Antonio Cruz Suárez - Introducción a la Apologética

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El libro Introducción a la apologética cristiana de Antonio Cruz es una respuesta a la tendencia hostil que hay en nuestro mundo y sociedad actual, la cual tiende a ridiculizar a la religión y a la fe cristiana de forma especial, y por supuesto a la existencia de Dios, dando argumentos científicos, filosóficos y sociales para acabar mostrando que la fe cristiana es una fe «no científica, no razonada, etc.»
La razón principal del libro es, precisamente, responder a cuestiones fundamentales del cristianismo con la intención de proporcionar herramientas apologéticas útiles, no solo para los jóvenes, sino también, para todos aquellos que las requieran y fundamentar científicamente «La evidencia de Dios».
Hay trece capítulos que, sin ser exhaustivos, abarcan los principales temas de la controversia entre la fe y la increencia.
Temas como: la apologética, la cosmología, el diseño, la moral, el problema del mal, las relaciones entre la ciencia y la teología, el origen del universo y la vida, la teoría de la evolución, la Biblia como inspiración divina, el concepto de milagro, la resurrección de Jesús, la historicidad de Jesús, las principales cosmovisiones religiosas del mundo con el cristianismo, etc.
Dando, así, argumentos y respuestas a preguntas tan actuales como:
¿En qué hemos fracasado? ¿Qué fundamentos teológicos y racionales hemos inculcado a las jóvenes generaciones? ¿Por qué abandonan sus creencias cristianas? ¿Cómo es que no saben dar razón de su fe? ¿Acaso se haya insistido demasiado en los sentimientos y poco en los argumentos o la reflexión espiritual? ¿Cómo podemos revertir esta realidad?

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Por supuesto, la labor apologética no reemplaza al Espíritu Santo sino que es más bien un instrumento en sus manos. Y, por tanto, el método cristiano de expandir la Palabra de Dios debe ser este: estar firmes en la verdad y anunciarla de la manera más inteligente, persuasiva y clara que sea posible y, al mismo tiempo, hacerlo con mansedumbre y reverencia, confiados en que toda victoria será siempre del Señor. Tal como dice el libro de Proverbios: El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria (Pr. 21:31).

Pablo, el gran apóstol de los gentiles, practicó durante su ministerio dos clases de apologética. Una que se podría llamar “apologética interna”, dirigida a sus adversarios creyentes dentro de la propia Iglesia y otra “apologética externa” que iba destinada a los paganos y otros grupos que no pertenecían al cristianismo. En este texto de su segunda epístola a los corintios (10:5) se refiere a la primera.

Ejemplo de apologética interna (2 Co. 10:5)

Algunos creyentes corintios habían acusado a Pablo de ser bastante atrevido cuando no estaba delante de ellos y de callarse o acobardarse cuando estaba ante su presencia. Murmuraban que, desde lejos, escribía cosas que no se atrevía a decirles en la cara. El apóstol les responde que ruega a Dios que no se le ponga en situación de tratarlos personalmente, como él sabe que es muy capaz de hacer, y que nunca suele escribir nada por carta que no pueda mantener también en persona.

Pablo presenta la labor misionera de los apóstoles como si fuera una campaña militar de conquista y considera que la predicación del Evangelio es como un combate. A Timoteo le manda que milite la buena milicia (1 Ti. 1:18). Es cierto que en el mundo existen poderosas obras de fortificación que intentan oponer resistencia al avance del reino de Dios, pero serán demolidas finalmente por unas armas espirituales superiores, cuya fuerza devastadora deriva únicamente del Señor de los señores. Los fortines que se alzan para estorbar el avance victorioso de los combatientes de Dios, están cimentados en sofismas, en verdades aparentes o medias verdades, que tienen vigencia en este mundo y que los enemigos del apóstol manejan como armas arrojadizas, pero, en realidad, no son otra cosa que un rechazo del conocimiento de Dios y de la verdad clara del Evangelio.

Todos esos estorbos serán derribados, dice Pablo. Cualquier pensamiento o ideología que, alimentándose de unos supuestos erróneos meramente terrenos, solo alcance a entender la sabiduría de este mundo, revelará su impotencia y finalmente deberá someterse a Cristo. El apóstol considera que las inteligencias humanas quedan esclavizadas cuando se niegan a aceptar la luz natural que Dios les ha dado. ¿Sigue ocurriendo esto mismo hoy? ¿Se están introduciendo argumentos y sofismas humanos, es decir, “sabiduría de este mundo”, en la Iglesia de Jesucristo? ¿Acaso la idolatría del bienestar que caracteriza nuestras sociedades actuales está forjando creyentes de fe cómoda, blanda, “light”, hecha a la medida de cada uno? ¿Se ha elaborado una imagen de Dios deformada? ¿Un Dios poco exigente, creado a imagen del hombre de hoy, que nunca pide y siempre está dispuesto a conceder favores? El auge del sentimiento frente al declive de la razón que se experimenta en la actualidad, ¿ha calado también en las congregaciones cristianas?

Si hace cuatro o cinco décadas, la fe tuvo que revestirse con la armadura del conocimiento apologético para defender las verdades cristianas ante los racionalismos naturalistas, ¿se está asistiendo en la actualidad a cierto auge de la emocionalidad y la fe anti-intelectualista? ¿No estaremos los cristianos del siglo XXI cayendo también en los mismos errores de aquellos creyentes corintios que criticaban al apóstol Pablo? ¿Desconfiamos de nuestros pastores? Hoy, muchos cristianos parecen confiar más en psicólogos, pedagogos y médicos que en los consejos bíblicos de sus pastores o líderes religiosos. ¿Es nuestra fe así, recelosa, escéptica y desconfiada hacia quienes nos ministran en el nombre del Señor? No es que en algunos casos no puedan existir motivos reales para tal desconfianza. Pero lo cierto es que, después de dos milenios, la apologética interna continúa siendo tan necesaria como en la antigüedad.

Ejemplo de apologética externa (Ro. 1:18-27)

Pablo describe la reacción de Dios ante el pecado, sirviéndose de una imagen antropomórfica del Antiguo Testamento (la ira de Dios). No se trata de un odio maligno ni de un capricho por celos, sino de la reacción decidida del Dios vivo ante el quebrantamiento de las relaciones de la alianza con Israel (Ez 5:13; Os. 5:10; Is. 9:8-12) o ante la opresión de su pueblo por las naciones rivales (Is. 10:5-ss.; Jer 50:11-17; Ez 36:5-6). Pablo quiere decir que, en ese día, en el día de Yahvé, ni los paganos sin Dios, ni los israelitas impíos escaparán de la ira divina. Dios ha hecho el mundo de tal manera que, si quebrantamos sus leyes, sufrimos las consecuencias. Ahora bien, si estuviéramos solamente a merced de este inexorable orden moral, no podríamos esperar más que muerte y destrucción. En esta realidad, el alma que peca tiene que morir.

No obstante, ante este dilema de la humanidad, llega el amor de Dios, y en un acto de misericordia infinita rescata al ser humano de las consecuencias de su pecado y le salva, tratándolo como a hijo heredero, no como a esclavo. Pablo insiste en que el hombre no puede alegar ignorancia de Dios. Puede entrever cómo es el Creador por medio de su obra. Se puede conocer bastante a una persona por lo que ha hecho en la vida, e igualmente a Dios por su creación. Tertuliano, el gran teólogo de la Iglesia primitiva, escribió:

No fue la pluma de Moisés la que inició el conocimiento del Creador… La inmensa mayoría de la humanidad, aunque no haya conocido nada de Moisés… conocen al Dios de Moisés. La naturaleza es el maestro, y el alma, el discípulo. Una florecilla junto a la valla, y no digo del jardín; una ostra del mar, y no digo una perla; una pluma de algún ave, que no tiene que ser la del pavo real, ¿os dirán acaso que el Creador es mezquino? Si te ofrezco una rosa, no te burlarás de su Creador.7

Pues bien, el argumento de Pablo sigue siendo totalmente válido hoy, a pesar del evolucionismo materialista. El ser humano que contempla el mundo creado y reflexiona sobre él, puede percibir el diseño que hay detrás y, por tanto, la omnipotencia y la divinidad de su Hacedor. Pero en ese mundo caído, el sufrimiento es una consecuencia inevitable del pecado. Si se quebrantan las leyes de la agricultura, no habrá buenas cosechas; si no se respetan las normas de la arquitectura, las casas se caerán; si se alteran las reglas de la salud, aparecerán las enfermedades. Lo que Pablo estaba diciendo es: ¡Mirad el mundo y veréis cómo está construido! ¡Haciendo esto podréis aprender mucho acerca de cómo es Dios! De manera que el ser humano no tiene disculpas para no creer. Su escepticismo es consecuencia directa de su negación voluntaria y obstinada a la fe.

¿Existe algún parecido entre el mundo pagano que describe Pablo y el de la sociedad occidental contemporánea? ¿Se niega hoy también la realidad de Dios? ¿Se rechaza su diseño sabio de la naturaleza? ¿Existe idolatría? ¿Hay depravación moral? ¿Cuáles son en la actualidad las fortalezas o fortificaciones que se levantan contra el conocimiento de Dios? Cualquier cosa que se oponga a Dios y a sus propósitos es una fortaleza enemiga que se debe enfrentar mediante argumentos apologéticos sólidos. De manera que la apologética, tanto la interna como la externa, siguen siendo hoy tan necesarias como siempre lo fueron.

Por esto, la cristiandad debe ser consciente de la tremenda responsabilidad que tiene de defender la “verdadera fe salvadora” y también, de cuidar y mantener su necesaria separación de las falsas ideologías y comportamientos del mundo. Tal como dice Pablo a Tito (2:11-15):

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