Raul Ramos - La carta 91

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La carta 91: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Puede el amor sobrevivir a la fuerza más destructiva del universo?Adam Stein y Rachel Green son dos jóvenes estadounidenses cuyo amor muto parece no tener límites. Sin embargo, el acontecimiento más terrible de la humanidad está a punto de ponerlo a prueba: la Segunda Guerra Mundial. Adam es obligado a marchar al frente como médico de campaña y una vez inmerso en aquella vorágine de locura, solo las cartas que recibe de su amada le mantienen con vida y esperanza. Pero el deseo de sentirse cerca irá más allá del papel a través del que se comunican y les hará enfrentarse al peligro para volver a estar juntos. Se enfrentarán a las dificultades con la convicción de que nada ni nadie podrá evitar que vuelvan a reencontrarse, unir sus vidas y no separarse nunca más.

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—A ver cómo te ha salido la comida —dijo la chica acariciándole la mejilla—. Espero que separarte de mí para preparar la carne haya valido la pena, de lo contrario no te voy a perdonar que me dejaras unos minutos sin ti.

—En realidad la ha hecho Logan —afirmó Adam, torpe, en lugar de corresponder a aquel cumplido—. ¿Te lo estás pasando bien?

—¡Sí! —afirmó Rachel fervientemente, aunque luego se acercó al oído de Adam para hablarle en forma de susurro—. Aunque no sé si encajo mucho aquí.

El grupo de mujeres había estado conversando sobre moda. Mientras que todas hablaban de la vuelta a los cortes rectos y recatados, Rachel había sugerido que la búsqueda de las curvas en las prendas femeninas que había comenzado durante los años 30 sería imparable y que los vestidos venideros tenderían a realzar aún más la figura femenina. Por esa opinión, había recibido miradas juiciosas, algo que le ocurría frecuentemente debido a su carácter atrevido.

—Ya sabes cómo son el tipo de novias que suelen tener nuestros amigos —dijo Adam también en voz baja.

—¡Eh! ¡La parejita feliz! —llamó la atención Logan desde el otro extremo de la mesa, hastiado de tanto cuchicheo—. A lo mejor al resto también nos interesa eso de lo que estáis hablando.

—No, no… —dijo Adam moviendo la mano—. Solo hablábamos de lo bien que te ha salido el cordero.

El resto de la comida pasó de forma amena, intercambiando opiniones sobre temas a los que Adam no prestaba mucha atención, pues no había nada más interesante para él que la chica que tenía al lado. Con solo girar su cabeza, su sonrisa se estiraba automáticamente. Aquella joven delgada, de estatura ligeramente inferior a la media, cuyo cabello rubio era el fiel reflejo del oro, le transmitía la certeza de haber encontrado el más preciado tesoro que uno podría hallar en la vida. En su mirada, protagonizada por unos preciosos ojos color miel, había un remanso de paz al que podía llamar hogar. Respecto a aquellos ojos, a Adam le gustaba fantasear con la posible descendencia entre ellos, pues mezclados con los suyos propios de color verde estaba seguro de que podrían engendrar una preciosidad de criatura. También los dos eran atractivos y aportarían una genética bella, aunque esperaba que su futuro hijo o hija heredara el color del cabello de la madre, sin que este se oscureciera por el aporte de su pelo castaño.

—¿Qué os parece si jugamos a las preguntas de parejas? —sugirió Logan sacando a Adam de sus fantasiosos pensamientos—. Aunque ya sabemos quién va a ganar…

Las reglas de aquel juego eran sencillas. Se repartía papel y lápices —de hecho, la novia de Logan ya había ido a la oficina que su padre tenía en aquella casa de campo a por el material— y se hacían preguntas con relación al noviazgo que cada uno tenía que responder escribiendo, en secreto. Después, se desvelaban las respuestas y ganaba la pareja que más coincidiera en ellas. Aquel entretenimiento tendía más a generar enfados que a divertir, pero de alguna manera, nunca nadie se negaba a hacer uso de él esperando no ser las víctimas de aquella diversión basada en el entendimiento mutuo.

—Empiezo yo —se adelantó Logan mientras cada uno recibía sus herramientas de juego—. A ver, qué podría preguntar para empezar… Una fácil. ¿Cuál es la comida preferida de vuestra pareja? Tenéis que escribir la que creéis que es y abajo la vuestra propia para poder comprobar la respuesta.

Todos asintieron, aunque ya sabían de manera sobrada las instrucciones. Los lápices comenzaron a herir los papeles materializando los pensamientos de cada uno de los participantes.

—De acuerdo. La comida favorita de Emma es la tarta de nueces de mi madre —expuso Logan mirando a su pareja, que fruncía el ceño. La chica dio la vuelta a su trozo de papel mostrando que la respuesta era incorrecta—. ¿En serio? ¡Siempre dices que es lo mejor que has probado jamás!

—¡Para complacer a tu madre! —replicó Emma—. ¡Los trozos de las nueces se me meten entre los dientes!

El resto de los comensales reía ante la discusión que aumentaba de intensidad por momentos.

El juego procedió entre aciertos cargados de amor y errores que originaban conflictos que se apaciguaban tras un «ya hablaremos luego». Solo hubo una pareja que acertó en todas las ocasiones en una muestra infalible de adoración y respeto mutuo.

—¡Ya me he cansado! —se quejó finalmente Logan—. Se acabó el juego. Es que Adam y Rachel no fallan ni una… No hay forma de ganarles. Por eso digo que deberían…

—¡No deberíamos nada! —interrumpió Adam levantándose repentinamente, mostrándose algo alterado, algo que contrastaba con su actitud apacible y retraída—. Lo que sí deberíamos es marcharnos, que pronto se hará de noche y hay un largo camino hasta San Francisco. Además, tengo mucho que estudiar.

Rachel le miró con una mezcla de estupefacción y pena. Se preguntó por qué Adam no había dejado terminar a su amigo, cómo sería de importante algo capaz de sacar de sus casillas a un chico que difícilmente se alteraba o perdía la compostura.

—Lo siento, chicos —dijo finalmente Adam al ver que todos esperaban alguna explicación a su comportamiento—. Los exámenes me alteran. Quiero aprobarlo todo antes de que acabe el año y este curso está siendo especialmente difícil…

—Tranquilo, Adam —intervino Luke, intentando calmar a su amigo—. Eres un buen estudiante, y además tienes a tu lado a Rachel, que te puede ayudar con cualquier duda. Entre los dos habéis ido progresando y así seguirá siendo hasta que consigáis la titulación.

—Es cierto, con su ayuda seguro que sacas hasta mejores resultados en los exámenes que en el juego de las preguntas de parejas —añadió Logan, algo jocoso.

—Tenéis razón —admitió Adam—. Pero si quiero esos buenos resultados, voy a tener que irme ya a estudiar. De hecho, no debería haber venido, pero no quería perderme este encuentro entre amigos. Sois estupendos, y nada en el mundo habría hecho que no pudiera estar un rato con vosotros. Pero, ahora sí, me marcho. Gracias por todo, chicos.

Adam y Rachel se despidieron del grupo y fueron hacia el Delahaye 135M que los llevaría de vuelta a la zona urbana de San Francisco. Aquella belleza de automóvil, propiedad del padre de Adam y que toda persona hubiera deseado conducir, causaba el efecto contrario en el joven. No era más que una presión añadida, una demostración más del éxito de su padre como médico reconocido que él debía reproducir. Si bien la medicina era para él una vocación, a veces se volvía una tortura cuando recordaba que tenía el deber de igualar a su progenitor. Eso le causaba un estrés enorme que le impedía disfrutar de los cómodos asientos de cuero de aquel coche que se había popularizado gracias a las carreras de automóviles.

—¿Estás bien? —preguntó Rachel desde el asiento de al lado.

—Sí, tranquila. Es la presión de los estudios, que a veces me supera —mintió Adam.

Pero no se podía engañar a la chica. No había más que verla. En aquel rostro había una picardía que le hacía sobresalir, que indicaba que era capaz de ver e intuir más allá de la normalidad. Hasta el pañuelo que había en su cabello donde el resto de las mujeres solían colocar un lacito indicaba que era diferente a las demás. Por eso, Adam la amaba y sabía que era irremplazable.

—¿Por qué te has enfadado cuando Logan iba a decir algo de nosotros? —volvió a atacar Rachel—. ¿Es por algo que has hablado con él? ¿Algo va mal entre tú y yo?

La chica fue incapaz de separar el miedo y la tristeza inherente en aquellas preguntas.

—No. ¡No! —manifestó Adam mientras el estirado morro del Delahaye iba devorando metros—. Quiero decir… Ellos siempre admiran nuestra relación, dicen que es perfecta.

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