Clara Campoamor - Del amor y otras pasiones

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Este volumen recoge por primera vez los artículos literarios que Clara Campoamor escribió durante su destierro en Buenos Aires. Publicados en la revista «Chabela» entre 1943 y 1945, estos textos nos descubren a una autora desconocida que recorre, con agudeza crítica, la vida y la obra de los grandes poetas del Siglo de Oro, del Romanticismo o de la lírica novohispana y modernista, o que hace una lectura penetrante de algunos mitos persistentes en la cultura española (los amantes de Teruel, don Juan Tenorio, etc.).
También se incluyen dos entrevistas realizadas a la autora en el semanario argentino «Caras y caretas» en las que habla del papel de la mujer en el contexto social, económico, político y religioso.

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J. M. S.: ¿A pesar de El burlador de Sevilla?...

C. C.: Sí, a pesar del mito de Don Juan. Pero dejemos aparte la literatura. Lo exacto es que los hombres que tratan de política no se han dado cuenta del enorme progreso, de la profunda transformación que se ha operado en estos últimos tiempos en la mujer. Yo rechazo con energía la versión de que la mujer española vive subordinada al sacerdote. En último caso, la que obedezca las inspiraciones del catolicismo no hará otra cosa que cumplir con sus deberes ideológicos, lo mismo que la mujer obrera, al votar por los candidatos socialistas, obedece al mandato de sus principios.

J. M. S.: Como usted sabe, de ahí sacan, señorita, una de sus principales objeciones los adversarios del voto femenino. Suponen que las mujeres españolas se dividen en dos únicas categorías: católicas y proletarias. Según esto, el voto de la mujer hará que el Parlamento se componga casi exclusivamente de diputados reaccionarios y socialistas.

C. C.: Es verdad; así razonan los puros y celosos republicanos. Temen el extremismo de la mujer, y de esos republicanos, en efecto, he recibido en el Parlamento las más furiosas acometidas. Son los que muestran más miedo a las consecuencias de la nueva ley, porque se sienten los menos seguros. Son los que presagian el fracaso de la República ante la conspiración sufragista de las mujeres. ¡No! Si la República tuviera que morir por un azar del destino, no sería por las manos de la mujer. Y porque confío profundamente en el alma femenina es por lo que he defendido con pasión su derecho al sufragio político. Además...

J. M. S.: ¿Aceptará usted un poco de vino en su copa, señorita?

C. C.: No bebo vino, gracias. Además... Hay en esto una cuestión de decoro que no podemos pasar por alto. Después de todas las propagandas democráticas, y cuando creíamos que inaugurábamos un régimen de justicia y de leal libertad, resulta que unos señores se asustan de sus propias ideas y les ponen un límite. Esos señores acuerdan que la mujer no está todavía preparada para el uso de las actividades políticas. Lo cual equivale a declararla irresponsable. Es decir, un ser inferior… ¿Puede consentirse semejante arbitrariedad? ¡Nunca! Si veinte veces se plantease la misma cuestión, veinte veces correría yo a defender con todas mis fuerzas los derechos de la mujer a la igualdad política con el hombre. Por convicción bien razonada, desde luego; pero además, y sobre todo, por decoro.

J. M. S.: Clara, es usted una mujer valiente. Usted misma es el mejor argumento de la causa que defiende. Sabe usted luchar; tiene usted temperamento de luchadora... Esto quiere decir que su vida no ha sido una dulce carrera entre flores.

C. C.: ¡Evidente! Si la vida me ha brindado el regalo de las flores, también es cierto que no se ha olvidado de las espinas. Mi vida puede expresarse con una sola palabra: trabajo. Durante dos años he sido empleada en una oficina de telégrafos; he estudiado a horas perdidas la carrera de Leyes; he trabajado en mi bufete de abogada, al mismo tiempo que pronunciaba conferencias en el Ateneo y discursos políticos en los mítines populares... Pero no me quejo. Como usted puede comprobar, esa vida de lucha y de duro trabajo no ha extinguido ni mi entusiasmo ni mi buen humor.

J. M. S.: Es cierto, señorita. Lo admirable en usted es la ausencia de acritud, la completa eliminación de gravedad, de resentimiento y de pedantería. En eso hace usted justicia al prestigio del eterno femenino. Usted parece aceptar la lucha, no como una penosa fatalidad, sino como una grata obligación de la naturaleza. Así se explica que en el fragor de las contradicciones y ante la furia de tantos intereses partidistas como usted ha venido a defraudar, nunca le ha faltado a usted en el Parlamento la consideración de sus adversarios. Lo cual nos demuestra que la sinceridad y la línea recta pueden ser, hasta en política, el arma que mejor conduce al éxito. Pero es un arma que no se puede escoger...

C. C.: Efectivamente; la sinceridad no se finge. Se es o no se es sincero. En política, otros presumen de hábiles; yo prefiero obedecer a mis impulsos y mis ideas más personales. Para muchos, por ejemplo, podrá ser una enorme habilidad política el promover una revolución con todas las bellas promesas democráticas para luego, a la hora del pago, hacer un oportunista escamoteo con las ideas más esenciales. La República nos prometió a las mujeres la igualdad de derechos con el hombre. Yo no he querido transigir con los oportunistas. Y eso es todo.

J. M. S.: Ahora solo nos queda esperar que la experiencia hable con su lenguaje preciso. Las primeras elecciones que se celebren nos dirán si ha acertado usted o si ha cometido un error. Por mi parte, yo creo que vale la pena poner a prueba a la mujer española. ¿Hay algún otro pueblo latino que conceda el voto democrático a la mujer?

C. C.: Ninguno. España es la primera nación latina que arrostra esa experiencia. Y yo tengo la convicción de que las mujeres españolas serán dignas del honor y la responsabilidad que se les ha conferido. Pronto se han de ver los resultados. Con la intervención directa de la mujer, la política en España va a transformarse profunda y radicalmente.

J. M. S.: Que la transformación sea para mejorar, señorita. ¿Un cigarrillo?...

C. C.: Sí, vamos a fumar. Gracias...

LO QUE OPINA UNA GRAN ESPAÑOLA. CLARA CAMPOAMOR.

INTERESANTES DECLARACIONES SOBRE LA FUNCIÓN SOCIAL

DE LA MUJER. ECONOMÍA. POLÍTICA. RELIGIÓN

Clara Campoamor es una de las mujeres que han figurado en las Cortes Constituyentes. Ha ganado sus posiciones por riguroso «orden de méritos». Hija de periodista —y del gremio ella misma—, a la muerte del padre se encontró frente al problema económico de la vida. Lo resolvió optando a una modesta plaza de telegrafista, que ganó después de pasar por los exámenes y pruebas que en Europa condicionan el ingreso a las carreras administrativas. Después, en 1925, obtuvo su título de abogado.

Ha estado en Praga, Berlín, Ginebra y otras urbes culturales o políticas, siempre entregada con preferencia a la defensa de los derechos femeninos; sin perjuicio de interesarse en la solución de otros problemas de orden más general, como miembro del partido acaudillado por el señor Lerroux, y como persona atenta a todas las sugestiones de la vida colectiva.

La señorita Campoamor está sentada en su despacho, atendiendo el teléfono y repasando al mismo tiempo la correspondencia. La habitación está amueblada sobriamente, dominando en todo el tono oscuro. Solo dos rasgos femeninos se ofrecen a la curiosidad del reporter: las uñas barnizadas de la entrevistada y un ramo de flores en un búcaro...

Opinión sobre la mujer española

«Desde el punto de vista social —nos dice la doctora Campoamor—, la mujer española ha dado pasos decisivos en poco tiempo. Aquí mismo, en Madrid, hace menos de una década que se destacaba en la prensa, como un fenómeno raro, el hecho de que las mujeres asistiéramos a las comidas o banquetes con que se celebraba algún acontecimiento político, artístico o de otro orden cualquiera. Los reflejos aportados por el cine (espectáculo no siempre encauzado de la mejor manera) han dado a la mujer española, probablemente, la visión de otro tipo de vida más independiente y han originado una transformación amplia en el cuadro de las costumbres. Estamos, pues, en un terreno que llamaríamos de esperanza, ya que una vez que lo consuetudinario cristalice en las leyes, el panorama será más halagüeño y justo para el sexo al que pertenezco.

Claro es que, chocando con el anhelo de libertad (mejor percibido en Madrid que en provincias, como centro donde se recogen todas las vibraciones de la vida nacional) está nuestra vetusta legislación. Los conceptos arcaicos sobre limitación de derechos femeninos se reflejan de manera perfecta en nuestras leyes, y solo una reforma profunda de estas en ese particular podrá llevarnos a la deseada identidad de derechos políticos y civiles con el hombre; completando el cuadro con la práctica activa y racional de esas conquistas, a fin de no caer en la paradoja de contar con una legislación adecuada y una falta de amplitud de espíritu para servirse de la misma. He ahí la tarea de organismos como la Asociación Universitaria Femenina Española, que me honro en presidir y que está adherida a la International Federation of University Women, encargados por definición y por su misma razón de ser de preparar a la mujer para la práctica integral de todos sus derechos.

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