Franz Vanderschueren - Prevención del delito y la violencia

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Si bien existen experiencias y políticas puntuales que emergieron desde los años 90 en algunas ciudades, ningún gobierno ha construido en forma sustentable y sistemática una política al respecto. Solo existen algunas medidas de prevención situacional y una agenda marcada por el populismo punitivo que asumen que la represión policial, a menudo en contradicción con los derechos humanos, es la mejor receta contra el crimen o por lo menos la que debería responder a la demanda prioritaria de una opinión pública que pide mayor seguridad en todos los países de la región desde 2005.

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Lo que hoy sabemos es que en este caso la barra de metal dañó una zona del cerebro crucial para el adecuado ajuste de nuestra conducta, los lóbulos frontales. Desde entonces, una serie de reportes han descrito como el daño de estas estructuras puede provocar que las personas cambien, y pasen de ser responsables y precisos, a ser inestables, irritables y poco confiables (Markowitsh, 2008). Aunque estas personas no necesariamente terminan convirtiéndose en criminales, hay descripciones recientes que enfatizan la relación entre el daño del lóbulo frontal y la conducta transgresora y delictiva.

Neurobiología de la agresión, violencia y psicopatía

Durante las últimas dos décadas se ha visto un aumento en el interés por conocer la neurobiología de la conducta delictiva, con estudios que se han focalizado en la investigación de la agresión y la violencia en general, al que se ha agregado el estudio de personas con rasgos psicopáticos o con el diagnóstico de psicopatía. Dos de los métodos más comunes en este campo es el uso de imágenes cerebrales estructurales (Resonancia Nuclear Magnética, RNM), o imágenes cerebrales funcionales (Resonancia Nuclear Magnética Funcional, RNMF). Ambas, RNM y RNMF, entregan información sobre las estructuras y funcionamiento del cerebro. Mientras RNM muestra una imagen del cerebro que permite diferencias las estructuras que lo componen, la RNMF muestra la actividad metabólica de las distintas áreas cerebrales, generalmente cuando son expuestas a distintos estímulos o tareas. Así, los estudios de neuroimagen estructural y funcional han mostrado, por ejemplo, cambios metabólicos y estructurales en los cerebros de delincuentes vinculados a crímenes violentos como asesinatos y violaciones. En la misma línea, se han descrito casos de personas que “súbitamente” se convierten en pedófilos o asesinos, en los cuales se ha detectado la aparición de anomalías cerebrales, como por ejemplo tumores frontales.

Los modelos teóricos que explican la psicopatía han enfatizado que las personas que sufren de este trastorno presentan una alteración en la capacidad de integrar respuestas emocionales. Dentro de otras, destacan las teorías de James Blair (Blair, 2001; Blair, 2013) y de Kent Kiehl (Kiehl, 2006; Kiehl, 2001) que muestran un rol predominante de distintos componentes del sistema límbico. Por un lado, el modelo de Blair enfatiza la disfunción de la amígdala como el principal origen de la psicopatía, ya que esta estructura tendría un rol protagónico en la formación de asociaciones entre las claves medio-ambientales y los estados afectivos. Más recientemente, ha incluido la participación conjunta de la amígdala con el lóbulo frontal en el monitoreo de la conducta. Basado en el modelo de Blair, el modelo de Kiehl amplía las áreas cerebrales que estarían involucradas en la conducta psicopática, por lo que además de la participación de estructuras límbicas, participarían estructuras de la corteza cerebral como el lóbulo temporal. De este modo, la literatura científica es consistente en mostrar que las estructuras cerebrales más comúnmente implicadas en la psicopatía, son aquellas zonas del cerebro involucradas en la evaluación de la información emocional y en el procesamiento cognitivo que permite que una situación sea considerada como una amenaza o una recompensa, y la posterior utilización de esta información en la modificación de la conducta. De este modo, en convergencia con los estudios de neuroimagen, los rasgos psicopáticos de la personalidad estarían asociados a una disfunción de la amígdala y de las zonas orbitales de la corteza frontal.

La evidencia que apoya la hipótesis de la participación de la corteza frontal en la conducta delictiva también incorpora información provista por la descripción de casos clínicos de relevancia. Recientemente se ha publicado el caso de un hombre estadounidense de 40 años (Burns, 2003), quien comenzó a desarrollar un apetito sexual inusual y que además (como nunca antes), comenzó a coleccionar pornografía infantil secretamente. Posteriormente presentó avances sexuales con su hijastra, por lo que fue condenado por una acusación de abuso sexual, además de haber sido diagnosticado de pedofilia (trastorno de la orientación sexual). Un día antes de la lectura de sentencia fue ingresado a un centro hospitalario por fuertes dolores de cabeza, por lo que se decidió la toma de neuroimágenes, que determinaron la presencia de un tumor cerebral alojado en la zona órbito-frontal derecha. El tumor fue extirpado y la conducta del hombre volvió a la normalidad, hasta que un año después comenzó a experimentar la misma conducta previa producto de la reaparición del tumor cerebral. Por segunda vez el tumor fue extirpado y su conducta volvió nuevamente a la normalidad.

En suma, la investigación en esta área ha demostrado que la corteza órbito-frontal está involucrada en la regulación de la conducta social. Así, la disrupción de este sistema puede resultar en la toma de decisiones basadas en el refuerzo inmediato, más que las ganancias a largo plazo, deteriorando la habilidad de las personas de ajustarse a las distintas situaciones sociales. Toda la evidencia asociada a la explicación neurobiológica de la conducta delictiva supone una serie de cuestionamientos a la forma en que debe ser comprendida por la sociedad, por lo que bien valdría la pena preguntarse ¿el delincuente nace o se hace?

Implicancias médico-legales

La evidencia neurocientífica ha sido usada cada vez con más frecuencia en los tribunales de justicia como parte de las evaluaciones psiquiátricas y psicológicas de los imputados por distintos tipos de delitos. En la mayoría de los sistemas judiciales, la neurociencia contribuye en la evaluación del grado de responsabilidad del/la imputado/a, o en la evaluación de potencial peligrosidad o riesgo de reincidencia, contribuyendo así en el proceso criminal o en las políticas correccionales.

La entrada de las neurociencias en los tribunales de justicia se inició en 1993, Missouri, Estados Unidos, a propósito del delito cometido por un joven de 17 años, Cristopher Simmons (Borra, 2005), quién junto a dos amigos de la misma edad, Charles Benjamin y John Tessmer, planificaron el robo y el posterior asesinato de su vecina, Shirley Crook (caso denominado Roper v. Simmons). Mientras se dirigían a cometer el delito, John Tessmer decidió retirarse, por lo que Christopher y Charlie siguieron solos. Una vez al interior de la casa robaron algunas pertenencias y luego, sin mayor provocación, decidieron asesinar a la dueña de casa, la ingresaron a un auto para luego arrojarla por un puente. Cuando el caso fue llevado a juicio quedó en evidencia la participación de Simmons, quién confesó el plan y los hechos. En consecuencia, acorde a la ley estadounidense, recibió la pena de muerte. Sin embargo, mientras esperaba su turno de ejecución, su abogado decidió apelar a la sentencia, basado en información que nunca antes había sido utilizada como causal de atenuación de un delito, fundamentando que la edad, la impulsividad, en conjunto con un historial de vida problemático de Simmons, influyeron en las malas decisiones que llevaron a Christopher a cometer el delito. Como un hecho sin precedentes, la Corte Suprema de Missouri determinó de forma unánime el establecimiento de un nuevo consenso en contra de la ejecución de ofensores jóvenes. Se estableció como inconstitucional la determinación de la pena capital para crímenes cometidos antes de los 18 años, en tanto que tal castigo viola la Octava Enmienda Constitucional que prohíbe el castigo cruel e inusual, apoyados en la premisa de que algunos adolescentes podrían tomar decisiones legales que podrían ser diferentes a aquellas que tomarían de adultos (American Psychological Association, 2005). Así, Simmons fue sentenciado a la prisión de por vida, pero no fue ejecutado (Roper v. Simmons, 2005). Como consecuencia, este cambio se determinó en 25 estados del país, y la misma lógica fue aplicada a los ofensores jóvenes que se encontraban en espera de la ejecución al momento de decretar este cambio en la ley (DeNunzio, 2006). Durante el juicio llevado a cabo, se presentaron los resultados de un estudio longitudinal (Gogtay, 2004) que incluyó a 13 participantes que fueron seguidos durante diez años, entre las edades de cuatro y 21 años, en los que se tomaron imágenes cerebrales cada dos años, para hacer un seguimiento de la estructura física del tejido cerebral. Interesantemente, los resultados demostraron que el desarrollo del cerebro comienza por las áreas posteriores del cerebro, y que este desarrollo continúa todavía más allá de los 21 años de edad, y que justamente la zona que más tarda en completar su desarrollo es la zona anterior del cerebro, particularmente, los lóbulos frontales.

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