Esos hombres necesitan el evangelio. Necesitan apartar sus ojos de la vanidad de las cosas materiales para contemplar lo precioso de las riquezas perdurables. Necesitan aprender el gozo de dar, la bienaventuranza de ser colaboradores de Dios.
A menudo las personas de esta clase son de difícil acceso, pero Cristo abrirá caminos a través de los cuales poder alcanzarlos. Busquen a esas almas los obreros más sabios, los más confiables, los más prometedores. Con la sabiduría y el tacto nacidos del amor divino, con el refinamiento y la cortesía resultantes únicamente de la presencia de Cristo en el alma, trabajen por los que, deslumbrados por el brillo de las riquezas terrenales, no ven la gloria de los tesoros celestiales. Que los obreros estudien la Biblia con ellos, grabando en su corazón las verdades sagradas. Léanles las palabras de Dios: “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”. “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”. “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (1 Cor. 1:30; Jer. 9:23, 24; Efe. 1:7; Fil. 4:19).
Una súplica tal, hecha en el espíritu de Cristo, no será considerada impertinente. Impresionará la mente de muchos que pertenecen a las clases superiores.
Por medio de esfuerzos realizados con sabiduría y amor, muchos hombres ricos serán despertados hasta el punto de sentir su responsabilidad y necesidad de rendir cuentas ante Dios. Cuando se les haga entender claramente que el Señor espera que ellos, como representantes suyos, alivien a la humanidad doliente, muchos responderán, y darán de sus recursos y su simpatía para beneficio de los pobres. Cuando su mente sea así apartada de sus propios intereses egoístas, muchos serán inducidos a entregarse a Cristo. Con sus talentos de influencia y recursos se unirán gozosamente en la obra de beneficencia con el humilde misionero que fue agente de Dios para su conversión. Por medio del uso correcto de su tesoro terrenal se harán un “tesoro en los cielos que no se agote; donde ladrón no llega, ni polilla destruye”. Se asegurarán el tesoro que ofrece la sabiduría, “riquezas duraderas, y justicia” (Luc. 12:33; Prov. 8:18).
Me fue presentado el actual debilitamiento de la familia humana. Cada generación se ha estado debilitando más y más, y la enfermedad, bajo todas sus formas, aflige a la especie humana. Miles de pobres mortales –con cuerpo enfermizo y/o deforme, con nervios destrozados y con mente sombría– arrastran una existencia miserable. Aumenta el poder de Satanás sobre la familia humana. Si el Señor no viniese pronto a destruir su poder, la Tierra quedaría despoblada en poco tiempo.
Se me reveló que el poder de Satanás se ejerce especialmente sobre el pueblo de Dios. Me fueron presentados muchos en una condición de duda y desesperación. Las enfermedades del cuerpo afectan la mente. Un enemigo astuto y poderoso acecha nuestros pasos, y dedica su fuerza y habilidad a tratar de apartarnos del camino recto. Y demasiado a menudo sucede que los hijos de Dios no están en guardia, y por tanto ignoran sus designios. Satanás obra por los medios que mejor le permiten ocultarse de la vista, y a menudo alcanza su objetivo.– Testimonios para la iglesia , t. 1, pág. 274.
La violación de la ley física2
El hombre salió de las manos de su Creador perfecto en su constitución y de proporciones bellas. Si por más de seis mil años ha podido soportar el impacto creciente de las enfermedades y la violencia, es una prueba concluyente del poder de resistencia con que fue dotado. Aunque los antediluvianos se entregaron al pecado sin restricción, transcurrieron más de dos mil años antes que comenzaran a sentirse los efectos de la violación de las leyes naturales. Si Adán no hubiera poseído originalmente una resistencia física superior a la de los hombres que viven en la actualidad, la raza humana ya se habría extinguido.
A través de las sucesivas generaciones desde la caída del hombre, la tendencia ha sido continuamente hacia abajo. Las enfermedades se han transmitido de padres a hijos, una generación tras otra. Aun los niños en sus cunas sufren malestares causados por los pecados de sus padres...
Los patriarcas desde Adán hasta Noé, con pocas excepciones, vivieron cerca de mil años. Después el promedio de vida de los seres humanos ha ido en constante descenso.
En tiempos del primer advenimiento de Cristo, la raza humana ya estaba tan degenerada que no sólo los viejos, sino también los adultos y jóvenes, eran traídos de todas partes al Salvador para que les sanara sus enfermedades. Muchos sufrían bajo el peso de miserias inexpresables.
La violación de las leyes físicas, con su consecuente sufrimiento y muerte prematura, ha prevalecido durante tanto tiempo que sus consecuencias han llegado a aceptarse como la suerte natural de la humanidad; pero Dios no creó a la raza humana en una condición tan debilitada. Este estado de cosas no es obra de la Providencia, sino del hombre. Fue producido por los malos hábitos: por la violación de las leyes que Dios estableció para gobernar la existencia humana. La transgresión continua de las leyes de la naturaleza es una transgresión continua de la ley de Dios. Si los seres humanos hubiesen obedecido siempre la ley de los Diez Mandamientos, practicando en su vida los principios de esos preceptos, hoy no existiría la maldición de las enfermedades que inundan al mundo...
Cuando los seres humanos toman cualquier curso de acción que los hace derrochar su vitalidad o que anubla su intelecto, pecan contra Dios; no lo glorifican por medio del cuerpo y del espíritu que le pertenecen al Señor. Pero a pesar de que el hombre lo ha insultado, el amor de Dios todavía se extiende a la raza humana, concediéndole la luz, capacitando a la gente para ver que si desean llevar una vida perfecta necesitan obedecer las leyes naturales que gobiernan el ser. Entonces, ¡cuán importante es que las personas caminen en esa luz, y que ejerciten todas las energías, tanto del cuerpo como de la mente, para glorificar a Dios!
El pueblo de Dios debe mantenerse pur o
Vivimos en un mundo que se opone a la justicia, o a la pureza del carácter, y especialmente a crecer en la gracia. Hacia dondequiera que se mire se ve contaminación y corrupción, deformidad y pecado. ¡Cuánta diferencia hay entre todo esto y la obra que debe cumplirse en nosotros justamente antes de recibir el don de la inmortalidad! En estos últimos días los elegidos de Dios deben mantenerse sin mancha en medio de las corrupciones que pululan alrededor de ellos. Si se ha de realizar esta obra, necesita comenzarse de inmediato, inteligentemente y con fervor. El Espíritu de Dios debe tener el control perfecto e influir sobre cada acción.
La reforma de la salud es uno de los aspectos de la gran obra destinada a preparar un pueblo para la venida del Señor. Se encuentra tan estrechamente conectada con el mensaje del tercer ángel como lo está la mano con el cuerpo. Los seres humanos han considerado livianamente la ley de los Diez Mandamientos; sin embargo el Señor no vendrá a castigar a los transgresores de su ley sin enviarles primero un mensaje de amonestación. Los hombres y las mujeres no pueden violar las leyes naturales, mediante la complacencia de sus apetitos depravados y pasiones carnales, sin violar la ley de Dios. Por eso él ha permitido que brille sobre nosotros la luz de la reforma pro salud para que podamos comprender la pecaminosidad de quebrantar las leyes que él ha establecido en nuestro mismo ser.
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