Así que, mis queridos hermanos y hermanas, puesto que el Cielo os ha enviado aquí para ser atormentados por mí, no tenéis otra cosa que hacer que trabajar para la armonía. En vez de pasar el tiempo en toda clase de otras cosas, en vuestras distracciones, vuestros tráficos, en vuestros pequeños amoríos, pensad en realizar la armonía en todo vuestro ser para que todas vuestras células vibren al unísono. Todo el mundo ha escuchado una orquesta, y sabe que si un solo interprete no se encuentra en armonía con los demás, el resultado es una espantosa cacofonía. Pero después, son incapaces de comprender que se produce exactamente el mismo fenómeno con el cuerpo físico, con el ser entero, porque los órganos son como instrumentos que deben ejecutar juntos una partitura. Tratad de leer cuando tenéis cólicos, dolor de muelas, un grano en el pie, una calentura en la cabeza… no comprenderéis nada porque toda esta desarmonía que está dentro de vosotros os lo impide. Es preciso que todo se serene y se calme para que comprendáis.
¡Cuántas cosas hay en la vida para hacernos comprender la importancia de la armonía! En las orquestas, los coros, los ballets, los conjuntos rítmicos, y hasta en los ejercicios militares, todos deben armonizarse. Todo en la naturaleza y en la vida está ahí para instruirnos, para mostrarnos lo que es bello, lo que es magnífico, lo que es maravilloso, lo que es estético, pero el hombre en su interior, sigue deteriorado y viviendo en la cacofonía… ¡Ah! ¡los hombres!, ¡no me habléis! Nunca quieren ponerse en armonía con las leyes del universo. Son los únicos, además, que no están en armonía. Los animales, los insectos, las plantas, están en armonía; y los espíritus, los ángeles… todos, excepto los humanos. Sí, anarquistas…
Ahora, pues, dejad todo de lado para pensar solamente en la armonía, en armonizaros día y noche. Cuando lo logréis, de un solo golpe comprenderéis todas las leyes del universo, porque la armonía os dará la posibilidad de comprenderlo todo de un solo golpe.
Bonfin, 15 de julio de 1970
II
La armonía es todopoderosa y puede resolver todos vuestros problemas. Si no ponéis la armonía en el centro de vuestra existencia, no os extrañéis después si nada os funciona…
Supongamos que sois un mago… Sí, supongámoslo. Os habéis puesto los vestidos de ceremonia, sostenéis la espada o la varita y entráis en el círculo mágico que habéis trazado. Pues bien, si no poseéis la armonía completa, tendréis contratiempos. El Cielo y los espíritus no pueden escucharos mientras no poseáis la armonía, la paz absoluta. Los grandes magos lo saben, y nunca hacen una ceremonia mágica si no han llegado a entrar en comunión perfecta con el Cielo y todo el universo. Muchos brujos y hechiceros se imaginan que, con fórmulas y gestos, pueden obtener resultados. ¡En absoluto! Serán perseguidos incluso por toda clase de entidades maléficas. Ningún acto es eficaz mientras el ser humano no haya realizado la paz dentro de él. Pero dejemos la magia… ¡Cuántas cosas hacéis cada día en la desarmonía! Besáis a vuestra mujer, o a vuestros hijos, o a vuestra bien-amada, cuando estáis tristes, alterados, o cuando tenéis remordimientos. Y los trabajos más importantes los ejecutáis también en el desorden; por eso no obtenéis ningún resultado.
Todas las mañanas, al despertaros, debéis empezar la jornada sintonizándoos con el mundo de la armonía universal, y solamente después podéis preparar el desayuno, besar a vuestros hijos, vestirles, hablarles, o ir al trabajo. Los hombres se pasean por las calles, van a las tiendas, y hasta a las escuelas y por todas partes, todo el mundo está en desarmonía. ¿Cómo pueden los profesores instruir a los alumnos en semejantes condiciones?... Cuando entráis en una casa, vuestro primer pensamiento debe ser: “¡Que la armonía y la paz reinen en esta casa!” Pero la gente no tiene pensamientos de esta clase. Entran, y ya han puesto la discordia entre el marido y la mujer, entre los padres y los hijos, etc… Cuando se introduce la desarmonía se infringen leyes terribles, mis queridos hermanos y hermanas.
Las leyes de la armonía son las leyes más solemnes que existen en el universo. Así que reflexionad, meditad, mirad en qué estado actuáis y comprenderéis después por qué las consecuencias son desastrosas. Incluso cuando queréis hacer el bien, este bien no tiene condiciones favorables para manifestarse y, al hacerlo, os veis obligados a trastocar, a ensuciar algo en el mundo invisible, porque no estáis a punto, no estáis limpios, no estáis serenos. Se hace todo en cualquier estado, y sobre todo la concepción de los hijos. Los padres no deben concebir nunca un hijo si no están entre sí en una armonía perfecta, porque el Infierno se infiltrará en este hijo, y después toda la vida se tirarán de los pelos.4
La armonía está en la base de todos los éxitos, de todas las realizaciones divinas. Debéis concentraros en la armonía sin cesar, y después podréis empezar a ejecutar los trabajos que darán resultados durante toda la eternidad. Para llegar a esta armonía, ¡qué trabajo, qué voluntad, qué concentración! Pero cuando la hayáis logrado, podréis manejar fuerzas prodigiosas para el bien de la humanidad. ¿No sentís que todo el universo, que todas las fuerzas de la naturaleza, están de acuerdo conmigo y me aprueban? Vamos, observad y veréis que toda la naturaleza está de acuerdo y subraya lo que os digo.
Existe un mundo de la armonía, un mundo eterno del que han salido todas las formas, todos los colores, toda la música, toda la belleza, y yo penetré en este mundo. Hace años, fui arrancado de mi cuerpo y oí la armonía de las esferas… Nunca he experimentado sensaciones semejantes, de tal belleza, de tal intensidad… No puede compararse con nada, era tan bello, tan divino, que tuve miedo; tuve miedo de este esplendor, porque sentía que todo mi ser se dilataba tanto que corría peligro de disolverme y de desaparecer en el espacio. Entonces, interrumpí este éxtasis y volví a la tierra. Ahora lo lamento… Pero al menos, durante unos segundos, viví, vi, oí cómo cantaba el universo entero. Las piedras, los árboles, las montañas, los mares, las estrellas, los soles y todas las criaturas cantaban en una armonía tan grandiosa, tan sublime que… Pero no, esto no es comparable con nada de lo que se pueda oír en el plano físico. Y tuve miedo, porque era tan poderoso, tan intenso que, unos segundos más, y habría muerto, me habría pulverizado. El Cielo me dio esta experiencia para que tuviera una idea de lo que es la armonía celestial. Pitágoras, Platón, y muchos otros filósofos, hablaron de esta armonía, pero me pregunto cuántos de ellos pudieron oírla.
Y ahora, el solo recuerdo de esta experiencia llena mi alma como si bastase para mantener, sostener y alimentar toda mi vida espiritual. Sí, saber cómo está construido el universo, cómo vibra en armonía por la voluntad de esta Inteligencia cósmica que ha dado un sonido, una voz a cada cosa, a cada ser. Desgraciadamente, no podemos oír cómo el Creador ha acordado todas estas cosas y estas criaturas entre sí. Pero sólo pensando en ello, ya nos sentimos en un estado indescriptible. Y no creáis que os engaño. El Cielo está ahí, y me escucha, y yo sé lo grave que es decir una mentira ante el Cielo. Así pues, ante el Eterno, ante todas las Inteligencias sublimes, os digo: yo oí la música de las esferas. Podéis no creerme, eso no tiene ninguna importancia. Considero que éste es el privilegio más raro que pueda serle dado a un ser humano.
A menudo, algunos se extrañan de que todas las conferencias que doy, desde hace treinta y tres años, presenten tal unidad y de que nunca haya habido una sola contradicción en mis palabras, como si todo saliese de un solo y mismo punto, ahí, en el centro. Sí, y os diré que no es porque haya leído libros por lo que me ha sido dado ver esta unidad, sino porque oí la música de las esferas. Ante esta armonía, comprendemos cómo vive el universo, cómo vibra, cómo es su estructura, cuál es su destino. La gente se imagina que hay que leer, que hay que estudiar para poder encontrar la verdad. No, es arriba donde encontramos la verdad, no abajo.
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