© Iñigo Arzak Capilla, Mercedes Giménez Cañizares
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Corrección e Ideas: Julen Cestero, David Pérez, Martín Nogal
Maquetación y diseño: Georgia Delena
Diseño portada: Amaia Iraundegi
Primera edición: Noviembre 2014
ISBN: 978-84-16181-38-4
P.V.P.: 6 €
La reproducción total o parcial de este libro no autorizada vulnera derechos reservados. Cualquier utilización debe ser preferentemente concertada.
Dedicatoria de David Pérez
En memoria de Mikel Arzak Giménez,cuya ilusión era que sus libros se dieran a conocer.
Prólogo Cuéntame un cuento
1 - La Alianza de las Dos Tierras
2 - El Reino de los Olvidados
3 - La Taberna de la Luna
4 - El Puerto de los Naufragios
5 - Como el resto
6 - La gloria del muerto
7 - Algo por lo que luchar
8 - El Caballero sin Bandera
9 - Vivir libre
10 - El poder de la pena
11 - En pie morir
12 - Adiós
Epílogo - El último horizonte
Prólogo Cuéntame un cuento
El niño correteaba de un lado a otro riendo sin parar. Tras él, a poca distancia, su padre intentaba alcanzarlo sin éxito. Llevaban así varios minutos, y el hombre disfrutaba casi tanto como su hijo. Le encantaba jugar con él.
El niño tenía una energía sin igual. Siempre estaba preparado para correr y, por increíble que pareciera, nunca se cansaba. Su padre, por el contrario, no podía evitar sentir el paso de los años debilitando sus piernas a medida que pasaba el tiempo.
En un descuido, el niño tropezó con un juguete que estaba tirado en el pasillo, perdiendo velocidad por unos instantes. Su padre aprovechó el momento para agarrarlo del hombro. Lo había atrapado.
-Te pillé.-dijo entre jadeos, con una sonrisa en la cara.-Ahora, a la cama.
-Jo, papá, quiero jugar un poco más.
-Lo siento pero no, hemos hecho un trato. Si te alcanzaba, te ibas a la cama. Así que te toca cumplirlo muchachito, que ya es tarde.
Aún jadeando, el hombre acompañó a su hijo hasta su cuarto.
-¿Mañana jugaremos más?-preguntó el niño en la puerta.
-Claro que sí, no lo dudes.-respondió el padre, guiñándole un ojo.
El niño sonrió. Rápidamente, se dirigió a su cama y se metió en ella, arropándose y esperando a que su padre se sentara a su lado. Siempre lo hacía, y aquella vez no iba a ser una excepción. El hombre se inclinó y lo besó suavemente en la frente antes de seguir su rutina de siempre y sentarse junto a él.
-Papá, cuéntame un cuento.-pidió el niño.
-Es tarde, mejor mañana.
-Por favor, papá. Solo uno.
El niño puso su mejor cara de pena, aunque sólo logró que su padre riera a carcajadas al verla. No era buen actor.
-Está bien, te contaré uno, pero quita esa cara.-le dijo su padre señalándolo con el dedo.-¿Cuál quieres? ¿Caperucita Roja?
La cara del niño se iluminó.
-No, quiero uno de los tuyos. Son los mejores. Pero quiero uno nuevo.
El padre volvió a reír y acarició la mejilla de su hijo.
-Como quieras. Veamos… ¿te he contado el cuento de Ingard el Valiente?
-Sí, el otro día.
-¿Las aventuras de Gromitinga?
-Ése no es tuyo, pero sí.
-¿Qué me dices de la leyenda del Imaginarum?
-También.
El padre dio una palmada al aire y apoyó el puño en sus labios, fingiendo frustración. Parecía que ya le había contado todos los cuentos e historias que había ido desarrollando a lo largo de su vida, y estaba demasiado cansado para improvisar uno aquella noche.
Pero entonces se dio cuenta de que había uno que no le había relatado, uno que tenía reservado para cuando llegara el momento adecuado. Miró a su hijo a los ojos. ¿Había llegado ya ese momento?
De todas formas, es sólo un cuento , pensó. Al menos, para él.
Se inclinó hacia su hijo con un brillo en los ojos para dar cierto misterio al asunto.
-¿Y qué hay de el Reino de los Olvidados?-le susurró.-¿Te he contado esa historia?
El niño negó con la cabeza.
-¿De qué va?-preguntó.
-Pues es una historia llena de acción, soldados medievales, traiciones, dictaduras, amor, desamor y un deseo irrefrenable de libertad.
Un brillo similar apareció en los ojos de su hijo. Ya había conseguido intrigarlo. Ambos se acomodaron en la cama, uno tumbándose completamente y arropándose hasta el cuello con su peluche al lado y el otro estirándose y carraspeando para aclararse la garganta, listo para empezar.
-¿Puedo?-preguntó el padre.
Cuando el niño asintió, el hombre volvió a sonreír.
-Prepárate, porque es una de las mejores historias que escucharás jamás. Hace mucho tiempo…
1 - La Alianza de las Dos Tierras
El sol abrasaba sin piedad, haciendo que todos los soldados del pelotón sudaran la gota gorda. Además, las armaduras que llevaban sólo absorbían más el calor, convirtiendo el montón de metal en un horno del que ninguno se podía librar.
Carlos Mendoza volvió a beber de su cantimplora, intentando refrescarse. Cada vez le quedaba menos agua, y como sólo había pasado una hora desde la última parada a descansar, no podría rellenarla hasta la noche como mínimo. Tenía que racionarla para evitar acabar asado en aquel infierno móvil.
Se quitó el casco para secar el sudor que perlaba su frente. Su pelo castaño corto parecía rubio con los rayos del sol que le daban de pleno. Miró con sus ojos marrones hacia adelante, pero tuvo que apartar la mirada cuando un rayo de luz se reflejó en la armadura del soldado que tenía a pocos pasos, cegándolo momentáneamente.
Carlos odiaba aquellas marchas. Todos los soldados, en procesión, dirigiéndose al campo de batalla con sus armaduras, sus espadas y sus escudos, caminando hacia una muerte casi segura o hacia la victoria y el triunfo. Por suerte, le animaba saber que de ambas maneras obtendría la gloria del guerrero. Le alentaba saber que tarde o temprano sería considerado un héroe, y su nombre quedaría grabado en la historia.
A su derecha, Luís Rodríguez, su mejor amigo, miraba el interior de su cantimplora con un ojo cerrado. La puso boca abajo, tirando al suelo unas pocas gotas. Se había quedado sin agua. Chasqueó la lengua antes de alzar la cabeza y mirar a Carlos con sus ojos azules. Una amplia y falsa sonrisa apareció en su rostro.
-¡Carlos, amigo mío! Dime que a ti aún te queda algo de agua.-le dijo, suplicante.
-Muy poca, Luís.
Su amigo juntó las manos.
-Dame un trago aunque sea.-pidió, poniendo cara de pena.-Por favor, sólo un trago.
-Queda mucho hasta que volvamos a parar, Luís, tengo que racionarla.
El soldado bajó la cabeza.
-Está bien, como quieras. Moriré deshidratado en mitad de esta procesión.
-No digas tonterías.-resopló Carlos.
-Es la verdad.-dijo Luís, alzando la cabeza y señalándolo con un dedo.-Y todo el cargo de conciencia será única y exclusivamente tuyo por no querer compartir tu agua. ¿Podrás vivir con tal carga, Carlos Mendoza?
Carlos suspiró. Luís lo conocía demasiado bien, y sabía que no negaba su ayuda a quien la necesitara, sobre todo a un amigo, así que solía aprovecharse de la situación y exagerar lo que posiblemente ocurriría si se negaba a ayudarlo. Carlos daba muchísima importancia a la amistad, demasiada en opinión de algunos, y su mejor amigo se aprovechaba de ello con actuaciones como aquélla.
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