Cuando llegó la hora me encontré con los otros tres agentes antes de entrar; como se nos había informado, los rostros de las máscaras eran de los sicarios que trabajaban para el asesino, éste era el dueño del club, de manera que no fue difícil pasar. Para ingresar había que bajar por unas escaleras y pasar por una revisión, pero, como éramos miembros, no nos revisaron. Todo el espacio estaba completamente oscuro, aunque se iluminaba de un color rojizo que te cegaba por unos segundos antes de que te acostumbraras a él; no había una sala central, sino un largo pasillo y muchos cuartos a los lados. Una vez adentro nos separamos para encontrar más fácilmente al jefe; no obstante, en cuanto llegamos acababa de empezar un performance en uno de los cuartos de suerte que todos los asistentes se aglomeraron ahí… Supuse que el asesino se encontraría entre ellos.
En el centro de la habitación había una jaula y al interior dos mujeres peleándose a golpes; una de ellas rasguñó tan fuerte a la otra que le arrancó un pedazo de carne del brazo dejando descubierto su interior de metal… En medio de la euforia y los gritos de todos los espectadores siguieron quitándose la piel. Después uno de los que estaba afuera también empezó a rasgarse hasta que se quitó toda la piel del pecho y del abdomen, éste fue seguido por los demás, hasta que la mayoría de los asistentes se había quedado al descubierto. Los únicos que seguían con la piel puesta eran los humanos y, entre ellos, alcancé a distinguir al objetivo, de modo que me fui abriendo paso entre la multitud para aprovechar el alboroto y acabar con él.
Cuando casi estaba a su lado, sentí como uno de las manos metálicas me jaló el brazo haciendo que volteara; se trataba de uno de los agentes de la operación, el cual me informó que, a fin de seguir pasando desapercibido, tenía que hacer lo que los demás hacían. Al parecer, esos que creí que eran los guardaespaldas del asesino y él mismo no eran más que otros robots idénticos hechos para confundir a los enemigos, puesto que ya había habido varios intentos de asesinato en ese lugar. Fui al baño para quitarme primero la máscara y, enseguida, el resto de mi piel; al principio me causó un poco de incomodidad, pero nada que no pudiera soportar. Volví al lugar de la pelea, sólo que ahora ya estaba casi vacío, quedaban las dos que estaban adentro de la jaula y un par de espectadores más únicamente; por cierto, una de ellas seguía en pie a pesar de ya no tener cabeza.
Revisé los demás cuartos sin encontrar al sujeto, aunque, en realidad, sólo daba una ojeada, porque casi en todos ellos tan sólo había máquinas teniendo sexo o bailando con niños ciegos o peleando a muerte (una de ellas le arrancó los testículos a otra y se los estaba comiendo, por lo que había sangre regada en todo el piso). Como no encontraba al objetivo me acerqué al colega que me aconsejó quitarme la piel; él tampoco había podido ubicar al jefe, sin embargo, tenía información importante: el objetivo era otra máquina y uno de nuestros agentes pronto recibiría una actualización que le permitiría esbozar los rostros de todos, aunque estuvieran desgarrados. Hasta ese momento no sabía cómo se mataba a un robot, pero cuando me lo dijo mi compañero lo intuí como si ya conociera la respuesta:
—Tienes que clavarle algo en medio del pecho hasta atravesarlo por completo y salir corriendo, pues una vez que se corta la circulación va a haber una explosión debida a toda la sangre acumulada.
Todo se puso muy tenso poco después de que me dijeran eso, ya que una de las cámaras grabó lo que estábamos diciendo de modo que los reflectores del lugar apuntaron hacia donde estábamos y los guardias nos dispararon sin importarles que pudieran herir a los otros. Mi otro compañero, el que recibió la actualización, aprovechó el tiroteo para acercarse a donde estaba el asesino, al que para ese momento ya tenía ubicado, y con un picahielo que tomó de la barra mató al jefe. Éste gritó para llamar la atención de los demás guardias, pero no se escuchaba a causa de los disparos. En cuanto explotó el cuerpo de la máquina todos salieron corriendo del lugar bañados en sangre y los pocos asesinos que todavía nos seguían disparando fueron a ver qué fue lo que pasó con su patrón (alguien de seguro se lo ordenó).
Tuvimos que esperar afuera por los otros dos que iban con nosotros; el que mató al jefe se veía bien, tenía un par de rasguños, pero nada serio, en cambio, la otra que también formaba parte de la misión había recibido un balazo de suerte que tuvimos que llevarla a que la checaran y le extirparan la bala antes de que terminara de atravesarle el pecho. Cerca de allí había un taller que uno de los agentes conocía y que muy seguramente ya estaría abierto, puesto que acababa de amanecer. El lugar no era más que una vieja casa abandonada que por dentro había sido remodelada para acoger a heridos que no contaban con seguro de gastos médicos, de manera que había muchas camillas y literas repletas de gente quejándose, conectada a respiradores y envuelta en vendas.
Ahí, mientras a la agente le extirpaban la bala, a nosotros nos pusieron nuevo tejido para que ya nadie supiera que éramos máquinas. Casi cuando terminaron de ponerme los músculos de los brazos se escuchó un estruendo y, enseguida, un montón de gotas que caían al piso.
—Estúpida máquina, ¿no te das cuenta de lo que estás haciendo? Acabas de matarla…, es la quinta esta semana. No sirves para nada…, ya deja de mirarme así y ponte a revisar qué partes todavía sirven de la que acabas de asesinar —le dijo el encargado a uno de los enfermeros mecánicos que estaba anclado al suelo y que le estaba ayudando con la cirugía. Sin más que hacer en esa casa del antiguo distrito me regresé a mi apartamento.
En uno de mis primeros encargos, antes de que tuviera el rango suficiente para volverme mercenario, me hicieron vigilar a una adolescente durante casi una semana. Ella vivía, según el reporte, en la parte sur-oriente de la ciudad, muy cerca de donde se encuentra el antiguo distrito. Se dice que ahí era donde solían estar todos los edificios importantes y donde los negocios se llevaban a cabo, sin embargo, luego de un periodo agitado, con el paso de los años se fue quedando desolado hasta que todos los edificios fueron destruidos o, sencillamente, abandonados. Ahora muchas personas los ocupan como vivienda, aunque de forma ilegal; la zona es como un vacío, un punto ciego, pues es de las pocas áreas considerablemente grandes que no tienen ni una sola cámara y en donde raramente se paran los cuerpos de paz.
La niña que tenía que seguir estaba involucrada en un caso bastante complejo: un intento de homicidio a uno de los hijos de los líderes de la organización, quien después de ser violado logró escapar de un camión de carga donde había otros jóvenes en camino a una fábrica en las afueras de la ciudad; se sospecha que ahí los descuartizarían luego de reclamar el dinero para su rescate. La chica no parecía de más de dieciséis años y tenía una complexión muy delgada, parecía casi desnutrida, su piel era morena y su cabello castaño, sus ojos color café claro.
La primera vez que la vi traía un uniforme de escuela que intuí era del colegio al que asistía, y se encontraba junto a sus compañeros, que también usaban el mismo uniforme de color azul marino con vivos en blanco y café. Tenía que seguirla todo el día para ver qué hacía y hacer un reporte de sus actividades: los primeros cuatro días fueron de lo más monótonos, dado que únicamente salía de su casa vestida con su uniforme y se iba caminando sola a la escuela, aunque su escuela era muy peculiar puesto que ni siquiera parecía ser una escuela de verdad, era más como un edificio de oficinas como el de la organización, con cristales en la fachada y todo, sólo que mucho más pequeño. A eso de las cuatro de la tarde salía y se iba con sus compañeras a dar un paseo por los terrenos baldíos que había en todo el antiguo distrito. Nunca comía o, al menos, nunca la vi hacerlo, tal vez sólo en su casa, o quién sabe, quizá por eso estaba así de delgada. Para las nueve de la noche ya estaba de nuevo en su casa, encendía la luz de su cuarto y se ponía a leer hasta quedarse dormida.
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