Frente a ellos, en un callejón cercano, apartado del resto de los habitantes y con una mirada fría y cargada de odio, había un hombre moreno vestido completamente de negro, mirándolos fijamente.
Paulo se giró y miró al recién llegado fijamente. Ahora estaba serio.
-Carlos, tengo que hacerte una pregunta. ¿Te gustaría vivir aquí?
Nuevamente sorprendido por la pregunta, Carlos vaciló unos instantes antes de responder.
-Pues… me gustaría averiguar antes que ha pasado en la batalla.
-No puedes, no tenemos contacto con el mundo de los vivos. Cualquier cosa que sucediera después de tu muerte, nos es desconocida.
Abatido, Carlos apartó la mirada. Paulo era demasiado directo en aquel asunto, tenía demasiado poco tacto, y dolía saber que estaba muerto. Pero en ese caso, no tenía a dónde ir en aquel nuevo lugar.
-Entonces sí, me gustaría quedarme.
Paulo sonrió.
-¡Perfecto! Pues verás, Carlos, si quieres seguir con el privilegio de vivir en Amnesia, hay una serie de reglas que tendrás que cumplir. Son nuestras leyes, por llamarlas de alguna manera. Has visto al hombre de allí, verdad.
El alcalde señaló con la cabeza hacia el callejón. El hombre de negro seguía allí, mirándolos fijamente.
-Sí, ¿quién es?-preguntó.
-Su nombre es Kane, y es muy peligroso. No te acerques a él. Está terminantemente prohibido hablar con él. Es una de nuestras leyes.
-¿Por qué?
-Ha matado a alguno de los nuestros. Estamos seguros de ello, pero no tenemos pruebas suficientes para demostrarlo y castigarlo. Por eso, por precaución, puse esa norma. Si se te acerca, huye, ¿entendido?
Carlos dudó y volvió a mirar a Kane. Parecía peligroso sí, pero no tanto como lo pintaba Paulo.
-¿Entendido?-volvió a preguntar el alcalde.
-Sí.
-Así me gusta. Bien, ahora tengo que darte una sorpresita. Tenemos por costumbre organizar una fiesta cuando alguien llega a Amnesia, como has podido ver. ¿Y qué es una fiesta sin un banquete?
Paulo dio media vuelta de nuevo y lo llevó en el otro sentido. El soldado empezaba a sentirse incómodo, era como si Paulo intentara tener completo control sobre él.
La gente ya se había sentado alrededor de la larga mesa cuando llegaron, y ni siquiera se habían molestado en esperar al recién llegado para empezar a comer.
Carlos tomó asiento al lado de un hombre moreno que estaba hablando con quien tenía al otro lado, por lo que no pudo verle la cara. Paulo tomó asiento a su lado.
Al mirar hacia el alcalde, su corazón se detuvo. Al otro lado de Paulo se encontraba la mujer más guapa que había visto jamás. Rubia, alta, y con los ojos de un color verde esmeralda que Carlos nunca había visto en una persona. Era bellísima. De golpe y porrazo, todas y cada una de las preocupaciones que acababan de surgirle desaparecieron.
La mujer giró la cabeza y Carlos la apartó, deseando con todas sus fuerzas que no lo hubiera visto. Miró hacia el otro lado. El otro hombre había girado la cabeza y hablaba con quien tenía enfrente. Parecía llevarse bien con todos. Siguió con la mirada la mesa y observó a las dos personas siguientes. Estaban calladas, sin decir palabra, centradas en su comida.
El rugir de las tripas de Carlos hizo que decidiera empezar a comer él también. Alargó una mano para coger un poco del pollo que tenía delante y le dio un mordisco. Estaba delicioso.
Discretamente, intentó mirar a la mujer, y cuando sus ojos se posaron en su rostro, fue ella quién apartó la cabeza. Carlos sonrió al comprender que ella también lo estaba mirando de reojo.
Paulo no paraba de hablarle y de decirle cosas sin sentido, le contaba anécdotas y chistes a los que Carlos no prestaba mucha atención. Sólo se fijaba en aquella mujer, aunque reía en algún que otro momento para que el alcalde no se diera cuenta.
-Bueno, creo que es el momento de que te explique el resto de normas.-dijo Paulo, limpiándose la boca con una servilleta.-Verás…
Alguien puso una mano en el hombro de Paulo y éste se giró. Un hombre envuelto en una enorme armadura brillante se inclinó y le susurró algo al oído. Paulo se puso serio y asintió antes de levantarse.
-Lo siento mucho, Carlos, pero tengo algo de lo que ocuparme. Disfruta un poco más.
-En realidad, me gustaría irme a casa.-dijo Carlos, levantándose también.-Bueno, si es que tengo casa.
Paulo se quedó pensativo unos instantes y después se giró hacia la mujer.
-Julia, ¿te importaría acompañar a nuestro nuevo habitante a su hogar?
Ella abrió los ojos, sorprendida.
-¿Y… Yo?-tartamudeó.-Sí, sí, claro, sin problema.
Ella se puso en pie y miró a Carlos directamente a los ojos. Él se ruborizó un poco, pero intentó disimularlo. Paulo pasó la vista de uno a otro con el ceño fruncido, pero sólo se encogió de hombros e hizo una reverencia.
-Que disfrutes de tu nueva vida, Carlos Mendoza.-se despidió.
El alcalde se alejó seguido del hombre de la armadura, dejándolos solos, de pie, uno frente al otro, sin saber qué decir. Finalmente ella alargó la mano, nerviosa, pero con una sonrisa en la cara.
-Soy Julia Garde, encantada Carlos.
-Igualmente.-logró decir él, estrechándole la mano.
-Sígueme, tu casa está cerca.
Julia echó a andar y Carlos tuvo que acelerar para colocarse a su lado. Por el rabillo del ojo vio cómo Kane, desde el mismo callejón de antes, los seguía con la mirada.
Las calles estaban iluminadas por unos postes altos que asombraban a Carlos, pues no se parecían a nada que él conociera. Emitían bastante luz, mucha más que los candelabros a los que estaba acostumbrado.
No sabía qué decir, pero no quería quedarse callado, y no parecía que ella fuera a dar de nuevo un primer paso. Así que cogió aire, se armó de valor y se atrevió a preguntarle lo primero que se le vino a la cabeza.
-¿Qué eres, la mano derecha del alcalde?-preguntó.
Idiota , se reprochó. ¿En serio eso es lo primero que se te ocurre?
Julia rió.
-No, que va. Sólo soy su secretaria. Todos trabajamos en algo en esta ciudad. Algunos, como yo, nos dedicamos a organizar las citas y reuniones del señor alcalde, y otros se dedican a la agricultura. Por suerte para ti, tienes dos semanas de descanso antes de que se te asigne un trabajo.
-¿Las mujeres también trabajan?
Julia lo miró con el ceño fruncido.
-Claro que sí. ¿Te extraña?
Carlos abrió la boca para responderle que sí, pero prefirió no hacerlo. No quería meter la pata. Por suerte, la mujer se detuvo instantes después frente a una casa. Estaban casi al lado de la plaza. Aún podía oírse la música a todo volumen.
-Es aquí, vives a dos casas de mí, así que podría decirse que somos vecinos ¿no crees?-comentó con una sonrisa.
-Sí, supongo que sí.-respondió Carlos, sonriendo también.
-Bueno, pues espero que disfrutes de tu estancia y… bienvenido. Ha sido un placer conocerte. Si necesitas algo ve al ayuntamiento, el alcalde te resolverá cualquier duda.
Julia dio media vuelta, pero Carlos la retuvo.
-¡Espera! Tengo una duda. No conozco la ciudad, y no sabría por dónde moverme. ¿Te importaría enseñármela?
Julia giró la cabeza, con una ceja alzada y una sonrisa pícara.
-¿Me estás proponiendo salir?
Carlos no conocía aquella expresión, pero creyó entender su significado.
-Puede. ¿Te molesta?
Julia soltó una risita nerviosa. Sus ojos verdes se clavaron en los suyos. Carlos creía que se le iba a saltar el corazón.
-Mañana trabajo hasta las ocho, puede que después pueda pasarme por aquí y enseñarte todo esto. ¿Te parece?-preguntó.
Carlos sonrió aún más.
-Sí, claro, me parece genial.
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