De acuerdo con el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, el diácono no se ocupaba solo de tareas de asistencia social. El diácono Esteban, protomártir, muere lapidado a causa de su ardiente predicación (en el cap. 7) y al diácono Felipe no lo encontramos sirviendo las mesas, sino predicando y llevando a cabo signos de poder (en el cap. 8): él se dirige a Samaría y actúa en el camino que lleva hacia Gaza para evangelizar a los cismáticos de su pueblo y a un eunuco procedente de Etiopía. Por tanto, el uso del término diákonos hace pensar que el ministerio de Febe no se refiere solo al ámbito de la caridad, sino que incluye también la predicación y la obra evangelizadora.
Prostatis, sin embargo, es un hápax en el Nuevo Testamento, un término técnico que hace pensar en el magistrado que en Atenas defendía los intereses de los extranjeros o a aquel que preside una comunidad y garantiza los intereses de los demás. Podría indicar el hecho de que esta mujer, en calidad de «patrona» y garante, haya ayudado a muchos creyentes, Pablo incluido, ante las autoridades civiles. Se trataría de una mujer pudiente y rica que ha puesto la propia casa a disposición para que la comunidad de creyentes de Corinto se pudiese reunir, algo parecido a los thiasoi o collegia, que eran las asociaciones religiosas del tiempo. Aparece así la presencia de una mujer que asume diferentes responsabilidades en Céncreas y para la cual Pablo pide acogida y asistencia como signo de gratitud por haber colaborado dinámicamente con su ministerio. Por eso se la considera incluso portadora de la carta.
El hecho de que Febe haya protegido a muchos hace pensar que esta mujer fuera rica, pero también que la comunidad sufriera amenazas de persecución que empujaban a los creyentes a esconderse y algunas veces a actuar en la clandestinidad. Febe emerge entonces todavía más luminosa como figura valiente, capaz de poner en peligro la propia vida para salvar la de sus hermanos y hermanas. Por eso Pablo, con profunda gratitud, pide a sus colaboradores que le dispensen una generosa hospitalidad y la ayuden en cualquier necesidad que tenga.
Del sintético repaso a los tres sustantivos con los que Febe es descrita se desprende cómo en el ámbito de la evangelización paulina existieron espacios para una destacada misión de la mujer en la comunidad de los orígenes. Son dos los elementos que el texto de la carta a los Romanos destaca particularmente sobre la figura de Febe: un amor particular por la Iglesia, manifestado por la disponibilidad al servicio y, con toda probabilidad, a la evangelización/difusión de la Palabra; y la naturaleza integral de su compromiso (caracterizado por la acogida, el cuidado y la protección). Se trata de dos elementos que caracterizan a menudo la participación de la mujer en la Iglesia y muestran su feminidad generativa, mostrando su plena y dinámica colaboración en la gestión del cuerpo eclesial y provocando ese proceso de inteligencia creativa que abre nuevas pistas y permite valorar este tiempo privilegiado de germinación de la semilla evangélica que está viviendo la Iglesia universal.
PRISCILA,
UNA MUJER EN PRIMER PLANO
CHANTAL REYNIER
Entre las mujeres presentes en el círculo de Pablo, Priscila no es solo la mencionada más a menudo, sino también una figura que está en primer plano.
Es citada con el nombre de Prisca (Rom 16,3; 1 Cor 16,19; 2 Tim 4,19), nombre posiblemente de origen frigio, y con el diminutivo de Priscila (Hch 18,2.18.26). A diferencia de otras mujeres del círculo del Apóstol mencionadas solas, como Febe o Apfia, Prisca aparece siempre junto a su marido, Áquila, originarios ambos del Ponto, provincia oriental del Imperio en la orilla meridional del mar Negro. Se podría pensar, por tanto, que solo existía en relación con su marido, que nunca es mencionado solo, excepto en los Hechos de Pablo (IX,2.10) y en una Lista de apóstoles y de discípulos llamada greco-siríaca, Anónimo II (I,55-59). Es verdad que en este texto del siglo IV Áquila figura solo, entre Gayo y Flegón (citados también en Rom 16,14.23), pero es que tampoco se menciona a ninguna mujer.
Hecho sorprendente en el Nuevo Testamento cuando se habla de esta pareja, Priscila es citada siempre primero (Hch 18,18.26; Rom 16,3; 2 Tim 4,19), antepuesta al marido, lo que era contrario a las costumbres de la época. Este hecho ha sorprendido a los copistas, que a veces han invertido el orden de los nombres (cf. el Códice Beza, algunos manuscritos de la tradición siríaca, bizantina e incluso de la Vulgata). Su alteración en el orden destaca el papel singular que Pablo reconoce a Priscila.
Es lícito preguntarse si tal papel se deriva de la riqueza o del rango social. ¿Es posible que Priscila procediera de la gran familia de los Acilios, donde su nombre es común, tanto que la catacumba romana llamada de Priscila se encuentra en el sector perteneciente a esta familia? En tal caso, Priscila podría ser una liberta de la gens Acilia.
Cualquiera que sea su origen familiar, esta pareja unida no vive necesariamente en castidad para proclamar la Palabra, como han supuesto los Hechos de Pablo (IX,10). Está comprometida activamente en el discipulado de Cristo dentro del movimiento paulino. La pareja llega a Corinto en el año 49, después del edicto de Claudio que expulsa a los judíos de Roma a causa de un cierto Chresto, en el cual los historiadores hoy reconocen casi por unanimidad el nombre de Cristo. De origen judío, pero asimilados a la cultura greco-romana, Priscila y su marido son posiblemente ya cristianos (Hch 18,2-3). Si se hubieran convertido al entrar en contacto con Pablo, los textos no habrían dejado de subrayarlo. En la ciudad de Corinto, que les acerca a su país de origen, consiguen integrarse gracias a su trabajo. Como artesanos, Priscila y Áquila gozan de una condición social más bien acomodada, habida cuenta de que pueden trasladarse de una ciudad a otra y establecerse en ellas (Roma, Corinto, Éfeso). Ejerciendo el «mismo oficio» (Hch 18,3) que Pablo, habría que preguntarse si no serían también de la misma tribu: de hecho, son «fabricadores de tiendas» (skenopoioi), trabajo itinerante que incluye entre otras cosas el procesamiento del cuero. Aunque hay quien ha pensado que producían máscaras para el teatro, en realidad fabricaban tiendas para los juegos ístmicos y toldos para los marineros, utilizados en tierra o en las naves, que era un comercio muy activo en la ciudad.
La pareja acoge a Pablo cuando llega a Corinto en el otoño del 49. En el ámbito de la sinagoga, el Apóstol conoce primero a Áquila, lo que explica por qué, la primera vez que es citado, es antepuesto a la mujer (Hch 18,2), a menos que esto se deba al hecho de que él sea el propietario de la actividad. Pero en los sucesos que siguen, Priscila tiene siempre la precedencia.
Pablo decide trabajar con ellos. Pero no lo hace como socio. Ofrece su ayuda puntual durante un período de intenso trabajo debido a los juegos ístmicos, que tienen lugar en el 49 y en el 51. Se trata de abastecer de tiendas a numerosos peregrinos y espectadores, que llegan de todas partes durante estas competiciones deportivas y deben alojarse cerca de los santuarios, al no tener los edificios destinados a ello suficiente capacidad de acogida.
El taller de Priscila y Áquila se encuentra probablemente en la ciudad, en el barrio del mercado septentrional, en el que había unos cuarenta. Estos siguen el modelo de los talleres de Ostia: de cuatro metros por cuatro, disponían de mesas de trabajo en la planta baja; en la parte de atrás, un espacio destinado a almacenar la materia prima, y en la planta superior, las habitaciones de los propietarios. Durante su estancia, que dura un año y medio (Hch 18,11), Pablo vive durante un período en casa de Priscila y Áquila, después en la casa junto a la sinagoga, antes de mudarse donde Justo, un judío romanizado que se convirtió en su anfitrión, es decir, alguien capaz de garantizarle protección jurídica y ayuda material.
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