Nadie podía tomarle la delantera o señalarle una trayectoria que él había confiado a las manos de Otro. Sus discípulos intentaban protegerle y poner barreras para impedir que se le acercara gente que le acosaba con sus demandas: «¡Despide a esa mujer!», le conminaron impacientes para evitar el acoso de aquella cananea insistente (Mt 15,23).
En un primer momento pareció que conseguían su complicidad: «He sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la casa de Israel...», pero ella consiguió acercarse y, al oír sus argumentos, él reconoció la llamada del Padre a abrir de par en par las puertas del Reino y decidió desobedecer la tradición que ordenaba excluir a los gentiles.
«¡Despídelos!» (Mc 6,36), le dijeron en otra ocasión sus discípulos para evitar hacerse cargo de una multitud en el descampado: no aceptó el consejo y volvieron a imponerse su inclinación al amparo y al cuidado: «Me dan compasión [...] no quiero que desfallezcan por el camino...» (Mc 8,2-3).
A veces, por debajo de las actitudes de la gente adivinaba las órdenes que intentaban darle sin expresarlo abiertamente: «Seguro que me diréis: “Haz aquí, en tu ciudad, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”» (Lc 4,23).
Nadie consiguió por la fuerza arrancarle alguno de aquellos gestos de cercanía que fluían de él sin esfuerzo ante la gente desvalida. Cuando eran estos los que suplicaban, sus demandas resonaban en él como imperativos: «¡Baja antes de que muera mi hijo!» (Jn 4,49); «mi hijita está en las últimas, ¡ven!» (Mc 5,23); «“Señor, ¡ayúdame!” [...] “Ve, que tu hijo vive...”» (Mt 15,25). Les obedeció como si le dictaran órdenes y sus hijos quedaron curados.
El resistente a cualquier coacción se volvía accesible y obediente a las demandas que nacían de las entrañas angustiadas de un padre o una madre. Quizá estaba oyendo a través de aquellas voces la otra Voz, aquella a la que estaba acostumbrado a responder siempre: «Sí, Padre...» (Mt 11,26).
MARCAS DE PRESENCIA
En los Salmos
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro (Sal 103,13-14).
El Señor mira por sus fieles,
por los que esperan en su lealtad,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre (Sal 33,18-19).
En el camino de tus preceptos disfruto
más que con cualquier fortuna.
Tus órdenes son mi delicia,
no me olvido de tu palabra (Sal 119,14.16).
En los Padres de la Iglesia
Gracias a Aquel que abrogó el sábado con su plenitud.
Gracias a Aquel que regañó a la lepra y no la dejó permanecer.
También la fiebre, al verle, tuvo que partir.
Gracias al Misericordioso, que ha llevado nuestras cargas.
Gloria a tu venida, que ha dado la Vida a los hombres...
Gloria al Silencioso, que nos ha hablado por su Voz...
Gloria al Espiritual, que ha querido que su Hijo se hiciera cuerpo,
para que en él fuese tangible su poder,
y por su cuerpo viniesen a la Vida los cuerpos de sus hermanos.
La naturaleza que jamás nadie ha tocado
tuvo sus manos presas y atadas, sus pies clavados en la cruz.
Él mismo, por su voluntad, tomó un cuerpo para que lo prendieran.
Bendito Aquel a quien la libertad crucificó, porque él se lo consintió.
Bendito Aquel a quien el leño sostuvo, porque él se lo permitió.
Bendito Aquel a quien la sepultura contuvo, porque se limitó a sí mismo.
Bendito Aquel cuya voluntad le trajo al seno,
al nacimiento, al regazo y a ser educado.
Bendito Aquel cuyos cambios han dado la Vida a nuestra humanidad
(San Efrén el Sirio,
Himno III de Navidad 2-3.5-6)
En la poesía
En la Oda 3,1, Horacio exclama: Odi profanum volgus et arceo. Este verso, que vertido al español apenas se diferencia del latín, sigue siendo objeto de interpretaciones sesgadas: «Odio al vulgo profano y me aparto de él». El que escribe esta línea, ¿se siente acaso superior al común de los mortales y los desprecia? Así lo entienden muchos, pero no es cierto. Horacio, defensor humanista de lo humano, desea lo mejor para el hombre y por eso se separa del reino de la cantidad, esa expresión con la que René Guénon denomina a la gran pandemia de nuestra época: la sociedad de masas, la apoteosis del instante, el desprecio de la intimidad.
INVITACIONES
• Una excelente película para profundizar en la disidencia evangélica es la última creación de Terrence Malick: A Hidden Life (Vida oculta). En ella, y de una forma desgarradoramente hermosa, se narra la historia de Franz Jägerstätter, campesino austríaco que, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se resiste heroicamente al río de odio en que cae la mayoría. Su desobediencia, que le llevó a la muerte, es ejemplo de radicalidad, coherencia y, para algunos, de insensata locura. La propuesta es la siguiente: ver la película y comentar, a continuación, aquellos diálogos e imágenes en que se reconoce en la decisión de este hombre la misma opción disidente de Jesús.
6
Jesús dormía en la barca
sobre un cabezal (Mc 4,38).
Había rezado más de una vez en la sinagoga: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que retraséis el descanso [...] Dios lo da a los que ama mientras duermen» (Sal 127).
Frente al esfuerzo del albañil y el centinela prefería la gratuidad de lo que no se merece ni se conquista, sino que se recibe en el abandono del sueño. Quizá por eso, mientras los discípulos remaban agitados en medio de la tempestad –centinelas vigilantes, albañiles fatigados–, Jesús dormía sobre un cabezal en la barca (Mc 4,38). Conocía al Dios que, a los que ama, se lo da todo mientras duermen.
¿Se le quedaban cortas las horas del día? Sabemos que a veces no tenía tiempo ni para comer (Mc 3,20), que solía rezar de noche (Mc 6,46) y que a veces era ese el momento en que lo visitaba gente que, como Nicodemo, prefería la discreción de la nocturnidad (Jn 3,2). Había nacido en medio de la noche, y los primeros en encontrarle fueron precisamente pastores acostumbrados a la vigilia nocturna (Lc 2,8).
Muchas de sus parábolas acontecían en ese tiempo que pone a prueba la fidelidad o la desidia de quienes esperan: el dueño de la casa debía estar en vela por si llega un ladrón (Lc 12,39); las muchachas debían tener sus lámparas preparadas para salir al encuentro del novio (Mt 25,10).
Los siervos que aguardaran ceñidos la vuelta de su señor merecieron una sorprendente declaración de bienaventuranza: «Dichosos aquellos a quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue»; y asistieron con asombro a la reacción de su amo, que se ponía un delantal, les invitaba a sentarse y les servía él mismo la cena (Lc 12,35-40). Permanecer y esperar se convertían en el mejor modo de expresar fidelidad.
También él supo resistir y mantenerse en vela a lo largo de aquella larga noche que había comenzado cuando Judas salió del Cenáculo (Jn 13,30). La vivió envuelto en las tinieblas de traiciones, detención, juicio, golpes, insultos, negaciones y condena. Estuvo solo, pero se sabía sostenido por su Dueño. Y era un Siervo fiel, capaz esperar en vela hasta la madrugada del Primer día de la semana.
MARCAS DE PRESENCIA
En los Salmos
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo;
puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene (Sal 3,2-4).
Yo, por mi rectitud, veré tu rostro,
al despertar me saciaré de tu semblante (Sal 17,15).
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