En algún momento de su vida –se ignora desde cuándo– comenzaron a llamarla María Jesús. Es la primera de una línea familiar, vigente y ampliada en el 2016. Su historia, en parte ignorada, se mostrará más o menos completa, con ayuda de testigos presenciales. Ella es un reflejo de lo que encierra el aspecto y el significado esencial de la palabra ´mujer` (de esa época), de acuerdo a las circunstancias, muy apegada a su familia, a su casa y a su terruño primero y segundo; aunque fuera en el recuerdo, y este, le dio fuerzas para seguir viviendo en el mundo nuevo que le creó –tal vez sin darse cuenta–, un jardinero improvisado. Aquel jardín, de reencuentro, ella lo mantuvo vivo y productivo mientras las fuerzas la acompañaron.
Se sabe con certeza que entre los años 1878 a 1888, sus padres y otras familias emparentadas, vivían en Putaendo. Por lo que rememoraban, Juan Camus y Elisa Sarricueta –más tarde conocida como Eloísa Huerta Zarricueta–, se deduce que ambos, si no nacieron allí, por lo menos crecieron en la zona: Juan, entre Putaendo y Las Coimas. Como su abuelo y su padre trabajaron en Limache, tal vez este último se vino a la zona. Eloísa, al parecer, era oriunda de la Rinconada de Silva o la de Santa María. Por lo que se sabía, ellos se casaron y pasaron sus primeros años de matrimonio allí, en Putaendo, donde formaron su propia familia. Este era el lugar más diáfano en el recuerdo de María Jesús. El tema de todos, años más tarde, era esa plaza, ya antigua, con su centenario pimiento –nuevo entonces– que mira hacia la actual calle Ambrosio Camus; en el tronco de ese árbol, en una placa, hay una inscripción fechada, acerca de la estadía de reorganización y descanso del Ejército Libertador, en 1817. También se mantenía latente lo relativo a la Parroquia de San Antonio, hecha de ladrillos en el siglo XVII. Del tiempo que se rememora, se desprende que los feligreses, adultos, jóvenes y niños, cantaban en Coros. Al parecer, en la actualidad se mantiene o se renueva la costumbre, ya que en la Navidad del año 2000 se presentó allí un Concierto de Música Instrumental y Coro, de niños del Colegio Dolores Otero. En ese templo, Juan y Eloísa –Elisa en realidad– bautizaron a sus primeros hijos, incluso a Amada de Jesús. Junto con ellos, años más tarde, recordaban esa larguísima y algo serpenteante Calle del Comercio por donde subían, cuando venían del centro del valle; por allí llegaban también las carretas cargadas con mercaderías, hasta el centro de la Plaza. Así mismo están iguales las otras calles con nombres de Libertadores de la Patria, por ejemplo, Bernardo O`Higgins, que en una de sus cuatro esquinas con Comercio, aun conserva la típica columna de madera de las construcciones de la Época Colonial; en otras esquinas de más arriba también hay columnas bastante deterioradas. Todo está casi igual. Ahora, en el siglo XX, esa localidad ha sido declarada Zona típica. Se mantiene el tiempo y el aire puro de épocas pasadas, en el paisaje del río Putaendo, en los valles hacia el interior –con sus potreros bien delineados y sus canales de regadío–, los rincones, el Cerro El Llano, famoso por la arqueología que, silenciosamente, aun guarda y ahora por su Cementerio de Carretas y Parque de las Esculturas. Están vigentes los caminos, y el principal de estos que venía, y recibía el nombre, del Paso De Los Patos, por donde bajó el Ejército Libertador en 1817, tres siglos después de los Descubridores y de los Conquistadores. Más adentro, se puede aventurar por los senderillos entre cabreríos, hacia los montes, por Los Guzmanes con sus rincones de casas antiquísimas; poco ha cambiado aquello. También se conserva una de sus Iglesias cuadradas, de adobe, de la época de la Conquista –con el Cristo Crucificado a la entrada– semejante a una reliquia que se mantiene en Limache en un rincón escondido al pie de la Cuesta La Dormida. Desde Putaendo, poco más afuera, camino a San Felipe, está el Cerro de La Cruz o Del Cristo de La Ermita –tallado en un solo árbol por un escultor foráneo, avecindado allí–: Se entra por la Rinconada de Silva. Todo aquello pareció cobrar mayor nitidez para María Jesús (en adelante se nombrará así, ya que su nombre de pila jamás lo usó: Solo en documentos), en especial, después del éxodo voluntario de los padres, con toda su prole, desde Putaendo a Panquehue. Y después, desde aquí hacia la ciudad donde ella y sus padres se quedarían para siempre, Viña del Mar. Se les hizo muy difícil, por no decir imposible, volver por esos lados, en los últimos años de sus vidas, cuando todavía corría el tren de trocha angosta, por el ramal desde San Felipe a Putaendo. El ferrocarril llegaba hasta el pie del Cerro de La Cruz; pasaba por Las Coimas y por la ladera del cerro, donde aun quedaban bocas de socavones de las antiguas minas trabajadas allí. El pueblo de Las Coimas también fue lugar de descanso del Ejército Libertador en 1817. Hay un espacio con un Monolito y Cureñas: Estaba bastante abandonado, recién se le está dando importancia. Aun viven allí, en la larga calle de Las Coimas, parientes o descendientes de los grupos familiares, cuyos terrenos llegaban hasta el río, cuando aún no existía la carretera. Cuenta la tradición familiar que los ancestros de las tías, entre estas de la tía María Eugenia Camus, hermanas de Juan Camus y los Leiva Camus, dieron hospedaje y comida –también tomaron mate, según la costumbre– a los Jefes militares al mando de ese Escuadrón del Ejército Libertador.
En lo que me atañe, como cronista sui generis –frustrado, desde el punto de vista de la crónica formal– y por el personaje, persiste mi interés, y quiero ir más allá de la juventud de María Jesús. La niñez suya, tanto como su juventud, me inquieta y quisiera rescatarla; porque sé, de buena fuente, que también fue muy feliz en Putaendo. No comprendía por qué centraba en Panquehue la mayor parte de lo que contaba de sus «tiempos felices»; algo aclaró en las tardes en que tuve la suerte de compartir con ella un mate bien cebado, en la tercera y última ciudad que la acogió –sin la valiosa y tradicional bebida, le dolía la cabeza–. De eso he deducido que ella tenía más o menos cinco años cuando se trasladaron por primera vez, y a esa edad todo se le graba a la mayoría de los infantes sensibles o estimulados por su entorno. Por ahora, revisando mentalmente sus confidencias, recuerdos, relatos e historias –además de esa pequeña investigación que llevaba a cabo al intentar solo la Crónica–, trato de recuperar el pueblo que la vio nacer y dar sus primeros pasos, y a las otras dos ciudades también, para encontrarla y mostrarla tal cual fue, en su tiempo y en el desarrollo de los acontecimientos. Tiempo atrás, un impulso desconocido me decidió a despejar parte de su vida, por lo dramático y fantástico que encerraba, ya que la conocí muy de cerca. Lugares, sucesos y personajes relacionados directamente con ella, son verídicos; a los últimos les he cambiado ligeramente la identidad. Protejo la privacidad de alguna rama de su descendencia que, ignorando absolutamente su historia, se haya avecindado allí o acá. En cuanto a algún personaje cercano en la vida real, o de alcurnia –en relación al trabajo de su padre–, lo que no es históricamente verificable, entra en la ficción: ´Cualquier semejanza es mera coincidencia`.
En el cumplimiento de la actividad que me he propuesto, camino por allá, cada vez que puedo. Y veo que se está dibujando, de nuevo, pintándose, como que una mano poderosa e invisible quisiera remozar todo. Miro y busco para encontrar su rastro y entrar más al alma del pueblo mismo. Y sin saberlo –solo me di cuenta ayer– ya estuve por allá, en esos lugares, sin darle la importancia del presente, porque era ajena y lejana a lo del pasado. Andaba buscando el pueblo de Las Coimas: Lo hacía por deporte, alegre y superficialmente –como podría ir algún turista hoy–. Ya que había estado ahí, de vacaciones, cuando tenía trece y catorce años de edad –esta digresión no tiene que ver directamente con la Crónica, mas recordándolo, me acerca–. Aquella vez, fui al pueblo por otra causa, ya que, de hecho, prefería permanecer en San Felipe; pero entonces quise verificar por qué una persona determinada, relacionada con ella, se quedaba allí más del tiempo programado: Y solo ahora comprendo la atracción de la paz y calma que se respira por esos lados. En esa ocasión, llegué en tren desde Valparaíso, pasando por toda esa aventura del trasbordo en Llay Llay –con el temor de perder la combinación–, y de ahí nos dirigimos a San Felipe, en cuya Estación de Ferrocarriles tomamos una ´victoria`, hasta la casa de sus familiares, Leiva Camus. Más tarde, desde allí nos fuimos al Cerro del Calvario, o de La Cruz como le llamaban también; luego recorrimos los alrededores a pie. Tal vez entonces, sin saberlo, llegué a aquel rincón de un pueblo que creí minero al ver la imponente Iglesia contra un cerro rocoso. Ayer comprobé que hay, y había, una calle detrás, y desde allí empieza la subida peatonal, hacia la meseta de El Llano. Relacionado con lo primero, más tarde, a mediados del siglo XX, con muchos años más de los que tenía entonces, anduve de nuevo por esos caminos: Recorremos la tierra de los ancestros, dijeron los demás. Y no supimos entrar a Las Coimas. Pasamos de largo por la carretera a la orilla del río Putaendo, en la dirección de sus aguas –y creyendo que era el Aconcagua–; fuimos por las Rinconadas ¡y no supe que se me repetía el pueblito y la Iglesia: Era una estampa, como en las películas del Oeste! Estaba confundida. Dudaba acaso habría sido un sueño o era que tenía ese fondo de similitud, y de sentimentalismo inconsciente, con el mencionado pueblito descubierto en Limache –muy diferentes en su estructura– y las ocasiones contradictorias, en que los vi por primera vez. Ya en esos tiempos, aquellos sitios fueron un descubrimiento que quedó grabado, y hasta hoy no sabía por qué, aunque haya una relación interna acerca de ellos. Al devolvernos por la nueva carretera –la tercera vez, hacia la ciudad de San Felipe–, a la izquierda reconocí el Cerro de La Cruz y la entrada a la Rinconada de Silva. Mucho más abajo, pasado el puente o badén que lleva a Lo Herrera y a El Asiento –poblado minero en su origen–, un campesino nos indicó por donde entrar a la única Calle Larga del pasado, a mano izquierda, por supuesto, y muy cerca; escondida entre los añosos árboles. Y antes de haber pensado en la Crónica o haberla imaginado siquiera, entramos por la pequeña Plazuela del Monolito de las Cureñas.
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