Carlos no dijo nada.
-Pues recordad, hermanos míos, que a través del dolor y de la sangre, del rugir de nuestras armas, nos alzaremos y seremos por siempre… ¡Libres!
Todos a una, exceptuando a Carlos, empezaron a gritar con pasión, con fuerza. El discurso había surtido su efecto, ya estaban lo suficientemente motivados para entrar en combate. Carlos miró a Luís, y pudo ver en sus ojos el mismo brillo feroz que el de todos sus compañeros. ¿Por qué era el único que no deseaba combatir?
-¡Al ataque!-gritó el general.
El ejército echó a correr en dirección al campamento enemigo, gritando con toda la energía que les permitían sus pulmones. Carlos, arrastrado por la marea, no pudo evitar pensar una vez más que su vida llegaba a una bifurcación. A un lado, el camino seguía su curso. Al otro, sólo se encontraba la oscuridad.
2 - El Reino de los Olvidados
El escudo vibró al chocar con la cabeza descubierta de su adversario, pero aquello no le impidió atravesarlo firmemente con su espada cuando cayó al suelo. Carlos se volteó al escuchar el grito de otro enemigo a sus espaldas, acercándose. Esquivó de un salto el tajo vertical que le lanzó y contraatacó con una estocada, matándolo al instante.
Se permitió unos instantes de respiro para ver cómo le iba a Luís unos metros más allá. Su amigo acababa de atravesar a dos adversarios simultáneamente con sus espadas. No usaba escudo ni armadura, decía que no le servía para nada, y con sus dos espadas de mano era uno de los soldados más rápidos y mortíferos de la Alianza de las Dos Tierras.
Carlos miró a su alrededor. Habían pillado al enemigo por sorpresa al salir todos de los árboles, por lo que la ventaja inicial estaba de su parte, y habían sabido aprovecharla. Para cuando el enemigo se había dado cuenta de su situación, ya habían diezmado a aproximadamente una quinta parte de sus tropas. Era ahora cuando la auténtica batalla empezaba.
Aunque no había ni rastro de Tresde.
El cadáver de uno de los soldados del sur cayó a sus pies, haciendo que Carlos volviera a la realidad. Alzó la vista y vio a su contrincante acercándose a él, casi tan musculoso como el general González y con una enorme hacha en la mano. Tenía una sonrisa en la cara y un brillo demente en los ojos. Estaba disfrutando de la matanza.
Carlos le sostuvo la mirada al tiempo que colocaba su escudo frente a él en posición defensiva. Con un gritó, el hombre lo alcanzó y descargó su hacha sobre él, pero con un ágil movimiento Carlos rodó por el suelo, esquivando el ataque. Sobre sus rodillas, golpeó a su enemigo con el mango de la espada para que trastabillara, pero éste apoyó a tiempo su hacha en el suelo y simplemente hincó una rodilla. Aprovechando su oportunidad, Carlos saltó, colocó un pie en su espalda y se impulsó en el aire, logrando que el hombre cayera boca abajo al suelo. Al tocar tierra, Carlos se giró grácilmente con la espada en alto, listo para acabar con una vida más.
Sin embargo, el fuerte brazo de su adversario se cerró en torno a su tobillo y tiró de él, haciendo que cayera también. Sin soltar a su presa el hombre se levantó y, con una fuerza sobrehumana, lanzó volando a Carlos, quien rodó unos metros al tocar el suelo.
Los rumores eran ciertos, las tropas de Tresde no eran humanas. Era imposible que un soldado normal tuviera la fuerza suficiente como para lanzar a alguien tan lejos, mucho menos si tenía su pesada armadura encima.
-¡Carlos!
El casco vibraba por el golpe y no le dejaba ni ver ni escuchar con claridad, por lo que el grito de Luís le sonó muy lejano. El mundo le daba vueltas.
Una sombra ocultó el sol frente a él. Tuvo que entrecerrar los ojos para poder distinguir a duras penas la silueta de su contrincante. No pudo verla, pero estaba seguro de que tenía una sonrisa en la cara.
Un fuerte golpe en la cadera hizo que Carlos gritara de dolor. Intentó moverse, pero el dolor se lo impidió. Debía de habérsela roto. Aún intentando coger aire, Carlos vio, impotente, como el hombre volvía a alzar su hacha, preparándose para el golpe definitivo.
Lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos.
-¡CARLOS!
Sus ojos se llenaron de barro al caer al lodazal en el que se había convertido el campo de entrenamiento, mientras las risas y burlas del resto de los allí presentes llegaban hasta él. Jadeando, Carlos se puso en pie una vez más, deseando con todas sus fuerzas que aquel suplicio diario terminara.
-Venga novato, ¿a qué juegas?-preguntó su instructor con una sonrisa en la cara.- ¿Crees que en batalla el enemigo te daría tantas oportunidades? Ni siquiera esperaría a que te pusieras en pie, te mataría cuando estuvieras indefenso en el suelo.
-No si tiene honor.-logró decir entre jadeos.
Pablo Olivares, el encargado de instruir a los nuevos soldados, se echó a reír a carcajadas ante las palabras de Carlos.
-¿Honor? No me hagas reír, novato. En el campo de batalla no existe más honor que el de la sangre y la muerte. Al enemigo no le importa el honor, sólo acabar con tu vida y, en algunos casos, hacerte sufrir lo máximo posible. Quizás incluso se divierta antes contigo y te rompa la cadera o alguna otra parte del cuerpo.
El resto de soldados rompió a carcajadas, logrando que Carlos se ruborizara. Era el centro de las burlas de sus compañeros, y todo por no ser un cabeza hueca como ellos.
-De acuerdo chicos, se acabó el entrenamiento.-dijo Pablo.-Descansad y mañana volveremos a intentarlo. Y tú,-dijo señalando a Carlos.-practica tu juego de piernas, en cualquier momento te veo tropezando y cayendo al suelo de nuevo.
Cuando el instructor salió del campo, Carlos empezó a temblar. Sabía lo que tocaba ahora.
-¿Quieres practicar un poco más, novato?-preguntó uno de sus compañeros, con una sonrisa burlona en la cara.-Quizás mejores tu juego de piernas, si es que no te las rompemos antes.
-No.
-Miradlo, parece que se va a echar a llorar en cualquier momento.-dijo otro.
-¡Dejadme en paz!
-¿O qué?-preguntó el primero, dando un paso hacia él y propinándole un empujón.
Carlos agarró firmemente su espada y apuntó con la punta a la cara de su adversario, temblando de miedo. La única reacción que consiguió fue que se echara a reír.
-Baja eso, no vaya a ser que te la claves por accidente.
-No hagas que te la ensarte.
Su compañero se puso serio de golpe.
-¿Acabas de amenazarme?-preguntó.
-N… No…
-Sí, sí lo has hecho. ¿Lo habéis oído? Me ha amenazado. Y no voy a dejar que ningún novato me amenace.
De un manotazo, el hombre apartó la espada que le apuntaba para a continuación golpear con todas sus fuerzas la cara de Carlos, derribándolo de nuevo. Una vez allí en el barro, empezó a propinarle patadas con todas sus fuerzas. Lo único que se oía en el campo de entrenamiento eran las risas de los demás, los insultos de aquel hombre y los gritos de dolor de Carlos.
-¡Eh!-gritó alguien a sus espaldas.-¿Qué demonios hacéis? ¡Dejadlo ahora mismo!
Los golpes cesaron de golpe. Carlos gimió al alzar la vista, intentando enfocar a su salvador. Lo único que vio fue un pelo negro corto.
-Lo… lo sentimos señor.-escuchó tartamudear a su agresor.-Él nos provocó y…
-¿No te han enseñado que no tienes que mentir? Iros ahora mismo, todos, si no queréis que informe a Olivares de esto.
-S… Sí señor. Gracias señor.
Todos a una echaron a correr, saliendo del campo de entrenamiento. Carlos se sintió aliviado de haber sido salvado. Otras veces habían llegado a romperle varios huesos.
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