Sus quejas y sufrimientos
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?
No te alcanzan mis clamores ni el rugido de mis palabras;
Dios mío, de día te grito y no respondes;
de noche, y no me haces caso (Sal 22,2-3).
Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba
y que compartía mi pan,
es el primero en traicionarme (Sal 41,10).
Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne,
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos, mis compañeros, mis parientes,
se mantienen a distancia (Sal 38,10-13).
Respóndeme enseguida, Señor,
que me falta el aliento (Sal 143,4).
Su agradecimiento y su júbilo
Dios mío, me siento animoso;
voy a cantar y tañer para ti, gloria mía:
despertad, cítara y arpa, despertaré a la aurora (Sal 108,2-3).
Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo;
dichosos los que encuentran en ti su fuerza
y la esperanza de su corazón (Sal 84,3.5).
Yo siempre estaré contigo,
tú agarras mi mano derecha,
me guías según tus planes,
me llevas a un destino glorioso (Sal 73,23).
Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón.
Me alegro con tu promesa,
como el que encuentra un rico botín (Sal 119,111.162).
Al despertar me saciaré de tu semblante (Sal 17,5).
En los Padres de la Iglesia
El Señor nos enseñó a orar no solo con sus palabras, sino también con sus obras, ya que él mismo oraba y suplicaba con frecuencia, mostrándonos con su ejemplo lo que nos conviene hacer, como está escrito: «Pero él se retiraba a lugares solitarios, donde oraba» (Mc 6,46); y también: «Se fue al monte a orar y se pasó la noche orando a Dios» (Lc 6,12). Por tanto, si el que no tenía pecado oraba, ¡cuánto más necesitan orar los pecadores! Y si él, velando toda la noche, oraba sin interrupción, ¡cuánto más deberemos velar nosotros, permaneciendo en oración! (San Cipriano, Sobre la oración dominical 29).
En la poesía
Dice un poeta que nombrar no basta, y eso que dar nombre a las cosas del mundo fue la primera tarea de Adán. Dice que, desnudo, todo el cuerpo es rostro, que durante el tiempo de la vida buscamos lo alto, pero que morimos transformados en raíces, que hay sombras que no parecen sombras y que lo derramado –el vino, la nieve, las lágrimas– siempre se seca. Que la noche es un libro abierto y que llueve por primera vez cuando la lluvia cae por vez primera sobre la tumba de tu padre. Dice un poeta argentino que la vida se hunde en la carne como una botella vacía en el estanque que la va llenando. Dice Hugo Mujica que en la noche –en su silencio de cristal vibrante, añado yo– están Dios y su latido.
INVITACIONES
• Un lugar adonde asomarse –y, si se es valiente, adonde descender agarrándose a una cuerda– es al pozo de silencio de Jesús. Trata de hacer silencio escuchando su silencio, recogiendo aquellas zonas profundas y secretas que su silencio custodia y ofrece.
• Una dinámica para realizar en pareja: recitarse el uno al otro el Padrenuestro, muy despacio, buscando adoptar alternativamente los roles de quien pide todo y de Aquel a quien todo se le pide. Intenta sentir cómo siente Dios nuestra necesidad de pan, de perdón, de confianza.
• Ya que Jesús destacó por sus dotes de ornitólogo y de botánico, estaría bien frecuentar los templos de los pájaros y de los lirios. En familia, en comunidad, en solitario: busca lugares cotidianos donde rezar desde la cercanía de estos maestros de oración de los que Jesús aprende a contemplar y a celebrar el misterio de la vida.
3
Al oírlo, Jesús se admiró y, volviéndose,
dijo a la multitud que lo seguía:
«Una fe semejante no la he encontrado
ni en Israel» (Lc 7,6).
En varias ocasiones, Jesús aparece como sujeto del verbo «admirarse» (thaumazō), dos de ellas en relación con la fe que descubre o echa de menos en sus interlocutores. Le admiró la fe de aquel centurión romano que no se sentía digno de recibirle en su casa, pero que confiaba en el poder de su palabra: «Os aseguro que ni en Israel he encontrado una fe tan grande» (Lc 7,6-9).
¿Qué es lo que admiraba? ¿En qué consistía esa actitud que él reconocía en algunas personas? La descubrió en los cuatro que descolgaron a un paralítico por el tejado «viendo la fe de ellos...» (Mc 2,5); también en la mujer con flujo de sangre, y afirmó que era esa fe la que la había salvado (Mc 5,34), y en la cananea: «Mujer, qué fe tan grande tienes...» (Mt 15,28). ¿Qué es lo que admiraba en esos personajes?
Quizá que, desde su situación de carencia e impotencia, no se encerraran ahí, sino que fueran más allá de sus miedos e inseguridades, que salieran de ellos mismos y se pusieran en movimiento hacia alguien que merecía su confianza y del que esperaban sanación y apoyo.
Cuando actuaba en su favor, no reivindicaba sus actos como poder: afirmaba que el verdadero poder estaba en la fe de ellos y que había sido esa fe la que lo había «activado». Y los que esperaban ser salvados en pasiva descubrían que la sanación recibida procedía de su propia fe.
Un día, sus discípulos le invitaron a admirar las grandes construcciones del Templo, pero su respuesta fue de indiferencia: pronto no quedaría nada de todo aquello. Pero si la grandiosidad de las edificaciones no le había provocado admiración, sí se la despertó el gesto de una viuda pobre echando sus dos moneditas en el tesoro (Mc 12,41-44). Y ella nunca llegó a saber que un desconocido la había convertido en modelo del que sus discípulos debían aprender.
MARCAS DE PRESENCIA
En los Salmos
El pueblo de Israel, a lo largo de los siglos, había compuesto salmos, himnos, oraciones y cánticos. El objeto de una admiración que se convierte en alabanza son las maravillas, gestas, hechos extraordinarios y hazañas de su Dios, y el vocabulario que emplean es riquísimo: exaltar, ensalzar, alabar, confesar, pregonar, engrandecer, elogiar, glorificar... Alegrarse, regocijarse, estar jubiloso, exultar, gozarse alegremente... Cantar, tocar, gritar de gozo, vitorear, aclamar, pulsar las cuerdas de un instrumento, batir palmas, cantar alternando... Contar, narrar, anunciar una buena nueva, declarar, recitar, anunciar, proclamar, repetir, meditar, revivir, visibilizar, comparar...
Alabar –hll– se usa 57 veces en los Salmos, mientras que amar, servir, confiar, esperar, solamente dos.
Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío;
cuántos planes en favor nuestro: nadie se te puede comparar.
Intento decirlas y contarlas, pero superan todo número (Sal 40,6).
En los Padres de la Iglesia
[Jesús le dirá a la mujer con flujos de sangre:] «Ahora retoma el ánimo, mujer, que yo he querido que me robaras por tu fe: vete tranquila en adelante, porque no ha sido para reprenderte por lo que te he puesto en medio de todos estos, sino para darles ahora confianza de que, cuando se me roba, yo me alegro, no me enfado. De ahora en adelante vete curada, puesto que hasta el fin de tu enfermedad me has gritado: “¡Salvador, sálvame!” Lo que ha sucedido no es ahora obra de mi mano, sino de tu fe. Ciertamente, muchos han tocado la orla de mi vestido, pero no han conseguido poder alguno, puesto que no han aportado la fe; pero tú me has tocado con mucha fe y has recibido la curación. Por eso te he conducido ahora delante de todos para que grites: “¡Salvador, sálvame!”» (Romano el Cantor, Himno 58,19-20).
En la poesía
Desde hace algunos años, al menos una vez por estación, camino por el parque del Retiro acompañado por ella. Miro cómo pone su mirada –como si fueran únicas o estuvieran recién hechas– sobre las criaturas que viven en ese microcosmos del centro de Madrid: almendros, sauces y eucaliptos, gorriones que se posan en sus ramas, el agua acariciada por los peces, estatuas de piedra enverdecida, niños que saltan frente a ellas y ancianos que pasean con los niños. Todo brilla en la limpieza de sus ojos. En la mirada de Vanesa Pérez-Sauquillo se espeja lo que sus versos cantan:
Читать дальше