—Ahora mismo no entiendo nada. Esto es lo más extraño que me ha pasado jamás —me sinceré.
Dilan asintió.
—Te entiendo, hermanita. Bueno, todo es extraño hasta que nos acostumbramos.
—Nunca me hubiera acostumbrado a vivir sin ti. Sinceramente, no sé cómo conseguía despertarme sin que tú me movieses.
—Es que tengo un don para molestarte —soltó con sorna.
—Creo recordar que desde los cinco años nunca me has dejado dormir más tarde de las ocho.
—Sin ti cabreada, las mañanas no eran lo mismo.
Fingí un gemido de indignidad, pero antes de poder decirle nada, un pitido ahogó mis palabras: el timbre.
—¡Maldita sea! —espeté, echándome las manos a la cabeza—. ¡Tenía que ser jueves!
Mi hermano dejó de mover las manos frenéticamente por mi mesa y me miró a los ojos con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa los jueves?
—Pues que Ángela, Kate y yo habíamos quedado en que los jueves vendrían a recogerme a casa para ir al instituto.
Había hablado como una completa histérica, y no pondría en duda el hecho de que quizás Ángela y Kate me hubieran oído. Revolví mis manos sudorosas. No podía respirar con normalidad. Los nervios me atacaban. ¡¿Cómo se suponía que iba a explicarles a mis amigas aquello?! Que mi hermano había vuelto extrañamente a la vida, pero sin llegar a estarlo de nuevo. Si sonaba a disparate en mi cabeza, saliendo de mi boca debía parecer el rezo de una completa psicópata.
—Vale —me susurró él, cogiéndome de los hombros—.Tú dedícate a hacer como si nada hubiera pasado. Tranquilízate, olvídalo todo y…
—Emma, ¿estás ahí? —interrumpió la voz de Ángela.
—Eh… Sí, ya voy. Esperad un segundo.
Dilan me cogió de un brazo, esperando que le dejase acabar:
—Voy a hacerme invisible. Os seguiré hasta el instituto y luego me convertiré en otra persona.
Aquello de hacerse invisible era parte de lo que me había contado esa noche, pero a mí aún me costaba asumirlo, incluso entenderlo, así que levanté la ceja derecha con incredulidad hasta que recordé sus anteriores palabras: «Y aunque parezca una estupidez, lo de los poderes es cierto. Un tanto extraño y complicado de explicar, pero cierto».
—Está bien…
Abrí la puerta lentamente, dejando asomar solo la cabeza.
—Hola, chicas. ¿Qué tal?
Había sonado como una completa cría. Nunca conseguía controlar la extraña voz de pito que me salía cuando me ponía excesivamente nerviosa
—Congeladas. Has tardado mucho en abrir —dijo Kate, tiritando.
Me mordí un labio por sentirme culpable, pero Ángela pareció notar algo más.Aquella voz le había despertado una gran curiosidad, y me observaba como si de un misterio se tratase
—Ojos claros, ¿pasa algo? Te noto rara.
—¿Qué va a pasar? —Mi nerviosismo era palpable, tanto que resultaba empalagoso—. Estoy perfectamente, Angi.Venga, pasad.
Mi corazón latía a mil por hora, haciéndome sudar a mares. Ángela entro sin más, como siempre hacía; en cambio, Kate se me quedó mirando. Alguien me dio un empujo por detrás, lanzándome a los brazos de ella. Sin duda, era él. La abracé con fuerza, pero no me devolvió el abrazo. Se quedó rígida. A Kate nunca le habían gustado las muestras de cariño, por lo que aquello debía de haberla dejado un tanto descolocada. Finalmente, cerré la puerta tras mis amigas, intentando parecer indiferente.
—Has hecho algo —afirmó Ángela—. No soy tonta, y menos cuando…
Kate soltó un chillido agudo, cortando a Ángela y cayendo al suelo de manera bochornosa.
—¡Aaaj! ¿Con qué diablos he tropezado?
—No sé —dije, acercándome para ayudarla a levantarse—. Te habrás pegado con el pomo de la puerta.
—Emma, soy patosa, pero no tanto.Aquí había algo.
—Dime ahora mismo qué ocurre. ¿Has vuelto a coger un perro de la calle? —preguntó Ángela, cruzándose de brazos.
—Angi, deja de actuar como si fueses mi madre.Yo no he hecho nada, bobalicona.
—A lo mejor tiene razón. Quizás me he tropezado con el pomo de la puerta.
Ángela puso los ojos en blanco, como si aquello la hubiese decepcionado.
—Si tú lo dices… Pero no quiero que nos escondas nada, Ojos claros.
—No. ¿Por qué os tendría que esconder algo?
Entonces, ella estiró un brazo y, fuera como fuere, atrapo algo al vuelo.Tragué saliva, observando la situación con verdadero pavor: mi hermano apareció de la nada.Ángela le había atrapado la chaqueta.
—Pero ¡¿qué diablos?! —exclamó Kate.
Me dispuse a dar una respuesta a aquello, pero Ángela se desplomó de golpe, dejándonos a todos mudos. Me acerqué hasta ella con rapidez, palpándole el cuello para buscarle el pulso que, asombrosamente, aún conservaba.Acto seguido me giré hacia Dilan:
—¡¡¡Se ha desmayado!!! Por Dios, ¡¿podías haber sido más discreto?! —le pregunté con brusquedad.
Él pareció no oír mis palabras. Estaba absorto en Kate, la cual respiraba de forma entrecortada.
—Dime que tú también lo ves —masculló con una voz tan ahogada que parecía tener la garganta encharcada.
Me quedé un segundo en blanco. Mis dedos seguían sobre el cuello de Ángela, movidos rítmicamente por su lento pulso. Me volví hacia Dilan y, finalmente, asentí:
—Sí. Es él.
Los ojos de Kate se dilataron, pasando de azules a negros. Levantó uno de sus brazos lentamente, casi temblando, al igual que todo su cuerpo, y tras señalar a Dilan, abrió la boca con rapidez y gritó como una lunática:
—¡¡¡Un fantasma!!!
Aquello no tenía pinta de ser una situación fácil y controlable. Mis pies tamborileaban el suelo con nerviosismo. No me atrevía a girar la cabeza hacia mi hermano. Habíamos conseguido tranquilizar a Kate casi de milagro y sentar a Ángela, la cual ya había despertado. Levanté un poco la cadera para sentarme de otra forma. Me sentía realmente incomoda. La tensión se palpaba en el ambiente como un horrendo tufo. Entonces, Dilan cogió aliento y se atrevió a empezar la conversación:
—Ángela, perdóname. ¿Estás bien?
Los ojos de mi amiga estaban vidriosos y plagados de miedo, pero no dudó en asentir.
—Pero, pero Emma… Es Dilan —susurró por fin Kate.
Esperé a que continuase, pero al no ver intención, le respondí que sí con una sonrisa. Kate no pareció aliviarse. Su cuerpo seguía tenso, alerta.
—Emma, estamos viendo a Dilan, a nuestro Dilan, a Dilan Watson. Él… está muerto.
—Lo sé, Kate. Pero no es nada de lo que asustarse.
Ángela abrió los ojos de par en par, como si acabase de aterrizar en la tierra.
—¿Que no es nada de lo que asustarse? —explotó—. ¿Estamos viendo a un muerto y quieres que no nos asustemos? ¡Estás loca!
Corrió su silla para levantarse, pero sus piernas flojearon y cayó de culo al suelo. Kate le dedicó un ceño fruncido, como si no entendiera qué había pasado.
Dilan no dudó en levantarse para ayudarla, pero le pegué un tirón de la mano, avisándole de que no hiciera nada. Él podía ser todo lo maduro que quisiera, pero reaccionaba de maneras poco acordes a las situaciones.
Ángela se limpió el polvo del pantalón y volvió a sentarse, sin apartar la vista de enfrente.
—Os entiendo, pero si nunca os hice daño antes, no os asustéis ahora —masculló Dilan con voz ronca.
Kate asintió con la cabeza.
—Dejadle que se explique —les pedí.
Dilan apretó mi mano, como muestra de agradecimiento. Una media sonrisa se dibujó en su rostro. Sabía que de alguna manera todo se había ido al traste. No dejaba de mirar las expresiones de mis amigas, aterradas y confundidas. Aquello no era normal, y debía admitirlo. Por un momento había llegado a pensar que podría vivir con Dilan por siempre, sin que nadie se enterase de que era él en realidad, que podría guardar el secreto sin más y ser feliz, pero aquello era imposible.
Читать дальше