Aquella vez la transacción la tuvimos que hacer por la noche, cuando la planta estaba a punto de cerrar y ya sólo quedaban algunas operadoras que seguían trabajando, de suerte que la mayor parte del lugar estaba a oscuras y en silencio; solamente se escuchaba un ligero zumbido de los rieles de las máquinas que estaban ancladas al techo o al suelo y que seguían en operación. Tuvimos que esperar casi una hora porque la que nos entregaba el producto estaba ocupada con otro distribuidor y el encargado ya se había ido para entonces. Mi compañero, que era miembro de la banda, me dijo que era algo que nunca le había pasado puesto que, usualmente, las transacciones se llevaban a cabo de forma rápida para no llamar la atención por alguna actividad «fuera de lo normal». Traté de hacer que se calmara diciéndole que no había nadie que pudiera vernos, ya que la zona estaba prácticamente desierta además de que había sido lo suficientemente cuidadoso como para comprobar que nadie nos estuviera siguiendo.
Cuando por fin pasamos a que nos entregaran la mercancía, todas mis explicaciones se volvieron vanas, puesto que enseguida de que entramos al cuarto de ensamblaje en donde recibíamos el producto, la máquina que podía identificarte proyectó un punto de luz rojo, una especie de láser, al mismo tiempo que se activó muy escandalosamente, aunque por poco tiempo, como si se tratara de una exclamación causada por un sobresalto. A los pocos segundos, un grupo de agentes pertenecientes a los cuerpos de paz invadió toda la fábrica; uno de ellos cubrió con una bolsa negra el rostro de mi compañero y sentí como otro de ellos trató de hacer lo mismo conmigo, pero lo esquivé y traté de huir de ahí, pues sabía que una misión en la que estuvieran involucrados los cuerpos de paz sólo podía traer problemas, sin embargo, había demasiados, por lo que tuve que entregarme; en cuanto me cubrieron también me noquearon, así que no tenía idea de a dónde nos habían llevado.
Cuando desperté, mis pies estaban encadenados al techo y mi cabeza colgaba en medio de un cuarto diminuto que estaba repleto de humo. Al parecer, un sensor había detectado que había despertado y, de inmediato, llegaron los agentes con sus trajes blancos entallados y sus máscaras que no pueden reconocer las cámaras de la ciudad; sin más, comenzó el interrogatorio: ellos creían que en verdad era miembro del grupo de traficantes, por lo que sus preguntas eran muy predecibles al ser de lo más rutinarias. Como era de esperarse, sólo les seguí el juego como estaba estipulado en el entrenamiento: a toda costa había que dejar fuera del asunto a la organización y también había que evitar mencionar algo o a alguien que pudiera comprometerla. Era bastante resistente para eso, simplemente era parte de mi formación, pero lo que me desquició en realidad fue que cuando comenzaron a frustrarse los que me estaban interrogando salieron del cuarto y lo llenaron de un humo sumamente espeso que hacía imposible respirar.
En esos momentos en los que mi cabeza llena de sangre se nublaba por completo distinguía aún algunos destellos sumamente resplandecientes, como flashes que no podía mirar directamente, pues me cegaban enseguida haciéndome desfallecer. Fueron cuatro veces las que me hicieron pasar por eso, pero seguía sin hablar, ya que, en realidad, no tenía nada que pudiera servirles, nada de lo que me preguntaban era algo que genuinamente supiera. La última vez fue más fuerte que las anteriores porque sentí una especie de inmersión al momento en que me sofocaba, como si una sonda entrara por mi nariz y mi boca y atravesara todo mi cuerpo de un solo golpe, haciendo que no sólo sintiera como perdía su dimensión, sino que además me hacía sentir como si ese cable llevara a algo más allá que no podía distinguir, dado que volvían a aparecer los centelleos que me hacían perder la consciencia.
Como ya se habían hartado de interrogarme, los agentes me dijeron que iban a extraer la información que estaban buscando a la fuerza y, con una lente esférica de color negro que en medio tenía un láser rojo, escanearon mis rasgos faciales. Desconozco qué fue lo que les indicó el escaneo, pero una vez que revisaron el reporte afuera de la habitación, tan sólo volvieron para desatarme los pies y dejarme ir; no nos habían llevado a ninguna otra parte y para cuando salí de la fábrica estaba amaneciendo.
La mayoría de los que no están programados creen que nuestra perspectiva es idéntica a la suya, pues fueron ellos los que hicieron posible que «pensáramos». Por mucho tiempo este argumento formó parte de mi estructura mental, como una piedra de toque, el fundamento primigenio que era lo que tanto nos distanciaba, sin embargo, hubo una serie de acontecimientos que me hicieron ver que tal vez no éramos tan diferentes, o tal vez sí, pero no por ello nuestra capacidad tenía que ser menospreciada por el simple hecho de ser limitada y que hubieran sido ellos los que pusieron esas fronteras a nuestro desarrollo.
Después de tanto estar escribiendo y recreando aquello de lo que sólo tengo ciertos visos, puedo afirmar que he dejado de considerar esas limitantes como una desventaja y he aprendido a dejar que mi visión sesgada me permita distinguir aquello que nadie más puede reconocer y no sólo aquello que quieren que vea. Sé que tal vez todo esto que estoy describiendo aquí no tenga ningún sentido para usted, dado que, a fin de cuentas, usted no ha experimentado esa carencia, sino tal vez una o múltiples muy diferentes, así que le daré un ejemplo de cómo percibo lo que me rodea tratando de darle a entender en qué medida esta forma de captación es única; no sé si sea propia de todas las máquinas, pero, al menos, es la mía.
Como usted bien sabe, una vez por semana recibo una notificación en la que se me hace saber si tengo que visitar el edificio de la organización y ahí seguir, lo más eficazmente posible, las indicaciones de la pantalla que a veces está en un cuarto o a veces en otro, pero que siempre es la misma con forma esférica y de color negro. Pues bien, a mi entender, si ha habido misiones en las que sé que habrá un riesgo es porque hay algo que siempre sigue escapando a esas instrucciones, puesto que, por más claras que puedan parecer, por muchas imágenes que nos transmitan directamente con sus letras blancas, hay algo que no terminan de capturar y que queda en una zona de indeterminación con la que es muy complicado lidiar. Es como si estuviéramos jugando ajedrez, para darle una analogía, y la pantalla sólo me dijera cuáles son y cómo se mueven las piezas del juego, mas nunca me da siquiera una ligera idea de quién es el adversario al que me voy a enfrentar, he ahí la complejidad del asunto.
Ese mismo ejemplo se puede ampliar a lo que hay más allá de las operaciones que usted, hasta donde tengo entendido, lidera, ya que más allá de eso no hay más, está la indeterminación, el adversario desconocido, un plano sin ninguna referencia, es más, ni siquiera hay plano, sólo un espacio sin fondo, un nodo sobredeterminado que escapa a toda aprehensión, la inmersión en el caos. De esta manera, lo que veo sólo son patrones, todo lo demás es demasiado para mi capacidad y me parece que es esa la razón de mis continuos desmayos, ellos son como puntos vacíos, hoyos negros que me dejan vislumbrar que hay algo que no puedo ver, ni siquiera si realmente lo intentara.
No se trata de una debilidad o falla en mi organismo, pues lo exámenes médicos han demostrado que mis componentes están en perfecto estado, entonces, más bien, se trata de la forma en la que me dispusieron, es decir, de mi programación. Sólo si le interesa lo que fue el adiestramiento para mí, no crea que se trata únicamente de un acondicionamiento del tipo estímulo-respuesta, es un poco más complejo. Trate de entenderlo como si comprara un aparato nuevo que aún no sabe cómo utilizar y que tiene un instructivo, eso es el adiestramiento: un inútil manual de empleo que nadie lee.
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