Estos discursos, que rara vez se apoyan en análisis empíricos, implican tres asuntos esenciales: la inscripción de las evoluciones actuales en un proceso plurisecular de formación de una economía-mundo que se remonta al siglo xvii y a la que se han integrado progresivamente un mayor número de regiones1; la configuración de las relaciones espaciales desiguales que ubican a ciertos países en el centro del sistema y a otros en la periferia2, y las lógicas específicas de diversos universos sociales, en particular de los universos de producción cultural que, a pesar de estar inmersas en el sistema de las relaciones económicas y políticas, tienen reglas y jerarquías propias3.
El mercado del libro constituye hoy un vehículo mayor de intercambios culturales internacionales. La «globalización» es presentada a menudo como un proceso llamado a favorecer los intercambios interculturales, el «mestizaje», la «hibridación» y la revalorización de las culturas locales o minoritarias, marginalizadas por los Estados nación. Sin rebatir el interés de tal objetivo, los análisis concretos de este proceso invitan a matizar y relativizar la visión encantada de un mundo sin fronteras ni jerarquías simbólicas. Contra el enfoque culturalista, se debe recordar que estos intercambios se insertan en relaciones de fuerza desiguales entre culturas, en los planos político, económico o cultural, relaciones que se deben estudiar para entender las modalidades de circulación transnacional del libro, que se dan, sobre todo, del centro a la periferia.
Aunque la internacionalización del mercado del libro no es un fenómeno nuevo, ha sufrido una aceleración desde la década de 1980. Esta evolución no es, como se dijo, una simple consecuencia del proceso de racionalización y de asuntos económicos como la búsqueda de nuevos mercados. Contra el enfoque economicista, se debe recordar, como señala Pierre Bourdieu, que el mercado de los bienes culturales posee criterios de jerarquización y una economía que le son propios. Objetos de patrimonialización, los bienes culturales presentan características específicas desde el punto de vista de las modalidades de producción, así como de circulación y de apropiación, que obedecen a una triple lógica: económica, política y cultural, y cuyo agenciamiento es variable. Testimonio de ello fueron las protestas en defensa de la excepción cultural, suscitadas, a finales de la década de 1980, por las negociaciones del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (General Agreement on Tariffs and Trade [gatt]), durante la Ronda Uruguay, sobre el proyecto de liberalización del comercio de los servicios, categoría en la que se ubican los bienes culturales, y que dio lugar a posturas nacionales e internacionales, en especial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), que promovió el principio de la diversidad cultural, el cual fue adoptado en el 2001.
En el seno de la producción cultural, el libro presenta, de igual manera, algunas especificidades: un soporte que ha conocido un proceso de industrialización precoz gracias a los medios de reproducción técnica, sin que estos afecten el valor simbólico de su contenido inmaterial4. A diferencia de las obras de arte5 sigue estando parcialmente regido por un modo de producción artesanal6, y a diferencia de la música o del cine, cuyo proceso de industrialización es mucho más avanzado7. Su antigüedad y su alto prestigio simbólico como soporte de la cultura letrada e instrumento de transmisión del saber han hecho de él el centro de políticas públicas mucho antes de que lo fueran otras industrias culturales como el cine o la música8.
Además, a diferencia de otros bienes culturales como la música, la danza o las artes plásticas, la circulación de los libros entre zonas lingüísticas es limitada debido a la barrera de la lengua. La mediación de la traducción implica un costo económico suplementario, pero también competencias lingüísticas y culturales que conducen a que la oferta y el grado de especialización varíen según las coyunturas sociohistóricas, y las prácticas y normas más o menos codificadas según las culturas: todas variables que pertenecen al campo sociológico, histórico y textual.
Finalmente, al contrario de las visiones culturalista y economicista, el proceso de constitución de un mercado de bienes culturales a escala mundial no es ni lineal ni homogéneo en los diferentes sectores de producción, tampoco en los diferentes sectores del mercado del libro. Comenzó con el mercado del arte luego de la Segunda Guerra Mundial9, mientras que en el sector del libro, aunque se puede hablar de internacionalización a partir de mediados del siglo xix, solo desde la década de 1980 se empezó a observar la formación de un mercado mundial del libro, en el que los mercados nacionales, de gran crecimiento, se fueron involucrando progresivamente.
El desarrollo de la edición en lengua vernácula a partir del siglo xvii permitió el surgimiento de mercados regionales del libro que se consolidaron desde comienzos del siglo xix con la industrialización de la producción de la imprenta, el desarrollo de los medios de transporte, la construcción de las identidades nacionales y la alfabetización10. La nacionalización de estos mercados y el acceso a la lectura por parte de nuevas clases sociales no formadas en lenguas extranjeras suscitaron un auge de las prácticas de traducción, las cuales se convirtieron en el principal modo de circulación transnacional de los libros a partir de 1850, y condujeron a la elaboración de reglas internacionales (la convención de 1886 sobre el derecho de autor).
El surgimiento de un mercado internacional implicó la aparición de una categoría de agentes especializados dentro de las editoriales (traductores, directores de colecciones de literaturas extranjeras) y dentro del Estado (política del libro en el extranjero, institutos culturales). Detenido por la Segunda Guerra Mundial, este mercado tendría un fuerte desarrollo a partir de la década de 1960, del que da testimonio la multiplicación, desde los años ochenta, de lugares específicos dedicados a los intercambios (salones y ferias internacionales del libro), la especialización y la profesionalización de los agentes intermediarios (agentes literarios, servicios de derechos extranjeros, traductores), la implementación de políticas públicas de ayuda a la traducción y la conformación de grupos de edición internacionales como Bertelsmann y Rizzoli11.
Este proceso no es uniforme, tiene lógicas diversas que generan ciertas contradicciones. Algunas no les son propias, sino que dependen del proceso de racionalización. No obstante, incluso estas toman formas espaciales específicas, es el caso de las deslocalizaciones de la fabricación hacia la periferia para reducir costos, facilitadas por los medios de comunicación electrónicos, y que debilitan la «coherencia estructurada» de las regiones centrales12. Es también el caso de la concentración de la producción y de la distribución gracias a la mecanización y a la racionalización de los modos de gestión, lo que conduce a la diferencia creciente entre una producción cada vez más importante y una oferta cada vez más reducida (fenómeno de los libros nacidos muertos) en los puntos de venta y cada vez más desigual en términos de distribución geográfica13. La sobreproducción va también a la par con la disminución de las tiradas14: se observa un incremento de este fenómeno para las traducciones de libros de literatura (en particular para las obras y los géneros considerados difíciles, como la poesía y el teatro) y de ciencias humanas.
Del mismo modo sucede con la tendencia a la diversificación de los productos para la conquista de nuevos mercados frente a la tendencia a la estandarización de productos culturales destinados a alcanzar los públicos más hetereogéneos que pertenecen a culturas diferentes. Esto se observa en el mercado mundial de la edición, por un lado, con la producción de bestsellers mundiales, y por el otro, con la variedad de lenguas de las que se traduce. El crecimiento conduce, en efecto, a que las editoriales se diversifiquen, lo que opaca su identidad fundada sobre un catálogo que contenía una herencia y un capital simbólico15. Este proceso está acompañado de una indiferenciación relativa de la producción.
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