108 METROS
THE NEW WORKING CLASS HERO
ALBERTO PRUNETTI
108 METROS
THE NEW WORKING CLASS HERO
PRÓLOGO DE RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN
TRADUCCIÓN DE FRANCISCO ÁLVAREZ
SENSIBLES A LAS LETRAS, 70
Título original: 108 metri. The new working class hero
Primera edición en Hoja de Lata: abril de 2021
© Gius. Laterza & Figli, All rights reserved, 2018
© de la traducción: Francisco Álvarez, 2020
© del prólogo: Ricardo Menéndez Salmón, 2021
© de la fotografía de la solapa: Richard Nourry
© de la presente edición: Hoja de Lata Editorial S. L., 2021
Hoja de Lata Editorial S. L.
Avda. Galicia, 21, 4.º E, 33212 Xixón, Asturies [España]
info@hojadelata.net/ www.hojadelata.net
Diseño de la colección: Trabayadores culturales Glayíu
Corrección: Tania Galán Álvarez
ISBN: 978-84-16537-96-9
Producción del ePub: booqlab
Este libro se ha publicado con una subvención a la traducción concedida por el Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Cooperación Internacional italiano.
Questo libro è stato tradotto grazie a un contributo per la traduzione assegnato dal Ministero degli Affari Esteri e della Cooperazione Internazionale italiano.
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A quienes hacían el turno de noche
caminando sobre los 108 .
A quienes, para estudiar, se marchaban
sobre raíles de acero .
A Abd Elsalam Ahmed Eldanf,
que murió en un piquete .
PRÓLOGO. Raíles más largos que Old Trafford
Juramento
Of course I do
That is the question
Minimum wage, minimum life
Cthul Limited Company
Back to Iron Town
EPÍLOGO
RAÍLES MÁS LARGOS QUE OLD TRAFFORD
En 2015 asistí como invitado al Festival Passa Porta que cada año se celebra en la ciudad de Bruselas. Durante la cena de clausura me senté junto a Eduardo Halfon y hablamos de Guatemala, de Israel y de nuestros goces y desdichas literarios. También conversamos a propósito de Ian McEwan, que estaba en la mesa de al lado y era la estrella del evento, y en torno a cuya estatura como escritor Halfon y yo no llegamos a un acuerdo. Fue una velada divertida y nada solemne, felizmente ruidosa.
A pesar de la imposición del inglés como lingua franca en esta clase de multitudinarios eventos, se podía escuchar a gente hablando en húngaro, en francés, en rumano, en flamenco, en ruso e incluso en romanche, gracias a la voz y a la literatura de Arno Camenisch, un escritor suizo que ha conservado viva esta forma de expresión propia del cantón de los Grisones. La literatura, la gran y auténtica Babel, se mostraba en su espléndida fragmentariedad. Ello me hizo pensar en Tom McCarthy, quien ese mismo año de 2015, en Satin Island , una de las verdaderas e irrebatibles obras maestras muñidas en lo que llevamos de siglo, había escrito que la torre mencionada en el Génesis «sirve como deslumbrante recordatorio de que sus ocupantes potenciales están diseminados por la tierra, se extienden en horizontal en lugar de verticalmente, parloteando en todas estas distintas lenguas». Babel, esa ruina rotunda, esconde en su debacle un triunfo. La confusión de voces no es castigo, sino virtud. Hay que invertir el sentido de la metáfora para inyectar vitalidad en la visión de nuestro mundo. El fracaso de Babel, la promiscuidad lingüística, revela un tesoro: la realidad es inagotable a la hora de ser nombrada.
Al día siguiente de la velada de despedida, muy temprano, me encontraba sentado solo en el bufé del Hotel Plaza haciendo tiempo mientras esperaba por el taxi que me conduciría al aeropuerto de Zaventem. Con tanta paz, se comprende que el servicio tuviera ganas de charla. Así que Carlos, alentejano, y Antonio, siciliano, que atendían mesas y preparaban comidas, respectivamente, se prestaron a una conversación a tres voces. Ambos rondaban los cincuenta años y hablaban un francés correcto, si bien sus acentos de origen resonaban insobornables. Los dos llevaban en Bélgica un par de décadas, y regresaban a Portugal e Italia por vacaciones. Amaban su tierra natal, pero no se arrepentían de la decisión que una vez tomaron. Quizá, tras la jubilación, volvieran al Sur, pero su vida, la de todos los días, ya no pertenecía a esas latitudes. Exhibían con orgullo sus credenciales de bruselenses, aunque agradecieron el rato que pasamos conversando en una furiosa mezcla de lenguas romances.
El azar había querido que, mientras hablaba con Carlos y con Antonio, en mi maleta, como lectura de viaje, reposara Un séptimo hombre , el documento que cuatro décadas antes, en 1975, el escritor John Berger y el fotógrafo Jean Mohr habían dedicado a la emigración de trabajadores desde la Europa meridional hacia la septentrional. El libro, un centauro estético e intelectual que se mueve entre la poesía y la estadística, entre el ensayo y la apología, se concibió cuando todavía existía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y aún no había nacido el Fondo Monetario Internacional. Y aunque el mundo había cambiado mucho desde entonces, resultó curioso advertir cómo en la conversación mantenida con Carlos y con Antonio se encontraban muchas de las peripecias, tantas de las convicciones y todas las ausencias que llevaron a sus sosias de hacía cuarenta años a dejar Évora, Setúbal, Catania o Agrigento para trabajar en las fábricas de Zúrich y en las factorías de Fráncfort.
Una de las cosas que había cambiado desde que Berger y Mohr publicaron su estudio era la evidencia de que ya no eran solo operarios manuales lo que el Norte rico y fecundo demandaba de las canteras del Sur. En esa misma Bruselas, o en cualquier ciudad holandesa, alemana, suiza o austriaca, uno se encontraba con ingenieros, con médicos, con profesores, con músicos portugueses, italianos, griegos o españoles que habían tenido que dejar sus países ya no para vender una fuerza de trabajo consistente en cavar túneles, preparar desayunos o formar parte de las cadenas de montaje de la industria del automóvil. Los herederos de Carlos y de Antonio eran en 2015 expertos en astrofísica, solistas de violín, cirujanos cardiacos.
Cuarenta años antes, Berger y Mohr habían llamado la atención sobre lo que los economistas denominan «emigración como exportación de capitales», el gasto que los Estados efectúan durante la crianza y la educación de inteligencias y de voluntades que un día dejarán partir. Con cada cocinero, con cada artista, con cada docente que un país manda fuera, subvenciona a la economía que lo recibe. Y todo ese patrimonio, tangible e intangible, a menudo no regresa. Es algo parecido a encender la calefacción en una casa con las ventanas abiertas. También en eso pensaba mientras junto a Carlos y Antonio me movía en torno a una nostalgia confusa, la añoranza de un espacio natal donde no siempre es posible vivir.
***
En su anterior título traducido por Hoja de Lata, Amianto , Alberto Prunetti se empeñó en reconstruir la larga y azarosa vida laboral de su padre Renato, obrero especializado en las siderurgias y en las metalurgias de su país, que recorrió de norte a sur y de oeste a este durante décadas, desde los boyantes años sesenta posteriores al milagro económico italiano hasta las postrimerías de los años ochenta, cuando el mundo auspiciado por los negadores de la idea de sociedad comenzó a mostrar sus feroces desigualdades, esas que aún hoy, treinta años más tarde, alimentan el ideario de los más conspicuos ideólogos del ultraliberalismo como maná.
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