Emile Zola - La bestia humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Emile Zola - La bestia humana» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La bestia humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La bestia humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un pequeño descuido saca a La Luz el terrible pasado de Severina, y Roubaud, su esposo, se incendia de celos y venganza. La única solución posible para curarse de este mal, es la muerte de aquél que ha profanado la tranquilidad del matrimonio. Tras esta decisión, se desarrolla una serie de eventos trágicos, provocado por aquello que todavía nos hace animales. Grandes filósofos se han debatido, a lo largo de toda la historia, sobre la naturaleza del ser humano. Al ser seres cargados de consciencia, el impulso primitivo no debería de vivir dentro de nosotros. Sin embargo, la humanidad nos ha probado lo contrario. Es justo lo que los personajes de esta novela nos enseñan, ese lado impulsivo que nadie quiere ver y que todavía nos domina: adulterio, indiferencia, violencia, alcoholismo, codicia y, sobretodo, el instinto de matar. Personajes que nos demuestran lo que el humano realmente es: una bestia.

La bestia humana — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La bestia humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Ella, inmóvil y con la mirada fija en él, había notado este brusco estremecimiento, que le acometía cada vez que se acercaba a una mujer, aunque se esforzase en dominarlo. Al advertirlo, ella parecía volverse grave y triste. Jacobo, ansioso de ocultar su turbación, le preguntó si su madre estaba en casa, pregunta gratuita, pues sabía que estando enferma no podía salir. Flora contestó con un rudo movimiento de la cabeza, y viendo que él deseaba entrar, se apartó para que no la rozase, y volvió al pozo, sin pronunciar palabra, con porte erguido y arrogante.

Jacobo atravesó rápidamente el estrecho jardín y entró en la casa. Allí, en medio de la primera habitación, en una vasta cocina en la que comía la familia y donde pasaba la mayor parte de su vida, encontró a la tía Fasia, como acostumbraba a llamarla desde niño, sola y sentada en una silla de paja junto a la mesa, con las piernas envueltas en un viejo mantón. Era prima de su madre, una Lantier, y también era su madrina, la cual le había acogido en su casa cuando él tenía siete años. En aquel entonces, sus padres se habían marchado bruscamente a París, dejándolo solo en Plassans. Más tarde, había seguido en esta ciudad los cursos de la Escuela de Artes y Oficios. Guardaba a la tía Fasia una profunda gratitud, reconociendo que sólo gracias a ella se había abierto él paso en la vida. Cuando, después de dos años de servicio en la línea de los ferrocarriles de Orleans, había obtenido un puesto de maquinista de primera clase en la Compañía del Oeste, encontró a su madrina casada en segundas nupcias con un guardabarreras llamado Misard y exiliada con las dos hijas de su primer matrimonio a ese rincón perdido de La Croix-de-Maufras. Ahora, con cuarenta y cinco años apenas cumplidos, la hermosa tía Fasia de antaño, tan corpulenta y fuerte, se había convertido en una vieja como de sesenta, enflaquecida, de aspecto amarillento y sacudida por continuos escalofríos.

La señora Misard lanzó un grito de alegría.

—¿Cómo? ¡Tú, Jacobo! —exclamó—. ¡Ah, hijo, qué sorpresa! Jacobo la besó en las mejillas; luego le explicó que acababa

de recibir inopinadamente dos días de permiso forzoso: en la mañana, al llegar a El Havre, su locomotora, la Lisón, había sufrido una rotura de biela y como la reparación no podía quedar terminada antes de veinticuatro horas, no volvería a su puesto hasta la tarde del día siguiente. Con este motivo, había decidido ir a abrazarla. Dormiría allí y saldría de Barentin en la mañana, en el tren de las siete y veintiséis.

Mientras hablaba, retenía entre sus manos las pobres manos encogidas de su madrina. ¡Cuánto lo había alarmado su última carta! —¡Ay, sí, hijo mío, esto va muy mal!... ¡Qué bueno has adivinado mi deseo de verte! Pero sabía lo atado que te tiene tu trabajo, y no me atrevía a pedirte que vinieras. En fin, aquí estás, y ¡si supieras cuánto me llega esto al corazón!

Se interrumpió y dirigió una temerosa mirada por la ventana.

A la expirante luz del día, se veía, al otro lado de la vía, a su marido, Misard, en su puesto de vigilante, en una de esas barracas de madera, situadas a cada cinco o seis kilómetros de la vía y unidas entre sí por el hilo telegráfico que había de hacer más segura la circulación de los trenes. Misard había pasado a este puesto estacionario, después que su mujer y, más tarde Flora, se hubieron encargado de la barrera del paso a nivel.

Como si Misard pudiera oírla, la tía Fasia bajó la voz con un estremecimiento.

—Me está envenenando —cuchicheó.

Jacobo tuvo un sobresalto ante tal confidencia, y sus ojos, al volverse hacia la ventana, siguiendo la mirada de su madrina, se nublaron de nuevo por aquella extraña turbación, aquel ligero velo rojizo que parecía empañar su brillo negro, teñido de reflejos dorados.

—¡Oh, tía Fasia, qué idea! —murmuró—. Parece tan dulce y tan inofensivo.

Un tren que iba a El Havre acababa de pasar, y Misard salía de su puesto para cerrar la vía detrás de él. Jacobo observaba cómo subía la palanca, haciendo aparecer la señal roja. Era un hombrecillo endeble, de cabello y barba pobres y descoloridos, y con un rostro hundido y miserable. Silencioso y tímido, no se enfadaba nunca, y ante sus superiores hacía alarde de una cortesía obsequiosa. Ahora entraba en su barraca de tablas para escribir en el libro de control la hora de paso del tren y pulsar los dos botones eléctricos, de los cuales uno servía para dejar la vía libre desde el puesto precedente, mientras que el otro anunciaba el tren al puesto siguiente.

—¡Ay, no lo conoces! —prosiguió la tía Fasia—. Te digo que me está haciendo tomar alguna porquería. Yo, que era tan fuerte... Habría podido comérmelo, ¡y resulta que es él, ese mequetrefe, ese harapiento, quien me está comiendo!

Presa de un rencor sordo, mezclado de terror, desahogaba su corazón, feliz de tener, por fin, alguien que la escuchara. ¿Dónde había tenido la cabeza al casarse con semejante socarrón y, además, tan mísero y tacaño? ¡Ella, que le llevaba cinco años y que tenía dos hijas ya mayorcitas, de seis y de ocho años! Diez años se cumplirían pronto, desde que había hecho tan brillante negocio, y no había pasado ni una sola hora sin que se arrepintiera. Una vida perra, un destierro en aquel rincón glacial del Norte, donde temblaba de frío; un aburrimiento para morirse, sin tener a nadie con quién hablar, ni siquiera una vecina. Él era un antiguo peón caminero que a la sazón ganaba mil doscientos francos como vigilante estacionario; ella seguía cobrando por la barrera, de la que ahora se encargaba Flora, los cincuenta francos que había recibido al principio. Y esto era el presente y el porvenir. Ninguna esperanza, ninguna perspectiva, sino pudrirse en ese desierto, a mil leguas de todo ser viviente. Lo que no contaba, eran aquellos consuelos que había recibido antes de caer enferma; entonces su marido trabajaba fuera y ella guardaba la barrera sola, con sus dos hijas. En aquellos días tenía, desde Rouen hasta El Havre, a lo largo de toda la línea, tal reputación de mujer hermosa, que los inspectores de la vía solían visitarla de paso y hasta había rivalidades entre ellos; los empleados de otros servicios procuraban ser mandados siempre en jiras de inspección, ansiosos de vigilarla más de cerca. El marido no molestaba a nadie. Deferente hacia todo el mundo, iba y venía, deslizándose por las puertas sin llamar la atención, aparentando no ver nada. Pero aquellas diversiones habían cesado, y la señora Misard pasaba, desde entonces, semanas y meses sentada en la misma silla, en medio de una soledad infinita, sintiendo, de hora en hora, descomponerse un poco más de su cuerpo.

—Te lo digo —concluyó— es él: me odia y acabará conmigo, por endeble que él sea.

El brusco ruido de un timbre le hizo lanzar una inquieta mirada hacia fuera. Era el puesto precedente que anunciaba a Misard el paso de un tren que iba rumbo a París; la aguja del aparato de vigilancia, colocado junto a la ventana, se inclinaba indicando esa dirección. Misard detuvo el timbre y salió para anunciar el tren con dos toques de bocina. Flora cerró la barrera, y luego él se colocó junto a ella, manteniendo recta frente a sí la bandera envuelta en su funda de cuero. Se podía escuchar el creciente rugido del tren, un expreso que se aproximaba escondido en una curva de la vía. Ahora pasaba como un relámpago, moviendo la casucha y amenazando arrastrarla tras de sí en medio de un huracán. Flora volvía ya a sus hortalizas, y Misard, después de cerrar tras del tren la vía ascendente, fue a abrir de nuevo la descendente, bajando la palanca para quitar la señal roja. Otro sonido del timbre, acompañado por la elevación de la aguja opuesta, acababa de advertirle que el expreso que había pasado hacía cinco minutos, había ya franqueado el puesto siguiente. Volvió a entrar, previno a los dos puestos, inscribió el paso, y esperó. Tarea siempre igual, que realizaba durante doce horas, viviendo y comiendo allí, sin leer tres líneas de un periódico, se diría, incluso, que bajo su cráneo oblicuo, se agitara una sola idea.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La bestia humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La bestia humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La bestia humana»

Обсуждение, отзывы о книге «La bestia humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x