María Fernanda Chaves - No solo refugiados

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Un rótulo es una inscripción o título que se coloca para anunciar el contenido de algo. Sin embargo, si pensamos en la palabra «refugiados», habitualmente no profundizamos más allá de la definición."No solo refugiados" es un libro de entrevistas a personas que escaparon de Siria y que intenta develar las historias de vida que quedan escondidas detrás de dicha palabra. Entrevistas escritas en forma de crónica, de lectura rápida y dinámica con el único objetivo de mostrar el detrás de escena de sus vidas. Un pantallazo rápido y a la vez profundo de lo que no vemos cuando hablamos de cifras, oleadas y muertos en el Mediterráneo. Además, en algunos capítulos, el lector se encontrará con códigos QR que remiten a videos pensados para llegar más allá y poder sentirse cerca de los protagonistas.La educación es el arma principal para combatir la discriminación y es ese el lei motiv de este libro. Conocer nos da la posibilidad de elegir, de discernir y nos saca de nuestra zona de confort, porque ahora sabemos lo que pasa. Si después de leer este libro la mirada del lector empieza a agudizarse y cambian los lentes con los que veía su realidad, el mensaje llegó.

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Para mí también. Los invito a seguir leyendo.

Nicolás Morales Pizarro

1

La siguiente historia es una memoria de mi madre, una joven de 23 años que creció en Bagdad y que todavía se estaba adaptando a la vida de la pequeña ciudad de Duhok, Irak, cuando todo sucedió.

Mi objetivo es compartir con ustedes una de las muchas historias de aquellos que estaban protegidos por las montañas cuando la humanidad demostró su fracaso, y arrojar luz sobre la actual crisis de refugiados en el mundo. El hecho es que todos somos humanos. Nuestras luchas, y el difícil camino que mi familia y millones de refugiados en todo el mundo tienen que emprender, no nos definen. Si lo hacen nuestros valores, logros, nuestra capacidad de amar a quienes nos rodean y el coraje de dejar un lugar peligroso, aferrarnos a nuestros seres queridos y buscar un nuevo hogar.

Espero que mi historia y las escritas en este libro puedan abrir los ojos de quien las lea a otras realidades que suceden al mismo tiempo, en distintas partes del mundo.

º º º

Fue en marzo de 1991. Un día que ya no recuerdo. Mi esposo, cinco de mis cuñados, sus hijos y esposas, mi suegra y yo vivíamos en una casa de 4 habitaciones en distrito de clase media en Duhok. Ese día comenzó como de costumbre: los hombres se fueron temprano, las mujeres lavaron los platos del desayuno y se ocuparon de las tareas domésticas. Yo era profesora de inglés en la escuela primaria, pero entonces estaba de licencia por maternidad.

A primera hora de la tarde, mientras acostaba a mi bebé, escuché un fuerte estruendo. Ya no me sorprendía. También como de costumbre, recogimos a los niños, a mi suegra y nos dirigimos a la habitación del fondo. Mis sobrinos lloraban de miedo mientras las mujeres murmuraban sus oraciones. Abarrotados en una habitación pequeña, esperábamos que las bombas se detuvieran y así seguir con nuestra vida. Cuando los estruendos sesaron, fui a la cocina para ver qué estaba pasando, desde ahí tenía una hermosa vista de toda la ciudad. Las bombas caían a lo lejos y numerosos camiones pasaban por la puerta repletos de gente que intentaba huir. En ese momento supe que no era un día como cualquier otro.

Esperamos encerrados hasta la noche, cuando uno de mis cuñados entró corriendo y nos dijo que empacáramos solo lo necesario, decía que el ejército de Saddam estaba cerca de Duhok y que, si no nos íbamos, las armas químicas eliminarían la ciudad como en Halabja en 1988. Mi esposo no estaba, no sabía si alguna vez lo volvería a ver. Empaqué algunas mantas y ropa de bebé. Nos íbamos solo por un tiempo. Agarré mi bata de terciopelo rosa, regalo de mi madre después de dar a luz a mi primer hijo. También un abrigo largo verde y a mi bebé envuelto en una manta. Salí y en la camioneta de mi cuñado entró toda la familia.

Manejamos algunos kilómetros hacia las montañas. Las calles estaban llenas de autos, todos tocando bocina y gritándose unos a otros. El sonido de las bombas todavía se escuchaba en la distancia, ahora se acomodaba con el ruido de los aviones. Nos aterraba ese sonido. Sabíamos de los sucesos de Halabja en 1988 y creímos que Saddam nos perseguía como venganza por el levantamiento contra su régimen en el norte de Irak.

Finalmente, llegamos a un cuartel vacío que había sido utilizado por el ejército iraquí antes del levantamiento. Dejamos nuestras mantas e intentamos dormir, pero dormir era lo último que tenía en mente. A la medianoche, llegó mi esposo y dejé escapar un suspiro de alivio. Minutos después entraron mis cuñados a los gritos: “Tenemos que irnos, el ejército nos está alcanzando”. Las mujeres suplicaron a los hombres que las dejaran atrás y siguieran camino. Creíamos que el ejército solo los perseguía a ellos, porque estaban involucrados en el levantamiento. No podíamos salir del cuartel con todos esos niños, el frío de marzo nos helaba la sangre. Ninguno traía suficiente ropa o comida. Me di cuenta de que la situación era mucho peor de lo que esperaba. Los hombres se negaron a dejarnos por temor a que nos violaran y torturaran si nos encontraban. Comenzamos a caminar a pie por entre las montañas. Era una noche fría y oscura. El miedo nos seguía a cada paso. Marchamos sin cesar, sin descanso. Debimos haber caminado durante días. Creí que aquel viaje al infierno nunca terminaría.

Culpa de nuestra marcha interminable, mis zapatos se habían derretido. Caminamos por pueblos y regiones montañosas llenas de minas terrestres. Miles en una sola línea, un pie detrás del otro. A lo lejos escuché explosiones. Podrían haber sido minas explotando mientras la gente caminaba sobre ellas.

Cuando tenía sed, masticaba la nieve que cubría las montañas. Marchábamos por tribus. Sin embargo, por ser demasiado lenta y débil, quedé detrás de la mía. Mientras trataba de ponerme al día con la familia, vi a una mujer dando a luz en el camino, nunca supe qué le pasó. Lo que sí sé es que muchas mujeres perdieron a sus bebés allí. Las familias enterraron seres queridos kilómetro tras kilómetro y los gritos resonaban en las montañas. En ese punto, muchos habían perdido la fe, miraban hacia arriba y maldecían a Dios por haberlo llevado allí.

Después de interminables días y noches caminando, llegamos a la frontera turca. Nos dijeron que podíamos descansar allí y esperar que las fuerzas armadas nos permitieran cruzar la frontera y entrar en Turquía, donde estaríamos a salvo. Muchos intentaban avanzar pero la gendarmería turca nos retenía y se negaba a dejarnos cruzar la frontera. Incluso un gendarme comenzó a disparar a quienes intentaban abrirse paso. Muchos simplemente se dieron por vencidos y acamparon justo en la frontera, hasta que nos dejaron pasar.

“La historia es larga, te cuento el resto luego”, decía mi madre…

Rudan Balay

Introducción

“Las guerras son posibles, entre muchas causas económicas, políticas y sociales, porque somos incapaces de ver al otro como otro yo” (Herrscher, 2016)1

El comienzo de una nueva década trajo consigo una de las catástrofes humanitarias más grandes de la historia. Según lo informó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la guerra civil en Siria, iniciada en 2011, produjo la ola de refugiados más grande desde la segunda guerra mundial.

Ya sea por la presencia de Daesh en el territorio, el reclutamiento constante para formar parte de las fuerzas nacionales, la persecución política por parte del régimen o la constante caída de misiles, son más de 5 millones y medio de personas las que escaparon de Siria desde el comienzo de la guerra.

Pero… ¿A dónde escapan? Eso depende del poder adquisitivo. Si se cuenta con el dinero necesario, se puede pagar a un smuggler para cruzar el charco hacia Europa. Sino, se puede caminar por horas hacia un país limítrofe con los niños y pertenencias a cuestas; o simplemente pueden quedarse en territorio sirio esperando lo peor.

A lo largo de estos años de guerra, cerca de un millón de personas han fallecido, y más del 50% del territorio sirio ha sido destruido (Sancha, 2017)2.

No sé si será por las imágenes en los medios que fueron aumentando en Argentina desde la muerte de Aylán Kurdi —El nene que apareció muerto en las playas turcas en Septiembre de 2015—, por mis orígenes familiares, o por la mera curiosidad que siempre estuvo al acecho, pero en 2017 decidí embarcarme en un viaje de aprendizaje y conocimiento de la realidad que estaban viviendo aquellas personas que podían (presten especial atención a la no utilización del verbo elegir) escapar de los horrores de la guerra. ¿Qué se les cruzaría por la mente a la hora de decidir partir?; ¿cómo era eso de dejar todo e irse obligado por la decisión entre vivir o morir?; ¿cuáles eran los peligros de escapar?, ¿y de quedarse?; ¿Cómo es vivir en un país extranjero?

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