Durante años me desdoblé para contemplar esta construcción, esta organización que es el cosmos. Quise contemplar el universo, no tal como lo vemos, vestido de carne y de piel, sino como una estructura: el mundo de los arquetipos. Lo logré, y esta armonía de las esferas que oí fue el resultado final de todas mis búsquedas, de todos mis ejercicios de desdoblamiento, y después sigue siendo para mí como un sistema de referencia para comprender y situar después cada cosa.5
Mis queridos hermanos y hermanas, me doy cuenta de que os hago quizá estas revelaciones un poco prematuramente. Cuánta gente en el mundo ya me ha dicho: “Pero, señor, no se da usted cuenta de lo que dice. Va con varios siglos de adelanto. No es posible, de momento, aplicar lo que enseña. ¿Quién le seguirá?” Sí, lo sé, es un poco cierto. Pero aunque no haya nadie para seguirme, he recibido la orden de hablar como lo hago; y puesto que lo que digo es taquigrafiado y grabado, un día vendrá una nueva raza de hombres con otra estructura, con otra inteligencia, y será capaz de seguir y de aplicar esta Enseñanza. De momento es irrealizable, lo sé, porque los humanos no tienen talla para realizar estas grandes cosas. Pero no importa, hay que decirlas, es preciso que se conozcan, y que el pequeño número que sea capaz de hacerlo se lance por este camino. Yo, hago el trabajo que me piden, eso es todo.
Todos aquéllos que no quieren aprender las verdades esenciales de esta Enseñanza pueden irse a donde quieran, yo no les retengo, porque en realidad son inútiles para nosotros. Sí, mis queridos hermanos y hermanas, yo soy como Stradivarius; quiero hacer violines, pero estos violines no puedo hacerlos con cualquier madera y con cualquier barniz, porque quiero violines con los que pueda tocar el Cielo, hermanos y hermanas capaces; si no, pierdo el tiempo. Cada uno tiene una meta en la vida, y mi meta no es atraer aquí a todo el mundo, sino formar obreros para el Reino de Dios. Necesito obreros, y si no consigo crear verdaderos obreros, servidores de Dios, es una lástima, habré perdido el tiempo, habré trabajado para nada. ¿Pero quién trata de ponerse en mi situación?… Si pensaseis: “El Maestro está ahí para ayudarnos, para aclararnos las cosas, para instruirnos, para conectarnos con el Cielo, pero nosotros, ¿acaso no debemos hacer también algo por él?… ¿Acaso no tiene él también algún deseo?”, encontraríais que yo también deseo algo. Pero lo que deseo, no lo deseo para mí, he aquí la diferencia.
Deseo que haya obreros que propaguen la luz, pero nadie quiere ponerse en mi lugar para comprenderme. No me quejo, pero os pido que os pongáis en mi lugar y comprendáis que yo quiero obreros, servidores de Dios porque trabajo para el mundo entero. Si vosotros no trabajáis para mis ideas como yo trabajo para vosotros, entonces es injusto. En el mundo debe existir siempre una justicia; si tomáis, debéis dar; si dais, tenéis derecho a tomar. Eso es la justicia: intercambios equitativos, tomar y dar. Pero tomar sin dar nunca nada, eso es injusticia, y entonces las leyes kármicas se ocupan del asunto y vienen a reclamaros. Nadie se da cuenta del precio de una sola de mis conferencias. Según vosotros, quizá no valgan nada, pero según el Cielo, nunca tendríais dinero suficiente para pagarlas de tan valiosas que son. Por eso, por otra parte, no pido nada a todos aquéllos que vienen a escucharlas.
Para aquéllos que quieran profundizar esta cuestión, añadiré todavía unas palabras sobre la armonía desde el punto de vista cabalístico. Cada séfira del Árbol de la Vida del que os he hablado a menudo, expresa un matiz de la armonía divina, pero la séfira que preside la armonía de las esferas es Hochmah en donde reina Iah. Su servidor es Raziel, Arcángel de la luz, del saber, de la sabiduría, del poder del Verbo; tiene bajo sus órdenes a los Ophanim (en la religión cristiana, se les llama los Querubines) quienes, bajo la autoridad del Verbo, presiden la armonía cósmica. Su imperio es inmenso; abarca todo el zodíaco cuyo nombre hebreo es Mazaloth.6
Ahora, mis queridos hermanos y hermanas, vais a saberlo, extraigo todas mis conferencias de esta región en donde oí la armonía celestial, la música de las esferas. Es ella la que me lo explica todo. Por otra parte, no hay tantas cosas que explicar. Realizáis esta armonía y, de repente, lo comprendéis todo: comprendéis la sabiduría de Dios, comprendéis la paz, comprendéis el amor. Cuántas veces algunos de vosotros me han dicho: “ Ayer lo comprendía todo, y ¿por qué ahora no comprendo nada?” Porque han roto esta armonía. Por eso, impregnaos continuamente de la palabra “armonía”, no penséis en ninguna otra, guardadla como una especie de diapasón, y en cuanto os sintáis un poco inquietos y turbados, tomad el diapasón y escuchadlo para sintonizar todo vuestro ser.
Bonfin, 27 de agosto de 1970
III
Lectura del pensamiento del día:
”Sumergíos, abandonaos en el silencio como un niño confiado en los brazos de su madre, y la armonía se propagará hasta la menor de vuestras células...”
Este pensamiento es muy claro, mis queridos hermanos y hermanas, y no pide muchas explicaciones. Acordaos solamente de lo que os dije sobre la armonía: que si trabajamos para crear la armonía, para vivirla y propagarla, no es necesario que nos ocupemos de cada virtud, de cada cualidad en particular. Sí, por primera vez os dije que no hay que ocuparse de desarrollar una virtud en particular porque esto exige mucho tiempo; quizá toda la vida no baste, y ¿cómo haréis, entonces, para desarrollar las demás? Os habréis pasado la existencia para llegar a ser indulgentes, o dulces, o pacientes, y habréis dejado de lado las demás cualidades. Os lo repito, ¡no os ocupéis de tal o cual virtud! Concentraos en la armonía y, de repente, ésta hará germinar en vosotros todas las demás virtudes. Esto es lo que yo hago: dejo a todas las virtudes tranquilas, no quiero llegar a ser generoso, ni paciente, ni indulgente, eso es tiempo perdido; quiero solamente vivir en la armonía y me doy cuenta de que tengo, de repente, todas las demás virtudes, porque esta armonía me obliga a ser inteligente, razonable y comprensivo. Si estáis interiormente perturbados, tratad de ser amables, no lo conseguiréis, precisamente porque vivís en una desarmonía espantosa.
Ahí tenéis un tema de reflexión. Armonizadlo todo dentro de vosotros y os volveréis capaces de actuar con una sabiduría tal, con una penetración tal, con una inteligencia tal, que os preguntaréis: “Pero, ¿de dónde me viene esto?” Sí, resolveréis las situaciones, encontraréis soluciones y daréis consejos, porque la armonía os instruirá. Y desconfiad de la desarmonía como si fuese el peor enemigo que pudieseis introducir en vosotros porque, después, todo se estropea y ninguna virtud puede ya salvaros.
Os lo repito, mis queridos hermanos y hermanas, la armonía son todas las cualidades, todas las virtudes juntas. Trabajando con la armonía, tocáis el corazón de las cosas, el Alma universal, el centro, y desde allí, vienen órdenes, corrientes, fuerzas que lo transforman y organizan todo. Cuando no estamos en armonía, cuando estamos crispados, irritados, por mucho que insistamos en querer manifestar por lo menos una cualidad, no hay nada que hacer: todo lo malo que hay dentro de nosotros está ahí para morder, para pinchar, para golpear, para disgregar. Trabajamos, pero no avanzamos mucho, porque hemos descuidado la madre de todas las cualidades, de todas las virtudes: la armonía. En la armonía todo florece, vuestra mirada, vuestra expresión se embellece, vuestros gestos son más mesurados, vuestros pensamientos más inteligentes, vuestras palabras más persuasivas. Se dice que la pereza es la madre de todos los vicios, pero no se habla nunca de la madre de todas las virtudes: la armonía.
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