Gabriela Santana - Por un sendero de sueños

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Olivia se siente perdida en su trabajo y en su vida personal y en la crianza de una hija adolescente, cuando recibe un libro antiguo. Las anotaciones al margen de ese volumen la llevan a vivir una vida intensa en la piel de una gitana llegada a Nueva York a principios del siglo XX. Una época turbulenta y una ciudad fascinante. Olivia empieza a sospechar que la gitana es su antecesora. Tendrá que recuperar sus raíces y redescubrir sus propias fuerzas para enfrentar una conspiración que podría acabar no solo con su existencia sin con la vida de generaciones enteras.

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—El agua que nutre —bebieron y se lavaron el rostro, riendo como si la felicidad las hubiese alcanzado inesperadamente.

—Voy a preguntar si estamos en la dirección correcta —señaló Yelena.

Olivia se sentó a esperarla en una banca, y de pronto sintió que alguien la observaba. Un hombre de piel morena le sonrió. Su rostro le pareció familiar. ¿Se conocían?, pero ¿de dónde? El hombre se quitó el sombrero y se acercó. Olivia dudó de que el gesto fuera para ella.

—Esta agua viene de la parte norte del estado, por eso es tan fresca. Perdone. La he asustado, ¿verdad? Mi nombre es Amán.

Olivia lo miró fijamente y luego sintió que las mariposas de la escultura se habían instalado en su vientre. Ese hombre tendría un impacto en su vida, pero ¿cómo?

—Antes la gente bebía del pozo. Esta agua viene del acueducto Croton. Fue inaugurado el siglo pasado. Caray, cómo ha pasado el tiempo. ¡Ya estamos en el siglo XX! ¿Se imagina? El mayor William R. Grace dio un discurso en el que tocó varias veces el mensaje de benevolencia, amor y bondad que la escultura intentaba transmitir. ¿A usted qué le parece?

Yelena, que había regresado, se adelantó a responder con un inglés lleno de faltas gramaticales pero en tono decidido:

—Nos parece que no vamos a pagar por esta agua. Ya nos la bebimos y no estaba tan buena como dice. Vámonos —se dirigió a Olivia— esa Broadway todavía está muy lejos.

—Lamento la confusión. Nadie cobra esta agua, no quise incomodarlas.

Por respuesta, las mujeres siguieron reuniendo sus pertenencias.

—Dijo usted Broadway, ¿cierto? ¿Me permitirían hacer algo por ustedes? Traigo un coche y voy en dirección a esa misma calle. Miren, ahora mismo el mozo está dándoles un descanso a los caballos. Me gustaría acercarlas. Vienen muy cargadas.

—No traemos monedas con águilas.

—Por favor —Amán abrió la puerta del carruaje.

Olivia volteó a ver a su amiga que entornando los ojos asintió diciendo en romaní:

—De acuerdo. Nada más porque sí falta bastante, pero traigo un puñalito atado a la falda por si las dudas.

Ya en camino, Olivia se sorprendió de entender casi todo lo que Amán decía. Tal vez su habilidad con el inglés venía incluida con el cambio de escenario que comenzaba a verse cada vez más y más colorido. Se sintió muy atraída por las palabras del hombre que sabía tanto de la ciudad como de sus habitantes.

Cuando llegaron al inicio de la calle Broadway, Amán mostró la casa de un filántropo llamado Daniel Willis; luego les dijo que hasta ahí podía llevarlas, pues tenía una cita con él.

—Sigan todo recto y llegarán sin problemas.

Una tienda pareció cautivar a las dos mujeres con el olor a pan que provenía de ella.

—Tenemos hambre, ¿nos daría unas monedas para comprar pan?

Olivia iba a protestar, pero el hombre sacó una moneda e inmediatamente se la dio a Yelena. Esta la revisó:

—Pues tiene el águila y el rostro de la mujer con la diadema de liberty , pero es de hace dos años. ¿Sí sirve?

Amán hizo un gesto impaciente con la mano, como indicándole que fuera de una vez por el pan, y Yelena corrió a la tienda.

—Por favor, disculpe a mi amiga— Olivia hizo una caravana que alguna vez le vio hacer a una señora de sociedad. Luego le pareció que estaba siendo demasiado dócil con alguien que no conocía. ¿Un coqueteo? La enojó estar traicionando la memoria de Vadim y se ruborizó.

Amán sonrió, como si estuviera adivinando lo que la mujer pensaba, y pareció que algo lo animaba a continuar.

—No quiero parecer inapropiado, pero siento que la conozco de tiempo atrás, y justo el señor Willis necesita una persona responsable para trabajar en su casa. El trabajo es de mucama. Espero no ofenderla.

El ofrecimiento descontroló a Olivia que tardó en responder. Se perdió un instante en los ojos de él, como tratando de recordar de dónde venía y por qué le era familiar.

—Yelena y yo necesitamos estar juntas, ¿sabe? Hemos pasado por mucho.

—Comprendo. Necesita llegar al campamento. De cualquier manera hablaré de usted con el señor Willis por si se anima a regresar. Tenga mi tarjeta de presentación. Le doy mi palabra de honor de que no la pondría en una situación riesgosa.

No hubo respuesta.

—El hombre se quitó el sombrero en señal de despedida. Olivia se sintió obligada a alargar la conversación.

—¿Cuál es la casa?

—Aquella de piedra. Como ve, no estaría tan lejos de su amiga.

—¿Pero solo a una de nosotras emplearía?

—Solo una se requiere.

Cuando la amiga llegó con el pan, Olivia ya había terminado de sacar sus pertenencias. Se despidieron del sujeto y emprendieron la marcha rumbo al campamento que se veía al final del camino de tierra.

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