Alejada de los escritos combativos y de los alegatos políticos en los que brilló en tiempos de la República, Clara Campoamor nos sorprende ahora con unos ensayos tan diáfanos y rotundos como su propio nombre. Desde un estudio de crítica literaria, «Los tres poetas de Don Juan Tenorio», en el que examina con intuición certera esta figura legendaria, intrínsecamente española, hasta una magnífica oda a los ojos —prodigio de inspiración lírica— titulada «Los ojos, obsesión de poetas», la autora aborda los temas más variados, siempre con esa mirada límpida, con esa lúcida intensidad que son la cifra de su estilo.
Poetas del Siglo de Oro como Quevedo, Góngora o Garcilaso, del Renacimiento como Fray Luis de León o Cristóbal de Castillejo, con sus coplas y amores, y del romanticismo español como José de Espronceda, por citar solo algunos, conviven en esta suerte de antología personal de la poesía hispana de todos los tiempos. Así, el modernista mexicano Amado Nervo, el místico español San Juan de la Cruz, o «la décima musa» novohispana, Sor Juana Inés de la Cruz, primera feminista de América, completan, entre muchos otros, esta vibrante galería de retratos de las letras hispanoamericanas.
Sin embargo, más que concentrarse en una valoración estrictamente literaria, Clara nos habla aquí de las pasiones que fueron la sustancia vital de muchos de los grandes poemas de nuestra lengua: el deseo, la seducción, la obsesión, la traición, el sufrimiento o el abandono. Y, por supuesto, el amor, en sus múltiples formas: platónico, pasional, conyugal, místico… La elección misma de los poetas y de los versos, el hilo de anécdotas y pensamientos
—desde los más hondos hasta los más ingeniosos— con que la autora entreteje sus relatos, todo en este libro es personal, todo en él tiene la presencia íntima, casi confidencial, de Clara Campoamor.
Aunque reflexionan sobre la poesía hispanoamericana de un período histórico definido, la belleza y la magia de estos ensayos residen precisamente en su universalidad. Gracias a su densidad emocional, a la pluralidad de sus puntos de vista, pueden entenderse en cualquier época y desde cualquier lugar.
Luego de un exilio sin fin que nunca logró silenciarla, aunque la acallara con la distancia6, la voz de Clara vuelve a resonar en estas páginas, tan nítida como siempre, pero más lírica y cálida que nunca. Y acaso también más romántica.
Una voz que tiene ecos de Machado, de Zorrilla, y de Bécquer, porque basta leer los ensayos que a continuación presentamos para comprobar la verdad que encierra el popular adagio de este último: «podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía».
La copla —en tanto que composición poética— y el amor —en todas sus variantes— definen estos ensayos donde se asoma, por cada resquicio, entre coplas y amores, Clara Campoamor… Una Clara Campoamor iluminada por una luz nueva.
París, octubre de 2018
PROCEDENCIA DE LOS ARTÍCULOS
«Una heroica parlamentaria española. Conversación con Clara Campoamor», entrevista de José María Salaverría, en Caras y Caretas, Buenos Aires, 30 de enero de 1932.
«Lo que opina una gran española. Clara Campoamor. Interesantes declaraciones sobre la función social de la mujer. Economía. Política. Religión», entrevista de J. Sánchez de la Cruz, en Caras y Caretas, Buenos Aires, 16 de diciembre de 1933.
«Y Cristo dijo: ¡Sí, juro!…», Chabela, Buenos Aires, enero de 1943.
«El gigante quebrado», Chabela, Buenos Aires, abril de 1943.
«Federico Balart, poeta del amor conyugal», Chabela, Buenos Aires, mayo de 1943.
«El poeta de Los amantes de Teruel», Chabela, Buenos Aires, junio de 1943.
«Don Diego, el del amor y la sátira», Chabela, Buenos Aires, julio de 1943.
«Don José de Espronceda, un héroe romántico», Chabela, Buenos Aires, agosto de 1943.
«Bécquer y el dolor de amar», Chabela, Buenos Aires, septiembre de 1943.
«Fray Luis de León, el poeta del alma», Chabela, Buenos Aires, octubre de 1943.
«Manuel Machado, o la sed, la pena y la copla», Chabela, Buenos Aires, noviembre de 1943.
«La esperanza y la bondad fueron las musas tutelares de Amado Nervo», Chabela, Buenos Aires, diciembre de 1943.
«Sor Juana Inés de la Cruz, la décima musa», Chabela, Buenos Aires, enero de 1944.
«Bartrina, o el pesimista y su esperanza», Chabela, Buenos Aires, febrero de 1944.
«El talentoso y erudito Luis de Góngora», Chabela, Buenos Aires, marzo de 1944.
«La triste historia del verdadero Don Juan», Chabela, Buenos Aires, abril de 1944.
«El príncipe de los poetas y su sirena», Chabela, Buenos Aires, mayo de 1944.
«El poeta del madrigal inolvidable», Chabela, Buenos Aires, junio de 1944.
«Coplas y amores de Cristóbal de Castillejo», Chabela, Buenos Aires, julio de 1944.
«Fernando de Herrera, el Divino», Chabela, Buenos Aires, agosto de 1944.
«El donoso Baltasar del Alcázar», Chabela, Buenos Aires, septiembre de 1944.
«Los ojos, obsesión de poetas», Chabela, Buenos Aires, octubre de 1944.
«San Juan de la Cruz, el ruiseñor de los poetas», Chabela, Buenos Aires, noviembre de 1944.
«Los tres poetas de Don Juan Tenorio», Chabela, Buenos Aires, diciembre de 1944.
«Quevedo, el poeta enemigo de las mujeres», Chabela, Buenos Aires, enero de 1945.
«El galano marqués de las Serranillas», Chabela, Buenos Aires, febrero de 1945.
«El señor de Batres, poeta de la virtud», Chabela, Buenos Aires, marzo de 1945.
«El enamoradizo don Juan Álvarez Gato», Chabela, Buenos Aires, abril de 1945.
«El último de los trovadores», Chabela, Buenos Aires, mayo de 1945.
«Juan de Mena, primer literato español», Chabela, Buenos Aires, junio de 1945.
«Carvajal, el precursor del Tenorio», Chabela, Buenos Aires, octubre de 1945.
Clara Campoamor
CONVERSACIONES
UNA HEROICA PARLAMENTARIA ESPAÑOLA.
CONVERSACIÓN CON CLARA CAMPOAMOR
«Si las mujeres mandasen», dice una antigua canción zarzuelera. Pero esto ya se ha realizado, por lo menos en España. Es verdad que todavía no hay una «ministra» en el Gobierno español, pero todo nos induce a presagiar que en un porvenir cercano alguna mujer ha de sentarse entre los ministros de la República. Por el momento hay tres diputadas en las Cortes. Y las mujeres españolas, por una ley de máxima plenitud, pueden desde ahora votar en las urnas como los hombres, participar libremente en los sufragios y elegir a los diputados que ellas prefieran.
¿Cómo se ha consumado semejante prodigio de democracia? La empresa, naturalmente, no ha sido fácil. Ha precisado un poco de heroísmo y la colaboración de un paladín tesonero capaz de todas las obstinaciones, de todas las elocuencias y de la convicción más inquebrantable. ¿Un hombre? No. El paladín del voto femenino en España ha sido una mujer. Ha sido esa mujer que lleva dos nombres tan amables, tan encantadoramente femeniles: Clara Campoamor. La misma que cordialmente accede a aceptar en mi casa mi modesta cena familiar, que yo se la ofrezco en nombre de Caras y Caretas. Así podremos hablar en aire amistoso y franco de una cuestión tan revolucionaria como es la entrada de la mujer española en la nueva política nacional.
José María Salaverría: ¿No le asusta a usted, señorita Campoamor, la grave responsabilidad que ha contraído? Dicen por ahí que ha firmado usted la sentencia de muerte de la República. Muchos aseguran que la mujer española sigue siendo esclava del confesionario, y que solo votará a quienes señalen los sacerdotes.
Clara Campoamor: Todo eso lo conozco. Pero no hago ningún caso de ello. Los hombres acostumbran hablar de las mujeres guiándose únicamente por prejuicios tradicionales. Creen conocer los secretos del alma femenina, y en realidad no saben nada de nada. Así resultan los eternos engañados.
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