Gracias a esta pareja, Pablo puede proveer por algún tiempo a su propio sustento, como conviene a todo viajero y a todo predicador. Además, Priscila y Áquila, poniendo a su disposición su taller, contribuyen con él a anunciar el Evangelio. Priscila, que después del primer encuentro siempre es citada primero, desarrolla junto a Pablo la actividad apostólica. La casa de la pareja permite acoger a cristianos (1 Cor 16,19) para compartir la Palabra y la eucaristía. ¿Era lo suficientemente grande su local o poseía una de esas casas relativamente espaciosas halladas en las excavaciones arqueológicas de Corinto?
Cuando Pablo concluye su estancia en Corinto, parte hacia Céncreas para llegar por mar a la provincia romana de Siria. Lleva consigo a Priscila y Áquila (Hch 18,18). Apenas llega a Éfeso, Pablo «se separó de ellos» (Hch 18,19). Priscila y su marido se establecieron en la ciudad, mientras él prosiguió su viaje. El apóstol les confía la misión de ocuparse de los cristianos de Éfeso, de origen joánico. Éfeso era una ciudad ideal por su puerto y por los continuos intercambios comerciales entre las costas de Anatolia y las europeas, pero también con el Mediterráneo meridional. Estaba ubicada además en el cruce de caminos frecuentados por los comerciantes de lana. Aquí se encuentran con Apolo (Hch 18,24-28), originario de Alejandría, hombre elocuente, convertido al cristianismo. Priscila y su marido entienden que necesita profundizar en la fe adquirida, aunque ya está bien instruido en ella. Le tomaron «consigo» (Hch 18,26). Ellos, que no son personas cultas, se convierten en los maestros de ese hombre brillante que dominaba las Escrituras. Le explican «más exactamente» el cristianismo. Son ellos los que introducen a Apolo en la profundidad de la fe cristiana. Se entiende por qué Pablo habla de ellos en términos de «colaboradores míos en Cristo Jesús» (Rom 16,3). Nuevamente Priscila es citada en primer lugar, lo que resulta sorprendente, habida cuenta de que la enseñanza estaba reservada a los hombres. ¿Acaso no dice Pablo que en las asambleas las mujeres deben callar y preguntar en casa, si es necesario, a sus maridos para aprender algo (1 Cor 14,35)? En el caso de Priscila, Pablo no hace distinción entre hombre y mujer; no solo trata a la mujer en un plano de igualdad respecto al marido, sino que le concede también un lugar único, reconociendo la calidad de su enseñanza en la historia de Apolo.
Además de la ciencia de Priscila en materia de fe y de Evangelio, hay que subrayar también su valentía. Ciertamente, vive con su marido. Pero no tiene miedo a viajar en cualquier circunstancia, a pesar de los peligros y las dificultades de los viajes por tierra y por mar en esa época. Basta pensar en las tribulaciones que cuentan Cicerón u Ovidio en esas mismas regiones. Hay que tener valor para dejar Roma, bajo la amenaza de la persecución, establecerse algunos meses en Corinto y después llegar a Éfeso, para una estancia algo más larga y en un contexto nada favorable para los cristianos, para regresar luego a Roma antes de volver a Éfeso (2 Tim 4,19). Es necesario aún más valor y una gran libertad de pensamiento para hablar de ese Camino nuevo a hombres más instruidos que ella, para recibir en su casa a los nuevos convertidos, de origen judío, como ella, o de origen pagano, procedentes de entornos muy diferentes (esclavos, hombres libres, familias, célibes, mercaderes, artesanos, jefes de sinagoga, responsables de los asuntos de la ciudad…). Tanto en Éfeso como en Corinto, una Iglesia se reúne en su casa (cf. Rom 16,5), lo que presupone de nuevo un lugar bastante grande para acoger a un grupo. Es poco probable que Priscila recibiera a las mujeres cristianas por separado de los hombres, en una habitación en la parte de atrás de la casa reservada para ellas (gynaikon o gynaikonitis), porque Pablo, hablando de las mujeres en las asambleas, da a entender que están presentes junto con los hombres (1 Cor 14,33-35).
La pareja ha preparado la estancia de Pablo en Éfeso. Esta ciudad constituye un excelente punto de apoyo desde donde velar por el crecimiento de la comunidad hacia Europa. Muchos cristianos van y vienen entre Corinto y Éfeso, aprovechando las infraestructuras comerciales; así Estéfanas, Fortunato y Acaico van a Éfeso (1 Cor 16,17), y Timoteo es invitado a Corinto (1 Cor 4,17). Al final de la primera carta dirigida a los Corintios, Pablo transmite a Priscila y Áquila los saludos «de todos los hermanos» cristianos, prueba de que conocen bien a los corintios (1 Cor 16,19). Éfeso es un cruce de caminos, y Priscila y su marido desempeñan un papel importante, mayor aún que el que han tenido en Corinto.
Pablo define a Priscila como «colaboradora», a la misma altura que su marido, Tito, Timoteo y Apolo. Es considerada como perteneciente a ese primer círculo estrecho de personas que el Apóstol llama «socios», o sea, partícipes de su misma autoridad. Entre los cristianos hay algunos que contribuyen más específicamente junto a él a anunciar el Evangelio. Pues bien, Pablo se atreve a atribuir ese título a una mujer. Quiere decir que merece su confianza, habida cuenta de que la deja trabajar con autonomía y le confía diferentes grupos de cristianos. Ella se compromete con su trabajo, su servicio, su acogida y su dedicación a difundir la Buena Noticia. Asume un verdadero papel de líder en la comunidad.
Priscila no duda en exponerse, junto a su marido, a peligros de todo tipo. Pablo expresa a la pareja su gratitud (más en concreto, su acción de gracias) no solo por el trabajo realizado, sino también por la postura adoptada en sus dificultades (Rom 16,4): «Ellos arriesgaron su vida para salvarme». El Apóstol alude ciertamente a la persecución sufrida en Éfeso, en el templo de Balbilus (1 Cor 15,32). Entonces, por instigación de los gremios, estallaron disturbios con matices antisemitas que tuvieron a Pablo como objetivo (Hch 19,23-40). Algunas familias judías tuvieron que huir. Es el motivo por el que Priscila y Áquila volvieron a Roma. Pablo les expresa gratitud no solo en nombre propio, sino también en nombre de «todas las Iglesias», es decir, de las comunidades cristianas que viven «entre las naciones» y que están en deuda con ellos.
Priscila ilustra perfectamente la forma en la que el cristianismo se difundió en el siglo I, con una grandísima movilidad, utilizando las redes comerciales, la práctica de la hospitalidad y la acogida, la formación y la ayuda recíproca, como también el compromiso en la ciudad, que implicaba asumir riesgos en el nombre del Señor. Junto a Febe, Priscila es una figura excepcional del primer grupo de personas reunidas en torno a Pablo.
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