David Gallego Martínez - El Errante I. El despertar de la discordia

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El Errante I. El despertar de la discordia: краткое содержание, описание и аннотация

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Garrett, un mercenario veterano, castigado por la vida y movido por sus propios intereses, ha recorrido durante años muchos de los rincones de Árcanthur en busca del culpable de la destrucción de su hogar. Durante ese tiempo, no se ha preocupado por nadie más que por sí mismo, pero todo empezará a cambiar cuando conozca a un muchacho que le pide ayuda para aprender a ser fuerte.Mientras tanto, en las sombras, surgirá un corazón que cuestionará la verdad del mundo y que prenderá la llama en contra de la Capilla, la institución que promulga la religión de las Hermanas, compartida en todo Árcanthur. Lo que comienza como una conspiración, terminará por convertirse en una amenaza capaz de sacudir los cimientos del mundo conocido.

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El impacto le había empujado la cabeza hacia atrás, y la bajó despacio a la vez que gruñía y mostraba los dientes. Clavó los ojos en Teren, que tragó saliva cuando se encontraron con los suyos. La mirada que tenía no le auguraba nada bueno. Darik avanzó hacia él.

Y, como un regalo del cielo, el tañido de una campana llegó por el aire hasta el cuartel, un tañido que todos los guardias sabían qué significaba, pero que para Teren, en aquel momento, era la salvación. Darik lo miró una vez más, como si quisiera dejarle claro que aquello no había terminado, y después se marchó con otros soldados que echaban a correr calle arriba.

Pronto se formó un nutrido contingente de guardias que recorrían las calles hacia el distrito superior, de donde procedía la señal de alarma. Teren marchaba entre ellos, con la espalda quejándose mientras corría. Los vendajes estaban húmedos y se le pegaban a la piel. Temía que la herida se hubiera vuelto a abrir.

Se acercaban al lugar, y nada bueno parecía esperarlos allí. En su ascenso se cruzaron con pequeños torrentes de líquido rojo que discurrían calle abajo. El pelotón de soldados llegó al fin a la plaza, donde el terror los enmudeció. Teren, que había marchado en la retaguardia del pelotón, se abrió paso para ver aquello que había acallado a sus compañeros. Hacían falta los dedos de varias manos para contar todos los cuerpos que se acumulaban en el lugar, cuyos miembros amputados estaban esparcidos por el suelo sobre una alfombra viscosa y carmesí. La plaza se había convertido en un baño de sangre.

Y allí estaba aquella figura oscura, la misma de varias noches atrás, acompañada por la muerte allí donde iba, rematando a su último oponente. A Teren se le entrecortó la respiración al reconocerlo. Esperaba volver a verlo. De hecho, quería volver a hacerlo y así enfrentarse a él, pero no esperaba que fuera tan pronto. El corazón se le aceleró y empezó a embargarle el miedo. Toda esa masacre había sido fruto de un único hombre. Viendo aquella escena, quienquiera que se ocultara bajo esa ropa no parecía humano.

De pronto, alguien gritó una orden, y los demás obedecieron. Los soldados del pelotón se reagruparon y formaron una línea férrea, a la par que, en los tejados de los edificios colindantes a la plaza, comenzaron a aparecer arqueros listos para atacar. Teren no pudo reaccionar. A pesar de estar tras la línea de soldados, sintió cómo la mirada del hombre se detuvo en él.

Lo que ocurrió después le pareció muy rápido como para atender a todos los detalles: escasos segundos antes de que los arqueros abrieran fuego, el asesino corrió hacia la línea. El estómago le dio un vuelco mientras la figura se acercaba a zancadas con la mirada puesta en él, dejando tras de sí los proyectiles errados de los arqueros. Teren desenvainó el arma, a la espera del momento en que tuviera que darle uso. La línea se mantuvo, pero hubo quienes se adelantaron para detenerlo, encontrando su final con aquella decisión y creando grietas en la formación.

Ya lo tenía al alcance de la espada. Teren asestó una estocada, pero el hombre la esquivó y aprovechó la exposición del soldado para rodar sobre su espalda y sobrepasarlo, y emprendió el descenso de la calle a toda prisa, seguido por cada vez más soldados. Teren clavó la espada en el suelo para apoyarse en ella. Se sintió desfallecer, con el corazón aún desbocado y el miedo recorriéndole hasta el último rincón del cuerpo. La espalda le ardía. Ahora estaba seguro de que la herida había vuelto a abrirse.

Los soldados comenzaron a descender también la calle, tras los pasos del atacante. Y, cuando Kendra pasó a su lado, el joven la agarró por el brazo con fuerza, casi por instinto.

—Pero ¿qué…? —Kendra no esperaba el agarre repentino. Se giró para comprobar qué sucedía—. ¿Tú? ¡Suéltame!

—¿Qué piensas hacer?

—No voy a dejar que ese asesino se marche sin más.

—No puedes con él. Te matará.

—No lo sabré si no me enfrento a él.

—Por las Hermanas, ¡para ya! ¡Mira a tu alrededor! —dijo, mientras señalaba la masacre allí presente—. Tú sola no vas a conseguir nada. ¿De verdad crees que vencerías al autor de esto?

—¿Y lo que se te ocurre es dejarlo escapar?

La mujer se zafó del agarre con un movimiento brusco y violento, y marchó con el resto de sus compañeros. Teren permaneció allí mientras veía correr a los demás guardias, dispuestos a cazar a ese criminal. Parecía ser el único que tenía claro que un enfrentamiento con ese hombre era una condena a muerte.

***

Menudo desastre… Aunque te las has apañado mejor de lo que esperaba…

—He estado en situaciones peores.

Tal vez, pero me pregunto cómo harás para sobrevivir a esto… Toda la ciudad piensa que fuiste tú el responsable de los asesinatos, y no has demostrado tu inocencia precisamente con lo que acabas de hacer…

—No me juzgues.

Por favor, no... Jamás se me ocurriría…

Resacoso avanzaba con velocidad por el camino que conducía a Lignum, levantando una estela de polvo a su paso. No había nadie tras él, había logrado escapar de la capital y, si lo estaban siguiendo, les llevaba suficiente ventaja como para salir airoso. Recorrió el mismo camino que esa mañana, pero en mucho menos tiempo. Debía desaparecer por un tiempo, así que recogería al chico y se largaría.

¿Desde cuándo te haces cargo de otros?... ¿Y qué piensas hacer con él?... ¿Vas a llevarlo contigo?...

Eso era verdad, llevar al chico con él solo lo pondría en peligro. Quizá fuera mejor desaparecer sin más. Quedaba algo de comida en el armario, y contaba con una cabaña para vivir. El muchacho estaría bien allí. Pero no tardó en abandonar ese pensamiento. Apenas había llegado a la aldea cuando vio en la distancia a los mismos cuatro caballos que había visto por la mañana, junto al campamento que estaba a un lado del camino, y a sus respectivos jinetes caminando hacia la cabaña de la colina, con las armas dispuestas.

—Maldición.

Instó al caballo para que acelerara aún más hasta que llegó a la altura de los cuatro hombres. Alertado por el ruido de los cascos, el último de ellos dio media vuelta, pero no pudo esquivar al hombre que cayó con todo su peso sobre él. El ataque llamó la atención de los otros, que se sobresaltaron al verlo.

—¡Es él! —gritó uno.

—¡Matadlo! —dijo otro—. Solo necesitamos su cabeza para cobrar la recompensa.

Aunque estaban armados, aquellos hombres no contaban con la experiencia que sí tenía Garrett. Ni siquiera tuvo que desenvainar para acabar con ellos. Algunos de los habitantes presenciaron el espectáculo violento que se desarrolló en la aldea. Definitivamente, Garrett tendría que irse de allí. Nadie querría tenerlo como vecino después de eso, y no pasaría mucho antes de que los habitantes de Lignum fueran a por él o lo denunciaran a las autoridades.

En cuanto acabó con el último, entró en la casa y, para su sorpresa, en el interior de la cabaña no había nadie.

—¿Azael?

Con timidez, el chico asomó la cabeza de debajo de la cama, y salió al comprobar que era Garrett quien había entrado. Abrazaba su libro contra el cuerpo con ambos brazos.

—Nos vamos —sentenció Garrett.

Tras una carrera al galope que dejó atrás la aldea, Resacoso adoptó un paso lento. Se habían alejado mucho, o al menos eso es lo que le parecía a Azael, que no estaba acostumbrado a los viajes largos. Las nubes del cielo se habían dispersado cuando llegaron a un cruce de caminos, cerca del cual había una vivienda sencilla construida con piedra y cubierta con tejas. El caballo se detuvo junto al edificio, y jinete y pasajero desmontaron. Garrett golpeó la puerta de madera con el puño. Poco después, un hombre de aspecto fuerte, con perilla y ningún pelo en la cabeza, abrió la puerta.

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