Armando Alducin - Dios y la existencia del mal

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No hay duda que la existencia de la maldad en un mundo demasiado complejo y sofisticado desafía a Dios y ataca continuamente todos los valores espirituales. Desde el primer asesinato de la historia, cuando Caín mató a su hermano Abel, la humanidad ha presenciado más de seis mil años de conflictos y barbaries. Aunque el siglo XX pasará a la historia como el de mayor evolución científica y tecnológica, al mismo tiempo fue el siglo en el que se ha derramado más sangre humana: dos guerras mundiales y más de 300 revoluciones, genocidios y golpes de Estado. El Instituto para la Paz Internacional, en Estocolmo (Suecia), reporta que de aproximadamente seis mil años de historia, sólo ha habido 25 años de paz.
Cuando enfrentamos una tragedia, el impacto inicial siempre será seguido de muchas preguntas. Si Dios existe y está involucrado en todos los acontecimientos del universo, ¿Es Dios responsable de lo que sucede? ¿Incluso del mal? ¿Por qué hay tanta maldad? ¿De dónde proviene? ¿Por qué no la detiene? ¿Está Dios realmente en control del universo?

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Otra verdad de la Biblia la encontramos en Daniel 1:1-2: “En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilona a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim”.

¿Significa esto que Nabucodonosor no era responsable de sus actos porque Dios le entregó a Jerusalén en sus manos? De ninguna manera. Lo que esto significa es que Dios usó la maldad de Nabucodonosor, que era un rey cruel, para castigar a su pueblo, pero Dios lo castigó por su maldad. De igual manera, Dios castigó a Hitler, pero lo usó para que los judíos, después de más de 2 mil años sin territorio ni gobierno, regresaran a su tierra. Tal como cuando se aplastan las uvas y se extrae el jugo con el que se hace el vino, el quebrantamiento, la tribulación y el sufrimiento purifican el corazón del hombre.

Los Caminos de Dios

Cuando Moisés rehusó a presentarse ante el faraón de Egipto por no poder hablar muy bien, Dios le dijo: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?” (Éxodo 4:11).

Parece ser que los discípulos de Cristo no habían leído este pasaje, pues le preguntaron a Cristo cuando vieron a un ciego en el templo: “¿Quién pecó? ¿Éste o sus padres para que haya nacido ciego?” (Juan 9:2). Mucha gente expresa lo mismo: “¿Quién pecó en esa familia que tiene un hijo con Síndrome de Down? Esta es sin duda, una maldición que cayó sobre esa familia.” Todo se atribuye, en una forma extrema y exagerada a las maldiciones. Al leer el libro de Job, nos damos cuenta que esto es totalmente falso. ¿Para qué Dios muchas veces permite que una persona nazca ciega o sorda? Cristo contestó a los discípulos: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él“ (Juan 9:3). Si Dios no hubiera permitido que esta persona naciera ciega, ¡Jesús no habría podido manifestar su poder al devolverle la vista!

Dios castigó a David y Betsabé por su adulterio, con la muerte de su hijo: “Y Jehová hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y enfermó gravemente“ (2 Samuel 12:15).

¿Quién le puede decir a Dios que está mal que se lleve a sus criaturas a través de una enfermedad, una calamidad o una tragedia? Dios nos tiene que llevar a todos algún día, pues todos moriremos de alguna forma y en algún momento. Si quienes murieron cuando el ataque a las torres de Nueva York no hubieran estado allí, habrían muerto después, pero a todas esas almas les tocó morir de esta forma. “Porque está establecido para los hombres mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

¿Quién le va a decir a Dios que la forma en la que nos lleva está equivocada? Alguien podría decir, “yo quiero morir sin ningún sufrimiento, dulcemente, sin pena alguna y… ¡Rodeado de guapas enfermeras!” Pero Dios es soberano y nadie le puede aconsejar cómo debe llevarnos a la otra vida.

Si en una inundación se mueren 25.000 niños, ¿alguien podría acusar a Dios de crueldad, cuando por medio de la muerte ya están en el cielo y dejaron de sufrir en esta tierra? ¿O querríamos mejor que se quedaran a sufrir con nosotros en este mundo? Cuando cambiamos nuestra perspectiva y comenzamos a ver con un lente diferente, el de Dios, empezamos a entender que no podemos atrevemos a acusar a Dios de crueldad o de maldad. Él es infinitamente justo, invariable en su carácter e inmutable en sus atributos. “Jehová empobrece y Él enriquece” (1 Samuel 2:7).

Las personas que tienen dinero, es porque Dios lo ha permitido y les dio la capacidad para hacer buenos negocios. Quienes nacen pobres, también es porque Dios lo permitió así. Dice en el libro de Proverbios: “el rico y el pobre se encuentran; a ambos los hizo Jehová” (Proverbios 22:2). Y los políticos siguen creyendo que la causa de los males de la sociedad es la pobreza y hacen campañas para acabar con ella, cosa que es una utopía y una falacia, porque siempre va a haber pobres entre nosotros. La pobreza no es la causa de los problemas humanos. El pecado sí lo es.

Una de las grandes equivocaciones de Carlos Marx con su dialéctica materialista, fue creer que si el proletariado subía y la burguesía era derrocada, habría entonces una distribución equitativa de las riquezas, desconociendo la naturaleza humana. Cuando alguien de un estrato económicamente bajo, sube por medio de una revolución o golpe de estado, cuando estén en el poder, sus acciones tarde o temprano serán las mismas que las de aquellos contra quienes lucharon. Un ejemplo de esto es la revolución cubana. Fidel Castro, fue al principio un hombre sincero, como el doctor “Che” Guevara. Ellos quisieron derrocar al dictador Fulgencio Batista y encabezaron una revolución, prometiéndole al pueblo que habría voto, democracia y libertad. Finalmente, no fue así. Castro tiene más de 40 años en el poder y no ha habido libertad alguna. La razón por la que derrocaron a Batista, fue liberar al pueblo de una dictadura, pero el nuevo régimen no sólo cometió la misma equivocación sino que la hizo mucho más grande!

La solución no está en que los pobres accedan las mismas riquezas de los ricos. Démosle a un pobre mucho dinero y tendremos un borracho, un drogadicto o un asesino rico. Repartamos todas las riquezas y ¿quién boleará los zapatos, serán los choferes, jardineros, plomeros, electricistas y albañiles? Si no hubiera en el mundo una distribución perfecta de unos que sirven y otros que son servidos, no podríamos ni siquiera tener el mundo que tenemos.

De todos modos, si usted cree que el rico es más feliz, se equivoca totalmente. La Biblia nos dice lo contrario: “El que ama el dinero, no se saciará de dinero;… Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen… Dulce es el sueño del trabajador,… pero al rico no le deja dormir la abundancia” (Eclesiastés 5:10-12).

La Tragedia de la Inmadurez

Tal vez usted haya perdido a su padre o a su madre, o su esposo o esposa le dejó, o perdió una vez más su trabajo. Usted puede considerar que la culpa de estas y otras situaciones sea de alguien más. Cuando esto sucede, la gente suele expresarlo de muchas maneras: “mi padre me violó”, “nunca tuve una oportunidad”, “estuve en tres orfanatorios de chiquito”, “me crié con una madre prostituta”, “mis padres eran alcohólicos”, etc. Al transferir la responsabilidad de sus acciones, de su vida y de su conducta a terceras personas, son calificados por Dios como personas inmaduras.

¿Quién es una persona madura, según la Biblia?

Una persona madura es la que acepta su responsabilidad y no culpa a nadie por ellas ni por cómo es.

Probablemente su madre no haya sido un ejemplo a seguir o su padre sea un delincuente o sus hermanos sean peores que los hermanos de José. Eso no significa que usted tenga que ser igual a ellos, ni mucho menos pasar todo eso a sus hijos, pues Dios dice: “Puedes cambiar con mi gracia y con mi Espíritu”. Dios nos ofrece algo mucho más grande que todas las cosas que nos hicieron sufrir: su gracia. Está a disposición de todos los seres humanos que crean en el sacrificio que hizo el Hijo de Dios en la cruz para pagar por nuestros pecados.

Lo peor que le puede suceder a un ser humano es amargarse. Alguien amargado bloquea la gracia de Dios en su vida, y esto le impide progresar (Hebreos 12:15). La amargura nubla el entendimiento, quita la razón y contamina a los demás. Alguien así se encarcela a sí misma y no quiere salir de su prisión, pues tiene la llave y no la quiere usar; su amargura hacia el mundo genera en ella el deseo de venganza y cada día se envenena más.

Esta broma nos sirve de ejemplo: Pepito traía una tarántula y un amiguito le pregunta: “Oye, ¿para qué traes esa tarántula?” Pepito le dice: “Es que hay un amigo que me sacó la lengua y ¡se la voy a echar para que le pique!” Su amiguito le contesta: “Pero, antes de que se la avientes a él, ¡te va a picar a ti primero!”

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