero abajo –contestó Martín.

Salió del baño y yo me metí bajo el agua pensando en que hacer para retenerlo.

Me sequé, me puse un short , una remera y bajé las escaleras. Vi que Martín estaba sentado en una reposera cerca de la piscina, lo que me hizo imaginar que no debería tener ningún programa ni apuro por irse.

La noche se presentaba espectacular, el cielo completamente despejado y estrellado; la temperatura había descendido bastante, por lo que se podía ver el vapor en la superficie del agua, ya que siempre dejaba la caldera encendida para mantener la temperatura agradable; sea invierno o verano.

–Hermosa noche –dije.

–Sí, un poco fresca, pero realmente espectacular. Veo que mantenés el agua templada –dijo Martín, que había notado el vapor en la superficie.

–Sí, me gusta nadar, así que intento mantener el agua templada la mayor cantidad de meses al año; al no estar cubierta, salvo que la temperatura ambiente este por debajo de los 10º C, se mantiene bastante bien. ¿Querés meterte? –pregunté.

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