Luis Calderón Cubillos - La muerte con silueta de mujer

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La muerte con silueta de mujer: краткое содержание, описание и аннотация

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Luis Calderón Cubillos logra las historias mejor escritas de su carrera, entregando el misterio y el suspenso que se requieren para un buen relato policial. Aquí las protagonistas, todas mujeres, permiten conocer la sicología tanto de la víctima como del asesino o asesina, como vemos en el relato culmine del libro. De este modo, nos atrapa la lectura que solo un ruido de golpe nos sacará de ella con el corazón paralizado.
En este libro, «La muerte con silueta de mujer», se goza de la fluidez de la narración en cada uno de estos trece cuentos ambientados en Valparaíso. Esto demuestra la maduración del escritor, pues logra profundizar en los personajes, en sus sentimientos y motivaciones.
Alcanzamos a entender por qué se llega al extremo del asesinato, generando, en algunos casos, una suerte de simpatía con las victimarias, lo que evidencia un buen desarrollo del anti-héroe.

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—Mire, ahora no recuerdo nada, debido al shock de la noticia, señor —responde el hombre.

—¿Usted la encontraba buena compañera, hablaba mucho con ella, eran muy amigos?

—La verdad que sí, éramos muy cercanos, pero no le preguntaba de su vida privada.

—Ahí en el restaurante, seguramente también tendría varios admiradores e incluso alguno que se notara más —pregunta el inspector.

—¡Sí, en el turno de mañana había más hombres, ahí podría asegurarle que había más de un par!

—¿Se acuerda de alguien en especial?

—¡No, de nadie en particular, pero no creo sean capaces de hacer algo así! —dice el hombre.

—De eso nos encargamos nosotros, lo investigaremos.

—¡Pero como le digo en estos momentos no sabría decirle con claridad! —responde Roberto.

—Está bien, si recuerda algo más le dejo mi tarjeta, me llama.

Los policías emprenden la retirada a su unidad y en el carro como siempre en estos casos van en silencio pensando en los caracteres de los entrevistados, haciendo comparaciones, atando cabos. Hablaron con muchas personas esa mañana, fue exhaustiva, ahora una vez llegados a la estación de policía, deberán analizar cada perfil de los interrogados y con suerte se podrán encontrar algo.

—Llamaremos a Esteban Morales al Instituto Médico Legal, por si tiene novedades y aprovecharemos de comer algo rápido, si hay noticias deberíamos salir de nuevo —dice el inspector.

—¡Okey, jefe, estamos al habla! —contestan al unísono Pacheco y González.

Una vez en la estación, Víctor en su escritorio, se comunica con Esteban Morales para saber cómo va el examen al cuerpo de la mujer muerta.

—Hola, ¿cómo va todo por ahí, amigo? —pregunta Víctor.

—Hola Víctor, como tenía poco trabajo, revise el cadáver en seguida, sería muerte por traumatismo encéfalo craneano, muestra golpes aparte de su cabeza, en su rostro y espalda con objeto contundente y costillas rotas.

—¿Algún antecedente más, como alguna muestra de ADN por ahí?

—No, nada, solo sangre de ella, ni en sus uñas por algún rasguño, nada de eso.

—Mmm, estará difícil la cosa amigo —responde el inspector.

—¡Ahora contactarse con la familia nada más, para su retiro! —responde el forense.

—Bueno, adiós, Esteban, buen turno.

En eso entra González con dos cafés a la oficina, y se instala en un sillón pequeño ubicado en un extremo.

—Jefe, ¿y los familiares de esta mujer, que sucede con ellos?

—Del restaurante les iban a avisar a sus familiares.

—¿Podríamos hacerles una visita, jefe, que dice? —opina González.

—A la tarde sería, ahora están ocupados con el retiro de la mujer del instituto.

—Tiene razón, jefe, y en estos momentos su familia no debe estar muy clara en sus ideas.

Al atardecer, la patrulla concurre al domicilio de la infortunada, para hacer las últimas averiguaciones sobre posibles sospechosos, mientras las sombras de la noche cubrían con su manto de oscuridad la ciudad puerto, el carro llegaba frente a un domicilio, en el cual se notaba de inmediato que era lo que ocurría adentro, pues en la puerta hacia la calle había gente que entraba y salía en silencio, también fumaba, y por la puerta de la casa abierta se podían vislumbrar los cirios encendidos, alumbrando tenuemente a un féretro.

El inspector decide estacionar unos metros antes y caminar el resto del camino para no molestar con la presencia del automóvil policial, en un par de minutos están en la puerta de calle donde se encuentra una pareja conversando y les consultan sobre la dueña de casa.

La dueña de casa y madre de la occisa los invita a pasar al patio anterior a la puerta de casa, ahí según ella, estarán más tranquilos.

—Solamente queremos saber si su hija le pudo haber contado de algún problema con alguien o si es posible de alguna amenaza, por ejemplo.

—No me contó nada, bueno solo pequeños problemas de trabajo, lo de siempre, pero nada más.

—¿Cuáles problemas de siempre?

—Cosas internas, el sindicato, reclamos de esas cosas —responde la señora.

—¿Ah, tenían sindicato en el restaurante? Qué bien.

—Noo, se iba a crear uno, en eso estaban, mi hija era la más entusiasta —comenta.

—¿Ah ya, pero aparte de eso no recuerda nada más sobre amenazas o cosas así?

—Nada más señor, nada más.

—Está bien señora, disculpe que la haya interrumpido en este momento, gracias.

—Hasta luego señor, y que ojalá usted nos pueda ayudar a encontrar al que hizo esto.

—Descuide, no descansaremos hasta encontrarlos.

Víctor con pacheco se retiran caminando hasta donde los espera González en el vehículo policial, y se van ya de noche por unas calles solitarias, de tenues luces que alumbran muy poco, pero alcanza para ver cómo se eleva el vapor desde la calle empedrada, producto de la humedad de la lluvia ocurrida pocas horas atrás. El paisaje nocturno que se puede observar dicta muy poco de ser atractivo, es más bien lúgubre, a tono con la ocasión.

—Es como Londres… —dice Pacheco.

—Ahora sabemos más detalles sobre el caso muchachos, lo del sindicato —comenta Víctor.

—Podríamos hablar con el presidente de ese sindicato, por si hay más —dice González.

—Mañana haremos esa visita, ahora hay que retirarse a casa.

—Sí, está bueno por hoy, jefe —comenta Pacheco, reclinándose en el asiento trasero y dando un suspiro de cansancio, mientras el carro policial ahora ya transita por la Avenida Pedro Montt, en dirección a la estación de policía.

Al día siguiente, por la mañana, se dirigen al restaurante «El Gallo canta hasta morir», esperando que ya este atendiendo a público, para llegar y entrar, sin tener que golpear.

—Hola amigo, una pregunta, ¿quién es el presidente del sindicato o algún delegado? —preguntan al primer garzón que encuentran entre las mesas.

—No, aquí nosotros no tenemos sindicato, se pensaba hacer, pero no pasa nada aún —responde.

—Ya, y ¿quién era el o los colegas que llevaban la iniciativa para ese trámite?

—Bueno, el Juan y la compañera que asaltaron el otro día —responde el joven garzón.

—Bueno, ¿puedes mostrarnos al Juan?

—¡Ahí viene! ¡Juan, ellos preguntan por ti! —se dirige a él, señalando a los policías.

—Amigo, queremos hacerle unas preguntas, soy el inspector Gutiérrez y él es el detective Pacheco.

—¡Qué sería, para qué soy útil! —responde el mencionado Juan.

—Yo creía que ya estaban constituidos con su sindicato, pero veo que recién se están reuniendo al parecer —argumenta Víctor, para cortar el hielo e iniciar una conversación aún sin saber que ese tema les daría dividendos.

—La verdad es que hemos tenido problemas, al jefe no le gusta la idea, como a todos los patrones parece —comenta el garzón llamado Juan.

—¿Por qué lo dice?, ¿qué ha pasado?

—Bueno, que ha tenido peleas y discusiones con nosotros por querer alarmar a la tropa, como dice él.

—¡Ah, ya! Han discutido mucho, ¿y a quién más se ha enfrentado, o sea quién más te acompaña a ti?

—Era yo y la compañera del turno noche que asaltaron, ahora quedé yo solo para seguir insistiendo.

—Qué pena, entonces, ¿también discutía y se llevaba mal con la muchacha fallecida?

—¡Sí, y le digo una cosa, ella era la que más alegaba por nosotros, incluso más que yo!

—Entonces, si no está ella, va a ser más difícil la cosa ahora al parecer —inquiere el inspector.

—Yo creo que sí, porque no hay más compañeros que quieran ingresar al sindicato, y se requiere mínimo ocho integrantes —responde Juan.

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