El individualismo, característico del modelo neoliberal de obtención de ganancias, sería reemplazado por una concepción más integral del papel del ser humano en la economía. Küng (1999) se pregunta:
¿No se necesita también en la ciencia económica una nueva conciencia de que la economía no sólo tiene que ver con dinero y mercancías, sino también con el hombre real que, en su pensamiento y actuación, en modo alguno puede reducirse al Homo economicus de intereses individuales? (p. 207)
Stiglitz (2019), por su parte, anota: “Un sistema sin valores en una globalización sin restricciones no puede funcionar” (p. 123). Y Borrell (2020) se refiere al Estado en la pospandemia como actor fundamental en un nuevo orden económico mundial:
La globalización va a cambiar de cara. También el Estado, ya que su retroceso es el núcleo de la ideología neoliberal. En esta crisis se aprecia claramente que la demanda espontánea de Estado crece y que los países con una alta protección social están mejor preparados para hacerle frente que los que dejan a sus ciudadanos solos ante el mercado.
A finales de marzo del 2020, cuando apenas se estaba expandiendo la pandemia de la covid-19, el economista turco Kemal Dervis, exjefe del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, escribía en Project Syndicate:
El mundo está a punto de descubrir si décadas de globalización económica y financiera pueden conducir a una comprensión más profunda de los lazos, sociales, morales y personales, que unen a todas las personas. Solo reconociendo y fortaleciendo esos lazos podemos reemplazar nuestro sistema frágil y conflictivo, construido al servicio de la hipereficiencia y la ganancia a corto plazo, con acuerdos más sostenibles basados en la solidaridad económica, generacional e internacional. (Dervis, 2020)
La pospandemia muestra entonces una tendencia a recuperar el Estado de bienestar o Estado benefactor, en que políticas como las de la salud sean responsabilidad gubernamental, pues el Estado es responsable de asegurar una cobertura suficiente y eficiente de estos servicios para las distintas capas sociales. En el caso del modelo neoliberal, ocurre lo contrario: uno de los principios del Consenso de Washington, la austeridad fiscal, limitó inversiones en los sistemas públicos de salud, y otro puso a la salud a ser eficiente y competitiva como cualquier otra actividad productiva o comercial, sin considerar que así quedaban desamparadas las capas sociales menos favorecidas. No se remuneraba adecuadamente al cuerpo médico ni se incentivaba la investigación científica en áreas médicas no rentables en el corto plazo, como las investigaciones sobre virus y epidemias. Así se puso en peligro el desarrollo sanitario del planeta.
Ya es tiempo de reconocer que eliminar la intervención del Estado hasta donde sea posible y dejar que las fuerzas del mercado equilibren los intereses y las necesidades de los actores económicos participantes “arriesgaría provocar la pérdida de servicios indispensables, pero no rentables, que los ciudadanos estiman tener el derecho de obtener de un Estado contemporáneo” (Cabanes, 2004, p. 38).
También es el momento de poner en práctica recomendaciones formuladas por un grupo de economistas poskeynesianos antes de la pandemia. Entre estos destaca Stiglitz (2006), quien propulsó reformas en la representación en organismos multilaterales, para que los países en desarrollo tengan mayor capacidad decisoria, formas de comercio más justo en los intercambios internacionales, reformas al sistema financiero global y responsabilidades concretas en materia de calentamiento global. En el 2019, estableció como reto para su país un capitalismo progresista, con transición de la economía industrializada del siglo xx a la del xxi, una economía verde de servicios e innovación que sostenga el empleo, mayor protección social, mayores cuidados a los adultos mayores, enfermos y discapacitados, y mejor sanidad, educación, vivienda y seguridad financiera para los ciudadanos (Stiglitz, 2019, p. 206). Este es un modelo aplicable en la pospandemia.
Por su parte, Rodrik (2006) presenta propuestas de cambio en el Consenso de Washington: reducción de la pobreza, regulaciones financieras, políticas anticorrupción, acuerdos en la omc y redes de seguridad social. Paul Krugman sobresale por su postura respecto al comercio internacional de competencia imperfecta correspondiente a la realidad de los intercambios mundiales, así como por sus críticas a los Gobiernos de George W. Bush y Donald Trump. Así también, desde el Instituto de la Tierra y su óptica ambientalista, Sachs (2008) ha formulado recomendaciones en torno a desarrollo sostenible, medio ambiente, pobreza y demografía.
Más recientemente, el francés Thomas Piketty, quien propuso un impuesto a las empresas y patrimonios de los más ricos, considera que la pandemia podría acelerar la transición a otro modelo económico más equitativo y sustentable (Alconada Mon, 2020). Sugiere aumentar la inversión en los sistemas públicos de salud; apoyar más ingresos de los que lo necesitan con programas de ingresos básicos; intercambiar información entre organismos tributarios; organizar tributación por emisión de dióxido de carbono, como parte del comercio internacional, y constituir un fondo. Estas medidas dependerán de balances de poder y de construcciones ideológicas variadas según países y regiones.
Otro cambio importante en el campo económico se producirá en las inversiones extranjeras y en el funcionamiento de las cadenas globales de valor (cgv), símbolo del proceso de globalización, buscando reducir los costes de producción y mejorar la eficiencia productiva y la competitividad (un 70% del comercio internacional), mediante la deslocalización productiva, con aprovechamiento de las diferencias salariales en países muy poblados o de menor desarrollo. Sin embargo, el aumento gradual en los salarios generados del retorno (reshoring) de algunas multinacionales a sus países de origen; los cambios tecnológicos de la automatización; las tendencias neoproteccionistas; la profundización de la guerra comercial entre Estados Unidos y China; la dependencia en la provisión de insumos y partes de proveedores externos, que ocasionan situaciones de vulnerabilidad, como en el campo sanitario con la covid-19; o la búsqueda de equilibrio entre seguridad y menor coste para el consumidor tendrá como resultado el acortamiento en las cgv. Se establecerán cadenas más cercanas a las casas matrices y al consumidor, generando el “reforzamiento de la regionalización o producción en proximidad” (Fanjul, 2020). El contexto de la pospandemia “apunta una continuidad de las cgv, si bien con una arquitectura distinta que se adapte al nuevo marco” (Gandoy y Díaz-Mora, 2020, p. 9).
Los cambios generados por la covid-19 no suponen la desaparición, pero sí el ajuste de las cgv:
Los análisis empíricos apoyan la persistencia en el tiempo de las cgv, poniendo de manifiesto que los flujos comerciales asociados a las
cgv son más estables que el resto. El adecuado funcionamiento de las cadenas de suministro exige una coordinación y confianza extrema entre los eslabones que la conforman. El producto final depende de que todos y cada uno de los participantes respondan a tiempo, con la calidad y los requerimientos técnicos precisos. La selección adecuada de los proveedores es, por tanto, un elemento esencial y, una vez que se ha encontrado al proveedor más conveniente y se han establecido los lazos de cooperación, son muchas las reticencias a cambiarlo o a ampliar la cartera de proveedores con objeto de reducir el riesgo ante posibles perturbaciones. (Gandoy y Díaz-Mora, 2020, p. 6)
En la pospandemia, los procesos latinoamericanos de integración, que en general han desarrollado escasos encadenamientos productivos, podrían estimular una mayor utilización de las cadenas globales de valor. Así se aprovecha la relocalización de las cgv en áreas cercanas a las casas matrices, para contribuir a la reindustrialización de los mercados subregionales, en respuesta a la recesión motivada por la covid-19.
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