Se encontraba tranquilamente masticando la mitad de un hot dog encontrado en uno de los tarros, cuando su mirada se fija en algo que le llamó la atención en la muralla ubicada frente a él, se trataba de más cartones amontonados, pero alcanzó a divisar unos zapatos que al parecer estaban en buen estado, así que se dirigió a buscarlos feliz como siempre cuando hacía descubrimientos de esta índole.
Por lo que pudo ver a medida que se acercaba y al estar frente a ellos, se trataba de zapatos de mujer, el mendigo se inclina y toma uno, pero hay algo dentro del zapato que impide levantarlo, cuán grande es su sorpresa al mover hacia un lado los cartones y puede comprobar que dentro de los zapatos hay piernas, y más arriba el cuerpo completo de una mujer.
Estupefacto, el hombre vuelve sobre sus pasos y golpea insistentemente la puerta trasera del restaurante, pasan unos minutos y al parecer nadie lo escucha, decide salir a la calle principal por si pasa algún carro policial, el hombre no quiere decirle a nadie de los transeúntes que pasan por ahí por temor a que lo inculpen a él como sospechoso del hecho.
De pronto, a la distancia ve venir un auto policial por la avenida, que se acerca a una velocidad moderada, alcanza a distinguir a un policía que por la ventana viene observando hacia la vereda y a los transeúntes, a este policía el indigente hace señas, levantando sus brazos y señalándole el callejón.
El policía algo le dice al chofer y se detienen un par de metros más adelante, el mendigo se acerca al auto y les narra con palabras temblorosas quizás por el frío de la mañana o el nerviosismo del hallazgo, su experiencia vivida en ese callejón, los policías se bajan del vehículo con la duda marcada en sus rostros y se dirigen donde les señala el hombre.
Efectivamente, al llegar los funcionarios al final del callejón, justo frente a la puerta trasera del restaurante, bajo unas cajas vacías de cartón se podía ver ahora con la luz del día en forma más nítida, un par de piernas que al estar con zapatos de mujer hacían presumir de inmediato que se trataba de una fallecida del género femenino.
—Veamos de qué se trata —dijo uno de ellos y empezó a sacar una a una las cajas y pedazos de cartón de encima del cuerpo, a medida que sacaban los cartones se completaba la figura femenina, hasta que se pudo ver en su totalidad.
—Llama a los detectives, Julio, tienen que ver esto —ordenó el jefe de la patrulla.
—Sí, además al Instituto Médico Legal para que recojan el cuerpo.
—No, eso lo ven los colegas, ellos llaman —responde el jefe.
—Usted no se vaya amigo, tiene que responder unas preguntas —se dirige al mendigo.
—¡Ya sabía que me iban a echar la culpa! —responde el hombre apoyándose en su carrito.
Los policías llaman a la estación, y en 20 minutos llega una patrulla, este otro carro policial se sube a la vereda e ingresa por el callejón hasta donde las cajas y los tarros de basura lo permiten.
—¡Hola muchachos! ¿Qué tenemos aquí! —pregunta el policía recién llegado.
—Inspector Gutiérrez, es una mujer ya fallecida, que encontró este indigente que, según él, buscaba alimentos en los tarros donde botan comida del restaurante —informa el policía de uniforme.
—Pacheco, pregúntale al indigente qué más sabe —dirigiéndose al detective que lo acompaña.
En ese momento se acerca el otro detective que estacionaba el carro policial y juntos buscan objetos que puedan ser de la víctima.
La mujer vestía zapatos color negro de taco alto, pantalón y una blusa sin mangas color también negro, su pelo era largo y ondulado castaño oscuro, su cara manchada con barro reflejaba aun así un bello rostro. El o los asaltantes, aparte de robarle su cartera, también se llevaron parte de su ropa al parecer alguna chaqueta o jersey, porque la mujer no traía puesto nada más.
—González, sácale una foto antes que llegue el médico legal.
—A su orden, jefe.
—Jefe, ya tengo la declaración del mendigo testigo —se acerca Pacheco a sus compañeros.
—¿Y qué sacaste en limpio? —consulta el inspector Gutiérrez.
—¡Nada!
—Era de esperarse, estos hombres por miedo nunca ven nada.
En eso llega el carro del Instituto Médico Legal y proceden a levantar el cuerpo para llevárselo a su departamento para su análisis, son dos camilleros y el jefe se acerca al inspector a saludar.
—¡Buenos días inspector, qué comienzo de semana!
—Que tal amigo, comenzamos tempranito hoy, aquí le tengo una mujer al parecer muerta hace unas cuatro horas aproximadamente, fue durante la madrugada.
—¡Qué pena! Se ve joven y no era fea, por lo que se alcanza a ver a pesar del barro y sangre.
—¡Así no más es, amigo!
Los camilleros hacen su trabajo llevándose el cadáver al carro mortuorio, para posteriormente, dirigirse a su oficina para la autopsia pertinente.
—González, ¿ya tienes las fotos de la mujer? Vamos a preguntar al restaurante si la conocen, al parecer la mujer podría ser empleada de ahí —ordena el inspector Gutiérrez a sus subalternos.
Los policías se dirigen al restaurante, para ello deben dar la vuelta la esquina e ingresar por la puerta principal, ubicada en la calle paralela a este callejón sin salida.
Son las nueve de la mañana, aún está cerrado el restaurante para el público, no obstante, se puede distinguir empleados en su interior preparando su material de trabajo, por lo mismo será más fácil que contesten a los llamados de la policía. El inspector Gutiérrez da dos golpes fuertes a la puerta y no es necesario repetirlos ya que son oídos por un mesero que los mira desde el interior. Pacheco, el otro policía muestra su placa identificatoria, la que por momentos brilla con los primeros reflejos del sol que ya se vislumbra por el horizonte.
—¡Buenos días, necesitamos hablar con el encargado! —habla fuerte el inspector para ser escuchado por el empleado detrás de la mampara de vidrio.
—Un momento, le aviso de inmediato —responde el mozo.
Al rato aparece un hombre mayor, que podría ser un maître o encargado de sala, trae llaves y hace pasar a los policías al interior.
—Buenos días, soy el inspector Víctor Gutiérrez y este es el detective Pacheco, estamos en la investigación de un asesinato ocurrido en la parte trasera de su restaurante.
—Buenos días, señores, yo soy el administrador y estoy para ayudarle en lo que se pueda —responde atentamente el hombre que dijo ser el encargado.
—Bueno, se trata de una mujer, la que fue asesinada y tenemos un par de fotos, se las enseñaremos para ver si nos puede ayudar amigo —dice esto Gutiérrez, haciendo una seña a Pacheco y este extiende su mano con las fotografías tomadas a la mujer unos momentos antes.
Aunque las fotos fueron tomadas con sangre en la cara de la mujer, el administrador al parecer la reconoció de inmediato, pues se tapó con sus manos el rostro y con muestras inequívocas de que la mujer de la fotografía era conocida, miró a los demás mozos que estaban a su alrededor, los que observaban la escena intrigados.
—¡Sí, ella trabaja aquí, bueno trabajaba, si lo que ustedes dicen es cierto, pero no lo puedo creer!
—Así no más es, amigo, y vamos a tener que hablar con todos sus compañeros, si saben algo o vieron algo sospechoso.
—Ella trabajaba en el turno de tarde-noche, y sus colegas de turno deben estar en sus casas —dice el administrador.
—De todas formas, hablaré también con los de turno día, puede que sepan algo. Pacheco comienza con esta parte del restaurante, yo iré al segundo piso —ordena el inspector.
González se había dado vuelta la manzana y estacionado frente a la puerta principal del restaurante y entra a cooperar con las preguntas de rigor a los empleados.
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