Antonio Cruz Suárez - Introducción a la Apologética

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El libro Introducción a la apologética cristiana de Antonio Cruz es una respuesta a la tendencia hostil que hay en nuestro mundo y sociedad actual, la cual tiende a ridiculizar a la religión y a la fe cristiana de forma especial, y por supuesto a la existencia de Dios, dando argumentos científicos, filosóficos y sociales para acabar mostrando que la fe cristiana es una fe «no científica, no razonada, etc.»
La razón principal del libro es, precisamente, responder a cuestiones fundamentales del cristianismo con la intención de proporcionar herramientas apologéticas útiles, no solo para los jóvenes, sino también, para todos aquellos que las requieran y fundamentar científicamente «La evidencia de Dios».
Hay trece capítulos que, sin ser exhaustivos, abarcan los principales temas de la controversia entre la fe y la increencia.
Temas como: la apologética, la cosmología, el diseño, la moral, el problema del mal, las relaciones entre la ciencia y la teología, el origen del universo y la vida, la teoría de la evolución, la Biblia como inspiración divina, el concepto de milagro, la resurrección de Jesús, la historicidad de Jesús, las principales cosmovisiones religiosas del mundo con el cristianismo, etc.
Dando, así, argumentos y respuestas a preguntas tan actuales como:
¿En qué hemos fracasado? ¿Qué fundamentos teológicos y racionales hemos inculcado a las jóvenes generaciones? ¿Por qué abandonan sus creencias cristianas? ¿Cómo es que no saben dar razón de su fe? ¿Acaso se haya insistido demasiado en los sentimientos y poco en los argumentos o la reflexión espiritual? ¿Cómo podemos revertir esta realidad?

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Probablemente los nicolaítas contemporizaban con la idolatría propia del ambiente grecorromano en el que vivían. Es decir, rendían culto al emperador. Es muy posible que el destierro del apóstol Juan a la isla de Patmos ocurriera precisamente por negarse a adorar al emperador. Y que escribiera el Apocalipsis para denunciar a los nicolaítas y advertir a todos los creyentes contra la adoración del emperador romano.

c. Los encratitas (Siglo II) (1 Ti. 4:1-3):

El encratismo condenaba la materia y tendía a imponer a todos los cristianos, como condición para salvarse, la abstinencia del matrimonio, así como de comer carne y beber vino. Era, por tanto, un grupo ascético.

Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios… prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad . (1 Ti. 4:1-3).

d. El gnosticismo:

Este término “gnosticismo” es relativamente nuevo. Apareció en el vocabulario religioso europeo a partir del siglo XVII para referirse a “una helenización aguda del cristianismo”. Se trata de una corriente esotérica cristiana que se puede detectar desde mediados del siglo primero y que se mantuvo vigente durante cinco siglos, propagándose por Palestina, Siria, Asia Menor, Arabia, Egipto, Italia y la Galia. El gnosticismo creía en un dualismo cósmico radical: el Dios supremo moraba en el mundo espiritual, mientras que el mundo material había sido creado por un ser inferior, el Demiurgo. Dios, que era espíritu bueno, no tenía trato con el mundo de la materia que era malo. No obstante, el Demiurgo se encargaba, junto a sus ayudantes los arjones, de tener a los hombres aprisionados en su existencia material y de impedir que sus almas, después de la muerte, alcanzasen el mundo espiritual.

La palabra “gnosis” significa “conocimiento”. Los gnósticos creían que el verdadero conocimiento espiritual solo lo poseían algunos iniciados, pero podían transmitirlo a otros a través de ritos, relatos y determinadas doctrinas esotéricas. Solo quienes poseían esa chispa divina, el pneuma , podían esperar escapar de su existencia corpórea si, además recibían la iluminación y el conocimiento de la gnosis . Creían que el Señor Jesucristo se había escapado del mundo espiritual de forma encubierta para acercar la iluminación a los mortales. Pero los iniciados no se salvarían por la fe en el perdón gracias al sacrificio de Cristo, sino que se lo harían mediante la gnosis, que es un conocimiento superior a la fe. Ni la sola fe ni la muerte de Cristo bastan para salvarse. Era el propio ser humano, como entidad autónoma, quien podía salvarse a sí mismo mediante el conocimiento místico exclusivo recibido desde arriba. El gnosticismo mezclaba sincréticamente creencias orientalistas, ideas de la filosofía griega, principalmente platónica, con determinadas doctrinas cristianas.

Es lógico que los escritores del N.T., los defensores de la sana doctrina cristiana, se opusieran a la herejía gnóstica. Hay muchos textos en el NT que se refieren a ella, sobre todo en las epístolas del apóstol Pablo a Timoteo, quizás los versículos más claros sean los siguientes (1 Ti. 6:20-21):

Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia (gnosis), la cual profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amén.

Aparte de practicar una charlatanería vacía, Pablo dice de los gnósticos que son “malos hombres” y que se conducen como “ engañadores (…) engañando y siendo engañados ” (2 Tim. 3:13); que “ se apartan de la verdad y se vuelve a las fábulas ” (2 Ti. 4:4). Las epístolas de Judas y 2ª de Pedro recalcan también el desenfreno sexual que les caracterizaba, ya que no le daban importancia a todo aquello que se hiciera con el cuerpo.

La apologética que practicaba el apóstol Pablo

La palabra “apologética” deriva del vocablo griego “apología”, que significa “en defensa de”. El término era legal y se usaba para definir los argumentos que presentaba la parte acusada en su defensa ante un tribunal jurídico. Tal como se indicó, dentro del contexto cristiano significa “defensa de la fe cristiana”. La palabra “apología” es usada en la Biblia en varios pasajes, tales como Hechos 22:1, 25:16; 1 Corintios 9:3; 2 Corintios 7:11; Filipenses 1: 7,16; 2 Timoteo 4:16; 1 Pedro 3:15. Ahora bien, ¿cuál es el papel de la apologética dentro de la Iglesia cristiana? ¿Debe prepararse cada cristiano para presentar defensa de la fe que profesa?

Algunos sostienen que la Iglesia solo debe predicar el Evangelio de Jesucristo. No hay duda de que la misión de la Iglesia es predicar el Evangelio, como tampoco debe de haber duda en cuanto a que la misión solo puede llevarse a cabo con cristianos preparados. El Maestro envió a los suyos a hacer discípulos en todas las naciones, pero antes pasó tres años con ellos enseñándoles. Durante el transcurso de la misión evangelizadora, los cristianos encontrarán muchas personas que presentarán objeciones contra el mensaje de Cristo. Muchas de estas criaturas son sinceras en sus planteamientos, pero quizás nadie se ha tomado el tiempo suficiente para contestar sus preguntas o dudas de manera adecuada. Es posible que, precisamente por ello, aun no hayan tomado una decisión personal por Jesucristo.

En el libro de Hechos (17:2-4) se relata cómo Pablo discutió, en la sinagoga de Tesalónica, con sus compatriotas escépticos a la fe cristiana durante tres sábados consecutivos y cómo les exponía las Escrituras y razonaba a partir de ellas. A raíz de esto, muchos se convirtieron. También, en su epístola a los Colosenses (4:5-6) escribe: Andad sabiamente para con los demás, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como debéis responder a cada uno. Tanto Pablo como Pedro, argumentaban desde el Antiguo Testamento (de la misma forma que lo hacía Jesús) para presentar una defensa razonada de que el rabino galileo era en realidad el Mesías. Esto era hacer apologética.

Numerosos padres de la Iglesia, además de otros grandes cristianos a través de la historia se destacaron como notables apologistas, entre ellos: Justino Mártir, Ireneo, Clemente, Tertuliano, Orígenes, Agustín, Tomás Aquino, etc. Y, entre los reformadores, Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio, John Knox, Felipe Melanchthon y otros muchos hasta la época moderna. La Palabra de Dios no solo insta a predicar el Evangelio sino también a presentar defensa. Pero evangelizar sin tener respuestas a las objeciones cada vez más sutiles y antagónicas de un mundo en rebelión, es como ir a la batalla totalmente desarmado.

De la misma manera, la apologética es necesaria para contrarrestar la infiltración de doctrinas falsas dentro del cuerpo de Cristo y así conservar la pureza del Evangelio. Esto se observa en el capítulo 15 del libro de Hechos, donde se da una intensa polémica en el Concilio de Jerusalén. También en Gálatas capítulo 2, vemos a Pablo enfrentarse a Pedro vigorosamente. Judas, escribiendo acerca de los falsos maestros, nos insta en el versículo 3 a contender ardientemente por la fe. Todo esto indica que la apologética no es solamente una opción, un pasatiempo o algo que satisface la naturaleza combativa de algunos individuos, sino un elemento fundamental de la Palabra de Dios y un mandamiento para todo cristiano. No es un sustituto de la fe ni tampoco toma el lugar del Evangelio, sino que es el compañero idóneo que debe ir de la mano de todo esfuerzo evangelístico.

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