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Créditos
Autor
30 de noviembre de 1941
—La miras como si fuera la primera vez que la ves…
A Adam Stein, aquellas palabras le sacaron de su ensimismamiento. Se había quedado absorto contemplando a su amada, Rachel Green. Logan tenía razón, la miraba como si fuera la primera vez que la tenía al alcance de sus ojos. Su corazón repicaba como una poderosa campana y se ponía al mando de un cuerpo que parecía ascender hasta las nubes montado en una melodía de swing, ese estilo musical que había aparecido pocos años atrás con la intención de hacerse fuerte en los Estados Unidos. Sí, Adam miraba a Rachel como las otras tantas primeras veces que la había visto desde su infancia.
—¡Trae eso! —ordenó Logan arrebatándole las pinzas metálicas de las manos a Adam y dedicándose a remover las brasas para avivarlas—. ¡Que se te van a apagar! Mira que dejar al cargo de la barbacoa al más despistado… Que tú te pones a mirar a tu chica y se te queman las chuletas. O peor, se pone a arder todo el campo, mientras sigues ahí como un pasmarote con la mirada perdida y sin darte cuenta del incendio hasta que tienes el fuego encima de ti…
Adam respondió a aquella reprensión con una sonrisa, pues sabía que las palabras de Logan estaban cargadas de una gran amistad. Su amigo seguía teniendo razón, la presencia de Rachel le transportaba a otro nivel mental, lo que se notaba en la expresión de felicidad de su cara. En aquellos momentos, parecía ser el único habitante de Estados Unidos al que la Gran Depresión, que aún daba sus últimos coletazos, era incapaz de dejar su amarga huella en su rostro. Si estaba cerca de Rachel, no había lugar en su cuerpo que no se rindiera al bienestar.
—La amas mucho, ¿verdad? —preguntó Logan mientras ambos miraban al corrillo de mujeres que se había formado en el porche de la casa de campo, resguardándose de los rayos solares del mediodía.
—La amo… todo —acertó a responder Adam de una manera algo incoherente pero que resonaba con su corazón.
—Pues entonces no sé a qué esperas para pedirle matrimonio —dijo Logan mientras colocaba la carne de cordero en la parrilla sin darse cuenta de que el color rojo se había adueñado de las mejillas de su amigo ante aquellas palabras.
—¡No! ¡Es muy pronto! —negó Adam intentando dar fuerza a su respuesta con amplios movimientos de brazos—. Somos muy jóvenes, tenemos veintitrés años, todavía estamos estudiando y…
—Y el miedo te impide hablar con ella de ese tema —completó Logan—. Y hasta que no decidas ser valiente, seguirás buscando excusas…
Adam agitó su jersey esperando incorporar algo de aire fresco. El nerviosismo que le causaba hablar de temas matrimoniales se había unido al calor de las llamas y a la mala decisión de optar por una prenda de ropa que consideraba que le quedaba mejor en un día que esperaba no fuera tan caluroso.
—¡No son excusas! —se defendió—. Necesito terminar de estudiar y encontrar un buen trabajo. Quiero darle la vida que se merece y para eso necesito un buen salario.
—Pero eso no es impedimento para decirle que la amas —replicó su amigo mientras le daba la vuelta a la carne—. No hablo de que celebréis vuestro matrimonio hoy mismo, pero al menos puedes comprometerte con ella. Tú lo estás deseando y a ella le haría muy feliz. Estáis hechos el uno para el otro y ambos estáis deseando deciros que queréis estar toda la vida juntos. Si es verdad que os amáis tanto, es injusto que retraséis ese momento. Y ya, cuando la situación lo permita, pues os convertís en esposo y esposa.
Adam sonrió de una manera felizmente estúpida al imaginarse casado con Rachel. Durante unos segundos, el único sonido que se pudo escuchar fue el crepitar de la leña ardiendo, como si Logan quisiera permitir un tiempo de reflexión para que aquella idea que había propuesto macerara en la cabeza de Adam. Sin embargo, un tercer amigo impidió que eso ocurriera con su llegada.
—¿Cómo va esa carne? —preguntó Luke haciendo una gran inspiración para captar el aroma del cordero a la brasa.
—Está casi hecha —afirmó Logan aceptando la cerveza que le traía su compañero. Dio un trago a la bebida y agradeció que la ley seca que prohibía la venta de alcohol en Estados Unidos hubiera sido derogada ocho años atrás para no volver jamás.
—Me alegro, que estoy hambriento. —Luke se dio un par de palmadas en el vientre—. Os ayudo a terminar de prepararla, que allí están acabando con mi paciencia. Parece que todos se han puesto de acuerdo en que Estados Unidos no debería entrar en la guerra…
—Es que no debería —apuntó Logan recibiendo una mirada reprobatoria de Adam por haber contestado a Luke, pues sabía que eso significaba el inicio de una conversación interminable debido a la obsesión de aquel hombre por los conflictos bélicos.
—¿No debería? ¿Tú también lo piensas? —manifestó Luke con algo de indignación en su tono de voz—. ¿De verdad piensas que nuestro país debe darle la espalda al mundo?
Luke se ajustó el sombrero de ala ancha, complemento que le daba un estilo muy sureño a su aspecto, mientras esperaba una explicación de Logan en lo que amenazaba con convertirse en una batalla argumental.
—Pienso que bastante tenemos nosotros con recuperarnos de la Gran Guerra que sufrimos hace veinte años… Sea lo que sea que esté pasando en Europa, es cosa de los europeos…
—Según he oído, Vorolank cayó ayer en manos de los alemanes —expuso Luke, que, a pesar del hermetismo de la propaganda en tiempos de guerra, siempre encontraba la manera de enterarse de las noticias más actuales—. Se dice que podrían estar a escasos kilómetros de Moscú. Si los soviéticos caen…
—Si los soviéticos caen, pues tendrán otro presidente, uno alemán —apuntilló Logan con la intención de subsanar su error y finiquitar la conversación—. Así ha ocurrido en muchos otros lugares en otros tiempos y así seguirá ocurriendo. Las naciones combaten y sucumben unas a otras. Pero, te repito, no es nuestro problema.
—¿No es nuestro problema? —preguntó Luke creyendo que la respuesta a esa cuestión debería ser evidente—. Los alemanes exterminan todo lo que encuentran a su paso. Os estoy hablando de un genocidio. ¿Qué tipo de persona puede obviar semejante despropósito?
—Ya está bien, Luke —sentenció Logan colocando la carne ya cocinada en los platos—. No voy a ponerme a discutir contigo ahora sobre cosas que están pasando en el otro lado del mundo. Vamos a disfrutar de este encuentro entre compañeros en paz.
Luke chistó, se reajustó el sombrero y accedió a la opción sosegada de coger los platos y llevarlos a la mesa junto al resto de compañeros.
Una vez allí, los dos grupos en los que se habían dividido los presentes, hombres y mujeres, se reunieron alrededor de una mesa que sostenía todo tipo de alimentos. Rachel se sentó al lado de Adam, desencadenando en el interior del joven un cúmulo de respuestas orientadas a la felicidad.
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