Mariano Navarro - Juan Genovés

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Relato de una vida apasionada dedicada al arte y al compromiso político
Cumplido un año de la muerte de Genovés en plena pandemia, esta biografía reivindica su papel trasformador y combativo tanto en el arte como en la política, con una incansable dedicación a su trabajo como «obrero de su oficio», guiado por sus profundas convicciones democráticas y su conciencia ciudadana.
Este ensayo es resultado de un trabajo de «taller» que los tres autores han desarrollado, no sin dificultad, tras la recopilación de materiales de archivo, publicaciones, declaraciones, y sobre todo de entrevistas y conversaciones con el propio pintor, su familia y su entorno.
El artista en primera persona, en muchos casos, desgrana su vida, sus inquietudes, sus logros y sus frustraciones a lo largo de todo el libro, haciendo de este un híbrido entre la biografía y el relato autobiográfico.

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Pude obtener una beca de la universidad, dotada con 3.000 pesetas para hacer una estancia lo más larga posible en París. En noviembre de 1948 salí hacia la capital francesa, mi máxima aspiración. Por fin iba a conocer y a ‘tocar’ la pintura en la aventura que había empezado con el Impresionismo.

El shock fue brutal; confuso el intento de análisis e inmenso el gozo de sentirme vivo en aquel ambiente de museos y galerías.

George Braque, mi admirado pintor, vivía muy cerca de la ciudad universitaria, junto al parque de Montsouris. Una mañana le encontré, con un cesto, comprando verduras en una pequeña tienda de comestibles. Más tarde tuve la alegría de poder visitarle dos veces en su estudio.

En una galería que desapareció pronto […] se colgó una exposición antológica de W. Kandinsky. Quedé deslumbrado. Para mí suponía la etapa lógica de la pintura llevada a sus últimas consecuencias. Era un camino que yo debiera continuar recorriendo. Aún ignoraba la obra de Mondrian.

En verano regresé a Valencia con una carpeta de mis pinturas sobre papel; pequeñas y sencillas, de formas geometrizantes contorneadas de negro. El dueño de la Galería Mateu, don José, se arriesgó a enseñarlos en su galería. Hubo discusiones y el resultado del balance fue negativo. Dos años después las destruí totalmente. Sus títulos eran Tiempo Materia y Espacio, Abstracción en cuatro colores, Límite, Universo, etcétera.

Por su parte, Genovés explica: “Siempre he tenido cierta aversión a lo abstracto. Sempere, en los años cincuenta –yo estaba entonces estudiando–, vino de París a Valencia e hizo una exposición abstracta. No se había visto nunca en Valencia y chocó mucho, y en una conferencia dijo: ‘Lo abstracto es pintar el universo, las cosas son abstractas, hay que ser puro en la abstracción, etcétera’. Y yo le interpelé: ‘Y si te cae una mancha y se parece a un perro o a un burro, lo tapas porque es figurativo’. Y me contestó: ‘Me haces pensar, ¿eh?’. Porque, claro, esa mancha sale del trabajo, pero si tiene algo de figurativo, ¿lo borras? Esa es una pregunta…”.

Sempere estaba convencido, así nos lo comunicó a los autores de este libro en distintas charlas y conversaciones a lo largo de los años que tuvimos la fortuna de conocerle, de que toda obra, hasta la más figurativa, es abstracta.

El 27 de mayo de 1949, acabando el tercer año de estudios en la Escuela de Bellas Artes, y tal como consta en las, permítasenos la libertad, enternecedoras actas que levantaban de cada reunión, Genovés, junto a otros alumnos, constituyen el grupo Los Siete, que si bien no tendrá la repercusión nacional o internacional de otros coetáneos o posteriores, sí será determinante para algunas de las normas de conducta social y profesional de los artistas participantes.

Según cuenta Manuel Muñoz Ibáñez en el libro antes citado,6 en Valencia hay un solo antecedente relevante de trabajo grupal o colectivo, precisamente surgido también en la Escuela de San Carlos: el Grupo Z, constituido en 1946 por Manolo Gil (1925-1957) y José Vento (1925-2005) y al que se incorporaron varios alumnos de la Escuela. Sobre ellos aparece una primera noticia en prensa en noviembre de 1947, en el diario Jornada, donde curiosamente se les denomina Los Ocho, pues fueron ocho los artistas que expusieron en una librería de lance. Esta era propiedad de Salvador Faus, también él artista, creador del fachismo, sustentado en “la incapacidad reconocida para reproducir las formas que ven nuestros ojos”. “Los anaqueles de la librería de Faus”, escribe Ibáñez, “eran transformados, con papel de embalaje, en improvisada sala de exposiciones de ocho a nueve y media de la tarde. La temática general del joven colectivo eran paisajes, figuras y bodegones, realizados al óleo, acompañados de algún aguafuerte, obras en las que se detectaba austeridad, reducción cromática e interés por el claroscuro”.

Algunos de los rasgos y normas de los miembros del Grupo Z serían, posteriormente, adoptados por Los Siete, como la celebración de tertulias y debates y los modos de selección y rechazo de las obras que se debían exponer.

En primer lugar, señalemos las dificultades que tendrían que afrontar los integrantes de Los Siete, y antes los del Grupo Z, para reunirse, ya fuese en público o en privado, a finales de los años cuarenta y en los primeros años cincuenta. En aquel momento, la represión franquista, si no se encontraba en el apogeo que siguió a su victoria militar –esta llevó a la cárcel a un número indeterminado, próximo a las 300.000 personas; a otras 100.000 las condenó a estar bajo estrecha vigilancia; a 50.000 a ser ejecutadas, y entre 1939 y 1942 llevó a unas 350.000 a perecer de hambre o enfermedades–,7 sí estaba todavía brutalmente activa en todos los rincones de España y era especialmente virulenta en ciertas capitales que se habían distinguido por su resistencia a las fuerzas sublevadas, así Valencia. Sirva como ejemplo, por menor que sea, que hasta el final mismo de la dictadura –son recuerdos personales de quienes firmamos este libro– para celebrar una reunión de más de cuatro personas había que facilitar en la comisaría correspondiente los nombres de los reunidos y sus correspondientes carnés de identidad, y no era extraño que la Brigada Político Social efectuase alguna visita de comprobación.

De otras circunstancias nos informan detalladamente las actas antes referidas, escritas en un pequeño cuaderno escolar de los de una raya, que Genovés conserva en su archivo. Así en la primera de ellas, encabezada con el epígrafe de “Bases”, leemos:

En Valencia, 27 de mayo-1949. Queda constituido el Grupo con la denominación (ilegible) con los siguientes componentes, pintores y escultores a saber:

Juan Bautista Lloréns Riera, Juan Genovés Candel, Vicente Fillol Roig [al que Genovés había retratado el año anterior], Vicente Castellano Giner, José Masiá Sellés, Ricardo Hueso de Brugada.

Considerándose a estos componentes como fundadores del Grupo.

Le siguen un listado de notas en las que se detallan la estructura, composición, reglas, normas, exigencias y contabilidad del grupo. Destacaremos algunas por su especial carácter en su momento. Así,

Nota 5: No podrá ser rechazada una obra siempre que se note un afán de superación en el artista.

Nota 6: Los acuerdos tomados por el grupo serán por votación general.

Nota 9: Para admisión y expulsión de algún miembro del Grupo se efectuará por votación general.

Nota 13: Se impondrá una cuota de 5 pesetas mensuales a todos los miembros del Grupo a beneficio de este.

A la precaria contabilidad del que cabe suponer ejercicio entre mayo y septiembre de 1949 le siguen unas “Observaciones” fechadas el 11 de septiembre y firmadas solo por el secretario, Vicente Mir, que en unas pocas líneas anota la dimisión de dos escultores integrantes del Grupo “por verse estos señores en estado de no poder prestar el debido apoyo al que estaban obligados”, lo que nos deja un rasgo que define el momento que más o menos todos ellos atravesaban.

Un mes más tarde, el 22 de octubre, los miembros del Grupo acuerdan, en otro rasgo de época, “dar al presidente una autoridad máxima en las reuniones a fin de no alterar el orden público”; también, y lo que es más importante para retratar el ánimo que los guiaba, acuerdan hacer una biblioteca, o fondo, de literatura, “a fin de que el grupo alcance una amplia cultura” (cosa muy necesaria en tiempos de perversión como los que corremos ahora)” y fundar una tertulia “con el único fin de discutir temas de envergadura”.

Esta tertulia de Los Siete despertó la atención de la prensa local. Un artículo en una hoja sin cabecera ni fecha, pero que cabe fechar en enero de 1950, poco después de la primera exposición del Grupo, firmado por Valenzuela, se inicia con el anuncio de que esta tertulia que recoge es la segunda del Grupo y el dato de que “el local está casi totalmente lleno de jóvenes que charlan y fuman”. Curiosamente, en la misma página del periódico aparece un pequeño anuncio de la revista Reader’s Digest que alerta de los peligros del consumo de tabaco. El artículo cita a algunos de los invitados: “Fernando Escribá [sic], el gran pintor valenciano,8 Gombau, Maximiliano Theus, un noruego muy amante de España y gran entendido en la pintura”, para, acto seguido, poner en antecedentes al lector sobre la tertulia.

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