Eva Argüelles - Las antesalas del alma

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En este mi sexto libro, he querido relatar experiencias conmovedoras que se han ido manifestando con algunos clientes y amigos durante diferentes encuentros para efectuar lo que yo llamo Registros del Alma, que mediante el don de la «clarisentencia» sacan a la luz episodios de vidas pasadas; Aquellos para los que estemos preparados y listos para afrontar, aquellos que nos aclararán el por qué de algunas circunstancias repetitivas de nuestra vida actual, aquellos que nos ayudarán a la comprensión y sanación tratando de aligerar nuestro karma.
A través de una preparación ardua del médium, en este caso yo misma, y habiendo llegado a una profunda conexión extrasensorial con el consultante, han transcurrido las diferentes sesiones de contacto álmico y es por eso que plasmo en este libro, lo intensamente vivido en tiempo real, ajustándome a las grabaciones del momento con cada uno de ellos y tras su previo consentimiento.
Es un libro colmado de sentimientos, donde el lector se dará cuenta de la gran importancia del reencuentro de las almas que vida tras vida, por algún motivo, siguen apareciendo e interactuando a nuestro lado.

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Me desvanecí aun más si cabe, y parecía que trataba de descansar con mi cabeza apoyada en la mesa.

Los allí presentes no reaccionaban a lo escuchado, pues todos y cada uno habíamos tenido serios problemas al comprar o vender un inmueble... ¡No era ninguna casualidad!

Los murmullos entre los asistentes, que apenas se conocían entre sí, se convirtieron en exclamaciones, en una mezcla de algarabía, entusiasmo y asombro hasta que de repente, como un resorte, alcé la cabeza de nuevo.

—¡Conocemos Sierra Morena como la palma de la mano! Vivimos en una especie de cuevas. Bebemos mucho vino del que robamos. Nos gusta comer bien. Casi todos llevamos un pañuelo en el cuello o en la cabeza. La libertad es nuestro lema y no creemos en leyes o, mejor dicho..., nos las saltamos.

—¿Somos una tribu? —preguntó Edgar mientras yo seguía contando lo que mi espíritu palpaba.

—Somos bandoleros y llevamos navajas y trabucos. Hoy daremos un golpe fuerte a la diligencia que viene por el camino principal de la serranía de Andújar. El Juanillo ha venido con la noticia del pueblo y justo será él quien horas más tarde dará el golpe al carromato. «¡Alto ahí! ¡Alto ahí!», gritó nuestro compañero, mientras las damiselas peripuestas lloriqueaban vaticinando lo que ya tenían encima.

»Cargamos un saco lleno de monedas, joyas de oro, plata y algunos vestidos. «¡Este sombrero me encanta! ¡Quítalo de inmediato! ¡Será un regalazo para mi chica!», ordenó Juanillo con media sonrisa mientras ya visualizaba la cara de alegría que pondría su amor.

El grupo no salía de su asombro por todo lo que estaba escuchando salir de mi propia boca, dirigido por mi mente regresiva.

Alguien preguntó quién era en esta vida el Juanillo, que resultó ser una de las chicas vecina de la localidad donde estábamos, y su novia de entonces era la dueña de la casa que ocupábamos en este momento.

—Tú eres muy presumida y estás muy segura de nuestro benjamín, el más joven de nuestro equipo de forajidos. Tanto es así que tus jueguecitos de «Hoy te quiero y mañana no» lo han vuelto loco. Ya le has sacado todas sus ganancias, todas sus pertenencias y ahora tonteas con otros, ¡él no puede más! —Mi dedo apunta en ese momento a una de las chicas jóvenes del lado derecho de la mesa.

Todos se ríen y ella pregunta:

—¿Lo conozco en esta vida?

—Sí, ¡es Javier! —La jovencita no daba crédito a lo escuchado, era el muchacho al que estaba conociendo actualmente y con el que seguía en la misma trayectoria, cosa que ella reconoció en el momento.

Bajé la cabeza como en un descanso sublime y no tardé en continuar.

—Tú estás muy enamorado de la hija del intendente, pero ella te teme mucho. —Apuntaba mi dedo a la chica que tenía justo a mi izquierda—. A ti no te importa nada en absoluto, la coges prestada, como tú dices, y te la llevas a una de nuestras cuevas de Sierra Morena apoyado por tu primo. —La mujer pregunta si su primo de entonces está aquí ahora—. Sí, claro, ¡soy yo misma! —y continué—: Tu primo se queda afuera cuidando que nadie venga y tú te la despachas a gusto. —Ella vuelve a preguntar si la muchacha está ahora en su actual vida y la respuesta fue tremenda para la mujer, ya que era su suegro, con el que tenía diferencias terribles y el cual se dedicaba a fastidiarle la vida rotundamente.

Entonces comencé a relatar una fiesta:

—Pepito toca la guitarra, con un flamenco perfecto, y todos bailamos mientras que su hijo canta por bulerías. Estamos en el pueblito más alto de la serranía, hemos compartido el botín con todos ellos y ahora por fin pueden comer, llevaban demasiado tiempo en condiciones precarias y ahora tendrían para ir tirando durante un buen tiempo. —En unos instantes cambia mi tono—: ¡May soy! Aprenderéis de esta secuencia que está muy bien ayudar a quien lo necesite, pero no es necesario robar. Debemos respetar a quienes sean ricos, ya que lo de ellos es de ellos y lo nuestro es nuestro. Jugar con los sentimientos de otros siempre nos atraerá soledad y amores nefastos, y aprenderemos también que aquellas personas que nos pinchan ahora, son justo aquellas a quienes hemos pinchado en el pasado… ¡Pasemos página desde el perdón espiritual y sigamos nuestro camino comprendiendo y sabiendo desviarnos del sufrimiento que otros nos ocasionan, ya que desde el entendimiento podemos soltar los eslabones que tanto nos atormentan!

Terminada la sesión, había muchas caras con gesto atónito y yo tenía una flojera y un tiritar extremo. La boca seca denotaba la charla sostenida durante una hora.

El frío tardó en desaparecer y tenía que dormir, el agotamiento se había convertido ya en mi pesado compañero.

CAPÍTULO 5

CRISTAL POR FIN ENTENDIÓ

La primavera lucía con toda su divinidad y esplendor en nuestra querida ciudad adoptiva. Marbella siempre había sido famosa por su clima y no en vano la vanagloriaban tanto los turistas.

En mi cuartito, como yo llamaba a mi pequeño despacho donde a tanta gente atendía a lo largo del día, habíamos cerrado la gran mesa alargada, reduciéndola a redonda.

Todo preparado para la llegada de una clienta excepcional, una mujer de cerca de Granada que ya era amiga prácticamente y por la que yo sentía una gran simpatía y afinidad.

Esta vez, Cristal venía nerviosa; yo nunca la había visto así. Era una mujer alta y hermosa. Lucía un pantalón vaquero y una blusa blanca, la sencillez era su lema. Optó por descalzarse.

Por mi parte, yo, aunque muy preparada, debo reconocer que también me sentía un tanto asustada por lo que pudiera acontecer, pero decidida y segura de lo que hacía.

Edgar comenzó con todo el protocolo procediendo a relajarnos profundamente, pidiendo la asistencia de nuestros guías espirituales y en especial la de May, que era un poco el encargado de estos hechos.

Después de casi un mes de preparación y entrenamiento mental regresivo, no tardé mucho en hacer contacto de alma a alma.

—Vienen los mercaderes —comencé hablando—. Hoy es el día, como cada mes.

Recorres la cantera para llegar a Guiza, donde ellos hacen su segunda parada. Las esclavas egipcias sois abusadas casi cada día. Eres muy fértil, demasiado. Hoy venderás a tres de tus hijos, es necesario para su bienestar, tú ya tienes demasiados.

Eres hermosa y el escriba y el cónsul se aprovechan. Te permiten vivir suelta, en tu casa, pero tienes que trabajar mucho en el hierro.

—¿Puedo saber cómo me llamaba entonces? —preguntó Cristal con voz entrecortada.

—¡Hachef! —contesté rápido y continué, como si el enganche con la invisible antena no se pudiese detener—. Tu barriga crece y sabes que tendrás que volver a vender, prefieres no pensar. Siempre estás triste y solo tu hermano te contempla y te comprende.

—¿Está mi hermano en esta vida actual? —quiso saber la mujer.

—Sí y no... Él fue tu actual padre, que ya está en otro plano.

Ella iba entendiendo a medida que profundizaba en el relato, que fue casi todo en la misma línea.

Dejé caer la cabeza, casi bruscamente, ellos pensaron que me había dañado, pero no sentí nada. Respiré con más profundidad de lo habitual y yacía descansando profundamente, de repente alcé la cabeza con los ojos cerrados pero mirando en alto o al menos parecía que miraba o buscaba en el horizonte del pequeño cuarto.

—Estás en el frondoso bosque. —Habla de otra vida, comentó Edgar—. Escribes diferentes símbolos con una piedra puntiaguda en algunas piedrecitas redondeadas que vas sacando del lago y que luego vuelves a sumergir para lavarlas con las aguas sagradas. Son runas.

—¿Puedo saber dónde?

—El bosque del gigante, Irlanda —respondí después de un rato considerable. Levanté mis manos cerradas como si sujetara algo y, como haciendo teatro, recité algo parecido a una oración—: «Consagro esta runa con los cuatro elementos, fuego, agua, tierra y aire, con la raíz universal que tienen las piedras mágicas». —Acto seguido me puse a cantar en un lenguaje inentendible y luego continué sin perder el hilo—. Tienes un saquito de piel de cabra donde las guardas y caminas con ellas en tu mano hacia tu casa redonda, donde tu esposa atiza la lumbre a la vez que se burla de ti: «¡Drugs, esposo mío!, ¡tú no eres mago, ni nada!, ¡solo pierdes el tiempo en lugar de ir a cazar! ¡Aquí solo yo tengo poderes sobrenaturales! ¡Solo yo soy bruja!», te grita y logra que entres en cólera. Ella es tu último marido de esta vida actual, te frenas a tiempo, antes de ir a mayores, al escuchar jolgorio en el poblado. Unos hombres guerreros acaban de llegar y te piden consejo para la batalla.

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