Hay, claro, modos de “racionalizar” estas prácticas. Menciono tres y los comento fugazmente: (1) Los problemas filosóficos son atemporales. Tal vez, pero ¿quién dice cuáles son y cómo plantearlos? (2) La razón es una y la comunidad filosófica es internacional. Tal vez, pero ¿es ahora una comunidad de iguales? (3) Las mejores respuestas a los problemas filosóficos se dan donde hay masa crítica de filósofos –aquí la hay– y apoyo económico adecuado –pero aquí no lo hay (especialmente para “líneas” no bendecidas por las metrópolis)– lo cual genera la opción: irse donde abunde (aunque sea virtualmente, ahora que es posible) o procurar que lo haya aquí.
Dentro del marco de esas defensas de la práctica actual, la razón fundamental de por qué lo que he llamado excesivo peso de la normalización importada constituye un problema es, simplemente, que no implica sólo un perjuicio local. Lamentar la tendencia señalada no es sólo la actitud de “las uvas están verdes” (como no podemos alcanzar a los campeones, ignorémoslos desdeñosamente o finjamos que ahora nos interesa otro juego). Tampoco se reduce a alguna apelación habitual a la responsabilidad moral o política de los intelectuales. La homogeneización precipitada, es decir, la que se produce mucho antes de que pueda tenerse noción y control de los posibles rumbos a seguir (y no es razonable creer que alguna vez se podrá), es epistémicamente perniciosa para la razón en general. Incluida, desde luego, su manifestación en las metrópolis colonizadoras. Esto es: cuando todos procuran hacer lo que les parece se hace allí, allí también se deteriora la razón (especialmente si los que hacen eso no lo hacen por eso sino porque se hace allí). ¿O alguien cree fundadamente que hemos llegado (es decir, allá han llegado) a contemplar y valorar todos los puntos de vista racionales para el desarrollo de la filosofía, al menos la “analítica”? La Historia de la filosofía analítica de las metrópolis en el siglo XX, por ejemplo simple, muestra fluctuaciones estentóreas en materia de distribución de importancia a problemas, métodos, personas. Considérense, entre otros, temas como: mereología, ontología formal sistemática, paraconsistencia, lógica de la posibilidad, discurso ficcional, dicotomía hecho/valor, Peirce, Meinong, Dewey, la escuela polaca, la noción de análisis, las emociones, el cuerpo. Por si alguien objetara, mordaz, la subyacente y démodé idea de razón (hay analíticos metropolitanos dispuestos a hacerlo) agregaré que la observación precedente se aplica también en el caso de que se crea en la existencia de múltiples razones. Basta con albergar en esas ideas de razón la justificación del intento por comprender y ser comprendido por otros.
El apresuramiento (en particular, el curricularmente guiado) genera sensación de seguridad intelectual y, con eso, refuerza el conservadurismo. También permite el crecimiento de la “producción” papelística y con eso, dadas las costumbres institucionales presentes, otorga tranquilidad inmediata, económica y de autoestima. Sobre todo cuando no se pensó todavía en la idea misma de tranquilidad ni en qué podría ocurrir a mediano plazo (morirse, por ejemplo). Reflexiones estas siempre postergables (son impertinencias) debido al esfuerzo necesario para mantener la “producción” en la línea coyunturalmente seleccionada. Satisfacer la presunta necesidad de estar al día, por ejemplo, sumerge a muchos jóvenes en la búsqueda inacabable de cuanto se haya publicado por quien sea, preferentemente en inglés (o, para otros, francés, alemán o incluso italiano, para lucir inquietud intelectual) alrededor de un tema que lo ocupa porque reúne las condiciones para permitir escribir algo enseguida. Apresurarse tiene más sentido cuando no se vuelve atrás ni se va hacia los costados. Actitud probablemente adecuada en ámbitos donde la meta y los vehículos parecen claros. Pero la filosofía, en mucha mayor medida que las ciencias, depende de la capacidad de volver a pensar los problemas y perplejidades básicas. De la capacidad para detenerse, retroceder y desviarse.
El problema no está en que ocurra eso (la inserción en lugares secundarios del desarrollo de las líneas fijadas en la metrópolis), sino en que sólo ocurra eso . A que sólo ocurra eso concurre el sistema global de distribución de prestigio, cargos, salarios, becas y subsidios (universidades, agencias estatales, fundaciones, editoriales). Sistema que incide obviamente en el trabajo que se realiza en cursos, doctorados, grupos de estudio e investigación, y en lo que se escribe para publicar en revistas “profesionales”. Pero es muy importante advertir que, si no el metropolitano, el sistema local depende decisivamente de nosotros. Aquí “nosotros” ha de incluir, en última instancia, a todos los ciudadanos, que somos responsables de la organización institucional sostenida por el trabajo colectivo. La solución del problema es compleja. Pero en la primera instancia, los “profesionales” de la filosofía, es mas sencilla.
No pasa sólo en la filosofía llamada analítica. Pero aquí pasa de un modo más visible. Otras modalidades filosóficas tienen la ventaja aparente, pero desventaja profunda, de que internacionalmente manejan menos dinero e influencia, lo que da más excusa local para la autocomplacencia, la inmovilidad personal, la repetición acrítica o el estadio “programático” perpetuo. Por ejemplo, mediante racionalizaciones como la apelación al mantenimiento de una valiosa tradición (europea o americana, pero preferentemente europea) que está en peligro debido al avance de imperios bárbaros que nada tienen que ver con las fuentes de ese noble venero. Racionalizaciones con las que frecuentemente se exime de hacer algo más que coleccionar y admirar, evitando el esfuerzo por la integración crítica con lo otro que uno inevitablemente ya es por los efectos benignos y malignos de la colonización. Porque, claro, intentar una discusión propia de algún asunto viejo o nuevo promete poco más que desconcierto y desconfianza. Es decir, dadas las costumbres institucionales actuales, exige mucho más compromiso personal y colectivo, mucho más trabajo (para minimizar el riesgo del aislamiento, la inmovilización o la reinvención de la pólvora) y augura un rápido desprestigio.
Respecto del análisis filosófico es más lamentable el predominio acrítico de los intereses teóricos importados, debido a que esta modalidad, sobre todo en la variante naturalista que es la más transitada actualmente (quién sabe qué decidirán los que pueden, más adelante), ha destacado la importancia de la consideración de las ciencias para la filosofía. Puesto que la filosofía es lo que hacen los que filosofan, el sentido filosófico de una pregunta y la evaluación de su importancia dependen de la manera como es comprendida por una comunidad de filósofos. Y esto, a su vez, depende parcialmente de la forma de vida de la comunidad más general en la que se inserta. Porque si, como creo, la filosofía dispone al autoexamen, la comprensión filosófica de una pregunta reclama comprender por qué es importante para quien se la formule y, por eso, ha de poner en juego la experiencia vital de quien filosofa, y esta experiencia empieza por ser resultado de la forma en que la vida se presenta a una persona particular en una particular comunidad humana. Por ende, para quien acepte ser llamado “filósofo analítico” (o “filósofa analítica”, o de modo análogo) son preguntas importantes las siguientes: ¿por qué estudiamos (analíticamente) X y destacamos Z, nosotros, aquí?, o tal vez mejor, ¿por qué no estudiamos (analíticamente) W, nosotros, aquí?, o aún mejor ¿por qué no imaginamos o nos detenemos a ver qué nos interesa más vitalmente estudiar analíticamente, a nosotros, aquí? Al fin, seguramente, ¿quiénes somos? Que sean preguntas importantes no implica que todos debamos atenderlas prioritariamente, sino sólo que nuestra comunidad debe procurar activamente, por vía de sus instituciones, que sea posible considerarlas en pie de igualdad filosófica y, por tanto, que tengan la misma probabilidad de ser priorizadas que las ahora normales tienen.
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