Fabián Ludueña Romandini - Filosofía primera. Tratado de ucronía post-metafísica

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Filosofía primera. Tratado de ucronía post-metafísica: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde el amanecer de Homo hasta su crepúsculo en el presente y avizorando el lejano futuro, la Historia Universal siempre ha estado y seguirá marcada por los asaltos de los Titanes sobre el mundo. En nuestra época ha tenido lugar, sin embargo, un duelo decisivo que ha entronado la cosmovisión de los Póstumos en la cúspide del Nuevo Orden Mundial. En consecuencia, en este volumen del políptico de La comunidad de los espectros, se aborda el núcleo sobre el que gravita la filosofía primera y, por tanto, la apuesta más decisiva de todo el proyecto: los fundamentos de la Disyuntología según una nueva filosofía, la «teoría de los fractos», de la cual se avanzan aquí los postulados más sobresalientes de su concepción de la post-metafísica del Ser. En el camino, será necesario establecer qué significa el agotamiento definitivo de la noción de vida vivible que hasta ahora conocimos y en qué medida conceptos como la maniera, la in-harmonia mundi, la psique o la erotología pueden abrir senderos inexplorados ante la mutación epocal en curso. El volumen hace confluir, liminarmente, a la literatura con la filosofía. No se trata de una amalgama y, mucho menos, de una forma de interdisciplina. Al contrario, es la respuesta a un diagnóstico sobre el tiempo presente donde la Letra ya no se escribe en los cuerpos con la consistencia del discurso del saber apofántico y nuevos instrumentos son requeridos para la supervivencia del pensamiento. De allí que la post-metafísica deba ser indagada a luz de una minuciosa proto-historia de la Gran Pandemia que ha sellado el destino del orbe terrestre.

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60. Filóstrato de Atenas había indicado que sólo los dioses pueden percibir los hechos futuros. Los hombres, en cambio, sólo alcanzan la pesquisa de los eventos ya ocurridos. Finalmente, el sabio conoce los que se aproximan (Filóstrato de Atenas, Vida de Apolonio de Tiana, VIII, 7). En este sentido, Schelling quizá ha sido el filósofo que más lejos se ha aventurado en conocer los tres tiempos de Filóstrato según una de las más ambiciosas teologías político-metafísicas del cosmos jamás concebidas (Stütter, 1962: 600-615). Como reza el inicio de la primera versión de sus Edades del Mundo: “lo pasado (das Vergangene) es sabido (gewusst), lo presente (das Gegenwärtige) es conocido (erkannt), lo futuro (das Zukünftige) es presentido (geahndet)” [Schelling, 1993: 3]. Su configuración del desarrollo de la Divinidad a través de los Eones (Weltalter) introdujo una nueva ambición en la temporalidad filosófica de la que nadie quiso tomar el guante para refugiarse, en cambio, únicamente, en la Historia humana. Ahora que Homo ha fenecido, puede ser el momento de retomar no el sistema sino el espíritu de los Eones de Schelling para lograr una inteligibilidad de la intemporalidad de los fractos disyuntos así como del tiempo que todo lo consume en nuestro mundo posible. El programa de la filosofía por venir, entonces, deberá comprender los alcances y las implicaciones del Eón de la Disyunción que se vislumbra ya en los tiempos que el filósofo humildemente escruta.

B PARERGA Scientia I El panorama que traza Edmund Husserl cuando expone - фото 14
B. PARERGA
Scientia I El panorama que traza Edmund Husserl cuando expone su - фото 15

Scientia

[ I ] El panorama que traza Edmund Husserl cuando expone su diagnóstico sobre la Krisis de las ciencias europeas, no sólo no ha perdido un ápice de su vigencia sino que, al contrario, el paso del tiempo ha tornado a la visión husserliana acaso más lacerante y oportuna (Wahl, 1957). Ciertamente el “naturalismo” y el “objetivismo” han conducido a una crisis que, para Husserl, tiene sus antecedentes históricos en la ciencia griega y su concepto de “verdad objetiva”.

Ahora bien, Husserl es completamente consciente de que la Guerra (Krieg) ha precipitado la crisis y el cambio epocal:

en el desamparo de nuestra vida (Lebensnot) –es lo que se oye en todas partes– esta ciencia (Wissenschaft) no tiene nada para decirnos. Las preguntas que ella excluye por principio son precisamente las preguntas más urgentes de nuestra desdichada época (unseligen Zeiten) para una humanidad abandonada a los cimbrones del destino: son las cuestiones que portan sobre el sentido (Sinn) o sobre la ausencia de sentido (Sinnlosigkeit) de toda esta existencia humana (menschlichen Daseins). (Husserl, 1954: 4).

Si se ha podido llegar hasta este punto, estima el filósofo, esto se debe a que se ha menospreciado el “ego-originario (Ur-Ich), el ego de mi epoché, que no puede jamás perder su unicidad (Einzigkeit) ni aquello que hay de personalmente indeclinable (persönliche Undeklinierbarkeit)” [Husserl, 1954: 188]. Por ello, precisamente las “ciencias del espíritu”, que el nihilismo de la pos-guerra que ha puesto en duda junto con “la vocación de Occidente respecto de la humanidad (der menschheitlichen Sendung des Abenlandes)”, deben ser el fundamento último de toda ciencia. Este postulado se sostiene en una tesis que le sirve de basamento: “sólo el espíritu (Geist) es inmortal (unsterblich)” [Husserl, 1954: 348].

Si el mundo de la vida ha sido enmascarado por las objetividades ideales de la ciencia, la apuesta de Husserl llegó a extremos que, en muchas ocasiones, desafían incluso la posterior filosofía de Heidegger. Es el caso del concepto-límite de “Cosa (Ding)”, es decir, de aquello absolutamente desligado, que se encuentra más allá tanto de lo material como de lo animado y que desafía los alcances de las ontologías regionales para sentar las bases de una characteristica universalis que proceda, más allá del quantum de las ciencias, sobre nuevas bases cualitativas. Aun así, uno de los más fructíferos conceptos del Husserl tardío encuentra todavía su imposibilidad de desarrollo en tanto y en cuanto se halla limitado por la mónada individual que permite la epoché.

A la vista de lo expuesto, la apuesta husserliana debe ser resituada en aquello que el propio filósofo no fue capaz de captar en plenitud pues creía que Homo podía ser aún el “fénix de una nueva vida interior (Phoenix einer neuen Lebensinnerlichkeit)” [Husserl, 1954: 348), algo que, como el devenir de los tiempos testimonia, no ha sido el caso. De modo que una reconsideración del punto de vista husserliano se hace pregnante tanto más cuanto que debemos entender que detrás de la crisis de las ciencias lo que se oculta es el final de Homo.

Ese es el punto ciego de la fenomenología husserliana: la epoché ya no es posible porque, precisamente, el Lebenswelt, el mundo de la vida en el que Homo tenía un lugar privilegiado, ha sido arrasado y hoy es tierra extinta. El Ur-Ich ha estallado en su ilusoria unidad y ya no es posible esperar otro destino que la acosidad que diluye toda posibilidad de serena epoché, al tiempo que el muro del sin-sentido limita toda fenomenología trascendental reclamando por una disyuntología radical que pueda dar lugar al decir de lo que no puede ser dicho o de lo que no ha podido ser dicho todavía.

La ciencia, ahora librada a sus propias potencias, carece de la posibilidad de brindar sentido, para empezar, sobre sí misma. Y desde ese punto de vista resulta susceptible de apropiación por parte de cualquier discurso que desee articular sus propósitos según las más diversas direcciones. Es el caso, evidente desde el siglo XX en adelante, cuando la política tomó a la ciencia como una auténtica tecnología de poder tanato-poiético.

[ II ] En una serie de cartas, y de borradores de cartas, que Simone Weil concibió para su hermano André, la filósofa designa el estado actual de la ciencia moderna en la cual una cesura irreversible se establece respecto de su contrapartida antigua: “para [los Griegos] las matemáticas constituían, no un ejercicio del espíritu, sino una clave de la naturaleza; clave buscada no con vistas a la potencia técnica (puissance technique) sobre la naturaleza, sino con el fin de establecer una identidad de estructura entre el espíritu humano y el universo” (Weil, 2008: 103).

De allí se sigue una apreciación sombría sobre la matemática moderna: “si el objeto de la ciencia y del arte es volver inteligible y sensible la unidad entre el universo y el espíritu humano […], la matemática actual, considerada ya sea como una ciencia, ya sea como un arte, me parece singularmente alejada del mundo” (Weil, 2008: 103). Finalmente, el veredicto se torna perentorio: “la matemática actual constituiría una pantalla entre el hombre y el universo (y seguidamente entre el hombre y Dios, concebido a la manera de los Griegos) en lugar de colocarlos en contacto” (Weil, 2008: 103).

Es necesario entonces, profundizar en el camino abierto por Simone Weil pues, precisamente, lo que podemos denominar la “hipótesis hiper-cosmológica” refleja el resquebrajamiento de la identidad de estructura entre el espíritu humano y el universo. En el vocabulario clásico de la filosofía, esa identidad estructural era denominada “armonía del mundo” (Jan, 1894: 13-37). Con el surgimiento de la matemática probabilística de la mecánica cuántica (pero, genealógicamente según Weil, con un linaje teórico remontable al propio Descartes), se produce una cesura de discontinuidad en la episteme occidental que marca el final de la ciencia, acontecimiento que es el heraldo del surgimiento de lo que hemos dado en llamar la hiper-ciencia y cuyos presupuestos no descansan sino en la in-harmonia mundi.

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