LUCÍA LEZAETA
Presidente Círculo Escritores V Región.
Viña del Mar, septiembre, 2003
Comentario sobre la Crónica
UNA MUJER EN 1900
La historia de María Jesús se remonta a la época en que sus padres formaron una familia, una gran familia, con muchos hijos. Esto permitió a la niña crecer rodeada de caracteres muy diferentes, pues sus hermanos diferían entre sí por ser cada uno muy particular. Ella se relacionaba bien con todos (y cuando tuvo la edad suficiente comenzó a hacerse cargo de sus hermanos a medida que nacían).
Al convertirse en una jovencita se da a conocer su fuerza, de su carácter, aunque yo diría que es tranquila, reflexiva y bondadosa. María Jesús gusta de ser ¿arregladora de problemas?, no someter a nadie a sufrir por detalles que ella considera mínimos. Era una joven como todas, tenía los gustos de una niña común y corriente de su edad. Colaboraba con su madre en todo lo posible y adoraba a su padre, el patriarca enérgico, grande que dominaba todas las situaciones.
Tanta seguridad en la joven se muestra de manera clara cuando fracasa su matrimonio, ella podría haber hecho un paréntesis e ignorado voluntariamente el pasado de su esposo español, pero era demasiado correcta, demasiado honorable y pese a su ingenuidad y el estupor que le causó la noticia, tuvo la fortaleza de alejarse de él para siempre. Fue un golpe brutal, pero lo soportó estoicamente sumergiéndose en las labores que ella consideraba propias de su realidad.
(Cuando se trasladan a Viña y la salud y la situación del padre comienzan a flaquear, María Jesús se convierte en el pilar sustentador de la familia y no da marcha atrás. Permanece ¿soltera? Y sigue cuidando de su familia y especialmente de su hija).
(En Viña,) Pasan los años, muere el padre, la esposa de su hermano y la familia sufre varios traspiés, sin embargo, ella sigue dando la pelea y no se amilana por nada.
Creo que el análisis del personaje lleva a la conclusión de que se trata de una mujer fuerte, con ideas muy definidas, además de ser una persona atractiva, carismática, llena de amor y lealtad a los suyos.
Surge también un comentario acerca del padre, debido básicamente a que padre e hija son quienes van sosteniendo la trama, el resto de los personajes centrales, como la madre, los otros hermanos, son los que colaboran en la misión de María Jesús y acatan la voluntad del padre, que es un señor de carácter dominante, severo y autoritario, la imagen del patriarca que domina todas las situaciones: su palabra es ley y se debe cumplir sin reparos.
(El paisaje campestre de la primera época contribuye a hacer más atractivo el relato, porque los niños gozan de la vida en contacto con la tierra, el cielo, los animales y podían sentirse más libres. Ya en la ciudad las cosas cambian y ellos, más adultos, van labrándose un futuro, no exento de penas y cuidados, pero bueno dentro de todo).
Al final María Jesús se convierte en el centro, en ¿el lugar? de reunión, de consulta, de consejo, pese a que está sola (sin marido), alrededor de ella se construye un clan o mejor dicho se conserva la idea de clan que fundó el padre.
La narración es intimista, de personajes, propia de un grupo familiar grande, donde todo converge en la casa solariega, en el padre, primero y en María Jesús, después.
Creo que es un hermoso homenaje no sólo a la protagonista, sino al sentido de familia que se debe manifestar en todo grupo humano, el cual al ser firme, honesto y sensible, conforma una sociedad mejor y más apegada a los valores trascendentes propios de seres humanos pensantes, sociales y evolucionados.
MYRIAM SOTO VÁSQUEZ
Profesora de Castellano
Pontificia Universidad Católica de Chile
CAPÍTULO I
Tras las huellas de María Jesús
María Jesús o Tita, que algunos entendieron como Tiíta, fue su nombre para todos los que la conocieron, después que su primer nieto la nombró. Ella nació en Putaendo, el 23 de septiembre de 1883. Esta y otras ciudades de los alrededores eran solo pueblos agrícolas y/o mineros en ese tiempo, de lo cual se enorgulleció siempre. Y, el solo hecho de que todo permaneciera intacto en sus recuerdos, sembró en mí la inquietud de ubicar esos sueños o recuerdos, en tierra firme, más allá de reminiscencias: mostrarlos aunque fuera fragmentado, con lo que se pudiese intuir de su ambiente, a quienes quisieren conocer el corazón de esta mujer, prisionero de esos lugares, siempre vigentes en su vida tan singular. Mas, ella tanto vibró por aquello, que no es posible separarlo en crónicas, ni su vida en una biografía –congelada en páginas o en frías enumeraciones de fechas, lugares y hechos–. Por eso, el tiempo aquí no transcurrirá cronológicamente, pese a que sigue un hilo, a veces difuso o confuso en su anacronía, que podría darnos una idea del comienzo y finalidad última de una existencia, decidida sobre adversos acontecimientos. ¿Quién sabe, en verdad, cuál es el principio y cuál el final de una vida o de una historia? ¿Por qué ella, cansada o triste recurría al verso de su poeta favorito: «Ha muchos años…/ Ha muchos años que vivo triste…», por qué?
El lugar donde ella nació, Putaendo, ya era importante a los hombres de la tierra, antes de la llegada de los españoles. La historia dice que desde el Norte se entraba allí por los caminos incaicos: aun quedan huellas arqueológicas, como en los tambos y pucarás de la cordillera y el Cerro El Llano. Es posible que en Putaendo –voz españolizada– o Putraintú –del Mapudungum–, estuviese instalado un caví dependiente de Michimalonco; podría ser también que los primitivos habitantes –los picunches–, conocieran a los expedicionarios de Diego de Almagro, y luego a los conquistadores con don Pedro de Valdivia a la cabeza: en los años de la niñez de María Jesús (1883 adelante) se comentaba esto, junto con la tradicional historia del ´Desorejado`, quien viniendo desde Cuzco se quedó a vivir en el Valle de Aconcagua, colaborando con el Cacique Michimalonco. Estoy anticipando que esas versiones y leyendas del lugar, como algo maravilloso, se encargó ella y su padre de transmitir a su descendencia, en la ciudad definitiva donde llegó para quedarse. Todo esto, influyó quizás en el intento de que esto fuera una Crónica, que solo conserva su forma en lo relativo a los tres pueblos o ciudades donde ella vivió, mas se impuso el tema de fondo, inicial: la vida de esta mujer, María Jesús.
Su nombre verdadero es Amada de Jesús. Sus padres fueron Juan Camus y Elisa Sarricueta (a esta dama se le conoció como Eloísa Huerta Sarricueta), según reza su partida de Bautismo: «En la Iglesia de San Antonio de Putaendo á veinte i cuatro días del mes de Setiembre de mil ochocientos ochenta i tres; mi teniente Presbítero Don Alejandro Saavedra bautizó, puso óleo i crisma a Amada de Jesús, de tres días de nacida, hija lejítima de Juan Camus i de Elisa Sarricueta, feligreses de esta parroquia. Fueron padrinos Juan de la Cruz Oyaneder i María Eugenia Cámus, de que doi fe». Parecía una muñeca, y la vistieron como tal: era la primera niña de ese matrimonio.
Ella conoció a sus dieciocho hermanos (dos mayores), de los cuales sobrevivieron trece: Adolfo del Carmen, Martín, Lorenzo, Vicente, Emperatriz de las Mercedes, Juan de Dios, Pablo, Luisa, Blanca Marta, Alfredo, Diógenes de Jesús, Dionisio del Tránsito, y Modesta... Amada de Jesús (Jechu) ayudó a su madre en la crianza y cuidado de los menores, especialmente de la última, y lo que sucedió a esa pequeña –que ella no quería soltar de sus brazos, en un momento crucial de su vida–, tal vez la marcó por muchos años o para siempre.
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