En casi todos los pueblos se encuentra esta imagen de la serpiente o del dragón cuyo simbolismo es casi idéntico. Muchos cuentos, incluso en Europa, hablan de un dragón que ha capturado una bella princesa inocente y pura que guarda prisionera en un castillo. La pobre princesa llora, languidece y suplica al Cielo que le envíe un caballero para liberarla. Pero, uno tras otro, los caballeros que se presentan son devorados por el dragón que se apodera de sus riquezas y las acumula en los sótanos del castillo. Por fin llega un caballero, un príncipe, más joven, más bello, más puro que los otros, a quien un mago ha revelado el secreto para vencer al dragón: cuál es su debilidad, en qué momento y de qué manera se le puede atar o herir... Y he ahí que ese príncipe privilegiado, bien armado y bien instruido obtiene la victoria y logra liberar a la princesa. Y entonces ¡qué dulces besos se dan! Todos los tesoros que están ahí acumulados desde hace siglos en el castillo, pertenecen a ese caballero, a ese bello príncipe que ha ganado la victoria gracias a sus conocimientos y a una pureza extraordinaria. Luego, montados sobre el dragón conducido por el príncipe, recorren el mundo.
En la historia que cuenta el Maestro, Buda casi sucumbe también, porque en realidad esa serpiente no se encuentra en el exterior, sino en el interior del hombre, es el símbolo de la fuerza sexual que llevamos todos en nosotros y contra la que es preciso luchar. El dragón, la serpiente, es la fuerza sexual; el castillo, es el cuerpo físico del hombre, o su cuerpo astral; la princesa, es el alma que el caballero, el ego del hombre, del discípulo, debe liberar. Las armas que utiliza para vencer al dragón, la espada, etc., representan los medios de los que dispone: la voluntad, la ciencia, para vencer esta fuerza y utilizarla. Así pues, el dragón se convierte en servidor del discípulo, le sirve de montura para viajar por el espacio. Ya veis, está muy claro, es muy simple, es el lenguaje eterno de los símbolos.
Reencontramos una variante de esta aventura en la historia de Teseo, que gracias al hilo que le había dado Ariadna, pudo avanzar a través del laberinto y matar al Minotauro. El Minotauro es otra representación de la fuerza sexual, el toro poderoso y prolífero; se debe yugular la naturaleza inferior para que trabaje la tierra, como el buey. El laberinto tiene el mismo significado que el castillo: el cuerpo físico; y Ariadna representa el alma superior que conduce al hombre hacia la victoria.
La serpiente es un tema inagotable. Pero este reptil que los humanos conocen no es más que un pálido reflejo de otra fuerza, de otra entidad que existe en la naturaleza. En la antigua astrología se representa el zodíaco como una serpiente sobre la que, en correspondencia con cada parte del cuerpo humano, se colocan los doce signos, comenzando por la cabeza, Aries, y terminando por la cola, Piscis.
Lo que es interesante en la historia que os he leído, es que se trata de Buda, ese Maestro excepcional que debió, él también, luchar contra la serpiente. Si Buda no estuvo protegido, ¡mucho menos los demás! Todos los Iniciados deben pasar por esta prueba. La joven que él ama, está representada con su doble naturaleza divina y humana (o astral), como todas las mujeres, que por otra parte poseen estas dos naturalezas y que, según el caso, manifiestan ya sea una u otra. Se dice que Buda amó en esta joven el principio divino. Sí, y mientras pudo resistirse a la atracción física que ejercía sobre él esta belleza, permaneció en la región impersonal en donde no hay ni deseo, ni ambición, sino solamente éxtasis, por lo que no coda ningún peligro. Pero Buda, sin querer, bajo el encanto de esta bella joven, permitió que despertara su naturaleza inferior, más personal, más egoísta y se dice que se durmió... Porque, cuando la naturaleza inferior se despierta en el hombre, la otra naturaleza se duerme: es decir olvida la sabiduría, los buenos propósitos, y actúa según los consejos de la naturaleza inferior. Después, se extraña de haber olvidado las promesas que había hecho con la mayor sinceridad.
Puesto que Buda se durmió, la joven lo abandonó para ir a hacer su trabajo. Eso significa que el principio divino se eclipsó; y como ya no estaba allí para protegerle y mantenerle en la luz y el esplendor, la serpiente le rodeó con sus anillos. Buda luchó, pero a pesar de todo su saber, de todos sus conocimientos, no logró deshacerse de ella. Finalmente comprendió que no era él quien podía vencerla, él, con su personalidad, es decir, con su naturaleza limitada; así pues, en vez de enfrentarse él mismo a esta fuerza cósmica formidable, que está acumulada desde hace generaciones y generaciones en el subconsciente, en lugar de luchar con sus propios medios, se disminuyó, es decir se humilló y dio todas las posibilidades para que el principio divino en él se manifestara.16 Fue pues el poder divino quien venció, mientras él mismo, su personalidad, disminuyó hasta tal punto que logró escapar. ¿Qué significa esto? Para que lo comprendan mejor, os pondré un ejemplo.
Supongamos que el discípulo haya logrado algunas victorias; ha conocido a bellas jóvenes y no se ha dejado influenciar, por eso se siente orgulloso de sí mismo, y se dice: “¡Que fuerte que soy! He vencido las tentaciones.” En ese momento es cuando está en peligro, porque en ese momento le están preparando trampas tan sutiles que sucumbirá, sin ninguna duda, porque él no es humilde. Él es orgulloso, confía en sí mismo, y se engaña con los pequeños resultados que ha obtenido. No conoce aún todas las artimañas de la serpiente. Está escrito en el Génesis que “la serpiente era la más astuta de todos los animales del campo que el Eterno había creado”.17 Así pues, cuando se siente más seguro de sí mismo, la serpiente le prepara una sorpresa. Un verdadero discípulo posee estos conocimientos, y cuando ha logrado algunas victorias, comienza a tener miedo; se dice: “¿Qué me espera ahora? no debo triunfar, ¡es demasiado pronto!” Y no solamente permanece vigilante, sino también sabe que no puede luchar por sí solo, suplica al Señor para que venga a darle la posibilidad de luchar y vencer. Por otra parte, vosotros podéis daros cuenta que, en los cuentos, nunca se dice que el caballero consiga vencer solo, siempre hay otros que le aconsejan, que le dan armas.
El punto más interesante de esta historia, es que Buda logró vencer la influencia de la serpiente con la humildad, no con la fuerza. Porque mientras se trate de fuerzas humanas, la serpiente es la más fuerte, tiene sus raíces profundamente enterradas en toda la naturaleza. Por tanto, debéis comprender que si hasta ahora habéis fracasado en vuestra lucha contra la serpiente, es porque habíais luchado solos, creciéndoos en lugar de empequeñeceros. Éste es un punto tan importante que ¡muy poca gente conoce! Nadie piensa en empequeñecerse, en disminuirse; sólo hay algunos pequeños insectos que han comprendido: para engañar al enemigo y escapar de él, fingen estar muertos. Los insectos han descubierto un secreto, pero, por supuesto, eso no funciona siempre, porque los demás saben que disimulan y que no están muertos...
Pero volvamos a otro punto muy interesante de esta historia, cuando se dice que Buda amó en esta joven el principio divino. Cuántas veces os lo he repetido: el hombre y la mujer deben siempre considerarse mutuamente como portadores del principio divino, porque en ese momento no corren ningún peligro; se superan, tienen alas, descubren el mundo, son creadores. Bajo este aspecto, todo cambia. Por eso hay que saber ver la creación como un medio de llegar hasta el Creador, una escalera, la escalera de Jacob, si queréis. Cada cosa, cada ser representa un grado a subir, hasta llegar al Señor.
Si toda la naturaleza os presenta una riqueza indescriptible: las piedras, las flores, los árboles, las mariposas, los pájaros, los peces, y a través suyo lográis comprender los proyectos del Creador, ¿por qué el problema del hombre y de la mujer es tan complejo? Tomemos solamente este precepto, inculcado desde hace siglos por el cristianismo, de que hay que huir de la mujer, no mirarla, y sobre todo no verla desnuda para admirarla. Por supuesto, si estas reglas existen, es debido a la debilidad de los hombres y todo el problema está ahí: cuál es el grado de evolución de los individuos. Para aquél que está muy evolucionado, que una mujer esté vestida o desvestida, siempre será lo mismo: estará siempre tranquilo, en el Cielo, verá siempre la Divinidad.
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