Al quinto día ya no fue a la escuela y, en lugar de llevar el uniforme de la falda y el suéter azul marino, llevaba un traje gris de una suerte de látex super entallado además de unos guantes rojos muy brillantes. Ese día se adentró mucho en el antiguo distrito hasta llegar a una plaza pública que estaba rodeada de puros escombros. Ahí ya la estaban esperando otros adolescentes con los mismos trajes y que traían además unos largos látigos electrificados. Pasaron como veinte minutos en los que estuvieron jugando con los látigos hasta que llegó un hombre, como de unos treinta y cinco años, con unas maletas inmensas. El hombre no era para nada fuera de lo común, su única peculiaridad era que llevaba una lente sobrepuesta en el ojo izquierdo, uno de esos cristales que antes vendían para buscar información en línea al instante.
De las cajas que traía, el hombre sacó unas dagas, unos bumeranes y unas esferas negras que, en cuanto terminó de darles las indicaciones necesarias a los chicos, comenzó a lanzar al aire para que intentaran destruirlas con sus armas. Así estuvieron todo el día hasta que oscureció, después cada uno tomó un camino distinto. La chica que tenía que vigilar se fue a casa, pero esta vez llevaba más prisa, como si le hubieran advertido que alguien la estaba siguiendo, no obstante, ya para ese momento tenía perfectamente ubicada su casa de modo que no fue difícil volver allá. Para mi sorpresa llegué antes que ella, pues en algún punto ella se fue por otro lado y, cuando llegó, de inmediato se encerró en su cuarto y bajó las persianas.
A la mañana siguiente salió más temprano que los días pasados con su mismo traje entallado que el día anterior y, de igual forma, iba casi corriendo para llegar a la plaza donde estaban los demás. Esta vez los pusieron a pelear entre sí y sus guantes se volvían más grandes cuando golpeaban, haciendo que sus golpes fueran más certeros. Lo mismo pasaba cuando se defendían; es decir, cuando el oponente intentaba golpearlos y se cubrían con los puños. Al anochecer terminaron otra vez con el entrenamiento y ella volvió a salir corriendo. Mientras cruzaba una de las calles, un auto que no tengo idea de cómo llegó ahí casi la atropella obligándola a saltar hacia el frente para salvarse; en el momento en que alzó la cara como sin intención, volteó hacia el punto desde donde la estaba esperando y quedó pasmada por unos instantes para luego ponerse en pie y gritar:
—¡Deja de seguirme!
Eso no tenía que suceder, ya que, como me habían advertido, si ella se percataba de lo que estaba pasando y de quién era yo, entonces toda la operación fracasaría, de manera que sólo me quedaba hacer lo que me habían ordenado en ese caso, esto es, tratar de intimidarla para que me dijera todo lo que supiera acerca del asesinato del hijo del funcionario. Por lo tanto, tenía que correr detrás de ella y, una vez que la alcanzara, golpearla un poco para que me diera las respuestas que buscaba. Cuando por fin logré alcanzarla, estaba a punto de llegar a su casa, ya estaba subiendo las escaleras de la entrada cuando la jalé de la pierna y la aventé hacia el otro lado de la acera; la empecé a golpear, aunque al principio opuso resistencia, y cuando me desesperé, la amenacé con mi pistola, de suerte que ya no tuvo más remedio que hablar.
Le pregunté quién era y qué hacía con esos sujetos, a lo que respondió:
—No tengo nombre, que no ves que soy una copia. —Como veía que no entendía se puso a explicarme—: Sí, fui creada por un clon y una máquina, por eso no envejezco y parece que aún soy una niña, pero en realidad tengo casi treinta años. Ellos son parte de la resistencia y no les tenemos miedo a los agentes como tú… Ya llegará el día en que nos volvamos a levantar.
—Así que ustedes son los responsables de la muerte del joven —le respondí. A lo que sólo dijo:
—Así es y eso es sólo el principio.
Acto seguido, me di la vuelta y salí de ahí mientras ella me gritaba e insultaba. De inmediato informé a la organización de lo sucedido y pocas horas después la «niña» había sido asesinada; de acuerdo con el reporte oficial la encontraron tratando de salir huyendo, por lo que la retuvieron en el edificio el tiempo necesario para hacer volar toda la construcción en pedazos.
«Por más que me aleje jamás salgo de este lugar». Ese es uno de los pensamientos más recurrentes y remotos que hay dentro de mi cabeza y que aún logró reconocer, está ahí perdido por uno de los rincones de mi mente que nunca soy capaz de indagar y que, sin embargo, tengo totalmente incorporado. Cada vez que vuelven esas palabras siento el viento cuando al fin terminó el adiestramiento y pude salir a la superficie por primera vez. No tengo idea de qué había en el subsuelo, pero lo que sí sé es que estaba muy impaciente por poder emerger finalmente.
Hay pequeñas escenas, instantes realmente, de los que aún tengo cierta noción, como cuando seguía ejercitando hasta que no podía más y se apagaban las luces mientras unas sombras me llevaban de vuelta a mi habitación sin decir nada, y sin que les respondiera, sólo me dejaba arrastrar porque ya para ese momento mi cuerpo no respondía. Nunca seré capaz de describir ese rostro que se la pasaba diciéndome que en las noches compartíamos el mismo sueño sin que pudiera creerle, pues ni siquiera puedo pensar en lo que sucede mientras duermo; sólo veo la distorsión, la interferencia, puntos infinitos de blanco y negro que, conforme mi perspectiva se acerca (¿o se aleja?) van formando un gris indistinto, mas inconfundible.
Aún veo esos ojos que me miraban desde el otro lado de la habitación y que, sin decirme nada, me inquirían sin descanso, sin parpadear siquiera; lo que sí puedo contar es aquel último día cuando por fin me dejaron salir… Mis visiones sobre lo que pasó antes de que saliera al exterior son más como centelleos, una suerte de sueños que, en realidad, no puedo saber hasta qué punto sucedieron y hasta qué punto sólo los veía en mi cabeza. Las secuencias no son exactamente claras o, más bien, están demasiado fragmentadas: su duración no rebasa los diez segundos, constituyendo una serie de sensaciones o de afectos más que escenas continuas y bien delimitadas.
Lo único verdaderamente consistente en la mayor parte de mis reminiscencias es una silueta que me inclino a creer es mi compañero de habitación, aunque ni siquiera puedo imaginarme la pieza, sólo a mí mismo despertando y, al abrir los ojos, distinguiendo una luz que viene de afuera y que, al mismo tiempo que delimita el marco de la puerta, dibuja el contorno de esa sombra como un abismo que se fundiera sobre la luz del exterior. No sé ni por qué me despierto, así como tampoco estoy seguro de si todo esto no es más que otra parte del sueño, pero lo más extraño es que había un papel que encontré una vez que intenté seguir a la sombra y que decía algo así: «Déjate caer lentamente y, sin decir palabra, encarna la última de tus representaciones; por eso es tan importante que te logres desprender de todas esas falsas nociones que te han atado con tanta fuerza a las bases de lo que ni siquiera comprendes realmente». Evidentemente las palabras no eran las mismas, no obstante, la sensación que me invadía enseguida era casi siempre igual: es como cuando uno cae y no puede dejar de hacerlo y en medio del vientre se siente como una contracción insostenible, como puro vértigo en el centro de gravedad.
Después tan sólo la oscuridad y mi respiración, aunque tampoco puedo asegurar si esos respiros eran los míos, pues, a pesar de que mis pulmones y mi corazón llevaban ese mismo ritmo, los escuchaba como si estuvieran saliendo a un lado de mí, como si hubiera una criatura recostada al lado que me amenazara y ante la cual no pudiera reaccionar siquiera. Me costaba trabajo recuperarme y mover tan sólo un dedo ni pensar en ponerme de pie. Esa serie de sensaciones son de los destellos más vívidos que tengo; supongo que se debe a que se reiteraron de forma asidua y sé que me ocurrieron durante el régimen de adiestramiento porque, desde que terminó, jamás volví a sentir algo así.
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