Elba Rojas Camus - Una mujer en 1900

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Esta Crónica novelada es una historia, hilada entre fragmentos, desde 1883 a 1968 −verídica en relación a tiempo, lugares, pueblos: Putaendo y Panquehue, posteriormente ciudades− referentes a la vida de la protagonista, María Jesús y a su padre, Juan Camus Lepe, personaje destacado por su responsabilidad, sentido del honor y rígida autoridad. Luego, ella mantiene la unión familiar; se convierte en pilar sustentador de los suyos, hasta que circunstancias y nuevas formas de vida, desintegran el núcleo, no obstante sus ramas se extienden hasta nuestros días, s.XXI. Este libro, pone ante nuestro ojos, presencia y destino de María Jesús, y la ciudad que acogió su dolor, Viña del Mar y su Parroquia, preservando valiosas vidas, tradiciones, patrimonio y caminos que esperan ser redescubiertos, reencontrados, revividos. La Estación de Viña del Mar que recogió alegrías y dolores, ilusiones y esperanzas, permanecerá en el tiempo en doble símbolo: Llegada y Salida: su tren también espera a remotos viajeros que, quizás, se desvanezcan en una Estación Subterránea de Metro, como en un Paso bajo nivel, rara vez usado, o saldrán de allí con destino a Cercanías, localidades también del recuerdo, pero latentes como esta mujer especial, María Jesús; un padre, Juan Camus Lepe, una casa solariega, un pueblo.... o abuelo.

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Putaendo o “Putraintú”

Algo hay en esta tierra que incita a mostrarla o complementar detalles que han sido materia de sueños, superando realidades. Aunque solo estuvieron de paso allí, María Jesús y su gente, estoy en la certeza de que no solo ellos la han amado. Para mirar ese cielo azul tan nítido, con cerros nevados al fondo del valle, aun en estos tiempos a pesar de la sequía que imponen los cambios climáticos, hay que levantar la vista: entonces se puede valorar su suelo, sobre todo aquel alfombrado de verde, allá arriba en el Llano. Pese a repetir algunos datos fidedignos, en este capítulo deseo mostrar, con la venia del lector, objetiva e históricamente a esta ciudad.

Putaendo: «Pantanos formados por manantiales» o «Putraintú», voz picunche, del Mapudungum, lengua mapuche, era territorio de los indígenas de ese grupo llamado Picunches a la llegada de los españoles (más o menos de 1536 a 1549). Vivían en la parte media del valle: eran las mejores tierras. «Su territorio ancestral lo conformaba todo el Valle hasta la Cordillera Andina y los correspondientes pastos y pasos cordilleranos. Al norte, sus vecinos eran los Indios de Ligua y Petorca, al este y al sur los Indios de Curimón y Aconcagua, y al oeste, los Indios de Quillota... » La población había disminuido notablemente con la Guerra de los Lonkos: arrasaban la tierra y huían hacia los Pucarás (fortalezas) en las montañas, así se libraban de los invasores. Cuando la región se pacificó, en 1549, el Gobernador dispuso de ella como ´encomienda de los indios de Putaendo`: se entregó en Encomienda a Gonzalo de los Ríos. Desarraigados de allí, hacia Petorca y La Ligua, los habitantes naturales que podían trabajar, solo quedaron ancianos, mujeres y niños en el pueblo.

Estas tierras «Pueblo de indios de Putaendo», permanecieron totalmente desiertas entre 1618 y 1639. En 1791, cuando don Ambrosio O`Higgins disolvió las encomiendas, ya no había indígenas en Putaendo que reclamasen estas tierras. Es así como los colonizadores ocuparon toda la región y han persistido sus nombres en calles y localidades. No obstante eso, en 1650 la zona se mantenía despoblada. Fue en ese año, cuando Putaendo se conformó en la gran Estancia de Putaendo. Con el tiempo se dividió esta en tres partes, continuada en sucesivas divisiones.

A mediados del siglo XVIII, gracias a los lavaderos de oro, en el río Putaendo y a minas de este metal, en los cerros de Las Coimas (además de extracción de otros metales como plata y plomo), aumentó el caserío correspondiente a todo ese territorio. Entonces, en 1831, el pueblo de Putaendo alcanzó el título de «Villa de San Antonio de Putaendo». Antes de esto, ya en 1816 tenía su primera Parroquia. El 30 de abril de 1868 se le dio el título de ciudad. Era famosa Putaendo por su producción triguera, minera y por la vitivinicultura: agregando a esto que fue la primera ciudad chilena donde acampó el Ejército Libertador.

Esta es la ciudad donde, el «24 de setiembre de 1883», fue bautizada Amada de Jesús, la misma María Jesús. Allí –lo repito– aun se distingue, imponente, la Parroquia de San Antonio de Putaendo: comprendo también por qué, ella siempre fue devota de este Santo, y recuerdo que bromeaba con eso de que daba maridos malos, cuando las madres antiguas le pedían: «San Antonio cara de rosa, dale un novio a mi hija que ya está moza», y como les resultara mal marido, le reclamaban así: «San Antonio cara de cuervo, como es tu cara salió mi yerno»; en su defensa, agregaba «¿qué culpa tiene el Santo, mi Santo Patrono?» Volviendo a la antigua Iglesia, aquella que, estando allí antes, la vi solo como una Iglesia de ladrillos, impresionante por su grandiosidad en un ´pueblito escondido` –en lenguaje común, llamamos Iglesia al Templo, no al conjunto de fieles que se reúnen allí–. Sí. Estuve ahí, quizás no en relación a María Jesús. Y años después, obsesiva tal vez, buscando aquel pueblo y no encontrándolo llegué a pensar que lo había soñado o habría visto pueblo y templo en alguna película en mi niñez.

Hoy, mirando también hacia atrás, y siguiendo el camino junto con ella, lo he reencontrado. Entré a la Iglesia y constaté que estaba aquel Cristo Crucificado hecho en madera, en 1780 ó 1890, lo cual me había merecido dudas, pensando en la escultura y procedencia del Cristo de la Rinconada de Silva –que es otra reliquia–: creía que ella tenía una confusión y no yo. También está San Antonio, vestido, como los representaban en ese tiempo. Y si me he detenido en descripciones y anécdotas, es para reconocer su entorno en la actualidad, y así poder entrar al pasado, yendo de la mano de esta mujer: me he involucrado voluntariamente. Percibo que el lugar de nacimiento deja una marca indeleble en las personas, con mayor razón si fueron felices allí; pero también, a algunas les preocupa más el de su gestación y están en la vida, siempre como buscando su identidad.

Las añoranzas de María Jesús –en adelante Jechu o Tita, cuando venga al caso– permanecen y flotan en ese aire puro y diáfano que aun la civilidad no cambia –y para el seudo cronista es difícil sustraerse al influjo del lugar–: es un tesoro de tres zetas: paz, luz y placidez. Ojalá esto se conservara, como el pueblo, su gente y su historia; ya que aún quedan muchos vestigios del pasado, y familiares, quizás desconocidos entre sí.

CAPÍTULO II

Panquehue:

Tierra de Pangue

Lo presente está más fresco en la memoria de los descendientes y conocidos de María Jesús. Combinando crónica –como historia escrita con arreglo a la cronología u orden de los tiempos– y narración, es posible mostrar más cercano el ambiente en que se desarrollaron determinados acontecimientos. Además es mejor ver o sentir el fluir de esas vidas, en especial, la suya.

El pueblo de sus recuerdos más encarecidos, de todas maneras, es Panquehue. Allí vivió, más o menos desde que tenía unos cinco años de edad, hasta el primer decenio de 1900; específicamente hasta 1908. Toda una vida con lo más hermoso e inolvidable que puede acontecer desde la niñez a la juventud. Su futuro se gestó en la época de vendimia de aquel año. Lo viviría interminablemente en su tercera y última tierra, Viña del Mar.

Estamos hablando de María Jesús y de sus parientes más directos, ya nombrados. La vida familiar allí era tan plácida y tradicional como lo fue en Putaendo, con mucha religiosidad y cultura: impulsada, llevada y ejemplificada por el fundador de este pueblo, Don Maximiano Errázuriz –quien tenía contacto directo con la gente que trabajaba en su hacienda.

«Los pueblos felices no tienen historia», es el dicho. Yo agregaría que tampoco las familias comunes y las personas normalmente desarrolladas o bien llevadas, hasta que la vida les señale otra senda. Con mayor razón si están en un medio y condiciones que aun no se consolidaban con nombre y apellido –de estratos o clases sociales–, en el tiempo y en el ambiente en que se desarrolla esta parte de la historia. Quizás se deba a eso que no haya rastros sobresalientes de la niñez y primera juventud de María Jesús: de la primera, entre Putaendo y Panquehue, donde todo era tranquilidad, como un mundo aparte, considerando los cambios y la agitación en la vida de otras ciudades y de sus habitantes. Hubo algo sí, que le impresionó: recordaba «como entresueños», que su padre se iba por un tiempo y volvía a continuar laborando allí (estuvo trabajando en las minas o escondido para no luchar contra hermanos, le oyó decir). Conociendo su pueblo y su estadía de los últimos años ahí, iremos a ese paso, conociéndola.

El pueblo de Panquehue –Tierra de Pangue, que María Jesús jamás olvidó–, es muy extenso y aun vigente. Fue muy bien organizado por su fundador, quien adquirió esa Hacienda, El Ingenio de Panquehue, en 1870, en sociedad con Dn. José Tomás Urmeneta, y un tercer socio, Sr. Julio Foster. Luego les compró su parte, en vista del fracaso del proyecto inicial, para proveer de turba a la minería de Guayacán. Igual como planificó el pueblo, con el trazado de sus calles, casas y canales de regadío, lo hizo con los viñedos y las bodegas, unos treinta años antes de los sucesos a narrar. Mas, dejamos en claro que esto no es una biografía ni un panegírico al correcto y cristiano caballero o a su descendencia –que, sin saberlo dieron trabajo y vitalidad a una de las tantas familias anónimas de este país–, sino un intento de encontrar la razón de ser, de la mujer que nos preocupa: una mujer íntegra, sencilla y común, que vivió la mejor parte de su vida –también el inicio de su tristeza– en esas tierras, antesala del paraíso: su edén, se deduce por sus añoranzas.

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